—No, no es eso. —Carlaze la miro; sus ojos verdes expresaban preocupacion—. No se como describirtelo. Hacemos lo que podemos por el, pero su enfermedad es algo que esta fuera del alcance de ningun medico. Veras, el... —Y se interrumpio cuando el picaporte de la puerta chasqueo y Rimmi penetro en la habitacion.
—?Ah, estabais aqui! —Rimmi paseo la mirada con avidez por la habitacion, como si le pareciera que se habia perdido alguna diversion secreta y de gran importancia—. Carlaze, madre dice que la cena estara lista en media hora y necesita que la ayudemos.
—Ahora bajare. —La irritacion centello en los ojos de Carlaze cuando estos
—?Hay algo que pueda hacer? —pregunto Rimmi.
—No, no lo hay. —Carlaze la condujo hasta la puerta—. Regresa abajo. Me reunire contigo en un minuto.
Rimmi dejo de mala gana que la sacaran de la habitacion y Carlaze se volvio hacia Indigo encogiendose de hombros con gesto de impotencia.
—Lo siento. Debo ayudar a Livian, y no quiero decir nada mas mientras Rimmi pueda estar escuchando. Tiene tan poco tacto...; podria facilmente decir algo fuera de lugar a Veness o a Kinter. —Vacilo—. Quiza tengamos posibilidad de hablar mas tarde. Me gustaria. Hay muchas cosas que no sabes, y... resultaria un alivio para mi poder hablar libremente con alguien sin tener la impresion de herir susceptibilidades.
—Claro —asintio Indigo—. Mas tarde, pues.
—Si; te vere abajo.
Cuando Carlaze se hubo marchado,
La cena empezo sin incidentes. Veness, Reif y Kinter tenian que intercambiar noticias: asuntos rutinarios de la finca que los mantuvieron ocupados mientras Livian, que presidia la mesa, servia un caldo caliente para luego traer un asado de cordero y una enorme bandeja de verduras. La conversacion se interrumpio mientras Veness se ponia en pie para cortar la carne. De repente la puerta de la sala se abrio. Kinter, sorprendido en el acto de pasar los platos, volvio la cabeza y se detuvo en seco. Otras cabezas se volvieron y el silencio se adueno de la habitacion.
Un hombreton grandote como un oso aparecio de pie en el umbral. Sus cabellos canosos estaban despeinados, como si acabara de despertarse, y parecia que no se hubiera cambiado de ropa en un mes por lo menos. Se balanceo sobre las puntas de los pies, agarrandose al marco de la puerta para no perder el equilibrio. Los ojos grises que recorrian la habitacion expresaban extravio y desesperacion.
Reif se puso en pie de un salto, mascullando un juramento, Brws palidecio, y Carlaze exclamo en voz baja:
—?Oh, por la Diosa...!
Veness, que estaba de espaldas a la puerta, giro muy despacio como si supiera, antes de que sus ojos se lo confirmaran, lo que veria. Su mirada se encontro con la del hombreton, y entonces Indigo pudo ver el parecido que existia entre ambos. En ese momento, Veness dijo:
—Padre...
El conde Bray avanzo despacio pero con decision al interior de la habitacion. Sus ojos se clavaron en las personas inmoviles sentadas a la mesa, observando sus rostros uno a uno, y sus labios se movieron pronunciando nombres, contandolos. Llego por fin a Indigo y se detuvo.
—?Moia? —Alzo una mano, como si fuera a tocarla, pero interrumpio el gesto bruscamente—. No. —Su voz, que de haber sido normal habria sonado como la de un potente baritono, temblo con indefinible emocion—. No; no te conozco, mujer. ?Quien eres?
Indigo no sabia que contestarle. El hombre dio un traspies hacia adelante, sin dejar de mirarla fijamente, y ella vio que, en medio de su locura, sus ojos expresaban dolor y afliccion.
—?Quien eres? —exigio el de nuevo—. ?Dime tu nombre! ?Y por la Madre, dime que noticias traes de mi mujer!
CAPITULO 8
—Padre, sientate aqui.
La voz de Veness era tranquila y persuasiva. Tenia una mano bajo el brazo del conde e intentaba con suavidad apartarlo de Indigo y conducirlo a un asiento vacio ante la mesa. Livian se apresuro a ayudarlo; al principio parecio que el conde Bray fuera a someterse a su ayuda sin protestar; pero cuando le apartaron la silla para que pudiera sentarse, se detuvo de improviso y volvio a mirar a Indigo.
—Alguna noticia —dijo lastimero—. Debes tener alguna noticia...
—Padre, sientate. Esta dama es Indigo, nuestra invitada. No te trae ninguna noticia, no sabe nada de Moia. —Veness dirigio una mirada a su hermano—. Reif, corta un poco de carne para nuestro padre, y sirvele verdura.
El tono imperioso de su voz parecia desafiar a cualquiera que pensara contradecirlo. Reif asintio con gesto seco y se dispuso a obedecer. Pero el conde Bray se nego a permitir que Veness y Livian lo condujeran a su asiento. Solto el brazo de la mano de Veness y, antes de que nadie pudiera detenerlo, avanzo a grandes zancadas hacia la chimenea. A dos pasos de ella se detuvo y levanto la vista. Sus ojos, advirtio Indigo con inquietud, estaban intensamente fijos en el escudo y el hacha deslustrados que colgaban sobre la repisa.
—La encontrare. —Las palabras surgieron chirriantes de su garganta, como hierro oxidado—. La traere de vuelta, ?la traere de vuelta!
Livian corrio a su lado.
—Ven ahora, hermano —suplico—. No conseguiras mas que alterarte sin lograr nada bueno. Ven aqui, sientate y come con nosotros. —Tiro de su brazo pero el siguio sin querer moverse.
Alrededor de la mesa todo era consternacion: Carlaze y Kinter estaban ya de pie, pero impotentes; Rimmi habia apretado con fuerza los punos frente a su enrojecido rostro y se los contemplaba como si de ello dependiera su vida; Brws no podia mas que permanecer alli sentado, rigido de miedo, verguenza y confusion, Indigo siguio observando al conde mientras una violenta mezcla de emociones se agitaba en su mente. Las palabras de su desesperada suplica la habian aturdido, y la imagen de sus ojos —angustiados, anhelantes— le ardia en la memoria. Queria hacer un centenar de preguntas pero no se atrevia a pronunciar una palabra.
—Padre,
La mandibula del conde Bray se abrio y cerro espasmodicamente.
—Quiero...
—?Hermano, haz caso de Veness! El sabe lo que sufres. Lo comprende, todos lo comprendemos. ?Pero esto no solucionara nada!
Livian zarandeo el brazo que sujetaba, y por fin sus ruegos parecieron hacer mella. El conde volvio la cabeza y parpadeo aturdido, Indigo vio que habia lagrimas en sus ojos. De repente parecio volver a darse cuenta de la presencia de la muchacha y, por segunda vez, sus ojos se clavaron en ella con avida desesperacion.
—?De donde vienes? —inquirio.
Indigo no estaba segura de si seria sensato contestarle directamente, pero no podia ignorarlo ni
fingir no haberlo oido.
—Del sur, senor —dijo amablemente—. De Mull Barya.
—Mull Barya... ?Y no has oido nada? ?No has sabido nada de ella?