Carlaze rodo por el suelo, se acurruco en posicion fetal y apreto los dedos presa de terrible dolor,

Indigo la contemplo con fria indiferencia puesto que sabia que esa era mucho mas amenazante que cualquier explosion de colera. Y cuando Reif, sin decir palabra, se inclino y obligo a Carlaze a ponerse en pie, esta tambien lo comprendio con toda claridad.

—Por... por favor. —Mascullo las palabras entre los dientes apretados por el dolor y el miedo—. No... por... favor... yo no... ?oh, Diosa!, no fui yo, no... fui yo. No... —La sacudio un estremecimiento.

—Pero si fuiste. —La voz de Indigo sonaba lejana e implacable—. Kinter y tu. A proposito, Kinter esta muerto. El tigre de las nieves lo mato.

—Nnnn... —Carlaze cerro los ojos con fuerza.

—Asi pues —siguio Indigo—, eso te deja solo a ti para que nos cuentes toda la historia, ?no es asi? ?Nos la vas a contar, Carlaze? ?Lo haras?

Los ojos de la muchacha volvieron a abrirse, llorosos y nublados por el dolor. Su boca se abrio e intento responder, pero estaba demasiado aturdida y asustada para ser coherente.

—No te oigo, Carlaze. —Indigo avanzo de nuevo, y la muchacha se encogio—. He dicho —y de improviso Indigo agarro un mechon de su suelta melena rubia, tirando de ella hacia adelante y hacia abajo de modo que su rostro se estrello contra la mesa—, ?no te oigo!

Carlaze gimio, aullo y resbalo hasta el suelo. Luego empezo a gatear, alzando las manos hacia Reif con gesto de suplica.

—Reif... oh Reif, detenia por favor... No la dejes que haga esto; dire todo lo que quieras, yo... — Las palabras se ahogaron en sonoros sollozos.

Reif la miro; luego, con toda intencion, se dirigio hacia la puerta y se recosto en ella.

—Lo siento, Carlaze. —Su mirada se poso brevemente en el rostro de Indigo y acepto lo que vio en su expresion—. Esto no tiene nada que ver conmigo. —Se cruzo de brazos—. Soy un simple espectador.

—?No! —suplico, reanudando sus sollozos—. No fui yo, no fui yo, ?no lo veis? Fue cosa de Kinter... ?Fue idea de Kinter y lo planeo Kinter! ?Que la Diosa me ayude, yo no queria saber nada de esto, lo juro por la vida de mi propia madre, lo juro! —Se agarro aja pata de la mesa, intentando arrastrarse tan lejos de Indigo como fuera posible—. ?Por favor..., teneis que creerme! Kinter queria que el conde Bray muriera, y queria... queria... Yo intente persuadirlo de que era una aberracion, una perversidad. Pero no me escucho, y yo le tenia miedo, tenia miedo de lo que pudiera hacerme si no lo ayudaba, dijo que me mataria, dijo que me mutilaria y me arrojaria fuera de casa y... ?oh, lo odiaba, lo odiaba! ?Pero no pude detenerlo!

Grimya, de pie junto al otro extremo de la mesa, miro a Indigo y sus ojos desprendieron un fulgor rojo.

«Esta mintiendo.» Indigo jamas habia escuchado tanto desprecio en la voz mental de la loba.

«Leo en su mente, Indigo; su miedo ha derrumbado las barreras de su cerebro. Y esta mintiendo. Dira cualquier cosa y traicionara a quien sea, si cree que eso puede salvarla. Pero es ella realmente la malvada; no Kinter.»

El asco se apodero de Indigo como un torrente de agua helada. Si, Grimya habia visto hasta donde llegaba la codiciosa ambicion de Carlaze, ambicion que no conocia de lealtades ni de honor. Kinter, a pesar de sus malvadas acciones, habia sido en el fondo un ser debil; era facil comprender que una voluntad firme como la de Carlaze podia haberlo manipulado, empujado y obligado a cometer las atrocidades que favorecian sus planes, al tiempo que ella mantenia sus propias manos (al menos fisicamente) limpias. Grimya lo vio y le abrio los ojos a Indigo. Ahora, Indigo le sacaria la autentica verdad.

Muy despacio, Indigo se volvio y avanzo hasta la chimenea apagada. En un nicho situado sobre el hogar habian colocado unas cuantas velas; tomo una y la llevo hasta la mesa, luego levanto el tubo de cristal de la lampara y encendio la vela en la llama. La vela flameo como un diminuto ojo parpadeante, Indigo bajo los ojos hacia Carlaze.

—Ahora —anuncio—, me contaras otra vez tu historia, Carlaze, pero esta vez me diras la verdad. La verdad sobre ti, sobre Kinter, sobre todo lo que hicisteis. Todo.

