Y el rostro de Fenran aparecio de nuevo, debil y distorsionado, en el cristal de la ventana.

—?No!

La voz de Anghara sono como un chillido salvaje y lanzo el brazo como enloquecida contra el cristal. El vidrio se hizo anicos con el golpe; la sangre empezo a manar de los cortes de sus dedos y una abrasadora sensacion se apodero de los nervios de su mano. Lanzo un siseo de dolor, aspiro una bocanada del aire frio del amanecer que penetraba por la abertura y, junto con la brisa, le llego una oleada de color rojo que la cego. Sintio como perdia el control, como crecia una presion sofocante e intolerable en su interior; vio inclinarse la habitacion en un angulo imposible, sintio como la sangre se agolpaba como un torrente en sus oidos...

Y se encontro enroscada en posicion fetal contra la cama, aferrada a la colcha destrozada que ahora tambien estaba manchada de la sangre que manaba de sus dedos. A pocos pasos estaban los fragmentos rotos del fragil y complejo reloj, el precioso regalo de los parientes de su madre: la filigrana de plata retorcida de una forma horrible, los liquidos de colores se habian desparramado sobre las alfombras y habian desaparecido, y las esferas de cristal soplado y los tubos se habian reducido a miles de diminutas esquirlas que centelleaban frias ante sus ojos desde el suelo.

No recordaba haber roto el reloj, pero sabia por que lo habia hecho; por que habia tenido que hacerlo. Y no habia conseguido nada. Seguia enloquecida; y seguia sin poder llorar.

Fenran, muerto. Su padre, su madre, su hermano muertos. Imyssa desaparecida. Amigos, companeros que ahora no eran mas que carrona en el patio. Las aves marinas sin duda habrian empezado ya su festin... y seguia sin poder llorar. Estaba viva en una forma fisica, pero todo lo demas, todo lo que importaba, habia muerto con ellos; muertos a causa de lo que ella habia arrojado sobre Carn Caille. Y ni siquiera tenia la capacidad de sentir la angustia de su propia culpa. No quedaba nada.

Sentia una extraordinaria calma. Aunque las lagrimas no querian brotar, y el dolor y el remordimiento tampoco se querian hacer sentir, su mente estaba tranquila e imperturbable como un estanque del bosque. Tan solo habia una cosa mas que hacer, una accion que acabaria con ese vacio. Debia hacerlo ahora, sin esperar mas.

Su espada se habia perdido en la batalla, pero no importaba; no habia sido la suya propia, y la suya resultaria mucho mas apropiada para esto. Se levanto, y cruzo la habitacion despacio para arrodillarse junto al viejo arcon de madera que contenia sus mas preciadas posesiones. Alzo la tapa —aparto deprisa el fugaz recuerdo de aquel otro arcon tan extrano de la Torre de los Pesares— y saco la funda que contenia la fina y brunida espada que su padre le habia regalado al celebrar sus dieciocho anos. Saco la espada de su vaina, la hizo girar en la mano, y observo como captaba la luz de la habitacion y la reflejaba con intensidad. Habia cuidado de la espada con gran esmero, tal y como Kalig le habia ensenado, y estaba segura de que se sentiria satisfecho de las condiciones en que estaba, penso, como tambien aprobaria lo que ahora pensaba hacer.

Inclino la cabeza y tomo la larga masa de sus cabellos sujetandolos en un grueso mechon. La primera accion debia realizarse de un solo tajo, para demostrar que sus intenciones eran firmes y bien fundadas. Imyssa hubiera insistido en ello, exhortandola a llevar a cabo la accion en la forma correcta. Sonrio, y con un unico giro de la muneca que sujetaba la espada corto la pesada mata de cabellos, que cayo en una silenciosa lluvia sobre el suelo mientras ella los contemplaba con asombro. Grises. Ayer habian sido rojizos; hoy eran grises. Sonrio de nuevo y se puso en pie para sacudir la cabeza de modo que los cortados restos volaron alrededor de su cabeza como un halo; hecho esto, tomo la espada con ambas manos y la volvio hasta que su maligna y afilada punta apunto a su corazon. Rapido, limpio: todo lo que debia hacer era echarse hacia adelante, y todo terminaria. Sin remordimientos, sin despedidas. Una sencilla retribucion, una reparacion por lo que habia hecho.

—No, Anghara hija-de-Kalig.

Anghara dio una sacudida, la espada rigida entre sus manos y los ojos a punto de salirsele de las orbitas por la sorpresa. En una fraccion de segundo su mente registro que la voz era tranquila e impasible, sin el menor rastro del eco fantasmagorico que tanto la habia asustado en la aparicion de Fenran. Era real.

