morir!

Erminet, terriblemente conmovida por ese arrebato, la miro fijamente y dijo:

—No, si yo puedo impedirlo.

Cyllan tardo un momento en captar estas palabras, pero despues se quedo como paralizada.

?Que...?

— Ya me has oido.

Que Aeoris me valga, penso, ?que he dicho? Habia hablado impulsivamente, respondiendo a la desesperacion de la joven y a un turbador y creciente sentido de injusticia en su propia mente. Cuando habia salido de la celda de Tarod, se habia sentido irritada, en parte consigo misma y en parte con el, por resignarse de un modo tan pasivo a la muerte, pero sobre todo contra la cadena incontrolable de circunstancias que habian llevado a la condena de una vida joven y de importancia vital. Ahora comprendia el razonamiento de Tarod y les compadecia a los dos. Vieja tonta romantica como era, queria ayudarles, y ese impulso quijotesco habia hecho que se fuese de la lengua. Pero no queria, no podia, faltar a su palabra.

Hizo ademan de retirarse, pero Cyllan alargo una mano y la asio de la muneca. Detras de su expresion paralizada por la emocion, la mente de Cyllan se debatia en un torbellino de pasmado asombro, incredulidad y esperanza. La extrana anciana le habia traido un mensaje que solo podia ser de los propios labios de Tarod, y esto significaba que Tarod confiaba en ella. La Hermana Erminet no queria que muriese... y Yandros habia dicho que la ayuda vendria de dentro del Castillo, y que, cuando llegase, ella la reconoceria...

— Hermana... — La voz de Cyllan estaba ronca de desesperacion—. Dime, por favor: ?puedes ayudarnos?

Erminet se levanto, retiro el brazo y se sintio de pronto insegura de si misma.

—No lo se...

Cyllan se retorcio las manos, sin darse cuenta de lo que estaba haciendo. Casi en un murmullo, suplico:

—Tu tienes la llave de esta habitacion. Podrias dejarme salir...

— No. — Erminet suspiro profundamente—. Quiero ayudaros. Los dioses saben por que, pero le he tomado simpatia a tu Adepto; le compadezco y tambien te compadezco a ti. Pero no es facil..., debes comprenderlo. No puedo dejar simplemente que te escapes en la noche. Si llegase a saberse que yo... —vacilo—, que mis simpatias estan.. , contra la corriente... , no podria defenderme. Y aprecio mi vida, aunque no me queden muchos anos mas de ella. — Recobro una pizca de su causticidad al sonreir—. Todavia no deseo encontrarme con Aeoris, y menos con semejante pecado en mi conciencia.

Cyllan se resigno, dominando su disgusto al reconocer que Erminet tenia razon. Ademas, la libertad no le bastaba. Tenia que tener la piedra del Caos para salvar a Tarod y cumplir la palabra que habia dado a Yandros.

Inclino la cabeza, asintiendo.

— Lo siento, Hermana. Pensaba..., esperaba..., pero lo comprendo. — Su expresion era intensa detras de la cortina de sus cabellos—.

Y ahora, ?querras contestarme a una pregunta?

—Si puedo, si.

—Hay una piedra... Tarod solia llevarla en un anillo y el Sumo Iniciado se la quito cuando le capturaron por primera vez.

Erminet recordo la gema. La habia visto en la mano de Tarod cuando su primer encuentro, y segun rumores, contenia su alma...

— Lo se — dijo cautelosamente.

—?Sabes donde esta ahora?

Un fragmento de conversacion, oido mientras volvia a su trabajo al regresar el Tiempo...

—Si... —dijo Erminet.

Los ojos de Cyllan adquirieron un brillo febril.

— ?Dimelo!

—?Por que es tan importante?

Cyllan vacilo; despues decidio que no tenia mas remedio que contar al menos parte de la verdad a Erminet. Recordo las palabras de Yandros y dijo a media voz:

—Porque debe ser devuelta a su legitimo dueno.

