oriental, a manos de los vecinos del mercado viejo.

Durante todo aquel dia y hasta muy tarde estuvo afluyendo gente al interior de la fortaleza.

En nuestra calle las puertas resonaron durante toda la noche.

– ?Vais a ir vosotros?

– Si, ?y vosotros?

– Hoy decidiremos.

– Temo que no quede espacio.

– No creo. La fortaleza es grande.

Llego dona Pino.

– ?Que vamos a hacer? ?Es la hecatombe!

– Ya lo veremos manana -dijo papa.

Llego Bido Sherif.

– Ya lo veremos manana -repitio papa-. Vete a casa de Mane Voco -anadio dirigiendose a mi-, pregunta que van a hacer.

Encontre a Mane Voco en la calle, aproximandose.

Nazo y su nuera llamaron poco despues.

– ?Manana?

– Si, manana, antes del amanecer.

Fue una de las noches felices de mi vida. La puerta sonaba continuamente. Nadie tenia intencion de dormir. Atabamos los fardos y los bajabamos a la bodega para que no se quemaran en caso de incendio. Bido Sherif, Nazo, dona Pino y Mane Voco trajeron tambien los suyos. La bodega volvia a tener utilidad.

– Vete a dormir -me dijo dos o tres veces la abuela.

Era imposible. Al dia siguiente estariamos en la fortaleza. Nos separariamos de las escaleras, las puertas, las ventanas y las palabras de costumbre, y penetrariamos en lo desconocido. Alli todo seria maravilloso, terrible y extraordinario. Alli estaba Macbeth.

La manana llego fria y sombria. Caia una lluvia fina. Llamaron a la puerta.

– ?Estais listos? -grito Bido Sherif desde la calle.

– Listos -respondio papa.

– Bueno, ven que te de un beso -dijo la abuela.

Me quede pasmado.

– Pero, ?es que tu no vienes?

Me acaricio la cabeza.

– Yo me quedo aqui.

– ?No! ?No!

– Calla -dijo papa.

– Calla, querido, no me va a pasar nada.

– ?No! ?No!

Llamaron nuevamente a la puerta.

– Rapido -dijo papa-, nos estan esperando.

– ?Por que dejais a la abuela? -grite en tono de queja.

– Es ella la que no quiere venir -respondio papa-. Me he pasado toda la noche intentando convencerla, pero no quiere. Te lo pido por ultima vez -se volvio hacia ella-. Ven.

– Yo no dejo la casa sola -dijo la abuela con enorme tranquilidad-. Aqui he vivido y aqui quiero morir.

La puerta resono otra vez.

– ?Id con Dios! -dijo la abuela y nos beso a todos, uno por uno.

La puerta se cerro. Estabamos en la calle. La fina lluvia caia continuamente. Nos pusimos en marcha. De camino, se unieron otras personas a nuestro grupo. Los muros de la fortaleza apenas se distinguian entre la niebla. La cola de gente ante la puerta occidental era larga, de centenares de metros. Cargadas con fardos, mantas, cojines, maletas, libros, sartenes, sillas, alfombras, baldes, cantaros, cunas, sabanas, muelas, cacerolas, las personas avanzaban lentamente, se detenian largo rato, volvian a avanzar. La entrada estaba lejos aun. La lluvia fina lo empapaba todo. La gente tosia, se alzaba de puntillas para ver que ocurria al principio de la cola; preguntaba «?por que se han parado?», y despues, como no sabia que hacer, volvia a toser.

Por fin, cerca de la hora de comer, llegamos muy cerca de la entrada. A ambos lados se alzaban verticales los viejos muros, empapados por la lluvia. La entrada era alta, aunque estrecha. Despues de rebasarla (ya no se sentia ninguna alegria) nos encontramos en la mas completa oscuridad. Los pasos de la gente retumbaban de manera inquietante. Los ninos empezaron a gritar asustados. No se veia nada. Tropezabamos unos con otros como los ciegos. Alguien chillo. De pronto, en algun lugar por delante, de forma brutal, se abrio un trozo de cielo. Nos movimos hacia el. La brecha se fue ensanchando progresivamente, hasta que volvimos a sentir la lluvia sobre nuestras cabezas.

