– ?Dale a ese perro!
– ?Dale al hijo de puta!
– ?Dale, hombre, dale!
Pero el aeroplano no caia. Comenzo a alejarse por el norte. El antiaereo disparo aun varias veces mas, antes de que el avion quedara fuera de su alcance.
– ?Ah, no se da buena mana el viejo Avdo, no! -dijo alguien.
– El no tiene la culpa; esta acostumbrado a los canones antiguos.
– ?A los canones de Turquia? -pregunto Ilir.
– Quizas.
Suspiramos. Teniamos la garganta seca.
El antiaereo disparo una vez mas, pero el avion estaba ya muy lejano. Habia una altaneria odiosa en su vuelo.
– ?Se escapa, el muy perro! -dijo alguien.
Ilir tenia lagrimas en los ojos. Yo tambien. Cuando el antiaereo disparo el ultimo obus y la gente empezo a dispersarse, una nina pequena rompio a llorar desconsoladamente.
El gentio descendia de la torre con Avdo Babaramo al frente. Estaba palido. Las manos le temblaban mientras se enjugaba la frente con un panuelo. Sus ojos miraban en torno desconcertados, sin detenerse en parte alguna. Su mujer le salio al paso atravesando la multitud.
– Ven, querido -le dijo-. Ven a echarte, que estaras cansado. Estas cosas ya no son para ti. Tu eres un hombre de buen corazon. Ven.
El hombre quiso decir algo, pero no pudo. La saliva se le habia secado. Solo cuando hubo traspuesto el umbral, volvio la cabeza y componiendo una expresion dificil dijo algo con esfuerzo, entre el dolor y la sonrisa.
– No estaba escrito.
La gente se iba.
– No estaba escrito -repitio el artillero, paseando su mirada por todos los asistentes, como si buscara su aprobacion antes de que se marcharan y lo dejaran solo con su fracaso.
– No te preocupes, viejo Avdo -le dijo un muchacho-. Ya probaremos otro dia y seguro que entonces acertamos.
El viejo Avdo cerro la puerta…
La gente se disperso.
DECLARACIONES DE LA VIEJA SOSE (
Me duelen las articulaciones. Tendremos un invierno humedo. Ha estallado una guerra asesina en todas partes, hasta en el pais del Imperio del Sol, donde la gente es amarilla. Los ingleses envian dinero e incluso oro a todos los paises. Stalin, el de la barba roja, fuma en pipa y piensa, piensa constantemente. Dice: «Tu sabes mucho, ingles, pero yo tambien se». «?Ah, querida Xiko Hanxe», dijo anteayer Majnur, la duena de los Kavoj, a Hanxe, la de los Pleshtaj, «a ver si se acaba esta guerra con el griego, que me muero por una anguila de Janina». «Aparta, perdida», le replico Hanxe, «a mi se me mueren los ninos por falta de pan y tu me vienes con anguilas de Janina». Y se pusieron a decirse insultos, como muerta de hambre, italiana, eso y aquello. En cuanto se abra el ayuntamiento, a Avdo Babaramo le van a poner una multa por disparar con el canon sin permiso del gobierno. Dicen que, cuando lleguen las primeras nieves, ya se habra acabado la guerra contra Grecia. La nuera de los Kailaj esta otra vez prenada. Las de los Puse estan las dos de nueve meses, como si se hubieran puesto de acuerdo. La vieja Hava ha caido en cama. «No pasare de este invierno, no», dice. Quiere hacer testamento. Murio por fin la pobre Qazime. ?Que Dios la tenga en su gloria!
X
Durante todo el dia siguiente estuvo lloviendo. Tras el fracaso sufrido, la ciudad yacia como aturdida, con los tejados y los aleros suspendidos y empapados. La pesadumbre se derramaba sin descanso sobre las placas de piedra. Obstinada en su color gris, se apresuraba a abandonar la pendiente de los tejados para dejar espacio a la nueva pesadumbre, que manaba de las inmensas reservas de la grisalla celeste.
