– Si, ya lo he pillado la primera vez. ?Tienes algo nuevo que decir o vamos a seguir con la frase original de que pagare por lo que he hecho?
Myron se estremecio. En la epoca en que jugaba al superheroe, habia sido una persona muy bien relacionada. Ahora probaria si todavia lo era. Busco en la agenda de telefonos del movil. El nombre de Gail Berruti, su antiguo contacto en la compania de telefonos, seguia alli. A la gente le parece poco realista que los detectives privados de la tele tengan un contacto en la compania telefonica. La verdad es que es lo mas facil del mundo. Cualquier detective privado que se precie tiene un contacto en la compania telefonica. Pensemos en la cantidad de gente que trabaja para ella. Pensemos en cuantas personas estarian dispuestas a ganarse unos dolares extras. La tarifa corriente habia sido de quinientos dolares por factura entregada, pero Myron se imaginaba que el precio habria subido en los ultimos seis anos.
Berruti no estaba -probablemente estaba fuera el fin de semana-, pero le dejo un mensaje.
– Soy una voz del pasado -empezo Myron.
Le pidio a Berruti que le llamara con la identificacion del numero de telefono. Probo otra vez el movil de Aimee. Le salio el contestador. Cuando llego a casa, encendio el ordenador e introdujo el numero en Google. No encontro nada. Se dio una ducha rapida y despues comprobo sus mensajes. Jeremy, su mas o menos hijo, le habia mandado un mensaje desde el extranjero:
Hola, Myron:
Solo nos permiten decir que estamos en la zona del Golfo Persico. Estoy bien. Mama esta como loca. Llamala si puedes. Todavia no lo entiende. Papa tampoco, pero al menos hace como que si. Gracias por el paquete. Nos encanta recibir cosas.
Tengo que dejarte. Volvere a escribir, pero puede que este un tiempo ilocalizable. Llama a mama, ?vale?
Jeremy
Myron lo leyo una y otra vez, pero las palabras no cambiaron. El mensaje, como casi todos los de Jeremy, no decia nada. No le gusto la parte de «estar ilocalizable». Penso en la paternidad, en lo mucho que se habia perdido y en como encajaba ahora ese chico, su hijo, en su vida. Iba bien, penso, al menos para Jeremy. Pero era dificil. El chico era su mayor lo-que-podria-haber-sido, el mayor si-lo-hubiera-sabido, y casi todo el tiempo le dolia mucho.
Todavia repasando el mensaje, Myron oyo sonar el movil. Maldijo en voz baja, pero esta vez el identificador le dijo que era la divina senora Ali Wilder.
Myron sonrio mientras respondia.
– Servicios Semental -dijo.
– Fingiria que soy un vendedor de caballos -dijo el.
– ?Como se les llama a los que venden caballos?
– A las cuatro.
– ?Por que?
– Uau -dijo el.
– ?Estas sugiriendo un virtuoso clavo?
– Tardare un poco en llegar.
– Y tendra que ser rapido.
– Eso duele.
Myron relincho.
– Eso en lenguaje equino significa «Ya voy».
Pero cuando el llamo a su puerta, abrio Erin.
– Hola, Myron.
– Hola -dijo el, procurando no parecer decepcionado.
Miro por detras de el. Ali hizo un gesto de «lo siento».
Myron entro y Erin se fue arriba corriendo. Ali se acerco mas.
– Ha llegado tarde y no ha querido ir al club de teatro.
– Oh.
– Lo siento.
– No te preocupes.
– Podriamos ponernos en un rincon y besarnos -dijo ella.
– ?Se puede tocar?
– Mas te vale.
El sonrio.
– ?Que? -pregunto ella.
– Solo pensaba.
– ?Que pensabas?
– En algo que me dijo ayer Esperanza -dijo Myron-.
– ?Es aleman?
– Yiddish.
– ?Que significa?
– El hombre propone y Dios dispone.
Ella lo repitio.
– Me gusta.
– A mi tambien -dijo el.
Entonces la abrazo. Por encima del hombro vio a Erin en lo alto de la escalera. No sonreia. Los ojos de Myron encontraron los de ella y de nuevo penso en Aimee, y en como la noche se la habia tragado y en la promesa que habia jurado mantener.
10
Myron tenia tiempo antes de su vuelo.
Se tomo un cafe en el Starbucks del centro de la ciudad. El que le atendio tenia la actitud malhumorada marca de la casa. Mientras daba el cafe a Myron, dejandolo sobre la barra como si pesara una tonelada, la puerta de la calle se abrio con un
Eran seis ese dia, arrastrando los pies como si pisaran un metro de nieve, con la cabeza baja y temblores varios. Sorbian por la nariz y se tocaban la cara. Los cuatro hombres iban sin afeitar. Las dos mujeres olian a meados de gato.
Eran pacientes mentales. De verdad. Pasaban casi todas las noches en Essex Pines, una institucion