haciendo.
– Eso es lo que termina haciendo -repitio dona Pino-. Es la hecatombe.
Al dia siguiente, como si hubiera escuchado la charla de Xexo, Ilir me dijo:
– Vamos a ver a la hija de los Karllashe, que ha vuelto de Italia.
– ?Es guapa?
– Mucho, mucho. Tiene el pelo como el sol. Esta aburrida en la ventana y se le mueve el pelo con el viento.
Sali corriendo. Atravesamos el Callejon de los Locos y nos paramos ante la casa de los Karllashe. Si que estaba en la ventana y tenia realmente el pelo como el sol. Ninguna mujer en nuestra ciudad habia tenido nunca un pelo asi, a excepcion de una de las muchachas de la casa publica, precisamente la que mato Ramiz Kurti el ano anterior y que fue la causa de que cerraran la casa publica durante seis meses.
– ?Eh! ?Que te parece? -me pregunto Ilir.
– Es guapa.
Ilir se puso contento.
Estuvimos mucho rato junto a la casa de los Karllashe. Pasaron dos comadres. Una de ellas iba encogida. Despues paso Gerg Pula. Estaba palido. Parecia recien salido del hospital. Nos miramos el uno al otro. Paso Maksuty; llevaba bajo el brazo una cabeza cortada. La hija de los Karllashe se aparto de la ventana. Esperamos a que se volviera a asomar, pero no lo hizo. No sabiamos donde ir. La calle estaba solitaria. La mujer de Bido Sherif salio a la ventana, se sacudio las manos y volvio a desaparecer. La puerta de Nazo, por donde habia entrado Maksut, se cerro sin hacer ruido.
De pronto escuchamos disparos a lo lejos. Una rafaga corta. A continuacion otra. Despues estampidos aislados. Alguna gente venia corriendo por la calle del mercado. Harilla Lluka estaba entre ellos.
– Marchaos, desapareced. Hay muertos -gritaba.
La madre de Ilir salio a la puerta.
– ?Ilir, adentro! -grito tambien ella.
Oi que me llamaban tambien a mi. Las puertas se cerraron con estrepito. Volvieron a oirse disparos.
La noticia corrio con extraordinaria rapidez: habian matado al comandante de la ciudad, Bruno Archivocale. Ya entrada la noche, resonaron golpes en una puerta.
– Es la casa de Mane Voco -dijo la abuela y corrio a abrir la ventana que daba justo a la calle.
Afuera se escucharon pasos pesados, palabras en italiano, gritos de «?Hijo, hijo!» y despues calma. Se habia llevado a cabo una detencion.
La abuela cerro la ventana.
– Han cogido a Isa -dijo.
Los funerales de Archivocale fueron solemnes. Los discursos se pronunciaron en el centro de la ciudad; despues, el largo cortejo partio hacia el cementerio. La banda tocaba. Los instrumentos resplandecientes, con sus bocas abiertas como flores, lanzaban lamentos. Desfilaban lentamente los jerifaltes fascistas, altos, petulantes, vestidos enteramente de negro. Desfilaban los curas. Desfilaban las monjas. El ataud que contenia a Archivocale se bamboleaba pesadamente. En miles de ventanas se asomaban las mujeres, las viejas y los ninos. La ciudad observaba la marcha de su comandante. Por los muros, en fragmentos de carteles y bandos rasgados por el viento, murmurarian aun durante algun tiempo los retazos de su nombre: RCHIV, ARC, OC, L; despues, la lluvia los arrancaria definitivamente, y en los mismos lugares se pegarian nuevos anuncios y carteles con el nombre del nuevo comandante.