– Por aqui, pasa por aqui -gritaba alguien en tono irritado.

Subimos unos escalones. Atravesamos una explanada. Entramos bajo una galeria de arcadas. Salimos a una pequena glorieta.

– ?Por aqui!

Atravesamos la glorieta. Pasamos por otra galeria con arcadas (sin duda bajo la prision). De algun lugar ante nosotros llegaba una algarabia amortiguada. Avanzamos hacia ella.

Por fin, frente a nosotros se desplego un cuadro sorprendente: bajo las altas cupulas de arcos enormes, que goteaban agua, entre los fardos, las mantas, las cunas y toda clase de bartulos, se agitaban, alborotaban, lloraban, estornudaban y tosian miles de personas.

Durante un buen rato nos movimos entre la gente y los bartulos, en busca de un hueco donde instalarnos. Nos zumbaban los oidos a causa del escandalo, duplicado o triplicado bajo las altas arcadas. Todo estaba ocupado. Alguien nos dijo que buscaramos en la segunda galeria y nos indico la direccion que debiamos seguir. La seguimos. La segunda galeria estaba practicamente como la primera. Por fin Mane Voco, que caminaba al frente del grupo, encontro un estrecho espacio que seguramente habia quedado libre por estar proximo a una grieta del muro, a traves de la cual penetraba un viento helado. Dejamos los bultos en tierra y comenzamos a extender las cubiertas y las mantas. Por la grieta del muro se veia una parte de la ciudad. Estaba abajo, muy abajo, hundida en un fondo gris, majestuosa y altiva.

– ?Cacahuetes, cacahuetes!

Alguien vendia realmente cacahuetes. Mas tarde vimos a otras vendedoras ambulantes que, reptando entre la gente, gritaban: ?hasure!, ?salep caliente!, o ?cigarrillos! El vendedor de periodicos estaba tambien alli.

La primera noche en la fortaleza fue fria y desasosegada: miles de toses resonaban bajo los arcos de piedra. Las mantas se agitaban, las cunas crujian, todo se quejaba y se rozaba. Estabamos acurrucados unos junto a otros. Habia goteras.

Hacia la medianoche me desperte. Una voz gutural murmuraba algo de forma monotona.

– Salid… Esto es una trampa… Alguna noche nos encerraran y nos acuchillaran como a becerros… Hay que salir de aqui… Hay que salir a toda costa, antes de que sea tarde… De todos modos, esto es una fortaleza… Es la edad media… La edad media, ?no ois?… Tinieblas como en el ano mil… No ha cambiado nada… Parece que…, pero en realidad no ha mejorado nada…

– ?Eh! ?Que es eso? -dijo en suenos la mujer de Bido Sherif.

– ?Largate, anticristo! -murmuro dona Pino.

La voz ceso.

Al amanecer hubo un bombardeo intenso.

El dia amanecio sombrio. La luz de la manana penetraba apenas por las troneras estrechas y las grietas de los muros. Hacia las siete, la fortaleza se animo. Comenzo de nuevo el movimiento incesante por las galerias y los pasadizos, en las entradas y salidas. La gente iba encontrando cada vez mas amigos y conocidos. Era notorio que todos estaban aun aturdidos por el hecho de que toda la ciudad amaneciera bajo el mismo techo. Las familias se habian instalado unas junto a otras sin criterio alguno. Se habian roto de forma brutal las proporciones, las distancias entre los barrios y las casas; en una palabra, todo estaba en el mismo espacio. Aquel techo comun unia bajo su proteccion lo incompatible: los Karllashe y los Angoni, los musulmanes y los cristianos, las monjas y las

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