estaba alli y con ella llego una calida sensacion de gratitud.

—?Entonces me contaras tu historia? —pregunto Indigo—. Por favor, Grimya. Has hecho mucho por ayudarme, ahora quiero yo ayudarte a mi vez.

Todavia existia vacilacion, pero se habia convertido en solo una vieja reluctancia a hablar de algo que le producia dolor a la loba. Por fin, Grimya dijo:

«Te mostrare las imagenes de mi memoria, Indigo, si puedo. Observa ahora, y escucha...»

Una verde oscuridad, el verde brillante del musgo del bosque, aparecio en la mente de Indigo. Sintio el contacto de algo calido y peludo, y aunque el contacto debiera haberle resultado extrano, en cierto modo no lo era. Un pajaro, en algun lugar por encima de su cabeza, lanzo una veloz cascada de notas que tanto podrian haber sido una llamada de amor como una sencilla expresion de alegria por estar vivo. Y de repente ya no era Indigo, ni tampoco humana...

La madriguera era un oscuro lugar seguro, y sus ojos, que solo hacia un dia o dos que se habian abierto por primera vez, aun no podian enfocar correctamente el peludo —y para los cachorros— enorme costado de la madre loba que la amamantaba a ella y a sus tres hermanos. El mundo consistia en el lecho de hojas secas y crujientes, los chillidos de sus hermanos, el calido cuerpo y la aspera y rasposa lengua que lavaba su suave pelo, y un al parecer interminable suministro de leche. Pero su recien formada mente era consciente de la existencia de otro mundo mas alla de la madriguera; un mundo que, en sus suenos infantiles, parecia a veces tan real como cuando estaba despierta, y que le parecia ver y oir de una forma diferente a la normal.

La calida presencia y los grititos se desvanecieron entonces, y de repente el otro mundo se tradujo en realidad ante sus ojos; ojos que ahora eran agudos y alerta y avidos de nueva informacion. Unas patas cortas y robustas la trasladaban de un lado a otra en misiones de exploracion que se volvian mas arriesgadas con cada dia que pasaba; aunque al final de ellas estaba siempre el regreso a la madriguera y a la calida presencia. Algunas veces se sentaba en la entrada de la guarida y observaba como jugaban sus hermanos en la maleza a pocos pasos de distancia. Con la cabeza indinada hacia un lado escuchaba sus ganidos y grunidos y ansiaba tomar parte en sus juegos; pero cuando empezaba a menear la cola a modo de tanteo sobre el suelo polvoriento, o se acercaba a ellos con un ganido lleno de esperanza, ellos siempre la echaban. Otras experiencias siguieron a aquella: escenas del bosque, que cada vez resultaba mas familiar y menos atemorizador, de su propio crecimiento reflejado en el de sus hermanos, de la primera vez que probo la carne, de la creciente inquietud de su madre a medida que los cachorros se acercaban a la edad adulta. Y con el tapiz de estas experiencias, que parecian desplegarse ante ella cada vez mas deprisa, llego una mayor conciencia de que algo no estaba del todo bien. Una sensacion de no pertenecer, de ser diferente. Pero ?que clase de diferencia? No lo comprendia. Todo lo que sabia era que los ataques fingidos que sus hermanos le infligian se volvian cada vez mas frecuentes y serios. Ya no se le daba la bienvenida en la guarida, se la toleraba, pero no se la queria. Y poco a poco se encontro con que el unico refugio a su tormento lo hallaba en la soledad.

Hasta que llego el dia en que de forma definitiva e irrevocable los suyos se volvieron contra ella, y por primera vez Grimya descubrio el autentico significado de su diferencia.

Siempre habia sabido que podia «escuchar» los pensamientos de otras criaturas, pero no lo habia considerado nada extrano; ni tampoco se le habia ocurrido preguntarse por que ni su madre ni sus hermanos parecian ser capaces de contestarle cuando intentaba hablarles de aquella otra forma. Y por eso no estaba preparada para los acontecimientos de aquella manana de finales de otono.

Los cachorros, casi adultos ahora, estaban en el claro, justo frente a la madriguera. Su madre no habia salido a reunirse con ellos, y Grimya habia estado pensando en formas de calmar su sed cuando el ataque se produjo. Sus hermanos saltaron sobre ella tan deprisa que no tuvo tiempo de reaccionar, y mucho menos defenderse: en un momento dado el claro estaba totalmente en silencio, y al siguiente Grimya fue derribada por tres cuerpos que grunian y mordian. Esto no era un juego: iban por su garganta, su rostro, sus dientes se clavaban en su pellejo, le arrancaban la piel; y en sus toscas y aun medio formadas mentes Grimya vio su propia muerte.

