— ?Que sera? — pregunto Papochkin.

— Debe ser un triceratops, de la especie de los dinosaurios — contesto Kashtanov —, a las que pertenecieron diferentes reptiles gigantes.

— Pero es un reptil? ?Acaso ha habido reptiles astados? — pregunto Maksheiev.

— El grupo de los dinosaurios ofrece formas muy variadas de reptiles grandes y pequenos, tanta carniceros como herbivoros, que vivieron entre el triasico y el cretaceo.

— ?De manera que nos encontramos ya en el triasico! — exclamo Papochkin-. Y cuanto mas avancemos rio abajo mas monstruos de estos hemos de encontrar.

— Solo pido que sean tan inofensivos como este — observo Gromeko-. Porque no debe tener ninguna gracia encontrarse con un animal carnicero de estas dimensiones. Nos haria pedazos antes.de que tuviesemos tiempo de disparar.

— Los animales grandes suelen ser torpotes — objeto Kashtanov-. A mi entender el tigre macairodo es mas peligroso que estos gigantes.

— Habria que hacerle levantar la cabeza — dijo Papochkin-. O hacerle salir a un sitio mas despejado. Le he hecho ya das fotografias, pero en ninguna se ve el hocico ni las patas.

— ?Y si le disparamos un tiro? — propuso Maksheiev;

— No, porque huira asustado a se lanzara sobre nosotros. Me parece que ni con una bala explosiva se le podria abatir facilmente.

— ?Vamos a azuzarle a General!

Costo mucho trabajo convencer al perro, que grunia tembloroso, de que atacase.al monstruo. Por fin corrio a el con ladridos feroces aunque deteniendose a prudente distancia. El efecto del ataque del perro fue absolutemente inesperado. El monstruo se tiro al lago levantando enormes surtidores de,agua, y desaparecio entre el cieno removido.

Todas estallaron en carcajadas al ver.aquella fuga vergonzosa. Muy orgulloso de su victoria, General corrio

a la orilla y se puso a ladrar freneticamente contra las aguas turbias, en leas que se formaban grandes circulos. A los pocos minutos aparecieron en el centro del lago las astas y el cuello del saurio que asomaba para respirar. Papochkin tenia el aparato fotografico preparado, pero hubo de limitarse a fotografiar la cabeza porque, al ver en la orilla a sus extranes perseguidores, el animal volvio a sumergirse en cuanto respiro.

En otro lago General hizo salir de entre las malezas a toda una bandada de extranas,aves. Alcanzaban el tamano de un cisne muy grande, pero tenian el cuerpo mas largo, el cuello mas corto y un pico alargado y puntiagudo provisto de pequenos dientes cortantes. Nadaban y se zambullian muy bien para alcanzar las peces. Los viajeros lograron abatir uno.

Despues de haberlo examinado, Kashtanov dijo que debia ser un hesperornis, ave dentada del cretaceo que, por la estructura del cuerpo, se asimilaba a los pinguinos contemporaneos. Las alas, en estado embrionario, se disimulaban por entero en un plumaje de aspecto piloso.

Capitulo XXV

UN CINTURON DE PANTANOS Y LAGOS

Despues de tres dias de descender el rio por entre estepas secas, los viajeros llegaron a su extremo meridional donde la vegetacion cambio subitamente. Las orillas estaban ahora cubiertas de una tupida muralla de coniferas, de palmeras y de helechos de especies muy variadas, en su mayoria desconocidas, que alcanzaban la estatura de un hombre. En el agua, cerca de lia orilla, crecian unas plantas altas semejantes a los juncos, y los bajios estaban cubiertos de colas de caballo de metro y medio de altura y mas de 25 milimetros de diametro. De entre la maleza llegaba un zumbido permanente y unos extranos insectos giraban sobre el agua. Eran semejantes a las libelulas, pero la envergadura de las alas llegaba a cuarenta centimetros. El cuerpo, de reflejo metalico, media unos veinte centimetros de longitud. Unos eran amarillos con matices dorados, otros, de color gris acero; los habia verdes como la esmeralda, azul anil y encarnados. Aleteaban, planeaban y se perseguian en los rayos del sol con un estridor melodioso que recordaba el sonido de las castanuelas.