Volvio la cabeza, y recordo al Hombre de las Islas y a la criatura resplandeciente que la visitara.

El ser que tenia ante ella rodeado de una palida y tremula aureola era hermoso. Si era varon o hembra o si trascendia tales consideraciones ella no lo sabia; su forma era una mezcla androgina de delicadeza y fuerza. Su escultural figura estaba envuelta en una capa del color de las hojas recien nacidas, y sus largos cabellos tenian el calido tono del suelo de los bosques. Unos ojos de un dorado blanquecino contemplaban a Anghara; eran ojos llenos de dolor, pero totalmente despiadados.

La espada resbalo de las manos de la princesa, y el estruendo que produjo al golpear contra el suelo tuvo el peso de una intrusion en el peculiar silencio que habia descendido de repente sobre la habitacion. La muchacha dio un paso atras, al tiempo que empezaba a temblar de forma incontrolada. Luego —parecia lo unico que podia hacer, la unica cosa que era capaz de hacer, aunque resultaba un gesto desesperadamente inadecuado— cayo de rodillas.

—Anghara hija-de-Kalig. —El ser bajo la mirada hacia ella—. ?Que te hace pensar que tu, tambien, tienes derecho a morir?

Los dientes de Anghara castanetearon.

—Qui... quiero... —Con un terrible esfuerzo consiguio dominar su indisciplinada lengua y tambien su mandibula, y musito—: No queda otra salida...

—Entonces, ?te das cuenta de lo que has hecho?

La princesa cerro los ojos con fuerza.

—Si... —La palabra surgio como un siseo.

Escucho un roce y percibio la proximidad del ser cuando este se acerco mas.

—Durante siglos, las plagas que en una ocasion afligieron a la Tierra, nuestra Madre, han permanecido encadenadas y confinadas fuera del alcance del hombre, en la torre construida por la mano de ese devoto sirviente que conservais en vuestras leyendas. Tus antepasados han cumplido la palabra dada a la Madre Tierra durante todos estos anos. Pero tu no lo has hecho. Buscaste un conocimiento al que no tenias derecho; usurpaste un derecho que no tenias. Y ahora, por ese capricho tuyo, las cosas siniestras y malignas vuelven a estar libres en el mundo. ?Que tienes que responder a esto, Anghara hija-de-Kalig?

La sensacion de asfixia volvia a apoderarse de Anghara. Aspiro y tuvo que luchar por llevar algo de aire a sus pulmones.

—Yo no queria... —Se detuvo, mordiendose la lengua al comprender lo lamentables, lo inadecuadas que eran sus palabras—. Si pudiera hacer retroceder el tiempo...

—No puedes. Esta hecho.

—Pero mi padre y mi madre...

—Estan muertos. —La voz del ser poseia un frio tono despiadado—. Muertos, Anghara. Esa es la verdad y debes enfrentarte a ella. Fueron asesinados por los demonios que soltaste con tus propias manos... y no encontraras refugio a tu culpa en la locura.

La muchacha contemplo estupidamente la espada, alli en el suelo, tan cerca de ella, pero, al parecer, inalcanzable.

—?Ni en la muerte? —pregunto.

—Ni en la muerte. Morir seria facil para ti. Abandonarias el mundo, lo abandonarias a merced de aquello que tu has soltado en el. Y eso, criatura, seria una nueva traicion a la Madre de todos nosotros.

Las lagrimas empezaron a resbalar por las palidas mejillas de Anghara. Era la primera brecha que aparecia en el muro de contencion que la conmocion y la pena habian levantado en su interior, y aunque agradecio aquella liberacion, era como un vino muy amargo.

—Si lo hubiera sabido... —murmuro con voz entrecortada.

—Criatura, lo sabias tan bien como cualquier otro miembro de tu raza. La Tierra, nuestra Madre, no te impuso una eleccion: Ella te ofrecio la libertad de servirla o despreciarla, y fue tu propia voluntad la que te hizo escoger el sendero tenebroso.

La cordura regresaba. Anghara se dio cuenta, y el dolor que le produjo fue casi mayor de lo que podia soportar, ya que la obligaba a verse a si misma como realmente era. Pero el ser resplandeciente tenia razon: no podia haber escapatoria en la locura o en la muerte.

Su voz, cuando respondio, fue tan suave que ni siquiera sonaba mas fuerte que el debil gemido del viento que

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