Lucho contra ellos, el instinto vino en su ayuda cuando, en medio de su panico, le era imposible recordar de forma consciente las lecciones de autodefensa aprendidas. Entre ganidos, mordiscos y revolcones, consiguio defenderse, y sintio una vaga sensacion de alivio cuando su madre, alertada por el ruido, aparecio en la entrada de la madriguera.

Pero su madre no venia en su ayuda; no obligo a marchar a sus hermanos. En lugar de ello —y la comprension fue como un mazazo para la ciega fe de Grimya— la loba se lanzo a la refriega, sus grunidos mas fuertes y mortiferos que los de los cachorros, para atacar al paria, al extrano, al cachorro diferente. Los colmillos de su madre se hundieron en la blanda carne que habia sobre el ojo de Grimya, y Grimya aullo en protesta por aquella traicion y el dolor que le causaban. Estaba perdida: nadie la ayudaria; y sus asaltantes, su propia familia no descansaria hasta echarla de su lado o matarla.

Solo tenia una posibilidad de supervivencia: huir. Retorciendose se escabullo entre dos de sus hermanos y, al ver un espacio de terreno libre, huyo con el rabo entre las piernas. La persiguieron, pero la desesperacion le dio fuerzas y la persecucion resulto poco entusiasta; una vez seguros de que habia salido de su territorio, los cuatro lobos la dejaron marchar.

Sola, aturdida y lejos del unico hogar que habia conocido, Grimya se acurruco desdichada y herida entre la humeda maleza del bosque. E Indigo, su mente inextricablemente ligada a la mente de la joven loba, sintio como sus pulmones luchaban por recuperar el aliento, como la lengua le colgaba, incluso el lento hilillo de sangre que resbalaba de su rostro herido y de su costado. La habian traicionado, echado. No tenia ni familia ni amigos; sus unicos companeros la habian rechazado, la habian apartado de su lado porque era diferente. En su soledad alzo la cabeza en direccion al impasible dosel de hojas que habia sobre ella y lanzo un prolongado y lugubre aullido

que hizo que las aves empezaran a piar asustadas; un aullido de terrible desesperacion.

Aparecieron entonces nuevas sensaciones e imagenes. La dura realidad de la soledad, sin una manada que le diera seguridad y consuelo. El aprendizaje, paso a paso, de como cazar sola, capturando nada mas que piezas pequenas que apenas si satisfacian sus necesidades. Inviernos helados —dos conto la parte de la mente de la loba que era Indigo— durante los cuales la amenaza de morir de hambre estuvo siempre presente. A menudo, durante esos dias gelidos veia hombres que venian de los poblados de los alrededores a cazar en el bosque, y algunas veces los seguia cuando regresaban a las praderas y a las manadas de caballos. La diferencia que habia vuelto contra ella a los de su especie tambien le permitia comprender, y, aunque de forma torpe, imitar, la lengua de los humanos; el lenguaje, al parecer, no tenia barreras para Grimya. Pero para los hombres, al igual que para sus congeneres lobos, ella era un objeto de odio... hasta aquella noche en que, hambrienta y sola, se habia sentido atraida de forma irresistible al campamento de un extrano por el olor del fuego de lena y de carne, y los debiles acordes de un arpa...

La liberacion del hechizo que mantenia unidas a las dos mentes llego de forma repentina, como si cayera en un vertiginoso vortice, y la sacudida hizo que Indigo despertase con un sobresalto. Se sento en la hierba en un confuso estado de excitacion, a punto casi de partirse la cabeza con una raiz que sobresalia y padecio la conmocion secundaria de la desorientacion cuando se dio cuenta de que de repente tenia manos y pies en lugar de patas, de que su cuerpo ya no estaba cubierto por una capa de pelo, y de que ya no sabia como aullar. Jadeante, volvio la cabeza, y, alli junto a ella —una entidad independiente ahora— estaba Grimya.

Los costados de la loba se agitaron y hablo en su estilo vacilante y dolorido.

—Ahora lo... sabes... todo sobre... mi.

Indigo trago saliva, pero no pudo desalojar el nudo que bloqueaba su garganta.

—Si... Lo siento, Grimya. Me apena mucho tu sufrimiento.

—No... puedo cambiarlo. Pero tu... —Habia algo curioso en la conducta de Grimya, una excitacion soterrada que hizo que Indigo se sintiera de repente y de forma inexplicable muy nerviosa.

—?Yo?

La peluda y moteada cabeza se balanceo de un lado al otro; las fauces de Grimya se abrieron por completo y la lengua se movia con torpeza. Era una senal de frustracion, de angustia ante su propia incapacidad para comunicarse con mas claridad.

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