le hundiria el cuchillo en el estomago—. ?Es esta vuestra idea de misericordia y justicia, ser abominable?
—
—?Desde luego que si! Me disteis la impresion de ser un hombre civilizado. ?Ahora veo que no sois mejor que un gusano! —Senalo a la mujer, que yacia todavia en el suelo y lloraba en silencio—. Ayudadla a ponerse en pie. Creo que tiene algo que deciros. Una fria sonrisa curvo la boca de Quinas. —Por vuestro propio bien,
perdio el equilibrio y cayo al suelo bajo una lluvia de patadas y golpes.
La loba gimoteo, frustrada, pero su instinto la obligaba a obedecer.
Las manos la dejaron libre, pero antes una de ellas le propino un ultimo y doloroso pellizco. Indigo se desplomo de rodillas sobre el suelo, demasiado enferma y mareada para ponerse en pie sin ayuda.
—Es una forastera —dijo Quinas con sarcastico desden—, y, como tal, su ignorancia es mas digna de lastima que de castigo. Pero descubrira lo disparatado de su comportamiento, hermanos y hermanas. Charchad se ocupara de ello.
Es posible que perdiera el conocimiento por un momento; Indigo no estaba segura. Cuando abrio los ojos de nuevo ya no la rodeaban, y
Hizo intencion de sacudir la cabeza pero se lo penso mejor. Una de las patadas debia de haberla alcanzado justo en la parte inferior del craneo... Su cuchillo estaba sobre las losas, delante de ella; lo recogio con mano temblorosa, luego se aparto un sucio mechon
Quinas y sus companeros habian desaparecido. Varias personas de entre la multitud la miraban fijamente; cuando sus ojos se encontraron con los de ellas, estas le dieron la espalda y se alejaron para evitarla. Cualquier pensamiento que hubiera tenido de pedir a alguien que la ayudara a ponerse en pie se esfumo de inmediato. Al igual que con las anteriores victimas de Quinas, no harian nada por ayudarla.
La estridente musica habia cesado. Las llamas de las piras aun empanaban la escena, pero ya no se escuchaban mas gritos ahora: las hogueras habian realizado su trabajo y el festival de Charchad habia concluido. Indigo miro a su alrededor en busca de la mujer que habia intentado defender, pero no se la veia por ninguna parte, y al cabo de algunos momentos se arriesgo a intentar incorporarse. El suelo parecia hundirse y balancearse bajo sus pies, pero con un esfuerzo consiguio dar los pocos pasos que la separaban de la puerta del hostal e introducirse en su interior. La taberna estaba, afortunadamente, vacia. Subio lenta y penosamente hasta su habitacion, mientras
Se sento con cuidado sobre la cama y se tumbo.
—No,
La joven no habia considerado la posibilidad de que la fuerza diabolica que buscaba pudiera estar encarnada en un unico ser humano, pero la sugerencia de
—Esta en reposo. —Habia un tono de desilusion en su voz—. Pero sigue indicando el norte.
—Quiza no..., pero forma parte de el,
Se escucharon unos pesados pasos en el rellano. Indigo se puso en tension, pero inmediatamente dio un respingo cuando, sin el menor preambulo, la puerta se abrio y el propietario de la Casa del Cobre y el Hierro penetro en la habitacion.
Las mejillas de la joven se encendieron de rabia.
—?Como os atreveis a entrar aqui sin tan siquiera llamar a la puerta! ?Que os habeis creido?
—Ahorraos vuestra refinada indignacion,
—?Que? . .
—Me habeis oido perfectamente. Esta es una ciudad pacifica, y no nos gusta que vengan forasteros a causar problemas.
—?Problemas? —repitio Indigo, incredula—. ?Habeis presenciado un asesinato en esa plaza de ahi fuera y ahora teneis la osadia de acusarme a
—?No tolerare que se mancille el nombre de nuestro buen hermano Quinas! —El propietario levanto la voz para ahogar sus palabras, y la joven vio gotas de sudor en su frente—. No sois bienvenida aqui, ?comprendeis? ?Tomad vuestros sucios modales extranjeros y a vuestro sucio animal extranjero y salid de mi casa al amanecer! —Su voz se apago; aspiro profundamente varias veces, con el pecho jadeante. Se negaba, observo Indigo con tristeza, a mirarla directamente a los ojos—. Marchaos, mujer. ?O tendreis mas motivos para arrepentiros de los que se os han dado esta noche!
Indigo, furiosa, estuvo a punto de replicarle, pero se contuvo. De nada servia discutir con aquel hombre; no obtendria nada con ello. Tanto si le movia el miedo o una genuina lealtad a Charchad, el resultado era el mismo; la suya era solo una voz entre muchas. Ella no podia enfrentarse a toda una ciudad.
Se volvio de espaldas y le respondio con frio desden: