La Vieja Maia, la primera de las hijas de Ranaya, lanzo un suspiro. Y mientras su magnifica y suave exhalacion hacia que la marana de minerales de la boveda empezara a zumbar y canturrear como un coro fantasmal, Jasker se volvio hacia la fumarola, los brazos alzados y relucientes en su halo de resplandor sobrenatural. Aunque
Ranaya, la Madre del Fuego, se agito en la esencia misma de Jasker cuando este empezo a hablar.
Las antorchas perifericas empezaban a ser apagadas. Faltaban menos de dos horas para el amanecer, y mientras las potentes sirenas resonaban en la noche anunciando el final del turno de trabajo, las antorchas exteriores empezaron a ser bajadas de sus caballetes para ser apagadas. En los pozos de las minas, los hombres dejaban sus herramientas y apartaban la mirada de las vetas de mineral con silencioso agradecimiento. Aquellos que se demoraran, o que tuvieran que recorrer las galerias y tuneles mas profundos para alcanzar el mundo exterior, tendrian que salvar las abruptas laderas hasta llegar a los senderos cubiertos de cenizas y al punto de reunion en total oscuridad, se arriesgaban a que un tobillo torcido los obligara a guardar cama y redujera sus ingresos a cero durante los dias siguientes.
Quinas debia regresar a Vesinum en la carreta de la manana. No era un medio muy decoroso de transporte para un capataz de su categoria, pero hacer venir un vehiculo privado hubiera llevado su tiempo, y sus companeros estaban ansiosos por ponerlo bajo el cuidado de un buen medico lo antes posible. Le habian instado para que intentara dormir, pero se habia negado a hacerles caso, insistiendo con ferocidad en que pensaba esperar el informe de Piaro. Aquel habia regresado, por fin, y confirmado que todo habia salido segun el plan. Ahora, Quinas estaba instalado, como mejor pudieron, en la cabana del marcador, y no haria falta despertarlo hasta que la carreta estuviera ante las puertas de la mina.
Simein, un fiel devoto de Charchad y miembro de la camarilla de mas confianza de Quinas, habia decidido ocuparse personalmente de que nada molestara a su amigo y mentor durante las pocas horas que faltaban para la partida de la carreta. Permanecia a pocos pasos de la puerta de la cabana, observando como se apagaban las primeras antorchas y jugueteando con el mango del latigo, que colgaba, enrollado, de su cinto. En su pecho, el amuleto de Charchad pendia de su delgada cadena y brillaba como un diminuto ojo sin cuerpo, mas resplandeciente ahora que las luces de la mina se apagaban; el habitual destello de la piedra sagrada arrojaba peculiares sombras angulosas sobre las facciones del rostro de Simein y resaltaba su piel picada y escamada, que era el primer estigma de su
iluminacion.
Las minas permanecian anormalmente silenciosas. A lo lejos, los hornos de fundicion rugian, pero el estrepito mas inmediato de las excavadoras y los martillos y del rodar de las vagonetas de mineral parecia apagado, como si la noche lo hubiera envuelto en un enorme y sofocante chal. La luna se habia puesto; los unicos haces de luz que destacaban eran los arrojados por las antorchas que permanecian aun en sus elevados postes. Y, aunque no podia decir por que, Simein se sentia intranquilo.
Levanto la mirada, mas alla del grupo de edificios, sobre las pilas de escombros extraidos de las montanas y dejados alli para que se pudrieran bajo el sol abrasador, hasta donde la mas alta de las cimas dominaba en silencio sobre la escena. Por un breve instante le parecio ver un resplandor sobre aquella amenazadora montana, pero despues de mirar con atencion durante algunos segundos, sus ojos no descubrieron nada y volvio la cabeza de nuevo. Un reflejo de las antorchas; solo eso. Tenia cosas mejores que hacer que perder el tiempo en tonterias.
En las montanas, donde los hombres habian excavado, a traves de infinitas toneladas de roca, una galeria de techo muy alto, algo hablo con una voz inhumana que hizo retumbar los tuneles. El ultimo grupo de mineros que habia respondido a la sirena y se dirigia al exterior y a un dia o dos de libertad, se detuvo, sintiendo el temblor que sacudia los viejos pasadizos. Se intercambiaron miradas, pero nadie hablo. Tales movimientos, en las profundidades rocosas, eran riesgos normales. No habia nada raro en aquella nueva manifestacion; eran tan solo los familiares temblores de un gigante dormido, y los mineros dejaron de lado el incidente para concentrarse en sus hogares mientras proseguian su camino.