A la manana siguiente, la ciudad amanecio de nuevo ocupada. Habian entrado los griegos. Esta vez sus mulas, sus canones y sus mantas estaban por todas partes. Sobre la torre de la carcel, en el mastil metalico donde antes ondeaba la bandera tricolor italiana, se agitaba ahora la griega. Resultaba dificil al principio distinguir que bandera era aquella. El viento no cesaba de soplar y su tela no descansaba un instante. A mediodia, cuando el aire se tranquilizo y se puso nuevamente a llover, sobre la tela cansada se dibujo por fin una gran cruz blanca, el simbolo de la fe cristiana.
– ?Ha tenido que llegar el dia en que me vea viviendo sometida a los griegos! -dijo la abuela-. ?Como no me habre muerto cuando enferme el invierno pasado!
Estabamos los dos solos en el salon. Nunca habia visto tal desesperacion en sus ojos, en toda su piel. No sabia que decir. Saque del bolsillo el pequeno cristal redondo y me lo puse sobre el ojo. La gran cruz, alla lejos sobre la torre de la prision, se encrespo. Se torno nitida y obstinada. Era un dibujo sobre un pedazo de tela. ?Como es posible, pensaba, que dos lineas rectas, trazadas una sobre otra en un pedazo de tela, provoquen tal desesperacion en las personas? Un pedazo de tela agitado por el viento puede desesperar a toda una ciudad. Era sorprendente.
Aquella tarde se hablo de los griegos en todas las casas. Se presagiaban cosas terribles. Muchos anos atras, antes de la monarquia, incluso antes de la republica, la ciudad habia estado varias semanas ocupada por los griegos. Se habian producido entonces grandes masacres. En aquel tiempo, igual que ahora, sobre la torre de la prision ondeaba una bandera como aquella, con la misma cruz blanca. Y si la cruz habia vuelto a aparecer, esto significaba que a continuacion vendria todo lo demas.
La pequena ventana de Xivo Gavo tuvo luz hasta muy avanzada la noche. Todos los vecinos del anciano cronista imaginaron que estaba describiendo minuciosamente la entrada de los griegos. Pero mas tarde se supo que Xivo Gavo habia dedicado tan solo una frase a este hecho: «el dieciocho de noviembre entraron en la ciudad los g…». Nadie era capaz de explicar tal parquedad de palabras sobre un acontecimiento tan desesperante y menos aun el gasto de una sola letra (la g) para toda aquella multitud de griegos.
Por la manana, la cruz seguia alli, sobre la ciudad. El simbolo del mal continuaba izado. Ahora se esperaba lo peor.
Los griegos comenzaron a recorrer las calles con sus uniformes de color caqui. En la plaza central volvieron a aparecer carteles con edictos firmados por Katantzakis. Los cafes se llenaron de palabras griegas. Eran pequenas y agudas, llenas de eses y zetas, cortantes como cuchillas. Todos los soldados llevaban punales. La maldad flotaba en el aire. Se esperaba una carniceria. Las mangueras de goma tendrian que lavar la ciudad. Llovia. Quiza no hubiera necesidad de manguera.
El primer dia los griegos no hicieron ninguna masacre. Tampoco el segundo. Pegaron en la plaza un gran cartel donde se leia: «Vorio Epiro» (Epiro del Norte). El comandante Katantzakis fue a comer y a cenar a casa de algunas ricas familias cristianas.
Un sargento griego disparo varias veces su fusil, pero no mato a nadie. Alcanzo en el muslo a la unica estatua de la ciudad. Se trataba de una gran estatua de bronce que se alzaba en la plaza del centro. Habia sido erigida durante la monarquia. Antes de esto, la ciudad no habia tenido nunca una estatua. Las unicas representaciones artificiales del hombre eran los espantapajaros de los sembrados al otro lado del pedregal. Cuando se dijo que iba a erigirse una estatua (sucedio casi al mismo tiempo que la inauguracion del antiaereo), muchos ciudadanos fanaticos que se habian alegrado tanto con la llegada del canon manifestaron sus dudas acerca de la estatua. ?Un hombre de metal! ?Es necesaria una criatura asi? ?No resultara inquietante? Mientras la gente duerma como Dios manda, la estatua permanecera en pie. Estara en pie dia y noche, en invierno y en verano. Las personas lloran y rien, dan ordenes y mueren. En cambio, ella no hara nada de eso. Guardara siempre silencio y ya se sabe que el silencio es peligroso.