que fabricarse una. No existia la menor posibilidad de continuar hasta Linsk; estaban totalmente abandonadas a su suerte hasta que alguien viniera a rescatarlas —lo cual parecia muy improbable— o hasta que sus lesiones curaran lo suficiente para permitirles seguir adelante.

O hasta que cayera la noche, y los lobos salieran de nuevo...

Asustada, dio una mirada rapida a su alrededor, como si esperara ver un hocico gris, una forma larga y lustrosa, que se acercara furtiva por entre las hierbas. A plena luz del dia tal temor resultaba irracional, pero la noche seria otra cosa, y, con grandes dificultades, Indigo se puso en pie de nuevo para escudrinar mas atenta el paisaje con la remota esperanza de descubrir alguna forma de refugio no demasiado lejana.

Los caballos atrajeron su atencion, y por primera vez se dio cuenta de la presencia de varios, entre la apinada manada, que parecian llevar jinetes. Vaqueros, desde luego; los caballos no eran del todo salvajes, sino que debian de estar al cuidado de los hombres de la tribu local. Lo cual queria decir que debia de existir algun poblado no muy lejos.

Estudio a los apelotonados animales con los ojos entrecerrados, deslumbrada por la luz mate del delta del rio. A aquella distancia no era probable que los vaqueros la vieran, y mucho menos que la oyesen, si les gritaba; pero un fuego seguro atraeria su atencion. Indigo arranco con premura punados de hierba, formo un monton de tamano razonable que espero estuviera lo bastante seco para arder..., pero mientras se preparaba para golpear la yesca, se pregunto de pronto si seria sensato atraer la atencion. Aquellos hombres podrian reaccionar de forma hostil ante un intruso en su territorio; aunque no llevaba posesiones que valiera la pena robar, podia ser asaltada, violada, o incluso asesinada...

O podia quedarse alli en el llano, y su segunda noche al aire libre podria traerle males peores que los lobos...

Protegio el monton de hierba con las manos y le prendio fuego. Sea lo que sea lo que los vaqueros fueran capaces de hacer, no tenia otra alternativa. Al menos de esta forma, penso torvamente, tendria una posibilidad de sobrevivir.

Una diminuta lengua de fuego lamio las briznas de hierba, se agito vacilante y crecio. Indigo la abanico con su chaqueton, en un intento de crear mas humo, y al cabo de unos minutos tuvo la satisfaccion de ver como dos de los lejanos jinetes apartaban sus caballos de la manada principal, gritaban y gesticulaban uno al otro, sostenian luego una corta conferencia y lanzaban despues sus caballos al galope para cruzar el rio en direccion a ella.

Indigo volvio a ponerse de pie al acercarse los jinetes. El poni de uno de los vaqueros relincho; la yegua alazana devolvio el saludo, e Indigo se llevo la mano subrepticiamente al cuchillo que pendia de su cinturon.

Los vaqueros tiraron de las riendas de sus ponis para detenerlos. Eran hombres menudos y fornidos de rostros anchos del color y la textura del cuero viejo y de ojos rasgados. Sus ropas recordaban las del capitan de puerto de Linsk, pero eran mas llenas de color; botas cortas de cuero, pantalones anchos de fieltro, jubones y chaquetones adornados con una extravagante coleccion de remiendos de fieltro, pedazos de piel y discos de plata y de cobre. Ambos llevaban gorros de fieltro bordados con orejeras sobre sus grasientos cabellos negros..., y tambien llevaban lanzas, cuyas afiladas puntas se cernieron a pocos centimetros de Indigo.

Intento que su nerviosismo no se reflejara en su rostro, y se inclino para juntar las palmas de las manos en lo que esperaba fuera un gesto universal de amistad.

—Saludos, amables senores. —Hablaba despacio; existia la posibilidad de que tuvieran algun conocimiento de la lengua de un pais vecino.

La escudrinaron con la mirada; luego uno de ellos agito su lanza en un gesto que no fue capaz de interpretar y replico en un idioma que no comprendio. Era una curiosa mezcla de sonidos guturales y

de sonsonetes, y la muchacha sacudio la cabeza.

—Lo siento. No os comprendo. —Para dar mas enfasis a sus palabras, extendio los brazos en gesto de impotencia.

Los hombres se consultaron algo y luego el que se habia dirigido a ella acerco su peludo poni e indico a la yegua con un sonido de interrogacion.

—Mi caballo esta cojo. —Indigo imito, como pudo, a un caballo cojo, y se inclino para tocar la pata delantera del animal—. Y yo tambien, me he hecho dano en una pierna.