Durante cuatro dias llovio sin cesar. Era una lluvia aneja y uniforme. («Sobre el mundo cayo despues una lluvia que se prolongo durante treinta mil anos», decia la introduccion a la cronica de Xivo Gavo.) Bajo aquella lluvia colgaron a Isa. El ahorcamiento se llevo a cabo al amanecer, en el centro de la ciudad. La gente iba en grupos a verlo. Junto a Isa habian colgado a dos muchachas. Sus cabellos chorreaban agua. Isa solo tenia una pierna. Era algo conico, horrible. Sobre su rostro masacrado, lo unico vivo eran las gafas. A cada uno de los ahorcados le habian pegado en el pecho un trapo blanco donde estaba escrito su nombre. El comandante del Frente Nacional, Azem Kurti, tio de Javer, que habia tomado parte en la tortura de Isa junto con el hijo de Mak Karllashe, alzaba con el baston las faldas de las jovenes ahorcadas. Sus piernas fragiles y blancas se balanceaban un poco y volvian a quedar inmoviles. La mujer de Mane Voco, despues de desasirse de quienes la retenian, corria ahora como una loca por la ciudad. «?Hijo, hijo!», gritaba. Se abalanzo sobre el patibulo y envolvio con los brazos y el cabello la unica pierna del ahorcado. «?Hijo, hijo! ?Que te han hecho?!». La forma conica temblo. Se le cayeron las gafas. La mujer recogio los cristales rotos y los apreto contra su pecho. «?Hijo mio, hijo mio!».
Aquella misma noche, Javer, al que tambien estaban buscando, fue a casa de su tio, donde hacia largo tiempo que no habia estado.
– Me buscan tio -dijo a Azem Kurti-, pero estoy arrepentido.
– ?Estas arrepentido? Haces muy bien, querido sobrino. Ven aqui, que te bese. Sabia que llegaria este momento. ?Viste que hicieron con ese amigo tuyo?
– Lo he visto -dijo Javer-.
– Traednos
Se sentaron a la mesa y Javer dijo entonces a su tio:
– Cuentame ahora lo que hicieron con Isa, tio.
Y Azem se lo conto. Bebia raki, aguardiente de uva, y comiendo carne, le relato las torturas. Javer lo escuchaba.
– Te has puesto palido, sobrino -dijo su tio.
– Si tio, me he puesto palido.
– Los libros te han envenenado la sangre. Hasta los dedos se te han adelgazado.
Javer se miro los dedos y saco con parsimonia el revolver del bolsillo. Los ojos de Azem se desorbitaron. Javer le metio el canon en la boca repleta de comida. Los dientes de Azem crujieron contra el metal. Los disparos sucesivos le reventaron las mejillas, la mandibula y parte de la cabeza. Los pedazos de carne sin masticar y los de la cabeza de Azem cayeron sobre la mesa en un amasijo.
Javer se marcho entre los alaridos de sus primos y primas. Al dia siguiente, el
Por la tarde llevaron los cuerpos de seis fusilados en la carcel de la fortaleza a la plaza del centro. Los arrojaron amontonados, unos sobre otros, para que los viera la gente. Sobre un trapo blanco habian escrito con grandes letras: «Asi respondemos al terror rojo de los comunistas».
La lluvia ceso. La noche era muy fria. Por la manana, la escarcha cubrio los cuerpos de los muertos. Permanecieron todo el dia alli, sin enterrar. A la manana siguiente, en el otro extremo de la plaza, aparecieron otros cuerpos en el carro de la basura. En un trapo se leia: «Asi respondemos al terror blanco».
Los carabineros se apresuraron a retirar los cadaveres, pero se dio la orden de dejarlos con el fin de buscar las huellas de los terroristas. Ninguno de los guardias de la plaza sospecho nada cuando, hacia la medianoche, llego el carro de la basura, arrastrado por el viejo caballo Balash, conocido en toda la ciudad. El carro iba, como de costumbre, cubierto con un hule negro. Al amanecer, alguien que paso junto a el, como por casualidad tiro del hule y quedaron entonces al descubierto los cuerpos amontonados de forma irregular.
La gente regresaba del centro con el rostro descompuesto.
– Id a ver.
– Id al centro a verlo. Una verdadera carniceria.
– No dejeis que vayan los ninos. Que se den la vuelta.
La abuela movia la cabeza de un lado a otro, pensativa.
– ?Que tiempos!
La ciudad estaba ensangrentada. Los cadaveres permanecian aun en la plaza. Ambos montones estaban ahora cubiertos con hules. Por la tarde, la vieja de la vida Hanko, despues de veintinueve anos sin trasponer el umbral de su puerta, salio y se encamino hacia el centro. La gente le abrio paso asombrada. Sus ojos parecian mirarlo todo y al mismo tiempo nada.
– ?Quien es ese que esta alli, sobre aquella piedra? – pregunto alzando el baston.