hasta que se desplomo sobre un sembrado unos cientos de metros mas alla, poniendo fin asi, con este ultimo vuelo tan breve como vergonzoso, a la historia del aeropuerto militar.

Una hora despues del derramamiento de sangre, a traves del campo del aeropuerto, llego a la carretera la primera columna guerrillera. Delgada y larga, con una bandera roja al frente, paso entre la multitud de soldados italianos y se acerco a la ciudad ascendiendo por la cuesta de Zalli. Una segunda columa descendia por la vertiente norte.

De lejos llego un grito prolongado:

?Los guerrilleros! ?Los guerrilleros!

Subi corriendo a la segunda planta para verlo. Las columnas me parecieron escualidas. Esperaba ver gigantes con armas refulgentes y eran solo dos columnas vulgares, tremendamente vulgares, con sendas banderas rojas al frente. ?Adonde se dirigian? ?No sabian que la ciudad estaba enfurecida y armada hasta los dientes? Al parecer no sabian nada de esto, pues continuaban avanzando con rapidez hacia el centro. Una tercera columna, aun mas escualida y todavia menos imponente, estaba atravesando el puente entre las turbas de soldados italianos. Tambien esta llevaba una bandera roja.

?Por que no eran mas y por que no tenian coches, canones, antiaereos, bandas de musica, sino tan solo una bandera roja y unas cuantas mulas cargadas con municiones y con los heridos al final?

Por la ladera norte descendia una cuarta columna. Entretanto, la primera avanzaba por la calle de Varosh. Las ventanas estaban abarrotadas. La gente hablaba en voz alta, agitaba los panuelos; alguien tocaba una armonica.

Sali corriendo a la calle. Se acercaban, palidos, delgados, vestidos con ropas que les estaban grandes o demasiado ajustadas. Buscaba con la mirada a mi tia. Una muchacha, otra mas. No. Aun mas muchachas. Se dirigian hacia el centro. Sin percatarme yo mismo, caminaba junto a ellos, con un grupo de chavales. La tia no aparecia por ningun lado. Quizas en la otra columna. Desde las ventanas continuaban saludandolos. Un grupo de mujeres corria junto a ellos y preguntaba sin parar. Alguien se abrazaba, rompiendo la formacion.

Las ventanas de la senora Majnur y del resto de las senoras estaban cerradas. Me asalto una desazon. Me parecio que alla, en algun lugar por delante, habia una trampa. Me parecio ademas que la columna avanzaba confiada hacia ella. La ciudad era grande y feroz. Las terribles bandas de Isa Toska, los ballistas con sus pellizas negras y sus bigotes, con las aguilas bordadas en hilo de oro sobre sus casquetes blancos, las multitudes desesperadas de italianos vencidos, aunque todavia armados, parecian estar esperando la delgada columna guerrillera para devorarla.

En las primeras filas, en efecto, sucedia algo. Se oyeron voces.

– Algo sucede.

– En el minarete.

– ?Que ha sucedido en el minarete?

– Los ojos.

– ?Que?

– El clavo. El clavo.

– Apartad a los ninos.

– ?Los ninos atras!

Nos apartaron.

Habia sucedido algo verdaderamente funesto. Mientras la columna guerrillera avanzaba hacia el centro, el muecin Ibrahim, que habia subido al minarete para presenciar la llegada de los guerrilleros, habia esgrimido de pronto un clavo y habia intentado sacarse los ojos. La gente que pasaba por la calle y que habia subido corriendo a la torre al darse cuenta le habia arrancado a duras penas de las manos el clavo ensangrentado. Habian intentado bajarlo, pero el, enfurecido y fuerte como era, les pidio el clavo gritando con voz potente: «?No quiero ver el comunismo!». Por fin, tras inutiles esfuerzos por hacerlo descender y ante el riesgo cierto de rodar ellos mismos por las escaleras a causa de su acometividad, la gente desistio y dejo solo al hombre que habia intentado sacarse los ojos. El muecin Ibrahim quedo con el pecho apoyado en la balaustrada, desde donde entonaba habitualmente sus oraciones, y con las manos colgando cantaba de forma estremecedora un antiguo himno religioso.

