al Norte y esteparias al Sur y un bosque tupido en las orillas. Los viajeros hicieron alto a mitad de la jornada en la margen izquierda, que Kashtanov y Gromeko fueron a explorar despues del almuerzo.

La flora ofrecia muchas novedades: habia ya plantas eternamente verdes como mirto, laurel y laurel- cereza. Los nogales eran de talla gigantesca, que no cedia a los robles, las hayas y los olmos. En la vertiente meridional se encontraban hayas, cipreses, tuyas y tejos. Esplendidas magnolias abrian sus grandes flores olorosas. En la espesura proxima a la orilla crecian bambus, y lianas, Gromeko no hacia mas que manifestar su admiracion.

Aquel dia, la temperatura subio a 25 a la sombra; habia cesado el viento del Norte que hasta entonces acompanara a los viajeros. El aire era pesado, saturado por las emanaciones de los tupidos bosques. Los dos hombres subian una cuesta con dificultad, empapados en sudor aunque el sol apenas brillaba a traves del velo de las nubes.

Toda la naturaleza parecia adormecida y quieta bajo los efectos del calor; aves y animales se habian acogido a la sombra.

Cuando llegaron a lo alto de la colina, Kashtanov y Gromeko se sentaron a descansar un poco y, vueltos hacia el Norte, para examinar la region, comprendieron a que se debia el calor agobiante: un enorme nublado violaceo, presagio de una tormenta inmediata, formaba en el horizonte una muralla almenada de torres fantasticas; lo precedia un cumulo de color azul cardeno de bajo del cual brillaban unos relampagos deslumbradores. El cumulo avanzaba a gran velocidad.

— Vamos corriendo hacia las barcas — exclamo el botanico —, porque el aguacero sera probablemente tropical.

Descendieron la cuesta, enredandose en las altas!hierbas y dejandose deslizar en los lugares mas abruptos. A los diez minutos llegaron al campamento, donde Maksheiev y Papochkin les aguardaban ya con impiaciencia, sin saber que hacer. La tienda podia no resistir a los embates de la lluvia y al granizo que probablemente la acompanaria. Como el rio podia desbordarse y arrastrar arboles descuajados, tampoco se estaria a salvo en las lanchas. Lo mas razonable, al parecer, era sacar a la orilla la impedimenta y las barcas y buscar cobijo en la espesura.

Al discutir este plan con sus companeros, Papochkin recordo que, durante una pequena excursion hecha al perseguir a una gran serpiente de agua rio abajo, habia visto al final de la colina una roca saliente que podia servir de refugio contra la lluvia. Pero habia que darse prisa porque la tormenta se aproximaba a toda velocidad. Subieron a las barcas, se dirigieron hacia la roca y, en unos minutos, descargaron toda la impedimenta y la guardaron bajo el saliente, que resulto bastante amplio para abrigar no solo a los hombres, el perro y los objetos, sino tambien las embarcaciones, con las que hicieron una proteccion contra el viento.

Despues de haber expulsado a unas cuantas serpientes de mediano tamano refugiadas en las grietas de la roca, los exploradores pudieron observar tranquilamente el grandioso espectaculo del cataclismo atmosferico.

El cumulo cardeno cubria ya la mitad del cielo, oscureciendo el sol; desde abajo parecia ahora un abismo completamente negro, surcado sin cesar por los culebreos deslumbradores de los relampagos seguidos de truenos de una violencia como no habian escuchado ninguno de los observadores. Eran unas veces explosiones ensordecedoras y sucesivas, otras crujidos como si se desgarrase una pieza enorme de hela muy fuerte, otras la detonacion de centenares de canones pesados.

El bosque inmediato susurraba sordamente bajo los primeros embates del viento. Del Norte llegaba un estrepito horrible, que causaba pavor e incluso sofocaba gradualmente los redobles de los truenos. Hubierase dicho que se aproximaba un tren gigantesco, arrollandolo todo a su paso.

Los viajeros, palidos, miraban con inquietud a su alrededor.

El huracan se acercaba levantando remolinos de hojas, flores, ramas, matorrales descuajados y aves que no habian tenido tiempo de buscar abrigo en el bosque. Las tinieblas se intensificaban. Entre los ensordecedores redobles del trueno todo silbaba, crujia y ululaba. Enormes gotas de agua y algunos granizos se estrellaban contra la tierra y el rio, que estaba agitado y se cubria de espuma. Luego la oscuridad se hizo absoluta, y solo a la luz de los relampagos se descubria por momentos un cuadro espantoso. El bosque entero parecia haberse levantado en el aire y galopar con las cataratas de lluvia y de granizo. El estrepito era tal que no se oian las voces ni aun gritandose al oido.

