antiaereo disparo por primera vez. El regocijo general, sobre todo de los ninos, fue incontenible. En contraste con las rafagas de la bateria, el estampido del canon era aislado y poderoso. Habia en el algo verdaderamente regio.

Pero ni aquel dia ni el resto de los dias consiguio derribar ningun aeroplano. En la bodega, Ilir me repetia a diario: «Es terrible, seguro que hoy derriba alguno». Pero no sucedio asi. Cada dia, al salir del sotano, nos invadia la tristeza. Nos acercabamos a los mayores para escuchar lo que decian. Lo que oiamos era amargo. No tenian la menor confianza. Tras cada bombardeo no se cansaban de repetir:

– Es demasiado viejo para derribar los aviones de hoy en dia.

Durante las semanas en que la ciudad estuvo pasando alternativamente de manos de los italianos a las de los griegos, y viceversa, nadie toco el antiaereo. Si los italianos estaban en la ciudad, disparaba, como de costumbre, contra los aviones ingleses. Cuando entraban los griegos, disparaba contra los aviones italianos, que bombardearon cuatro veces seguidas. Ninguno de los contendientes toco el antiaereo en el transcurso de las evacuaciones. Estas se hacian con gran rapidez y con enorme alboroto, de modo que a ambas partes debia de resultarles dificil bajar el pesado canon desde lo alto de la fortaleza. O se trataba quiza de que, con el desbarajuste, se olvidaban de el o aparentaban olvidarlo, seguros de que, cuando recuperaran la ciudad, volverian a encontrar alli aquel viejo socarron, igual que lo habian encontrado las veces anteriores.

Uno de aquellos dias sin gobierno aparecio en el cielo un aeroplano desconocido, procedente de una direccion de la que nunca procedian los aviones. Quiza se tratara del mismo piloto despistado que una semana antes habia arrojado sobre la ciudad unas hojillas escritas en aleman que comenzaban con el siguiente llamamiento: «?Ciudadanos de Hamburgo!».

Los aeroplanos desorientados, que daban vueltas sin objeto alguno sobre la ciudad, se habian convertido ultimamente en algo comun. Sin duda extraviaban el rumbo tras algun enfrentamiento, o fingian hacerlo, de camino hacia el frente. Seguramente no querian dirigirse hacia el lugar preestablecido y por eso, en cuanto se presentaba la ocasion, sobre todo si hacia mal tiempo, se separaban de sus companeros y emprendian paseos caprichosos por el cielo, esperando a que transcurriera el tiempo de servicio. Hacian poco mas o menos lo mismo que nosotros cuando alguna manana, en lugar de acudir a la escuela, nos ibamos corriendo al campo y regresabamos a casa a la hora de comer.

El aeroplano desconocido volaba con lentitud, cansinamente, como con desgana. Debia de regresar de alguna confrontacion, aunque procedia de una direccion sumamente sospechosa. Mas tarde, intentando comprender por que el piloto despistado -con toda probabilidad el mismo que arrojara dias atras las octavillas de Hamburgo- habia dejado caer de pronto una bomba sobre la ciudad, la gente penso que quizas habia comprobado durante el vuelo que le sobraba una y se preguntaba donde podria deshacerse de ella. (Normalmente, los pilotos despistados arrojaban las bombas en el interior de los bosques o sobre las montanas.) En ese momento habia visto a sus pies nuestra ciudad y se habia dicho: «Pues tirare la bomba sobre esta ciudad de la que no conozco ni el nombre». Y la habia dejado caer. Pero en aquella ocasion la ciudad no se resigno. Hacia tiempo que el largo canon del antiaereo excitaba su fantasia en aquellos dias de aburrimiento. El deseo de volver a entrometerse en los asuntos del cielo estaba a punto de despertarse. La tentacion de castigar el cielo se tornaba especialmente intensa cuando pasaban aviones desconocidos.

Era uno de aquellos raros dias en que habiamos salido a jugar. Nos habiamos alejado mucho, hasta el pie de la fortaleza, alli donde se alza la casa solitaria del artillero Avdo Babaramo. En la bodega o en el cafe, el viejo Avdo solia contar historias de guerras y, aunque nosotros no habiamos visto en sus manos mas que pepinos y calabazas y nunca balas de canon, ello no impedia que gozara del respeto de todos.

