liberado se han desperdigado por el mundo, y el mundo debera ser tu coto de caza si es que los has de encontrar y destruir. Pero no puedes regresar a Carn Caille.
El rostro de Anghara estaba gris como un pergamino viejo.
—?Jamas...?
El ser le sonrio patetico.
Quiso protestar, pero no pudo articular lo que sentia. En lugar de ello, muda, dejo caer la cabeza y asintio.
—Ya no eres Anghara hija-de-Kalig de las Islas Meridionales, excepto en el recuerdo de aquellos a los que dejes atras —siguio el emisario—. Debes escoger un nuevo nombre por el que los que encuentres en tu camino te puedan conocer. —Se detuvo—. Quiza debiera reflejar esto en lo que te has convertido.
La mirada de la princesa escudrino muy despacio la habitacion. Su mente protesto en silencio y con amargura contra el tono imperioso del emisario, pero sabia que no tenia mas eleccion que obedecer. Ya no era Anghara. A partir de ese momento debia abandonar todos los recuerdos, todo su pasado, y convertirse en una persona nueva.
Su mirada se poso en el suelo, alli donde yacian los restos del cristal de su reloj roto. Un fragmento, mayor que los otros, atrajo la luz del sol y lanzo un parpadeo multicolor de un azul purpura; era el color que los habitantes de Carn Caille asociaban siempre con la muerte, el color con el que se cubrian a si mismos y a las paredes de la antigua fortaleza cuando el reino estaba de luto. Era tambien, por una terrible ironia del destino, el color de sus propios ojos.
Aparto la mirada del pedazo de cristal y los clavo en los del emisario. Sus ojos tenian una expresion extrana cuando dijo:
—Me llamare Indigo.
CAPITULO 7
El emisario dijo:
—Vamos, Indigo.
Y al dirigir la mirada en la direccion que indicaba su mano, vio que el espejo de la pared, el espejo en el que habia visto el rostro atormentado de Fenran, empezaba a brillar con una luz interior. La luz se intensifico, ocultando el marco del cristal, al tiempo que se extendia por la habitacion como si de una avalancha de agua se tratara, y el ser la tomo de la mano.
—Vamos —repitio, y la palabra fue una orden.
Quiso gritar:
Sus pies se movieron con un impulso que no podia controlar, y avanzo en direccion al espejo, en direccion a la brillante luz. A su alrededor, los contornos de la habitacion empezaron a oscilar, hinchandose y desvaneciendose, como si estuviera colocada entre diferentes dimensiones, y llena de panico intento absorber por ultima vez las formas del familiar mobiliario, recoger en su memoria las imagenes, los sonidos y los olores de su hogar. ?Quien habia muerto? ?Quien seguiria con vida? ?Que seria de Carn Caille, ahora que el linaje de Kalig habia desaparecido? Lucho por formular estas preguntas, pero tan solo un gemido consiguio escapar de su garganta. La luz era cada vez mas brillante, a medida que su querida habitacion se perdia en un vago crepusculo mientras los engranajes del tiempo empezaban a girar de nuevo
De repente, un brillo insoportable surgio como una llamarada del corazon del espejo y sintio como algo se apretaba contra su espalda, e impulsaba a sus reacios pero impotentes pies hacia adelante. Por un instante sus manos extendidas tocaron la fria superficie del cristal; luego el espejo se disolvio y penetro en su interior con un traspie, lo atraveso, y con una silenciosa conmocion Carn Caille desaparecio.
El silencio la envolvio. Sintio el suave y fresco soplo del viento en su rostro, agitando los rapados mechones de su cabello; pero el viento no producia el menor sonido. Bajo sus pies, y bajo sus manos rigidas mientras seguia agachada alli donde habia caido, sentia la aspera solidez de un camino de piedra. Y aunque el intenso brillo se habia desvanecido, percibia a traves de sus bien apretados parpados que existia luz.
