una raiz del roble que sobresalia del suelo y empezo a examinar lo que llevaba encima en busca de algo que pudiera ayudarla a pasar la noche. Agua: una preparacion temprana le habia ensenado que jamas debia salir a cabalgar o de caza sin un odre lleno de agua. No habia comida, pero quizas hubiera brotes o raices comestibles al alcance de su mano si los buscaba, y si no, las punzadas del hambre no eran nada de lo que debiera preocuparse. Su mayor problema era resguardarse. A pesar de la gruesa boveda de hojas, el bosque ofrecia muy poca proteccion contra la lluvia o el frio penetrante, y su abrigo, aunque caliente, podia no ser suficiente para evitar que se helara si la temperatura nocturna bajaba tanto aqui como en su pais. No habia ninguna cueva ni matorral lo bastante espeso como para ofrecerle refugio, pero como minimo tendria un fuego: en su morral guardaba pedernal y yesca junto con su cuchillo, y en el suelo del bosque habia suficientes restos de hojas y ramas para hacer una buena hoguera.

Mientras la yegua mordisqueaba los pastos del extremo del claro, Indigo se puso a trabajar. Jamas habia tenido que encender un fuego por si misma con anterioridad, pero recordaba haber observado a los criados como preparaban las piras en las chimeneas de Carn Caille, o en los bosques cuando las cacerias duraban dos dias seguidos. Pronto tuvo ante ella un buen monton de broza, corteza y hojas; pero lograr que la pira se encendiera resulto menos sencillo; el material estaba humedo, y cuando consiguio por fin que prendiera la primera chispa y la avivo con un soplido al tiempo que la protegia con una mano, estaba agotada y desanimada.

No obstante, cuando el fuego por fin empezo a arder, tuvo un inesperado golpe de suerte. No supo si la luz o el olor a madera quemada habian despertado su curiosidad o si simplemente se paseaba sin rumbo por el bosque; pero un crujido la alerto, y a la moribunda luz del ocaso vio aparecer a un pequeno jabali junto a un abedul. Era muy joven, probablemente no tendria mas de dos meses, e Indigo se puso alerta al instante, consciente de que su madre podria muy bien estar por los alrededores y de que una jabalina adulta podia resultar peligrosa. Pero ni se veia ni oia a ningun animal de mayor tamano; el jabato la observaba como hipnotizado por la luz del fuego. Incluso cuando ella se inclino despacio y con cautela para tomar su arco siguio sin moverse, y tan solo ante el sonido de la cuerda al tensarse se volvio y salio a toda prisa.

Indigo disparo y el jabato dio un salto en el aire con un chillido de dolor cuando la saeta se incrusto en su costado. Rodo sobre si mismo entre pataleos y aullidos, y luego, al cabo de algunos segundos, se quedo inmovil fuera de alguna convulsion ocasional.

Indigo apreto los dientes para reprimir el dolor y se arrastro unos metros hasta donde estaba el jabato herido, y acabo con el a cuchillazos. Dio gracias en silencio a la Madre Tierra por sus habilidades cinegeticas y por la insistencia de Imyssa en que, princesa o no, debia saber como preparar y cocinar aquello que cazase. Quitarle las tripas al jabato resulto una tarea sucia y desagradable, pero se las arreglo para conseguirlo, luego corto una pierna y la ensarto en una rama descortezada que apoyo en angulo sobre el fuego, de modo que la carne quedara suspendida sobre las llamas. La pierna chisporroteo y pronto desprendio un aroma que hizo revolverse los jugos gastricos de su estomago; entretanto, la yegua seguia pastando. Cansada de tanto esfuerzo, y aun bajo los efectos dolorosos de su caida, Indigo se quedo dormida apoyada sobre el tronco del arbol.

Cuando desperto era negra noche. El fuego ardia todavia, pero muy debilmente; el descuido y un abundante rocio lo habian reducido a unas perezosas ascuas. Revolvio a su alrededor enseguida en busca de mas lena, y suspiro aliviada cuando las llamas se alzaron de nuevo y las sombras que la rodeaban se alejaron del renovado circulo de luz.

El bosque estaba muy silencioso. La yegua ya no mordisqueaba la hierba sino que permanecia inmovil con la cabeza gacha, durmiendo en esa forma peculiar en que duermen los caballos. Las aves estaban calladas ahora; tampoco soplaba viento suficiente para alborotar las hojas y hacer que susurraran, e Indigo sintio un escalofrio en la columna ante la incomoda soledad de estar aislada en el enorme y oscuro silencio. Este no era lugar para un ser humano solo; la luz de la hoguera dibujaba caprichosas sombras que convertian la maleza en una vaga amenaza apenas dibujada, sin forma ni simetria; los arboles, en fantasmales y sensibles vigilantes, criaturas procedentes del reino de las antiguas historias y supersticiones. Aunque lucho contra el impulso, Indigo no pudo evitar el recuerdo de los deliciosos e inofensivos relatos de Imyssa, emocionantes en la acogedora seguridad de su dormitorio iluminado por el fuego de la chimenea en Carn Caille, pero que ahora habian sido transportados de forma siniestra al terreno de lo tangible. El Caminante Castano, alto como un roble pero delgado como el mas joven de los arboles, con su unico ojo y la boca en el centro del pecho de la que brotaba el incesante ulular que era el ultimo sonido que escuchaban sus victimas. Los Dispersadores; criaturas achaparradas de pelaje abigarrado, con quinientos dientes cada una, cuyo nombre provenia de su costumbre de esparcir los huesos de aquellos que chocaban contra ellos, cuando habian consumido los ultimos restos del tuetano. Ginnimokki, de quien se decia que en una ocasion habia sido una mujer, pero ahora era un esqueleto viviente que se arrastraba, se enfurecia y aullaba.