Cuando se oyo el ruido del motor estabamos jugando precisamente a la puerta del viejo Avdo. Algunos transeuntes se detuvieron y, haciendo visera con la mano para defenderse de la luz, buscaban con los ojos el aeroplano.

– ?Mira donde esta! -dijo uno.

– Parece un avion italiano.

El viejo Avdo y su anciana mujer salieron a la ventana. Otras personas se detuvieron en el camino, poniendose tambien las manos sobre la frente.

El avion volaba lento. El ruido llegaba ondulante, ronco, solitario. Entre la multitud se hizo el silencio. De pronto, alguien volvio la cabeza hacia las ventanas de Avdo Babaramo y le grito:

– ?Viejo Avdo, ?por que no disparas de una vez con el antiaereo desde alla arriba? Sacudele bien a ese que viene a fastidiar.

La multitud murmuro. A nosotros se nos salia el corazon por la boca.

– ?Tirale, viejo Avdo! -gritamos dos o tres.

– Dejad en paz a ese diablo -dijo el viejo Avdo con severidad desde la ventana-. Que se vaya a donde quiera.

– Derribalo, viejo Avdo -gritamos todos los chavales.

– ?Basta ya, diablillos! -dijo alguien-. Guardad silencio.

– ?Por que se van a callar? Tienen razon. Disparale, Avdo. Mira donde esta el canon, sin servir para nada.

– ?Que falta nos hace meternos en lios? -dijo Harilla Lluka apareciendo entre la multitud-. Mejor sera dejar que siga su camino, no vaya a ser que se enfade y la emprenda con nosotros…

– Bastante hemos aguantado ya, muchacho.

El rostro de Avdo Babaramo comenzo a ensombrecerse, despues se ilumino. Una vena fina, azul, se le abultaba en la frente. Encendio un cigarrillo.

– ?Tirale, viejo Avdo! -grito Uir, casi con un gemido.

De pronto, el avion dejo caer algo negro por la cola y poco despues se oyo el estallido de una bomba.

Sucedio entonces algo maravilloso que a nosotros nos parecio imposible. Practicamente toda la multitud grito encolerizada:

– ?Dispara a ese perro, viejo Avdo!

Habia salido a la puerta. Sus ojos centelleaban y no paraba de tragar saliva. Su mujer salio tras el, alarmada. El aeroplano volaba lentamente sobre la ciudad. Sin comprender como, el viejo Avdo se encontro en medio del gentio, que ascendia por el empinado camino en direccion a la entrada de la fortaleza.

– ?Tirale, dispara a ese perro! -se oia por todas partes.

La torre del antiaereo estaba justo sobre el camino. El viejo Avdo, al frente de la turba enfurecida, atraveso el umbral de la fortaleza.

– ?Rapido, viejo Avdo! -gritaban todos-. ?Se marcha! ?Se marcha!

No se nos permitio entrar en la fortaleza. Nos quedamos fuera, aplaudiendo de impaciencia, ya que el avion se alejaba hacia las montanas. Todo el mundo volvio a gritar:

– ?Se marcha! ?Se marcha!

Pero de pronto el aeroplano dio un giro y comenzo a aproximarse de nuevo. Desde luego volaba sin objeto alguno.

Se oyeron voces a lo lejos:

– ?Las gafas, las gafas!

– ?Rapido, las gafas!

– ?Las gafas del viejo Avdo!

Alguien corrio como un poseso hacia abajo y con identica velocidad volvio a subir, llevando en la mano las gafas del viejo Avdo.

– Ahora disparara -grito alguien.

– El avion viene hacia aqui.

– Se acerca como un cordero que va al matadero.

– ?Dale, viejo Avdo, que salga humo!

El canon disparo. Nuestros gritos no eran mas debiles que su estampido. Nos estallaba el corazon de alegria. Ahora gritabamos todos: los hombres, las mujeres, las viejas y, por supuesto, nosotros.

El antiaereo disparo otra vez. Esperabamos que el aeroplano se desplomara al primer tiro, pero no cayo. Volaba lentamente sobre la ciudad, como si el piloto se hubiera dormido. No tenia ninguna prisa.

Cuando el canon disparo por tercera vez, el avion estaba justo sobre el centro de la ciudad.

– Ahora lo derriba -grito una voz ronca-. Ahora si que lo abate, ya que esta ante sus mismas narices.

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