hundia entre las dunas por un valle bastante profundo.

A ambos lados crecian arbustos, pequenas colas de caballo, juncos azucareros y helechos. Remontando este valle, los exploradores anduvieron todavia unos cuantos kilometros y luego decidieron tomarse un buen descanso, despues de todo un dia de inquietudes y de marcha. El arroyo arrastraba ya bastante agua y la sombra de las palmeras y las colas de caballo invitaba al reposo. Hicieron te, cenaron los restos del huevo cocido y durmieron apaciblemente. Pero luego, como aparecieron hormigas por los alrededores, tuvieron que apresurar el desayuno a fin de alejarse cuanto antes del hormiguero y no traicionar su presencia a los insectos.

A pocos kilometros de alli las vertientes arenosas del valle dejaron paso a otras, de roca, ya que el cauce se adentraba ahora en la meseta formada por los montes. Makslheiev y Kashtanov buscaban el azufre, examinando paso a paso las rocas, uno en la vertiente derecha y otro en la izquierda, lo cual, naturalmente, frenaba mucho el avance. Papochkin y Gromeko se quedaban al borde del arroyo preparadas las escopetas, con la esperanza de cazar algun animal o rechazar el ataque de los reptiles o las hormigas. Pero no aparecia ninguna. La region iba haciendose mas desertica; al borde del arroyo escaseaban ya los arboles y los arbustos y solo una estrecha franja de hierba y de juncos azucareros lo enmarcaba. La existencia de estos ultimos alegraba mucho a los viajeros, ya que a ello se reducia su alimentacion en aquel desierto.

De animales no encontraban mas que enormes libelulas que revoloteaban sobre el agua y, de vez en cuando, pterodactilos que daban caza a estos insectos. El aire estaba absolutamente inmovil, los rayos de Pluton quemaban sin misericordia en aquel estrecho valle, cuyas vertientes desnudas estaban recalentadas como un horno y solo la presencia del agua y la posibilidad de saciar siempre la sed y de refrescarse animaba a los exploradores y les permitia continuar adelante.

Hasta entonces la busqueda de minerales sulfurosos habia sido esteril.

A la hora de la comida, los exploradores hicieron alto al borde del arroyo, prepararon el te, chuparon algunos juncos azucareros y se repartieron la ultima galleta.

— Esta tarde tendremos que probar la carne de libelula o matar algun pterodactilo — dijo tristemente Papochkin recogiendo las ultimas migajas de la galleta.

Capitulo XXXVI

HACIA EL INTERIOR DEL DESIERTO NEGRO

Despues de descansar, continuaron el camino valle arriba. En ambas vertientes se alineaban las mismas rocas negras y siniestras, que las grietas dividian en enormes y bastos cubos o en esbeltas y finas columnas. La vegetacion que enmarcaba el arroyo iba empobreciendose mas y mas, las colas de caballo escaseaban, las palmeras y los helechos habian desaparecido enteramente. Solo la hierba y los juncos azucareros seguian bordeando las orillas del arroyo.

Hicieron alto para dormir al pie del ultimo arbol seco a fin de utilizarlo como combustible. Como no habian cazado nada, prepararon el te, que bebieron en grandes cantidades con junco azucarero para enganar el hambre.

Luego, Maksheiev y Kashtanov subieron una vertiente del valle a fin de examinar los contornos: una llanura que se extendia hasta donde abarcaba la vista. Unicamente al Sur, a unos veinte kilometros, se alzaba un macizo de montanas en forma de conos aplastados.

Cuando los exploradores se apartaron unas decenas de pasos del borde del valle, lo bastante para perderlo de vista, advirtieron toda la sombria majestad del desierto que les rodeaba.

Su superficie era de roca negra y desnuda, salpicada de cascos de diferente tamano que se habian desprendido de ella bajo la accion de la elevada temperatura de los rayos eternos. La ninguna parte se veia un matorral ni una brizna de hierba. Una superficie de piedra negra hasta el horizonte y, sobre la cabeza, el cielo con el astro rojizo: un desierto absoluto, impenetrable, donde la muerte de hambre y de sed acechaba al audaz que hubiera osado adentrarse por mucho tiempo en sus espacios ilimitados.

La piedra negra, recalentada por Pluton, creaba una atmosfera de horno y, desde arriba, abrasaban los rayos perpendiculares del astro, sin que hubiera el menor refugio donde protegerse de ellos. Solo unas montanas que se alzaban al Sur ponian un rasgo distinto en la horrible y abrumadora uniformidad del desierto porque no eran negras, sino que estaban profusamente salpicadas de manchas y vetas blancas, rojas y amarillas.

Despues de haber observado aquellos lugares, Kashtarnov dijo a su companero:

— Me parece que nuestro avance al interior de este misterioso pais encontrara no lejos de aqui su tope. El valle que seguimos termina probablemente junto a aquel grupo de montanas y temo que, mas adelante, se extienda un desierto tan lugubre como este, imposible de atravesar sin equipos especiales, grandes reservas de agua, de viveres y de combustible.

— ?Es posible que todo el resto de la superficie interior de la tierra no sea mas que un desierto recalentado como este?

— Asi debe ser probablemente, por lo menos, hasta los alrededores del orificio que desemboque en el Polo Sur, si es que existe. En efecto, la humedad necesaria para la vida vegetal y animal llega a la cavidad interna por esos orificios. El mar que hemos atravesado constituye evidentemente el ultimo deposito de agua.

— Pero, como hemos visto, los vientos del Norte que dominar aqui pueden empujar esa humedad mas lejos todavia.

— Estos ultimos tiempos no hemos notado esos vientos, aparte algunos huracanes acompanados de tormentas. Es probable que las ultimas nubes que vienen del Norte descargan sobre el mar y en la franja proxima a el y que solo los restos de humedad llegan a este desierto ardoroso. El aire no logra impregnarse de ella y las lluvias son imposibles.

— ?O sea que no iremos mas alla de aquellas montanas del Sur?

— Asi es. Llegaremos hasta ellas y veremos si mis hipotesis son justas.

— ?Y que hacemos si en ese trayecto no encontramos los minerales sulfurosos que nos hacen falta?

— A juzgar por su forma y su color esas montanas deben ser volcanes apagados, y en las vertientes de los volcanes casi siempre se puede encontrar azufre. Estoy por asegurar que encontraremos alli lo que necesitamos.

— ?Y nos volveremos luego?

— Creo que debemos aprovechar el habernos alejado tanto del mar para hacer una ultima excursion hacia el Sur a fin de convencernos de que ese desierto no se puede atravesar. Entonces tendremos la conciencia tranquila porque habremos hecho cuanto permiten las fuerzas humanas.

— Sin embargo, es posible que en otro sitio el mar se interne hacia el Sur y nos permita avanzar tambien mas.

— Si recuperamos la impedimenta que nos han robado las hormigas, podriamos bordear el mar hacia el Este y el Oeste para convencernos de ello.

Despues de haber contemplado largamente el desierto y de haberse despedido de la superficie azulada del mar y de sus verdes orillas que se divisaban al Norte, en el extremo del desierto, los geologos volvieron hacia el campamento. Descendian por una grieta, resbalando sobre la pedriza y saltando de bloque en bloque, cuando oyeron dos disparos seguidos.

— ?Que es eso? ?Es posible que las hormigas hayan llegado tan lejos y ataquen a nuestros companeros? — pregunto Kashtanov.

— Hay que correr en su auxilio — dijo Maksheiev.

Aceleraron el descenso y, a los pocos minutos, llegaron al pie de la vertiente, de donde se dirigieron corriendo hacia el campamento.

Sin embargo, su inquietud era vana: las hormigas no habian atacado a sus companeros y, en cambio, el destino favorable enviaba a los exploradores el alimento de que carecian.

Sentados al borde del arroyo, Papochkin y Gromeko habian advertido una sombra que pasaba sobre ellos. Al levantar la cabeza vieron que un gran pterodactilo giraba sobre el valle, atraido quiza por un bote de hojalata que brillaba al sol. Sin pensarlo mucho, empunaron las escopetas y dispararon cuando el reptil bajaba describiendo un nuevo circulo. Una bala dio en el blanco y el animal se desplomo. Era un ejemplar muy grande

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