Debieron de comprender la esencia de lo que les decia, ya que el hombre le hizo una senal con la lanza para que se apartara mientras su companero desmontaba y se acercaba a examinar la yegua. Sabia lo que hacia; el animal apenas si se movio, y cuando lo hizo el le canturreo tres notas en voz baja que parecieron calmarla. Terminado el examen, volvio su atencion a Indigo, indico el morral y dijo algo que ella interpreto como una orden para que lo depositara en el suelo.

Se desato el morral con inquietud y lo coloco sobre la hierba junto a su arpa y su arco. Mientras el primer hombre mantenia la lanza dirigida a su estomago, el otro llevo a cabo un veloz y silencioso inventario, e Indigo observo con agitacion como sus posesiones eran cargadas en un seron sujeto al lomo de uno de los ponis. Cuando hubo concluido, el que la vigilaba apago a pisotones los restos de la hoguera, volvio la lanza y la empujo con el mango, indicando hacia el poni que no llevaba carga. Ella asintio con la cabeza para indicar que habia comprendido. Si lo que querian era que montara, aquello era una buena senal; al menos no pensaban matarla de inmediato.

Cuando demostro ser incapaz de montar sin ayuda, el hombre maldijo por lo bajo —Indigo dio por sentado que la maldecia a ella— y la subio con malos modos sobre el lomo del caballo, aunque tomo el las riendas. La lanza seguia su inquieto balanceo cerca del indefenso cuerpo de Indigo, pero de momento no parecia estar en peligro, y no protesto cuando el segundo hombre condujo su yegua y se pusieron en marcha alejandose del delta.

CAPITULO 10

El poblado de los vaqueros estaba metido entre dos pliegues del terreno, una serie de casas de color pardo que se recortaba contra las verdes laderas de las colinas que los protegian. Cuando se acercaron a la entrada de la empalizada les salio al paso un corro de ninos que los rodeo para contemplar absortos y en silencio a la extranjera; ataviados con ropas de colores brillantes y de rostros menudos y solemnes, eran reproducciones en miniatura de sus mayores. La voz aguda de una mujer les ordeno que se marcharan, y, de mala gana, se dispersaron mientras los anfitriones de Indigo —o sus capturadores— la conducian a traves de la puerta.

Tuvo poco tiempo para adquirir una primera impresion del poblado, quedandose solo con una imagen de casas de una sola planta y techo de paja colocadas en un tosco circulo alrededor de un polvoriento y pisoteado pedazo de terreno con un pozo en su centro. Unos pequenos campos de labranza se desparramaban ladera arriba mas alla de los edificios; cerca de la cima vio una bomba de irrigacion movida por dos perros sujetos a un malacate que giraba con lentitud. Mas perros, primos lejanos de los perros de caza de las Islas Meridionales, se acercaron haciendo fiestas o grunendo, segun la naturaleza de cada uno, en torno a las patas de los caballos; la yegua dio un quiebro nerviosa y puso los ojos en blanco hasta que una laconica orden de uno de los hombres los hizo marchar.

Mientras la yegua se tranquilizaba de nuevo, una anciana se abrio paso por entre la multitud hacia ellos, y los aldeanos se apartaron con una deferencia que daba a entender que era una persona importante. Era grotescamente gruesa, y en contraste con las ropas de brillantes colores que la rodeaban, sus muchas capas de ropa eran totalmente negras. Su unico adorno consistia en una cinta de discos de cobre batido alrededor de la cabeza; bajo ella sus ojos relucian negros y agudos en un rostro agrietado como un estrato rocoso. La mujer se detuvo y contemplo a Indigo de arriba abajo como si evaluara una res en un mercado. Luego se volvio, hizo senas imperiosamente a dos mujeres que permanecian de pie alli cerca y lanzo una aguda y entrecortada andanada de ordenes.

Las mujeres se adelantaron presurosas y la lanza del hombre senalo en direccion a la pierna de Indigo; debia desmontar y dejar que la atendieran. La muchacha apenas si podia apoyar su pie izquierdo en el suelo; al comprobar su incapacidad de andar, las mujeres empezaron a parlotear como pajaros asustados y medio la acompanaron medio la transportaron hasta un edificio alargado con el tejado de paja, que parecia una especie de casa comunal. La depositaron sobre un jergon relleno de brezos cerca de un perezoso fuego de turba que ardia en el centro de la habitacion, y con mucha gesticulacion empezaron a sacarle la bota del pie izquierdo. Permanecio callada mientras parloteaban, los ojos fijos en su tobillo hinchado, y se sometio a la aplicacion de una cataplasma.

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