Supongo que ninguno de ustedes dudara de que hoy hemos bajado una cuesta, y a bastante rapidez.

— Naturalmente. Claro que si. El agua no corre hacia atras — le contestaron.

— Bueno. Pues el hipsometro indica que hemos ido cuesta arriba, subiendo durante el dia mas de mil setecientos metros. ?Que les parece?

Cuando todos se hubieron convencido de que no era ninguna bronca, Borovoi continuo:

— A lo mejor, continuando cuesta abajo, pronto saldremos de este increible abismo al lado del Polo Norte.

— Pues yo creo que se avecina una catastrofe pronuncio Gromeko con aire misterioso-. En este enigmatico agujero la atmosfera se halla extraordinariamente enrarecida y la presion desciende, anunciando un huracan, un ciclon, un tifon, una tromba o algo por el estilo. En espera de esa perturbacion, y para soportarla con calma, propongo a todas las personas razonables meterse en sus sacos de dormir.

Todos, incluso Borovoi, se echaron a reir y siguieron el consejo del medico. Pero el meteorologo verifico previamente si estaban bien plantadas las estacas y bien tirantes las cuerdas que sujetaban la yerta. Efectivamente temeroso de alguna catastrofe atmosferica, durmio inquieto, despertandose varias veces para escuchar si no habia arreciado el viento y se desencadenaba el fenomeno esperado. Pero todo estaba en calma. El viento soplaba regularmente como todo el tiempo atras, sus companeros dormian, los perros grunian y ladraban entre suenos. Borovoi volvia a posar la cabeza sobre la almohada, procurando ahuyentar sus temores y quedarse dormido.

Por la manana salio de la tienda antes que los demas para tomar nota de las indicaciones de — los aparatos que habia dejado fuera durante la noche. Sus companeros continuaban en los sacos de dormir.

De pronto se alzo la cortina de fieltro que servia de puerta, dando paso al meteorologo que volvia a layurtapalido y con los ojos desorbitados y pronuncio tartamudeando:

— Si estuviese solo, no dudaria ya de que me he vuelto loco.

— ?Pero que pasa? ?Que ha ocurrido? ?Que catastrofe se ha desencadenado? — le preguntaban, unos asustados y otros ironicos.

— Las nubes o la niebla se han disipado casi enteramente y el sol, ?comprenden ustedes? el sol polar, se encuentra en el cenit — grito Borovoi.

Todos corrieron hacia la salida, empujandose y vistiendose a toda prisa.

Sobre la llanura helada flotaba una bruma ligera y, a traves de ella, un disco rojizo lanzaba una luz tan pronto brillante como opaca, justo encima de los viajeros y no cerca del horizonte como debia encontrarse el sol polar a las cinco de la manana de principios de julio a 80 de latitud Norte.

Con la cabeza levantada, todos observaban silenciosos aquel extrano sol que ocupaba un lugar insolito.

— Que sitio tan raro es esta Tierra de Nansen — pronuncio al fin Maksheiev entre tragico e ironico.

— ?No sera la luna? — hipotetizo Papochkin-. Quiza estemos en la epoca de la luna llena.

Borovoi hojeo su prontuario de bolsillo.

— Efectivamente, es el momento de la luna llena, pero este disco rojo no parece la luna: luce con mayor fuerza y da mas calor.

— ?Y si en la Tierra de Nansen…? — comenzo Maksheiev.

Pero Kashtanov le interrumpio.

— En los paises polares, la luna nunca esta en el cenit durante los meses de verano: o no se la ve o apenas se levanta sobre el horizonte.

— Entonces, si no es el sol ni la luna, ?que es?

Nadie podia contestar a la pregunta. Los viajeros continuaron haciendo hipotesis y rechazandolas. Despues de desayunar volvieron a ponerse en camino. El termometro marcaba 8 sobre cero. La niebla se espesaba unas veces, ocultando el astro rojizo, y otras se disipaba, dejandolo entonces ver, inmovil en el cenit. Continuaban bajando por la llanura helada a lo largo de un gran arroyo. La cuesta parecia suavizarse.

Los perros corrian animosos y los Viajeros iban montados en los trineos, de los que se apeaban de vez en cuando para arreglar algun tiro o tender una pasarela sobre una grieta mas profunda.

En cuanto el sol aparecia entre los remolinos de niebla todos levantaban la cabeza para contemplar aquel astro enigmatico que ocupaba en el cielo una posicion tan antinatural.

A la hora del almuerzo se hizo alto como siempre.

Aunque los relojes eran los unicos que senalaban mediodia porque el sol continuaba en el cenit y no parecia tener intencion de cambiar de sitio.

— Cuanto mas lo miro, menos lo entiendo — rezongo Borovoi-. Incluso a 80 de latitud Norte el Sol debe desplazarse en el cielo y no estar en el mismo sitio, puesto que la tierra gira.

Durante el alto determino la altura del Sol, que era igual a 90?.

— Cualquiera diria que estamos en los tropicos durante el solsticio de verano o en el ecuador durante el equinoccio — dijo despues de sus observaciones-. ?Que latitud apunto? ?Que me piquen si tengo la menor idea de donde nos encontramos y de lo que ocurre a nuestro alrededor! Las ideas se me embrollan y todo me parece un sueno estrafalario.

Los demas compartian el sentimiento de Borovoi y no lograban explicarse aquel nuevo fenomeno incomprensible que, por lo misterioso, superaba a todos los anteriores: las indicaciones contradictorias de los aparatos, el viento que soplaba siempre en la misma direccion, las nubes constantes, el calor anormal, la luz rojiza y la colosal depresion, mas profunda que todas las conocidas sobre la tierra.

Durante el almuerzo y el descanso que le siguio se hicieron miles de conjeturas sobre las catastrofes que habian podido producirse en la tierra desde que los viajeros, primero en elEstrella Polary luego en la Tierra de Nansen, se hallaban aislados del resto del mundo.

Capitulo XI

LA TUNDRA POLAR

Hacia la tarde, la llanura nevada dio paso a unos monticulos de hielo. Una bruma ligera flotaba en el aire, ocultando apenas el sol rojizo que se mantenia en el cenit como mofandose de los viajeros que seguian observandole con asombro.

Se acercaba el momento de detenerse para pasar la noche, cosa que hubiera resultado bastante incomoda en una cresta helada: aunque el sitio era suficiente, el agua se encontraba muy abajo y era imposible llegar a ella por la vertiente helada y lisa. De manera que los viajeros continuaban su camino con la esperanza de encontrar un lugar mas adecuado, sobre todo teniendo en cuenta que, entre la niebla, vislumbraban por delante una oscura llanura.

Serian las siete de la tarde cuando los monticulos de hielo perdieron altura y, en lenguas blancas y planas, fueron a morir en feston gigantesco al borde de aquella planicie oscura donde los arroyos se habian abierto cauces poco profundos y continuaban fluyendo entre orillas pantanosas. Terminado el hielo, los trineos se atascaron inmediatamente en la tierra viscosa y desnuda. Los perros, con la lengua fuera, se negaban a continuar avanzando. Los viajeros saltaron de los trineos. Habian recorrido el ultimo kilometro en la espera angustiosa de la nueva sorpresa que les preparaba aquella extrana Tierra de Nansen: una llanura sin nieve.

De un mismo movimiento, todos se inclinaron para examinar y palpar aquella tierra ansiada despues de tantos dias entre nieves v hielos. La tierra, de color pardo oscuro, empapada de agua y pegajosa, no estaba enteramente desnuda, sino cubierta por los tallos encogidos de una hierba rala y amarillenta y por las ramas retorcidas y rastreras de arbustos enanos sin hojas. Los pies se hundian en la tierra unos cuatro centimetros, levantando cantando chorros y surtidores pequenos de agua amarilla.

— ?Que les parece a ustedes? — rezongo Kashtanov —, A 81 de latitud Norte desaparece la nieve, hace la misma temperatura que en Finlandia, la tierra esta desnuda y el Sol en el cenit.

— ?Tendremos que instalar la tienda en este pantano?

— pregunto tristemente Papochkin.

— No es un pantano, sino lea tundra del Norte — explico Maksheiev.

— Con eso no salimos ganando nada — observo Borovoi-. Los perros se niegan a tirar de los trineos y,

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