Si lo que se decia de la gema era verdad, ponerla en posesion de su legitimo dueno podia significar la ruina de todos. Sin alma, Tarod era bastante formidable... , pero con la piedra en su posesion seria un adversario mucho mas terrible. Erminet tenia que asegurarse de lo que estaba haciendo. Fuera o no fuese del Caos, el Adepto de negros cabellos era un hombre de honor. Si daba su palabra de no causar ningun dano al Castillo, ella confiaria en su promesa. Pero no en la muchacha; esta emplearia la piedra contra cualquiera, amigo o enemigo, que tratase de frustrar sus propositos. Y por muy justos que fuesen sus motivos, Erminet no podia arriesgarse. En voz alta, respondio:

—No. No te lo dire, Cyllan; todavia no. —Y como la muchacha empezase a protestar, levanto una mano con firmeza—. He dicho no. No confio en ti, nina. Y no pretendo poner mi cabeza sobre el tajo de ejecucion en tu honor. — Se volvio y empezo a recoger sus filtros—. Pero volvere a ver a tu Tarod y hablare con el. Si —giro en redondo, apuntandola con un dedo amonestador— y solamente si me da su palabra de que el Castillo no sufrira ningun dano por la ayuda que pueda prestarte, reconsiderare lo que me has pedido. —Dirigio a Cyllan una triste pero simpatica sonrisa—. Es cuanto puedo hacer.

Era muy poco... y sin embargo podia ser bastante. Cyllan miro a Erminet y la esperanza centelleo en sus extranos ojos ambarinos.

La vieja sonrio ironicamente.

— Mientras tanto, ?quieres que le diga algo de tu parte? Si he sido mensajera una vez, puedo serlo otra. Ademas, el es tan suspicaz como tu; si no le llevo alguna respuesta tuya, me acusara de no haberte dado su mensaje, y no quisiera exponerme a su mal genio.

Cyllan, a pesar suyo, hubo de corresponder a su sonrisa.

—Si... Dile que la herida sano rapidamente.

—«La herida sano rapidamente.» —Erminet repitio las palabras para grabarlas en su memoria y despues dirigio a Cyllan una mirada de mujer chapada a la antigua—. ?Otro acertijo misterioso! No es de extranar que os avengais tanto; a los dos os gusta la intriga. Y no es que me importe el significado que puedan tener vuestras bromas... — Su expresion se suavizo—. No temas, muchacha. Se lo dire.

Cyllan asintio con la cabeza y la expresion de su semblante se clavo en el corazon de Erminet.

— Gracias, Hermana — murmuro en tono casi inaudible.

El ave de color castano claro miro a un lado y a otro, posada en el brazo del halconero, observando a su publico con lo que parecia desden en sus ojos como abalorios. El halconero, natural de la provincia Vacia, moreno y de nariz aguilena, inclino la cabeza y murmuro al oido del ave; esta respondio con un chillido, extendio las alas y las plego de nuevo.

El halconero miro al Sumo Iniciado y sonrio debilmente.

— Si tu mensaje esta listo, senor...

Keridil se destaco del grupo que se habia reunido en el patio del Castillo. Llevaba en una mano una hoja de pergamino dispuesta en un pequeno y apretado rollo. El halconero lo tomo y, con habiles dedos, los sujeto a una correa que pendia de una de las patas del ave, haciendo caso omiso de los intentos de esta de picarle la mano. Su sonrisa se convirtio en mueca lobuna.

—Ahora veremos si ha aprendido bien la leccion.

Murmuro de nuevo al ave y la criatura volvio a chillar, como lanzando un desafio a algun enemigo invisible. Esta vez extendio del todo las alas y unos cuantos espectadores se quedaron boquiabiertos al ver su envergadura. El halconero levanto el brazo; el ave, salto, batio el aire con sus grandes alas y se quedo planeando durante unos m> mentos a diez pies por encima de la cabeza del hombre. Despues, con una rapidez que provoco mas exclamaciones de asombro, se elevo como una flecha en el cielo claro y frio hasta que no fue mas que una mota oscura en la boveda azul. Planeo de nuevo y despues volo hacia las montanas del Sur, perdiendose en pocos segundos mas alla de la alta muralla del Castillo.

Los espectadores aplaudieron espontaneamente y Keridil estrecho la mano enguantada del halconero.

—Un comienzo de buen augurio, Faramor.

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