engano, pero se pregunto que habria deducido la mujer —si es que dedujo algo— de su momentaneo desliz. Laegoy sonrio bondadosa.
—La musica es buena para el espiritu, muchacha —anadio en voz baja—. Para el tuyo tanto como para el nuestro. Una pieza mas, y luego a dormir.
Uno o dos de los miembros de la tripulacion le dirigieron un gesto de animo, y se escucharon gritos de aprobacion cuando Indigo tendio la mano para tomar su arpa. Devolvio a Laegoy una sonrisa triste y pregunto:
—?Otra saloma?
—Eso es, chica. —Laegoy le pellizco el brazo con fuerza pero a la vez con afecto—. Otra saloma. ?Y que sea muy alegre!
Aunque los dias se alargaban, el sol todavia alcanzaba un meridiano bajo en aquellas latitudes. Cuando Indigo se desperto, a la manana siguiente, apenas si sobresalia de la linea del horizonte: esta vez habia dormido sin la ayuda de las pociones desterradoras de los suenos preparadas por Laegoy. Durante los dos dias que siguieron trabajo junto a la tripulacion del barco, alli donde fuera necesario que echara una mano. Ante su sorpresa, la agotadora actividad fisica le proporciono una gran sensacion de que se purificaba, de modo que a medida que pasaba el tiempo sintio que se empezaba a recuperar, muy despacio, de una herida que habia creido se infectaria sin la menor esperanza de curar jamas. Entretanto, mientras los tintes grises del crepusculo empezaban a tocar el mar y a convertirlo en estano, el quinto anochecer desde que salieran de Ranna, el estentoreo grito del vigia les indico la presencia de la mancha de una costa, y del distante, parpadeante faro del puerto de Linsk.
Indigo permanecio junto a Laegoy en el batayola para ver, por primera vez en su vida, el gran continente occidental que surgia de la cada vez mas densa oscuridad. Links era el puerto comercial mas importante del independiente y pequeno principado conocido como Pais de los Caballos, y la mayor parte de lo que vio mientras los remolcadores conducian al cliper hasta la orilla le recordo a las bulliciosas ciudades maritimas de las Islas Meridionales. Tras el rocoso muelle, un revoltijo de almacenes y casas se encaramaba por unos acantilados de poca pendiente, sus tejados de pizarra relucientes bajo la lluvia. El puerto en si era un bosque de elevados mastiles. Alrededor de los muelles brillaban luces que se reflejaban en formas caprichosas y danzarinas sobre el agua; a lo lejos, alli donde empezaban a descender las nieblas nocturnas, vio la mancha gris-verdosa de los paramos que se extendian tierra adentro.
El
—No dan a esta provincia el nombre de Pais de los Caballos sin motivo —le dijo—. Probablemente crian los mejores animales de monta que se pueden encontrar en todo el mundo, y siempre hay muchos para alquilar en Linsk. Danog te lo arreglara. —Sonrio de oreja a oreja y dio a Indigo un codazo en las costillas—. ?Y si utilizas como es debido ese arco tuyo en los paramos, no haremos ascos a un poco de carne fresca!
La idea de una larga cabalgada para aclarar su cabeza atraia a Indigo, al igual que la oportunidad de corresponder a las amabilidades de Laegoy aunque fuera de una forma tan nimia. Asi que, tras una noche de sueno inquieto —se habia acostumbrado al ritmico balanceo del cliper en alta mar, y su ausencia ahora le resultaba desorientadora— recogio una yegua alquilada a la manana siguiente y se dirigio tierra adentro. Colgada a la espalda llevaba su arpa, que era demasiado valiosa para arriesgarse a dejarla atras, un morral y su arco; si la caza abundaba tanto como daba a entender el paisaje, no tendria dificultad en cumplir con su encargo.
Laegoy no se habia equivocado con respecto a los caballos de aquella region: la yegua alquilada —un alazan de elevada estatura— tenia tanto brio como hubiera podido desear, y le recordo, con una punzada de dolor, a su propia y desaparecida
Cabalgo hasta que la yegua dio muestras de cansancio, entonces la obligo a reducir la marcha hasta ponerla al paso y por fin detenerla. Los bosques estaban mucho mas cerca ahora, a unos ochocientos metros como maximo; habia galopado mas de lo previsto, pero estaba satisfecha, porque la galopada no solo habia aliviado su mente y su cuerpo, sino tambien algo que pesaba en su alma. A lo mejor aquella sensacion no duraria: a lo mejor al cabo de algunos minutos, o de algunas horas, o incluso al cabo de algunos dias el tormento regresaria para acosarla. Pero mientras el respiro
continuara, se sentia muy agradecida por ello.
La yegua tiro del bocado, en un intento por salirse del sendero y mordisquear los jovenes pastos, pero Indigo la contuvo. Aparte de los caballos salvajes no habia visto ningun otro animal o pajaro, y si tenia que cazar, los bosques parecian mucho mas prometedores que los paramos. Espoleo a la
El rio era ancho pero la crecida que se producia a principios de primavera ya habia pasado, y aunque las aguas aun bajaban turbulentas, no tenian mas que algunos centimetros de profundidad. Su montura chapoteo a traves del pedregoso lecho, y tras detenerse a medio camino para beber, al cabo de unos minutos estaba ya entre los arboles.
El bosque no era como los de las Islas Meridionales. Alli, los arboles de hoja caduca tenian que luchar para sobrevivir entre sus parientes de la familia de las coniferas, que estaban mejor adaptados al clima frio; pero aqui el roble, el fresno, el abedul y el carpe proliferaban en un brillante mosaico de vivos tonos verdes. La maleza era espesa y variada, y del dosel que cubria sus cabezas llegaban intermitentes fragmentos del canto de las aves.
Habia senderos que cruzaban el bosque, medio cubiertos por la vegetacion pero lo bastante despejados para poder seguirlos sin peligro de perderse. Y sobre el suave mantillo del suelo se veian las huellas de pezunas.
Indigo sonrio y descolgo el arco. Sujeto las riendas alrededor del pomo de la silla y condujo a la yegua hacia adelante con las rodillas y los talones, los ojos alerta a cualquier signo de movimiento.
«Algo mas alla a su derecha...», siseso entre dientes, mientras sacaba la yegua del sendero en direccion al revelador movimiento. Justo frente a ella habia un pequeno claro natural donde, con mas luz para favorecerlo, la hierba crecia extraordinariamente exuberante. Era un lugar que acaso frecuentaran los animales para pastar y, mientras se deslizaba con cautela por entre las ramas hacia el, tuvo la satisfaccion de ver otro rapido movimiento entre las hojas, una fugaz vision de algo moteado por entre las sombras que se filtraban. Un ciervo, de buen tamano a juzgar por las huellas de sus pezunas; suficiente para ofrecer un banquete de carne de venado a toda la tripulacion del
La maleza del otro extremo del claro se agito. Indigo se preparo para disparar; esperaba ver al ciervo en cualquier momento emergiendo desde la frondosidad del bosque; pero en lugar de ello se produjo otro movimiento entre las hojas, como si algo hubiera sujetado con fuerza una rama y tirara de ella con violencia. La yegua echo las orejas hacia atras y su hocico se ensancho; Indigo percibio la repentina rigidez de sus musculos y se dio cuenta de que habia detectado algo adverso, y fuera del alcance de la percepcion humana.
—Chisst. —Bajo la voz hasta convertirla en el peculiar susurro carente de inflexion utilizado por los cazadores expertos de las Islas Meridionales—. No es mas que un ciervo.
Las orejas de la yegua se movieron hacia adelante por un brevisimo instante; seguia inquieta, Indigo empezo a desatar las riendas para tener un mejor control del animal; entonces, de repente, se quedo totalmente inmovil al oir como la maleza crujia de nuevo bajo el peso de unas pisadas, y tuvo una breve vision de su presa.
No era un ciervo. Aunque parecia tan grande como un gamo, su cuerpo no tenia la forma correcta: demasiado bajo, demasiado lustroso; el cuello demasiado corto y el hocico demasiado largo. Las enganosas sombras hacian que resultase imposible discernir ningun detalle, pero sintio que los musculos de su estomago se contraian de forma instintiva y comprendio que aquel animal era tan depredador como ella.
La confusa forma se movio, e Indigo comprendio que la habia visto. La cabeza, su perfil distorsionado por los matorrales y los troncos de los arboles por entre los que acechaba la criatura, se volvio en redondo, y unos ojos