Un escalofrio le recorrio toda la columna vertebral como una onda expansiva y la dejo sin aliento. No queria pensar en aquellas viejas historias macabras, pero se agolpaban en su cerebro de forma espontanea, atraidas por la profundidad del bosque, su oscuridad y su silencio. Cualquiera de esos horrores o una docena de otros parecidos podia surgir de entre las sombras en cualquier momento, surgir del reino de los suenos para enfrentarse a ella. Y no tenia defensa, no habia muros de piedra que la protegieran, ni ninera que la adormeciera con sus canciones.

Indigo sintio un temor enfermizo que no habia sentido desde la infancia. Miedo a lo desconocido, a la soledad, a los monstruos sin forma que vagabundeaban por las noches solitarias; un terror profundamente arraigado que era mucho peor que el otro temor mas natural a animales de rapina que pudieran acechar. Extendio una mano y agarro la bolsa que contenia el arpa, de la que saco el instrumento, con dedos helados y torpes. El hambre que la habia asaltado antes habia quedado anegada por un temor nauseabundo; la pierna del jabato seguia cociendose, pero ahora la idea de comer le revolvia el estomago. Lo que necesitaba era espiritual, no corporal. Solo la musica podria mantener a raya los horrores de la noche... y de su mente.

El arpa estaba desafinada y gimio como un espiritu atormentado cuando pulso las cuerdas. Temblando, Indigo la afino; luego se acomodo y aspiro profundamente varias veces antes de empezar, despacio primero pero ganando seguridad luego, a entonar una dulce cancion marinera. El sonido del arpa con el telon de foro del bosque resultaba de una impresionante belleza; sin muros que la encerraran, las nitidas notas relucian y temblaban en la oscuridad, y se dio cuenta de que respondia a la musica, que su pulso reducia su marcha, que su mente se relajaba como si la musica la consolara. Tras la cancion marinera interpreto una danza del Mes del Espino, una celebracion de la llegada del verano; luego una cancion de la cosecha que subia y bajaba con el ritmo del ondulante maiz y las veloces guadanas.

Estaba ya a mitad de la cancion de la cosecha cuando vio unos ojos palidos que la observaban desde la oscuridad.

La musica se detuvo con una horrible disonancia, y el arpa cayo al suelo con un enojado «clang» al perder Indigo el control de sus manos. Paralizada por el susto, clavo los ojos en el pedazo de maleza, en los dos circulos dorados que capturaban la luz del fuego y la reflejaban con un brillo salvaje.

La razon lucho por imponerse. Aquello no era una manifestacion sobrenatural; era simplemente un animal del bosque. El resplandor de las llamas, el olor de la carne que se asaba...; desde luego que aquello atraeria depredadores. ?Un felino? Habia visto gatos monteses en las Islas Meridionales, y era posible que habitaran en el Pais de los Caballos, tambien. Pero estos no eran ojos de gato. ?Que eran, entonces?

Algo se movio, algo que era un punto mas oscuro que las sombras. Con un movimiento reflejo propio del cazador, Indigo intento ponerse en pie de un salto, olvidando su tobillo torcido; este cedio bajo su peso y volvio a caer al suelo con un aullido de dolor. Cuando se recupero y miro de nuevo, los ojos estaban mas cerca.

A pocos pasos de distancia la yegua dejo escapar un relincho, inquieto y apenas audible. El instinto del caballo confirmaba el suyo, e Indigo extendio una mano hacia el fuego y extrajo un pedazo de madera en llamas. Miles de chispas cayeron sobre su brazo y el extremo que no ardia abrasaba, pero hizo caso omiso del dolor y alzo la tea amenazadora.

—?Jaaa! —De lo mas profundo de su garganta surgio un rugido, a la vez un desafio y una advertencia, pero los ojos no se movieron—. ?Atras! —Blandio de nuevo la llameante tea—. ?Fuera!

Algo oscuro y grande se movio justo en la periferia del circulo de luz proyectado por la hoguera, como si lo que fuera que acechaba alli detras estuviera indeciso sobre si huir o saltar. El corazon de Indigo parecio estrellarse contra sus costillas y busco a tientas su arco pero no pudo encontrarlo; se maldijo en silencio por olvidar la regla mas esencial del codigo del cazador, que un arma debe estar a mano en todo momento.

Y entonces oyo algo tan increible que su palpitante corazon casi se detuvo incredulo.

Una voz le hablo desde la oscuridad, desde las profundas sombras en las que brillaban los feroces ojos. No era una voz humana —era demasiado gutural, demasiado aspera, con una aterradora inflexion artificial, como si la creacion de tales sonidos produjera a su autor un dolor terrible. Pero hablaba un lenguaje que ella comprendia.

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