Indigo, antes Anghara, abrio los ojos.
El emisario de la Madre Tierra estaba ante ella; su figura resplandeciente era el unico pilar familiar en un lugar desierto y silencioso. Se encontraban en una carretera que se extendia vacia y recta como el mango de una flecha por un paisaje llano y sin rasgos distintivos. Sin hierba, sin arboles, sin colinas, sin setos. Sin sol en el cielo, sin una fuente para aquella luz desprovista de sombras que caia sobre ella. Sin nubes, sin pajaros. Tan solo la interminable llanura, marron y desolada, y la linea gris que era la carretera.
Volvio la cabeza —ni siquiera los guijarros de debajo de sus pies dejaron escapar el menor sonido al moverse— y miro a su espalda. Solo la carretera. La llanura vacia. Y, con total incongruencia, el espejo a traves del cual el ser la habia conducido colgaba sin que nada lo sujetase sobre el camino. Pero el cristal estaba en blanco y no reflejaba nada.
Se volvio de nuevo para mirar al resplandeciente emisario, y su boca se contorsiono en un
esfuerzo por reprimir una nueva avalancha de lagrimas.
—Por favor —susurro, y casi no reconocio su propia voz—. ?Que lugar es este?
—Un mundo mas alla del tuyo. Un lugar donde el rio del tiempo sigue un curso diferente.
—Carn Caille... —Sintio que el panico se apoderaba de ella—. ?Que le ha sucedido a Carn Caille?
El ser sonrio con tristeza.
—Lloran a tu familia, muchacha, como es correcto que hagan. Mira en el espejo otra vez.
Indigo miro, y vio que el cristal empezaba a aclararse...
Formaron un pasillo por entre la multitud que habia penetrado en la gran sala, para permitir que el joven paje guiara a Cushmagar hasta la mesa presidencial. El anciano arpista avanzo vacilante, sus manos nudosas sujetaban con fuerza el brazo del muchacho en el que se apoyaba, y los que estaban en las filas mas cercanas al lugar por donde pasaba vieron el brillo de las lagrimas en sus ojos ciegos y vacios.
Ningun hombre, ni ninguna mujer, ni ningun nino de los presentes en la sala hablaba. Cuatro cuerpos yacian ante la mesa envueltos en lienzos de ropa de color Indigo, sus cuerpos casi ocultos por completo bajo las coronas hechas de las brunidas hojas otonales de fresnos, saucos y endrinos. El silencio se interrumpia tan solo por el perdido y solitario sonido de una mujer que lloraba: habian colocado a Imyssa en un rincon junto al hogar, y las otras mujeres acariciaban sus cabellos y sus manos, sabedoras de que no podian curar su dolor pero intentando darle todo el consuelo que pudieran.
Indigo contemplo paralizada la escena del espejo, luego giro en redondo para enfrentarse con el emisario.
—?Hay cuatro cuerpos! —exclamo con voz angustiada—. ?Cuatro!
—El rey Kalig, la reina Imogen, el principe Kirra hijo-de-Kalig, y la princesa Anghara hija-de-Kalig.
—Pero mi madre..., ella se... —Indigo trago saliva con fuerza, incapaz de pronunciar las palabras—. ?No pueden haberla encontrado! ?Y yo todavia vivo!
El ser resplandeciente le contesto sin la menor emocion:
—I
—Pero mi
—La reina Imogen fallecio a causa de las mismas fiebres que acabaron con su senor y sus hijos.
—?Fiebres...? —El rostro de Indigo tenia un tono ceniciento.
—Una fiebres virulentas que barrieron las Islas Meridionales. Duraron poco, pero infligieron grandes perdidas, y entre sus victimas se conto la familia real de Carn Caille. Kalig y Kirra murieron rapidamente, al igual que Anghara y el joven del norte, Fenran. Imogen ardio de fiebre durante cinco dias y por ultimo sucumbio. Hubo muchos otros