Fuera, brillaban chispas en la apestosa atmosfera, en la penumbra previa al amanecer. Nadie las advirtio; y nadie presto atencion al nuevo retumbo que anadio un arritmico sonido de fondo al estruendoso latir de las minas, mientras el turno siguiente se dirigia en silencio y con expresion hosca a cumplir con su trabajo.
Una y otra vez habia intentado recuperar alguna sensacion de realidad, pero en el aullante torbellino del valle de Charchad, la realidad no tenia significado. Arrastrada por sus diabolicos apresadores, cegada por la impresionante radiacion, azotada por vientos rugientes y monstruosos. Indigo lucho por mantener la cordura mientras aquel descenso de pesadilla se prolongaba sin fin. La razon se habia desmoronado bajo el ataque de las retorcidas fuerzas que azotaban el valle; la forma y la perspectiva estaban tan desfiguradas que resultaba imposible reconocerlas, de modo que en un momento dado le parecia avanzar por un encrespado mar de cristal liquido y al siguiente flotar indefensa sobre un vacio tan enorme que sus desconcertados sentidos no podian asimilar sus dimensiones. Formas horribles se movian a su alrededor: cosas aladas que parpadeaban en los abrasadores haces de luz; inflados horrores deformes tambaleandose como espectros por el palpitante resplandor; algo enorme y traslucido, ondulante... El crepitante ruido de las profundidades del valle se batia constantemente contra su cabeza. Mezclandose con el, se escuchaban voces humanas que aullaban de dolor y otras voces, no humanas, que lanzaban alaridos de furia, satisfaccion o de total e incontrolada demencia.
Indigo sabia que sus sentidos no podrian soportar aquel bombardeo durante mucho mas tiempo sin que, tambien ella, se volviera tan loca como los habitantes de aquel valle monstruoso. Luchaba por mantener el control de su mente, pero su dominio empezaba a aflojarse, amenazando con escapar a su control y arrojarla a un estado de disparatada demencia del que no podria regresar. Su cuerpo se habia convertido en una llameante estrella de dolor, como si la radiacion nacarada le corroyera la carne y la consumiera lentamente; hielo y fuego ardian juntos en sus venas, y cada vez que respiraba sentia una insoportable sensacion de asfixia. El valor al que habia jurado aferrarse se habia hecho trizas ya: empezaba a perder la esperanza, la decision se debilitaba...
La cadena sujeta a las argollas de sus munecas se tenso de repente. Indigo se tambaleo y perdio el equilibrio; cayo de rodillas cuando, como adiestradores que quieren evitar que el perro siga andando, sus diabolicos guardas dieron un tiron para detenerla.
Una luz deslumbrante y livida, mas brillante y mortifera incluso que los palpitantes haces que llenaban el valle, estallo ante sus ojos. Lanzo un grito de sorpresa y terror al darse cuenta de que habia caido al borde de un pozo cuyas verticales paredes se hundian en un abismo invisible y centelleante. Sintio una oleada de vertigo; sintio como manos inhumanas la sujetaban por los brazos y la empujaban hacia adelante; sintio como el suelo desaparecia bajo sus pies dando paso a la nada...
Choco contra terreno solido con un impacto que corto de golpe su grito y la dejo sin respiracion. Un olvidado y fortuito resto de logica le hizo comprender con gran sorpresa que habia caido de poca altura; no la suficiente para romperse un hueso o atontarla. Y sin embargo...
La piedra sobre la que habia caido —si es que todavia era piedra, y no habia sido deformada y convertida en algo inimaginable— respiraba, moviendose debajo de ella, viva y espantosamente ajena a este mundo. Y debajo de la palpitante superficie petrea, algo gimoteaba una obscena parodia de risa.
La roca se partio en dos. Por entre la cegadora luminosidad vio como el suelo del pozo se agrietaba a pocos centimetros de donde estaba ella, y se echo hacia atras al tiempo que una enorme y espesa oscuridad brotaba de la grieta y se transformaba en una compacta columna que se elevaba por encima de su cabeza. De ella fluia un resplandor negro que tino su piel. Indigo levanto los ojos hacia alli, comprendiendo asombrada que aquello no era una simple manifestacion, sino algo consciente.
La columna se estremecio subitamente, y aparecio una hendidura en su palpitante centro. La joven sintio un violento tiron en su conciencia, como si, fuera cual fuese la monstruosa inteligencia que acechaba en el interior de la columna, esta estuviera proyectandose hacia ella, apoderandose de su mente y haciendo anicos su fuerza de voluntad. Su mirada se vio obligada a dirigirse hacia la fisura que iba ensanchandose; intento luchar contra aquella coaccion y volver la cabeza a un lado, pero la fuerza era demasiado poderosa...