pintura que una nueva no consigue tapar.
– Lo siento, carino. Supongo que no puede hablar contigo sin pensar en Jason.
– Lo se.
– Por lo menos, duerme bien.
– Nos veremos dentro de un rato, mama, adios.
Sidney colgo el telefono y permanecio sentada durante unos minutos con la cabeza entre las manos. Despues se acerco a la ventana y descorrio unos centimetros las cortinas para mirar al exterior. La luna casi llena y las farolas iluminaban muy bien la zona. Pero asi y todo, Sidney no vio al hombre apostado en un callejon en la acera de enfrente que apuntaba con sus binoculares la ventana donde estaba ella. Iba vestido con el mismo abrigo y sombrero que llevaba en Charlottesville. Vigilo a Sidney mientras ella miraba la calle con expresion ausente. Los anos de practica en esta clase de trabajo le permitian captar todos los detalles. El rostro, y sobre todo los ojos, se notaban agotados. El cuello era largo y gracil como el de una modelo, pero lo echaba hacia atras lo mismo que los hombros, una senal evidente de tension.
Cuando ella se aparto de la ventana, el hombre bajo los binoculares. Una mujer muy preocupada, penso. Despues de haber observado las acciones sospechosas de Jason Archer en el aeropuerto la manana del accidente, creia que Sidney tenia sobrados motivos para estar preocupada, nerviosa, incluso con miedo. Se apoyo contra la pared de ladrillos y continuo la vigilancia.
Capitulo 23
Lee Sawyer miraba a traves de la ventana de su pequeno apartamento en Washington Sureste. Durante el dia, desde la ventana del dormitorio, se alcanzaba a ver la cupula de Union Station. Pero todavia faltaba media hora para el amanecer. Sawyer habia regresado a casa despues de investigar la muerte del gasolinero sobre las cuatro y media de la manana. Habia estado diez minutos debajo del chorro de la ducha bien caliente para relajar los musculos tensos y despejarse. Despues se habia preparado una cafetera, ademas de un par de huevos fritos, una loncha de jamon que tendria que haber tirado hacia una semana y unas cuantas tostadas. Puso todo en una bandeja y se lo llevo a la sala, donde se sento a comer. Solo encendio la lampara de mesa porque en la penumbra pensaba mas tranquilo. Mientras el viento sacudia las ventanas, Sawyer contemplo la disposicion de su sencillo hogar. Hizo una mueca. ?Hogar? Este no era su verdadero hogar, aunque llevaba aqui mas de un ano. Su hogar estaba en los suburbios de Virginia, en una calle arbolada; una casa de dos niveles, un garaje para dos coches y una barbacoa de ladrillos en el patio trasero. Este pequeno apartamento donde comia y, de vez en cuando, dormia, era el unico lugar que podia permitirse despues del divorcio. Pero no era ni nunca seria su hogar, a pesar de los pocos efectos personales que habia traido, en su mayoria fotos de sus cuatro hijos que le miraban desde todas partes. Cogio una de las fotos, la de su hija Meg, o Meggie, como la llamaban todos. Rubia y bien parecida, habia heredado de su padre la estatura, la nariz fina y los labios llenos. Su carrera como agente del FBI habia despegado cuando ella era una nina, y el habia estado en la carretera durante casi toda su adolescencia. Las consecuencias habian sido terribles. Ahora no se hablaban. Al menos, ella no le hablaba. Y el, mayor como era, y a pesar del trabajo que hacia, tenia demasiado miedo para volver a intentarlo. Ademas, ?de cuantas maneras se podia decir «lo lamento»?
Lavo los platos, limpio el fregadero y metio la ropa sucia en la bolsa para la tintoreria. Echo una ojeada para ver si faltaba hacer algo mas. En realidad, no habia nada. Sonrio cansado. Solo pretendia pasar el rato. Miro la hora. Casi las siete. Dentro de muy poco saldria para la oficina. Aunque tenia un horario de trabajo, estaba alli casi todo el dia. No era dificil de entender. Ser agente del FBI era practicamente lo unico que le quedaba. Siempre habria otro caso. ?No era eso lo que le habia dicho su esposa aquella noche? La noche en que se habia deshecho su matrimonio. Ella habia tenido toda la razon, siempre habria otro caso. Al final, ?que mas podia el pedir o esperar? Aburrido de esperar, se puso el sombrero, metio el arma en la cartuchera y bajo las escaleras en busca del coche.
A unos cinco minutos en coche desde el apartamento de Sawyer se alzaba la sede central del FBI en la avenida Pensilvania, entre las calles Nueve y Diez, noroeste. Alli trabajaban unos siete mil quinientos de los veinticuatro mil empleados de la institucion. De estos siete mil quinientos, solo alrededor de mil eran agentes especiales, el resto eran tecnicos y personal de apoyo. En una de las salas de conferencias estaba sentado un agente especial de alto rango. Otros miembros del FBI ocupaban la mesa, muy atareados en repasar documentos y archivos en sus ordenadores portatiles. Sawyer se tomo un momento para echar una ojeada y estirar los musculos.
Estaban en el Strategic Information Operationes Center [Centro de Operaciones de Informaciones Estrategicas] o SIOC. Se trataba de un sector de acceso restringido compuesto por un grupo de habitaciones separadas con tabiques de cristal y protegido contra todo tipo de espionaje electronico; se utilizaba como puesto de mando para las operaciones mas importantes del FBI. En una pared habia un grupo de relojes que marcaban las diferentes zonas horarias. En otra habia una bateria de monitores de television. El SIOC contaba con lineas de comunicacion directas con la sala de situacion de la Casa Blanca, la CIA y una multitud de agencias federales de seguridad. Carecia de ventanas y era un lugar muy tranquilo, donde se planeaban las grandes investigaciones. Una pequena cocina suministraba alimentos y bebidas para el personal durante las largas jornadas de trabajo. En estos momentos, preparaban cafe. Al parecer, la cafeina y la actividad cerebral iban de la mano.
Sawyer miro a David Long, un veterano de la division de explosivos del FBI que estudiaba ensimismado un archivo. A la izquierda de Long, se encontraba Herb Barracks, de la delegacion de Charlottesville, la oficina del FBI mas cercana al lugar del accidente. Junto a el estaba un agente de la oficina de Richmond, la oficina mas proxima al escenario de la catastrofe. Frente a ellos, se encontraban dos agentes de la oficina del area metropolitana de Washington, instalada en Buzzard Point, que, hasta finales de los anos ochenta, solo habia sido la oficina de la capital, aunque despues le habian incorporado la oficina de Alexandria, Virginia.
Lawrence Malone, director del FBI, se habia marchado una hora antes despues de recibir toda la informacion sobre el asesinato de Robert Sinclair, hasta hacia poco uno de los gasolineros de Vector Fueling Systems y ahora ocupante del deposito de cadaveres. Sawyer estaba convencido de que el Sistema de Identificacion Automatica de Huellas Digitales les diria que el difunto senor Sinclair tenia otro nombre. Los conspiradores, en un plan tan grande como parecia ser este, nunca utilizaban los nombres verdaderos para conseguir un trabajo que mas tarde les permitiria derribar a un avion.
Habian asignado mas de doscientos cincuenta agentes a la investigacion del atentado contra el vuelo 3223. Seguian todas las pistas, interrogaban a los familiares de las victimas y realizaban las averiguaciones mas minuciosas de todas las personas que pudieran tener un motivo y la oportunidad para sabotear al reactor de Western Airlines. Sawyer suponia que Sinclair habia hecho el trabajo sucio, pero no queria correr el riesgo de pasar por alto a un complice en el aeropuerto.
La prensa habia divulgado algunos rumores sobre la posibilidad de que el avion hubiese sido saboteado, pero el primer reconocimiento oficial sobre el atentado contra el aparato de Western Airlines se publicaria en la edicion del dia siguiente del
El FBI habia seguido la pista de Vector en cuanto los hombres del NTSB encontraron aquella inusitada prueba en el crater. Despues fue sencillo confirmar que Sinclair habia sido el gasolinero del vuelo 3223. Ahora, Sinclair tambien estaba muerto. Alguien se habia asegurado de que no tuviera la oportunidad de decirles por que habia saboteado el avion.
David Long miro a Sawyer.
– Tenias razon, Lee. Era una version muy modificada de uno de esos elementos de calefaccion portatiles. La ultima moda en encendedores para cigarrillos. Nada de llamas, solo un calor muy intenso suministrado por un alambre de platino, algo bastante invisible.
– Sabia que lo habia visto antes. ?Recuerdas el incendio en el edificio de Hacienda el ano pasado? -respondio Sawyer.
– Eso es. De todos modos, esta cosa es capaz de suministrar unos mil grados centigrados. Y no le afecta el viento ni el frio, incluso si esta empapado de combustible. Un suministro de combustible para cinco horas,