Pero aquel cataclismo no duro mas de cinco minutos. Pronto empezo a clarear; las embestidas del viento se debilitaron, el estrepito y los truenos alejaronse hacia el Sur y no hacia ya mas que lloviznar. En cambio, el rio, ahora de color pardusco, habia crecido, estaba sucio y cubierto de espuma y acarreaba hojas, ramas y arboles enteros. Por el cielo galopaban todavia jirones de nubes grises, pero Pluton asomaba ya, iluminando las devastaciones causadas por la tormenta.

Abandonando su refugio, los hombres miraron a su alrededor. Al liado de las barcas se amontonaban hojas y ramas entremezcladas de granizos del tamano de nueces. Algunas ramas puntiagudas habian sido lanzadas con tanta fuerza que habian agujereado los flancos de lona de las barcas. Era preciso repararlos inmediatamente. Armados de agujas, hilo y trozos de lona alquitranada, pusieron manos a la obra.

El remiendo de las lanchas duro cerca de una hora y, — en ese tiempo, el rio habia vuelto a su cauce y habia quedado limpio, de manera que se podia continuar el camino. El nubarron negro habia desaparecido al Sur, detras de las colinas, y los viajeros contemplaron por primera vez la cupula del firmamento despejada, de color azul oscuro.

— Parece mentira — dijo Papochkin subido ya en lea barca— que justamente encima de nosotros, encima de este cielo azul se encuentre a unos diez,mil kilometros de distancia otra tierra igual que esta, con bosques, rios y animales diversos. ?Que interesante seria verla sobre nuestras cabezas!

— La distancia es demasiado considerable — observo Kashtanov-. Una capa de aire tan espesa, con particulas de polvo y vapores de agua no, es bastante translucida; ademas, la tierra, cubierta de vegetacion, refleja poca luz y no tiene brillo suficiente.

— ?Se han fijado ustedes — pregunto Maksheieve— que ayer, desde una colina bastante baja, abarcabamos con la mirada mucha mas extension que arriba, sobre la tierra? Distinguiamos la llanura boscosa a un centenar de kilometros quiza porque la superficie en que nos hallamos no es convexa como la del globo terrestre, sino concava. Daba la impresion de que nos encontrabamos en el fondo de una hondonada lisa.

— Teoricamente nuestro horizonte debia ser ilimitado y debiamos poder divisar la region, no ya a cien kilometros, sino a quinientos o mil, puesto que se levanta gradualmente hacia el cielo. Pero, a una gran distancia, las capas inferiores del aire no tienen ya la diafanidad suficiente y los contornos de los objetos se difuminan y se confunden poco a poco.

— Por lo tanto, la linea del horizonte no puede ser aqui tan neta y precisa pomo arriba, sobre la tierra. En realidad aqui no hay horizonte y lo que vemos es el paso gradual del suelo al firmamento.

— Lo que ocurre es que, hasta ahora, las nubes a ras de tierra o la niebla no nos dejaban observar este fenomeno.

Hacia el final de la jornada, el rio se ensancho sensiblemente; la corriente, mas debil, obligo a los viajeros a remar de manera ininterrumpida si querian avanzar con bastante rapidez.

En las murallas de vegetacion de ambas orillas se veian ?algunas canadas por donde se marchaba parte del agua en forma de brazos estrechos o, al contrario, afluia hacia el cauce principal. Empezaron a aparecer islas, bordeadas de tupidos juncos que crecian en el agua.

Al contornear una de aquellas islas, los exploradores descubrieron en el cinturon de juncos un corte del que partia un sendero, adentrandose en la verde espesura. Hacia alla dirigio Maksheiev su lancha para desembarcar y visitar la isla. Pero no habia hecho el bote mas que rozar suavemente la orilla fangosa con la proa, cuando aparecio entre la espesura la cabeza de un macairodo. Dos colmillos niveos, de lo menos treinta centimetros de largo, descendian de la mandibula superior como los de una morsa. La fiera debia estar ahita, porque no se disponia al ataque. Abrio unas fauces enormes, como bostezando, y su cabeza desaparecio luego entre las ramas. La presencia de aquel horrible carnicero hizo que los exploradores renunciaran a desembarcar en la isla. Al dia siguiente, el rio volvio a estrecharse y se hizo mas rapido.

El caracter subtropical de la vegetacion iba acentuandose: los robles, las hayas y los arces habian sido desplazados completamente por las magnolias, los laureles, los arboles del caucho y otros muchos que el botanico solo conocia de nombre o por los enclenques ejemplares cultivados en estufa. Desde las barcas era facil distinguir palmeras y yucas.

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