Sorprendidos por aquel hermoso cuadro, los exploradores dejaron de remar. Las embarcaciones flotaban lentamente rio abajo y los remeros admiraban aquel espectaculo. Papochkin busco un cazamariposas y, despues de varios intentos, capturo a una de las libelulas. Pero cuando iba a sacarla de la red le mordio tan dolorosamente un dedo que, desconcertado, el zoologo la dejo escapar.

La tupida cortina verde que bordeaba las orillas no les dejaba atracar y, cansados por le larga jornada, los viajeros buscaban en vano con la mirada algun lugar despejado para acampar.

El hambre empezaba a molestarles, pero los muros de colas de caballo iban haciendose mas espesos.

— ?Nos debiamos haber detenido al final de la estepa! — dijo Gromeko.

— Otra vez lo haremos mejor — replico Makshleiev riendo.

Los kilometros se sucedian sin que apareciese el menor claro en la vegetacion. Por fin, en un recodo del rio, aparecio en la margen izquierda una franja verde mas baja. Se adentraba en el agua una lengua de tierra, larga y estrecha, rematada por un banco de arena, en la que solo crecian colas de caballo. A falta de otra cosa, decidieron detenerse alli y acondicionar una pequena superficie para el campamento. Despues de resguardar las embarcaciones en una pequena ensenada entre le lengua de tierra y la orilla, los viajeros empunaron sus cuchillos de caza y se pusieron a luchar con las colas de caballo. Resulto una labor dificil porque los tallos gruesos, endurecidos por el abundante silice que contenian, resistian a los tajos, y, aun despues de cortados, dejaban unos tallos punzantes en los que era imposible sentarse o acostarse.

— Vamos a probar a arrancarlos de cuajo — propuso el botanico-. No creo que esten muy arraigados en este suelo blando del rio.

El consejo era bueno: las colas de caballo se arrancaban sin dificultad y, al cabo de media hora, los viajeros habian dejado limpio el terreno necesario para la tienda de campana y la hoguera. Pero se encontraron con que no podian encender fuego porque las colas de caballo estaban verdes y no urdian. Veianse imposibilitados no solo para hacerse la cena, sino incluso para hervir el agua del te Ademas, de entre las colas de caballo se habian alzado enjambres de mosquitos de veinte milimetros de longitud que solo hubieran podido ser ahuyentados por el humo de la hoguera.

— Ahora que me acuerdo — dijo Gromeko —, he vista aqui muy cerca, antes de desembarcar, un tronco seco que asomaba entre la maleza. ?Hay que traerlo!

Armados de hachas y cuerdas, Gromeko y Maksheiev desengancharon una de las lanchas y remontaron el rico. unos cien o doscientos pasos del campamento un grueso tronco seco con algunas ramas asomaba por encima de los matorrales verdes; pero crecia a tal altura sobre la margen que era imposible alcanzarle con la mano ni con el hacha.

— Habria que enganchar la cuerda en alguna de las ramas para ver si se parte — opino Maksheiev.

Grometo retuvo la lancha agarrandose.a las colas de caballa. Maksheiev arrojo la cuerda a una gruesa rama y empezo a tirar de ella. La rama no se rompia, pero el arbol entero empezo a crujir.

— Suelte la lancha y ayudeme a tirar — pidio a su companero.

Ahora los dos tiraban de la cuerda, de pie en la fragil embarcacion. El arbol se desplomo, golpeando en la proa de la barca, que empezo a sumergirse bajo su peso. Gromeko solo tuvo tiempo de agarrarse a las colas de caballo y atraer hacia ellas la popa de la barca, cuya proa habia desaparecido ya bajo el agua.

— ?Si que estamos bien! ?Que hacemos ahora? — exclamo Maksheiev.

Hallabanse los dos en la popa, con los pies metidos en el agua, agarrandose con una mano a las colas de caballo y reteniendo con la otra lo cuerda para que el desdichado arbol no se fuera a la deriva.

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