—Ya hemos salido del puerto, chica. Desde ahora no hay otra cosa que ver mas que agua.
—Si... —Indigo reprimio un escalofrio.
Picada por la curiosidad, y en un intento de obligar a hablar a la muchacha, Laegoy continuo:
—Habra muy poca cosa que contemplar hasta que avistemos las costas de Scorva. Con el viento soplando del sur, no deberiamos tardar mas de cuatro o quiza cinco dias. Haremos escala en el puerto de Linsk, en el Pais de los Caballos, para cargar comida y agua fresca; luego cruzaremos el Mar de la Serenidad y seguiremos hacia el norte por los Estrechos de las Fauces de la Serpiente en direccion a la Isla de El Reducto. —Se interrumpio pero no hubo reaccion—. La ruta occidental tiene una navegacion mas dura, pero con las corrientes que existen en esta epoca del ano nos ahorraremos una semana de viaje o mas.
Indigo siguio sin decir nada, y la mujer arrugo la frente.
—Vayamos por la ruta que vayamos, sera un viaje largo, chica. Debes de tener un motivo para querer hacer un viaje asi, ?no? —anadio, al ver que Indigo se ponia en tension y la desconfianza aparecia en sus ojos—, no es que curiosee en tus cosas, pero espero que tengas amigos que te vengan a buscar cuando por fin lleguemos a Mull Barya. El Reducto puede resultar un lugar muy solitario sin amigos.
La preocupacion de Laegoy estaba llena de buena intencion, pero Indigo no podia mitigarla confiandole que se escondia detras de su decision de viajar a la gran isla del lejano norte. Se hacia pocas ilusiones de encontrar amigos entre los compatriotas de Fenran, ya que Fenran se habia alejado de su padre mucho antes de llegar a las Islas Meridionales. Pero todo el mundo se abria ante ella; aunque la Isla de El Reducto pudiera ofrecerle poco, sentia, aunque pareciera ilogico, que ir hasta alli la acercaria mas a Fenran, y aquello le proporcionaba un pequeno consuelo.
Le contesto a Laegoy:
—Estare bien, gracias.
—Como quieras. —Laegoy se encogio de hombros, luego indico con la cabeza en direccion a la cubierta de escotilla—. Debieras bajar a tu camarote y descansar un rato. Nada va a suceder hasta que la tripulacion empiece a vociferar en demanda de alimento, y por tu aspecto parece como si no te fuera a ir mal dormir un poco.
—No —respondio Indigo, tan deprisa que Laegoy percibio el tono de temor antes de que ella pudiera disimularlo y enarco las negras cejas.
—?Que sucede, chica? ?Tienes miedo a las pesadillas?
En los ojos de la muchacha aparecio una confirmacion a sus palabras, y la mujer sonrio torvamente.
—Hay formas de mantenerlas a raya. Te preparare una pocion y te la bajare: te prometo que dormiras como una criatura de pecho y no tendras que temer a los demonios de la oscuridad. —Paso su brazo alrededor de los hombros de Indigo y la apreto contra si, no suavemente sino con ruda cordialidad—. Ahora ve; anda.
El brusco comportamiento maternal de Laegoy trajo a la memoria de Indigo, como una punalada en el estomago, a Imyssa. Volvio la cabeza, parpadeo para reprimir las lagrimas que amenazaban con brotar y, tras recordarse a si misma que el momento de llorar habia quedado atras, asintio:
—Yo... —Pero no tenia palabras para explicarlo; noto un amargo sabor a ceniza en la boca—.
Gracias.
Con cuidado para que Laegoy no pudiera verle el rostro, se dirigio —con pasos vacilantes a causa de la inclinacion del barco— hacia la escalera de la escotilla.
Gracias a la pocion que Laegoy le preparo, Indigo durmio toda la noche y gran parte del dia siguiente y, tal y como la mujer habia prometido, no tuvo pesadillas. Cuando desperto, el
Cuando el ventoso crepusculo empezo a caer sobre el barco, la tripulacion se reunio sobre cubierta al abrigo de unas lonas, y, recordando que la musica debia ser parte del pago por su pasaje, Indigo desenfundo su arpa. Interpreto canciones marineras, salomas que todos conocian y podian cantar, y, al final, el Lamento de la Esposa de Amberland, una pieza conmovedora y hermosa creada mucho tiempo atras por la viuda de un pescador que habia visto hundirse el bote de su esposo frente al celebre Cabo de Amberland. Cuando la pieza finalizo, Laegoy, visiblemente emocionada, la abrazo con fuerza mientras los marineros golpeaban las tablas de la cubierta en ronca aprobacion, y por primera vez desde aquella espantosa noche que habia destrozado su vida y su mundo, Indigo sintio como las semillas del consuelo se agitaban en su interior. El ritmico movimiento del mar y el viento, el balanceo del
Pero su tranquilidad de espiritu no iba a durar. Una vez consumida la comida, Danog Uylason abrio un barril de sidra y, con las lenguas sueltas por una jarra o dos de bebida, la tripulacion empezo a hablar. En alta mar, sin ver nada verde que le recordara la estacion en que estaba, a Indigo le habia resultado facil olvidar que habian transcurrido meses mientras recorria la extrana y sobrenatural carretera con el emisario de la Madre Tierra, y ahora fue un gran golpe para ella escuchar los cambios que habian ocurrido en las Islas Meridionales.
Lo peor fue que solo pudo averiguar una pequena parte de la verdad. No se atrevia a hacer preguntas: la tripulacion del
Por el momento aun no habia un nuevo rey en Carn Caille. Las fiebres que habian barrido las islas a finales del verano habian sido de corta duracion pero de una virulencia terrible: cientos —dedujo Indigo por la conversacion de los marineros— habian muerto o habian estado a las puertas de la muerte, y las islas afectadas empezaban justo ahora a recuperarse. Y en Carn Caille los supervivientes del consejo real, descalzos y con los cabellos anudados en senal de luto, consultaban a los bardos y a las brujas del bosque, dibujaban runas y observaban los fenomenos naturales a su alrededor, en un esfuerzo por encontrar un digno sucesor de Kalig.
Se habia temido que uno o mas de los paises vecinos que no mantenian fuertes alianzas con las Islas Meridionales intentaran aprovecharse de la tragedia para arrebatar a los habitantes del sur la supremacia en el mar. Indigo supo que el
Fingiendo todavia dormir, Indigo escuchaba la conversacion y se esforzaba por no demostrar la menor emocion. En su interior, no obstante, la idea de un nuevo monarca, un nuevo reinado, una nueva familia en Carn Caille le sentaba como si tuviera ascuas al rojo vivo en el estomago, ya que la obligaba a comprender, como ninguna otra cosa lo habia conseguido, la cruel ironia de su situacion. Ella era, por derecho de nacimiento, la reina de las Islas Meridionales; pero en su lugar habria un recien llegado, incluso podria ser un desconocido el que ocuparia el gran sillon de la sala de Carn Caille, y su dinastia pronto no seria mas que un capitulo de la turbulenta historia de las islas.
No es, se dijo con amargura, que hubiera deseado ser reina. Lo que queria era que su padre siguiera vivo, con su hermano como heredero designado. Queria volver a tener a su madre, sofisticada y elegante. Queria a Fenran...
Al pensar en Fenran, las lagrimas se abrieron paso por entre sus cerrados parpados a pesar de sus esfuerzos por retenerlas. Un espasmo sacudio su cuerpo y se acurruco aun mas en su rincon, con la esperanza de que ninguno de los que ocupaban la cubierta del
Pero alguien si se habia dado cuenta. Laegoy fue a colocarse a su lado y le dio un codazo en las costillas. Cuando abrio los ojos, Indigo vio que la mujer la contemplaba con manifiesta piedad, pero cuando hablo su voz sono despreocupada.
—?Dormias, chica? Dudo que los hombres te dejen bajar sin otra cancion que envie a los vigias a sus puestos y al resto de nosotros a sus hamacas.
Indigo parpadeo y se enderezo con esfuerzo. Se sintio agradecida a Laegoy por ayudarla a mantener su