La noche encontro a la ciudad llena de ballistas, guerrilleros, gente de Isa Toska y multitud de soldados italianos. Era una noche cerrada, repleta de voces, gritos, consignas, cascos de mula, pasos. «?Alto! ?Quien va? ?Alto! ?Muerte al fascismo! ?Quien eres tu? ?Alto! ?Libertad para el pueblo! ?Alto! ?Quien va? Non preoccuparti… No os alarmeis. Somos los valientes de Isa Toska. ?Alto! El santo y sena. Non disturbare, che spariamo! No molesteis, que disparamos. ?Alto! ?Atras! ?Atras vosotros! ?Muerte al fascismo! ?No dispareis! ?Alto! ?Atras os digo! ?Muerte a los infieles! ?Alto!».

La ciudad parecia tener pesadillas. Hablaba entrecortadamente. Su balbuceo era sombrio, invocaba a la muerte.

Al amanecer, todo se tranquilizo. La lluvia habia cesado. El cielo estaba gris, pero con mucha luz. Por la callejuela se deslizo la mujer de Bido Sherif.

– Aqi Kaxahu se ha vestido de ballista -dijo sacudiendose la harina de las manos-. Lo he visto con mis propios ojos, el muy perro, todo cubierto de correajes y cartucheras.

– ?Asi reviente! -dijo la abuela.

Dona Pino empujo la puerta.

– ?Como es posible? No nos enteramos de lo que pasa -dijo la tia Xemo, que habia dormido aquella noche en casa.

– ?En manos de quien esta la ciudad? -pregunto la abuela.

– De nadie -respondio Dona Pino-. Es la hecatombe.

La ciudad estaba en manos de los guerrilleros. Se supo alrededor de las ocho de la manana, cuando sus patrullas se dejaron ver por todas partes. Los ballistas se habian replegado en el barrio de Dunavat. Las bandas de Isa Toska lo habian hecho en el monasterio de Selim. Los italianos llenaban ambos margenes de la carretera, la orilla del rio y una parte de la explanada del aeropuerto.

Reinaba la calma. La abuela y la tia Xemo tomaban el cafe matutino.

– Dicen que los guerrilleros van a abrir comedores colectivos -dijo la tia Xemo pensativa.

La abuela callo. Se puso los impertinentes sobre la nariz y miro fuera.

– ?Que puerta es esa que suena con tanto estrepito? -dijo-. Mira a ver. Me parece que es la casa de Nazo.

Lo habia adivinado. Si que estaban llamando a la puerta de Nazo. Eran tres guerrilleros. Uno, el que llamaba, tenia una sola mano: la izquierda. Los otros dos miraban las ventanas. Nazo y su nuera se asomaron.

– ?La casa de Maksut Gega? -grito desde abajo el guerrillero.

– ?Mande usted? -dijo la nuera de Nazo.

– Que salga Maksut en seguida.

– Maksut no esta en casa.

– ?Donde esta?

– Se ha ido a casa de unos primos.

– Abre la puerta. Vamos a hacer un registro.

Salieron un cuarto de hora despues. El guerrillero manco extrajo del bolsillo de la chaqueta un pedazo de papel y, juntando las cejas, lo leyo.

Un minuto mas tarde llamaron al gran porton de los Karllashe. Al principio no respondio nadie. Volvieron a llamar. Alguien aparecio en la ventana.

– ?La casa de Mak Karllashe?

– Mande usted, senor guerrillero.

– Que salgan Mak Karllashe y su hijo.

La cabeza desaparecio de la ventana. Silencio. Dos de los guerrilleros se descolgaron las armas del hombro. El manco volvio a llamar. El porton era de hierro y los golpes resonaban a gran distancia.

Por fin se oyo ruido en el interior. Se oyeron tambien gemidos, lloros, un grito femenino. La puerta se entreabrio y aparecio Mak Karllashe. Alguien le tiraba de la manga. «?Papa, no salgas, papa!» Salio. Las bolsas que tenia bajo los ojos estaban negras. Su hija lo tenia agarrado por el brazo y no lo soltaba. Su hijo, con unas relucientes botas negras y la cara palida, completamente palida, iba detras. «?Papa!», gritaba la muchacha

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