Carlaze lloriqueo. Al acercarsele Indigo, intento ponerse en pie y alejarse vacilante, pero el esfuerzo fue demasiado lento y tardio, Indigo la sujeto con fuerza por la mandibula, y la obligo a volver la cabeza violentamente. En la otra mano, la vela chisporroteaba y humeaba. Los ojos de Carlaze se desorbitaron de terror.

—Bien, Carlaze —dijo Indigo con suavidad—. ?Por donde empezamos?

Y la vela avanzo lenta, firme e inexorablemente hacia los labios fruncidos de Carlaze.

Reif bajo la mirada hacia la criatura temblorosa y sollozante acurrucada en un rincon del comedor y dijo:

—Bien. Ahora lo sabemos.

—Si. —Indigo se dio la vuelta, recogio el cuchillo y lo envaino. No tenia la menor sensacion de haberse apaciguado ni vengado; ninguna satisfaccion por el doloroso y abrasador tormento que sus manos habian infligido a Carlaze; fue un medio para conseguir un fin y no una compensacion. Ningun castigo podria volver a Veness a la vida.

Pero, por lo menos ahora, habian obtenido de Carlaze la verdad. No tardaron mucho en conseguirla y gran parte era tal como Indigo y Grimya (y probablemente tambien Reif, durante las ultimas horas) habian ya supuesto. Un relato sordido de avaricia, envidia codiciosa y resentimiento. Por ser la esposa del hijo de Livian, Carlaze se considero la parienta pobre de la familia Bray, y cuando Livian, ya viuda, acepto la oferta del conde Bray de tener un lugar en su casa para ella y los suyos, Carlaze no pudo soportar la idea de tener que agradecer la caridad de otro. El conde Bray era rico, influyente, poseia un titulo. Y ella le guardo rencor, al tiempo que ambicionaba cuanto el poseia; todo aquello de lo que su esposo y ella carecian.

Pero el conde Bray tenia tres hijos: Kinter, cuarto en la linea de sucesion al titulo de conde, no seria su heredero a menos que sus tres vastagos murieran jovenes y sin hijos. Asi pues, Carlaze empezo a urdir su intriga para provocarles la muerte, y Kinter se convirtio en su instrumento, Indigo no tenia la menor duda de que, aunque manipulado por su despiadada y decidida esposa, Kinter se mostro muy dispuesto a cumplir su parte (el premio en juego era una tentacion que fue incapaz de resistir).

Sin embargo aparecio una complicacion imprevista en la figura de Moia. Y si Moia le daba al conde otro hijo, tambien habria que deshacerse de el, y podia resultar dificil. Pero Carlaze no tardo mucho en descubrir el descontento de Moia con su matrimonio ni los sentimientos de esta por el hijo de Olyn, Gordo; y a partir de ese momento la fruta estuvo madura para arrancarla del arbol. Carlaze se confabulo con Moia, la ayudo a mantener sus ilicitas relaciones a espaldas del conde Bray, mientras en secreto se aseguraba de que se dejaban pistas suficientes para despertar las sospechas del conde. Y la noche de la disputa (con la carta que ella misma le habia robado a Moia y colocado alli donde era seguro que la encontrarian), ayudo a Moia a ponerse su ropa de viaje y a escapar de la casa, hasta donde Kinter la aguardaba para darle escolta y llegar al bosque, el lugar donde estaban citados los amantes con la intencion de fugarse.

Si en su corazon hubiera habido en aquel momento espacio para compadecer a alguien, Indigo habria compadecido a Moia. Confusa y desesperada, temerosa del hombre con quien la habian obligado a casarse, profundamente enamorada de otro que podria haberla hecho realmente feliz, deposito toda su confianza en Carlaze y en Kinter. De esa forma Gordo y ella se convirtieron en sus primeras victimas.

Con toda probabilidad, Gordo fue el primero en morir, degollado seguramente mientras Moia chillaba aterrada y desconcertada. Luego le llego su turno, estrangulada con la prenda de amor que el mismo Gordo le habia dado; y ambos fueron a reunirse en el ultimo y eterno abrazo de la tumba. La noticia de que su esposa habia «huido» y no se la encontraba por ninguna parte, fue el estimulo que Carlaze y Kinter necesitaban para hacer traspasar al conde Bray los limites de la cordura y llevarlo a la destruccion de si mismo y de su familia, despertando otra vez la antigua maldicion.

Estuvieron muy cerca del exito: tan cerca que, por tragica ironia, solo Reif se habria interpuesto entre el y el titulo de conde si Kinter estuviera vivo aun. Y al mirar a Reif, Indigo lo vio de repente con serena y absoluta lucidez: un hombre despojado de todo lo que habia amado: su padre, sus hermanos, su felicidad. Cuanto le quedaba era una nueva responsabilidad que pesaba como granito sobre sus hombros. Y, aunque tuviera la energia necesaria para cumplir con lo que la vida le exigiera, estaba completa y desconsoladamente solo.

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