corria un poco de fresco que, desde luego, les faltaria en cuanto se alejasen del agua en aquella jornada horriblemente asfixiante y torrida.

Despues de sacar las lanchas a la orilla encendieron rapidamente una hoguera, calentaron la carne y prepararon el te. Tambien volvieron a ponerle compresas frias a General.

Repuestas las fuerzas, los tres se acostaron sobre la arena mientras el cuarto quedaba de guardia, ya que era preciso tomar precauciones contra un posible ataque de reptiles o de los misteriosos insectos.

Transcurrieron tres horas sin novedad. La ultima guardia incumbio a Kashtanov. Tendido en la arena, casi al borde del agua, reflexionaba en el destino ulterior de la expedicion, que podia ser lamentable si no lograban arrebatar sus bienes a los ladrones. Poco a poco empezo a quedarse traspuesto bajo la accion de aquella atmosfera asfixiante, cuando de pronto se desperto en medio de una espantosa pesadilla: sonaba que un reptil gigantesco habia caido sobre el y estaba lamiendole la cara con su enorme lengua pegajosa.

Abrio los ojos con un gemido de horror y vio, pegado a su cara, el hocico de General, que le habia puesto una pata sobre el pecho y lanzaba una especie de vagidos lastimeros.

El inteligente animal no habia despertado en vano a Kashtanov. Al levantar la cabeza, el geologo vio que al Norte se habia oscurecido el horizonte por completo: se preparaba una tormenta tropical como los viajeros habian experimentado ya una en el rio Maksheiev. Se escuchaba un estruendo ininterrumpido y el oscuro techo de nubes era desgarrado sin cesar por relampagos deslumbradores.

No habia tiempo que perder. Era preciso alejarse de la orilla del mar que, sin duda, se desencadenaria furioso.

Kashtanov desperto a sus companeros. Decidieron huir hacia las colinas porque el bosque podia resultar tan peligroso como la orilla del mar. Y se llevaron las lanchas por miedo a que el mar las arrastrara.

Una vez en lo alto de la primera fila de colinas, que Kashtanov identifico inmediatamente como dunas, los viajeros vieron que tras ella se abria un valle profundo, paralelo a la orilla del mar y completamente esteril, lo mismo que ambas vertientes de las colinas. No se veia por ningun sitio mas que arena rojiza, refulgente bajo los rayos de Pluton, que aun no habia ocultado el cumulo de nubes tormentosas.

En este valle decidieron los viajeros aguardar el final de la tormenta. Volvieron las lanchas y se metieron debajo. Aquella era su unica proteccion contra el aguacero, ya que los impermeables habian sido sustraidos con el resto del vestuario.

La tormenta no se hizo esperar. Un cumulo de color cardeno azulado cubria ya la mitad del cielo. Pluton estaba oculto, oscurecia rapidamente y los primeros embates del viento pasaron sobre el valle, arrancando chorros de arena a la cresta de las dunas, que ahora parecian humear. Lleno de arena caliente, el aire era todavia mas agobiador. Por fin llego el huracan. Kashtanov, que se habia asomado por debajo de la lancha, tuvo la impresion de que toda la primera fila de dunas se habia levantado en el aire y se desplomaba sobre el valle. La arena caia a torrentes encima de las embarcaciones. El bosque de colas de caballo que se distinguia en la ancha desembocadura del valle se estremecia bajo los azotes de la tormenta como si fuera un punado de juncos. Los tallos esbeltos de las colas de caballo se inclinaban casi hasta el suelo, las ramas se retorcian en el aire igual que mechones de cabellos verdes. Por el aire volaban copas de arboles, ramas y tallos. Las tinieblas eran desgarradas a cada instante por los fogonazos deslumbradores de los relampagos, despues de lo cual parecian aun mas intensas. Los truenos se sucedian sin interrupcion.

Al fin repiquetearon unas gruesas gotas de lluvia sobre las embarcaciones y luego se desencadeno el aguacero, que inmediatamente limpio el aire de arena y de polvo. Aunque el viento soplaba todavia con furia, la arena, empapada, no se alzaba ya. A pesar de los torrentes de agua que caian, de las laderas de las dunas solo bajaban pequenos arroyuelos que desaparecian en seguida, avidamente absorbidos por la arena,

La tormenta paso pronto Pluton fue asomando a traves de las nubes dispersas. Ceso la lluvia, y los viajeros quisieron salir de debajo de las lanchas, donde tenian que estar medio acostados y casi sin aire. Pero ? quia! Era imposible levantar las barcas, abrumadas por los montones de arena que habia traido la tormenta y que, empapada de agua, inclinaba el fondo bajo su peso.

— ?Estamos prisioneros debajo de la barca! — exclamo Papochkin-. Ayudennos a salir.

— ?Lo mismo nos ocurre a nosotros! — contesto Maksheiev, que estaba. debajo de la otra lancha con Kashtanov y General.

— ?Que piensan hacer?

— Abrirnos un paso en la arena mas blanda bajo el costado de la lancha.

— ?Es una idea! Nosotros haremos lo mismo.

Durante algun tiempo todo estuvo quieto. Solo se escuchaba resoplar a los hombres, que se abrian un paso en la arena lo mismo que topos.

Luego, por debajo de la proa de una de las barcas, salio Maksheiev, sucio y desmelenado, arrastrandose sobre el vientre. Le siguieron Kashtanov y, al fin, General. Por debajo de la segunda lancha aparecieron el zoologo y el botanico.

Despues hubieron de desenterrar las lanchas, sepultadas por la arena, y arrastrarlas valle abajo, camino de la vaguada. Pero, al llegar a ella, los viajeros se detuvieron sobrecogidos: por alli arrastraba sus aguas impetuosas, de color amarillo rojizo, un rio por el que era imposible navegar y que tampoco podia ser vadeado.

— ?Imposible continuar la persecucion! — exclamo apenado Gromeko-. Habra que aguardar a que baje el agua.

— Eso no es tan grave — observo Maksheiev-. Lo peor de todo es que las huellas de los ladrones han sido borradas — por el agua en la vaguada y por la lluvia en todas partes— y no vamos a saber hacia donde se han dirigido.

— ?Por que habremos hecho alto? — dijo Papochkin contrariado-. Antes de comenzar el aguacero habriamos podido probablemente recorrer una decena de kilometros y llegar quiza hasta el refugio de los ladrones.

— Lo hecho, hecho esta. Me imagino que no habra que buscarlos mucho tiempo, porque no van a ir cargados con nuestras cosas kilometros y kilometros — le consolaba Kashtanov.

El agua de la vaguada descendia a ojos vistas y, a la media hora, solo quedaban algunos charcos en los hoyos.

— ?En marcha! El agua ha descendido ya — dijo Maksheiev.

— Pero, ?que vamos a hacer con las lanchas? No es cosa de llevarnoslas a cuestas hacia el interior de la region sabe Dios cuantos kilometros — observo Kashtanov.

— Tendremos que dejarlas cerca del mar y unicamente ocultarlas de alguna forma para que no las roben esos mismos ladrones misteriosos.

— Podemos enterrarlas en la arena — propuso Gromeko.

— Buena idea. La arena esta blanda y, aunque no tenemos mas herramienta que las manos, solo queda esa salida.

Capitulo XXXIV

LOS REYES DE LA NATURALEZA JURASICA

Una vez enterradas las lanchas, los viajeros remontaron la vaguada, donde el agua habia desaparecido ya. Pero, en algunos lugares, habia que trepar a una u otra orilla porque cortaban el camino grandes charcos o porque la arcilla pegajosa dificultaba la marcha. Avanzaban con cuidado, mirando atentamente hacia los lados y con las escopetas preparadas por si se encontraban de pronto con los ladrones. A la izquierda de la vaguada continuaba el mismo bosque de colas de caballo, de helechos y palmeral mientras a la derecha se sucedian las hileras de dunas desnudas y rojizas. La guarida de los ladrones podia encontrarse tanto en el bosque como entre las dunas.

Al cabo de algun tiempo tropezaron con un objeto oscuro que yacia en la vaguada, medio sepultado por la arena y el limo; lo desenterraron y vieron una enorme hormiga negra: su cuerpo media alrededor de un metro de largo y su cabeza era poco menos gruesa que la de un hombre. Las patas, retorcidas en la agonia, terminaban en

Вы читаете Plutonia
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату