Una vez que los impacientes abogados estuvieron en su sitio y se hizo el silencio, dijo con una voz imponente que debia de haber presidido muchos juicios:

– Propongo empezar con los casos de fallecimiento y dejarlos listos.

A la hora de negociar un acuerdo, no habia dos casos de fallecimiento iguales. El deceso de un nino valia menos porque el menor no tenia capacidad de ahorro; en cambio, se valoraba mas el de padres jovenes por la perdida de ingresos futuros. Algunos de los fallecidos habian sufrido durante anos; a otros la enfermedad se los habia llevado rapidamente. Todos aportaban cifras distintas para los gastos medicos. El juez Rosenthal propuso un nuevo baremo -arbitrario, pero que al menos era un punto de partida- por el que cada caso se clasificaria dependiendo del valor que tuviera. Los de mayor valia recibirian un cinco y los de menor (los de los ninos) un uno. Se hicieron varios recesos mientras los abogados de los demandantes discutian la propuesta. Cuando por fin llegaron a un acuerdo, empezaron con Jeannette Baker. Se le otorgo un diez. El caso siguiente era el de una mujer de cincuenta y cuatro anos que trabajaba a tiempo parcial en una panaderia y que habia fallecido despues de estar luchando tres anos contra la leucemia. Se le concedio un tres.

Fueron avanzando lentamente a lo largo de la lista. En cada caso, al abogado se le permitia hacer la presentacion correspondiente y pedir una clasificacion mayor. No obstante, en ningun momento a lo largo de todo el proceso, Jared Kurtin dejo entrever cuanto estaba dispuesto a pagar por los casos de fallecimiento. Mary Grace lo observaba con atencion mientras los abogados hablaban. Lo unico que revelaban su rostro y ademanes era una profunda concentracion.

A las dos y media habian terminado con los de Clase Uno y pasaron a la lista siguiente, mas larga y mas complicada de clasificar, la de demandantes que seguian vivos, aunque luchando contra el cancer. Nadie sabia cuanto tiempo mas vivirian o cuanto sufriria cada uno. Nadie podia predecir la probabilidad de muerte. Los afortunados superarian el cancer y seguirian con sus vidas. El debate se desintegro en varias discusiones acaloradas y hubo momentos en que el juez Rosenthal perdio los nervios y se vio incapaz de hacerles llegar a un acuerdo. Hacia el final del dia, Jared Kurtin empezo a mostrar senales de cansancio y frustracion.

Cerca ya de las siete de la tarde, y cuando la sesion empezaba a tocar a su fin, Sterling Bintz no pudo contenerse.

– No se cuanto tiempo vaya poder seguir aqui sentado, contemplando este espectaculo -anuncio, con brusquedad, acercandose al extremo de la mesa, en la otra punta del juez Rosenthal-. Llevo dos dias aqui y todavia no se me ha permitido hablar, lo que evidentemente significa que se ha despreciado a mis clientes. Ya es suficiente. Represento una demanda conjunta de mas de trescientas personas afectadas y ustedes parecen dispuestos a darles por el culo.

Wes iba a reprenderle, pero se lo penso mejor. Que divagara lo que quisiera, de todos modos estaban a punto de levantar la sesion.

– Mis clientes no seran menospreciados! -insistio, a punto de ponerse a gritar, y todo el mundo se puso tenso. Habia un atisbo de desesperacion en su voz, mucho mas evidente en su mirada, y tal vez era mejor dejarlo despotricar un poco-. Mis clientes han sufrido mucho y siguen sufriendo, pero parece que eso no les importa. No puedo quedarme aqui eternamente. Manana por la tarde me esperan en San Francisco para negociar otro acuerdo. Tengo ocho mil casos contra Schmeltzer por sus compnmIdos laxantes y, vIendo que aqui la gente prefiere charlar de todo menos de dinero, permitanme informarles de mis condiciones.

Eran todo oidos. Jared Kurtin y los chicos del dinero levantaron la cabeza y se pusieron un poco tensos. Mary Grace estudiaba hasta la ultima arruga del rostro de Kurtin. Si aquel chiflado iba a lanzar una cifra sobre la mesa, ella no iba a perderse la reaccion de su adversario.

– No voy a aceptar un acuerdo por menos de cien mil para cada uno --dijo Bintz, con sorna-. Tal vez mas, segun el cliente.

Kurtin se mantuvo impasible; es decir, como siempre. Uno de sus asociados sacudio la cabeza; otro sonrio estupidamente, divertido. Los dos ejecutivos de Krane fruncieron el ceno y se removieron en sus asientos, rechazando la propuesta por absurda.

Mientras la cifra de treinta millones de dolares pendia en el aire, Wes hizo unos calculos sencillos. Bintz seguramente se llevaria una tercera parte, echaria unas migajas a F.Clyde Hardin y luego iria a por el siguiente filon colectivo.

F.Clyde estaba encogido en un rincon, en el mismo lugar que habia ocupado durante horas. El vaso de papel que llevaba en la mano contenia zumo de naranja, hielo picado y dos dedos de vodka. Al fin y al cabo casi eran las siete de la tarde de un sabado. Los calculos eran tan sencillos que los podria haber hecho hasta dormido. Se llevaba una tajada del 5 por ciento del total de los honorarios, o quinientos mil dolares si aceptaban la mas que razonable peticion que su coasesor habia propuesto con tanto atrevimiento. Segun el acuerdo privado entre ellos, tambien le correspondian quinientos dolares por cliente, y con trescientos clientes deberia de haber recibido ya ciento cincuenta mil dolares. Sin embargo, no era asi. Bintz le habia entregado un tercio de esa cantidad, pero no parecia demasiado dispuesto a discutir el pago del resto. Era un abogado muy ocupado y costaba encontrarlo por telefono. Estaba seguro de que acabaria cumpliendo, como le habia prometido.

F.Clyde dio un trago al tiempo que la declaracion de Bintz resonaba en la sala.

– No vamos a aceptar una miseria e irnos a casa -amenazo Bintz-. Espero que en algun momento de la negociacion, y cuanto antes mejor, se pongan los casos de mis clientes encima de la mesa.

– Manana por la manana a las nueve -dijo de repente el juez Rosenthal, con brusquedad-. Se levanta la sesion por hoy.

«Una pesima campana» era el titular del editorial del domingo de The Clarion- Ledger de J ackson. Apoyandose en una de las paginas del informe de Nat Lester, los redactores condenaban la campana de Ron Fisk por su sordida publicidad. Acusaban a Fisk de aceptar millones procedentes del gran capital y de utilizarlos para enganar a los electores. Sus anuncios estaban plagados de medias verdades y afirmaciones sacadas completamente de contexto. El miedo era su arma: miedo a los homosexuales, miedo al control de armas, miedo a los delincuentes sexuales. Se le condenaba por tildar a Sheila McCarthy de «liberal» cuando, de hecho, su trayectoria profesional, que los redactores habian estudiado, unicamente podia ser valorada de moderada. Arremetian contra Fisk por prometer que votaria esto o aquello en casos que todavia tenia que presidir como miembro del tribunal.

El editorial tambien censuraba todo el proceso electoral.

Ambos candidatos estaban recaudando e invirtiendo tal cantidad de dinero que se ponia en entredicho su futura imparcialidad a la hora de tomar una decision. ?Como podia esperarse de Sheila McCarthy, que hasta el momento habia recibido un millon y medio de dolares de los abogados litigantes, que olvidara esa aportacion cuando esos mIsmos abogados se presentaran ante el tribunal supremo?

Acababa con un llamamiento a abolir las elecciones judiciales y abogaba por el nombramiento por meritos, llevado a cabo por un jurado independiente.

El Sun Herald de Biloxi se ensanaba aun mas. Acusaba a la campana de Fisk de engano flagrante y se valia del mailing sobre Darrel Sackett como principal ejemplo. Sackett estaba muerto, no huido y al acecho. Llevaba muerto cuatro anos, algo que Nat Lester habia averiguado con un par de llamadas.

El Hattiesburg American invitaba a la campana de Fisk a retirar aquellos anuncios enganosos y a desvelar la procedencia de los grandes contribuyentes antes del dia de las elecciones. Exigia a ambos candidatos que dignificaran el proceso electoral y no mancharan la honrosa institucion del tribunal supremo.

En la pagina tres de la seccion A de The New York Times, la exposicion de Gilbert iba acompanada de fotos de Meyerchec y Spano, asi como de Fisk y McCarthy. Cubria las elecciones en general y a continuacion se centraba en la cuestion del matrimonio entre homosexuales creado e introducido en las elecciones por los dos hombres de Illinois. Gilbert habia realizado un trabajo concienzudo y habia acumulado pruebas que demostraban que ambos residian en Chicago desde hacia tiempo y que practicamente nada los vinculaba a Mississippi, aunque no mencionaba que pudieran estar siendo utilizados por politicos conservadores para sabotear a McCarthy. No hacia falta. E1 remate aparecia en e1 ultimo parrafo, donde se citaba a Nat Lester: «Esos tipos son una pareja de titeres que Ron Fisk y quienes lo respaldan utilizan para crear una polemica que no existe. Su objetivo es caldear los animos entre los cristianos de la derecha y hacerlos desfilar hasta las urnas».

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