La voz de Uluye corto en seco sus balbuceos.

—?Donde estan tus ofrendas?

La mujer rebusco en una bolsa que llevaba y saco un paquete y un odre, pero los sostuvo pegados a su pecho, claramente reacia a entregarlos a la sacerdotisa.

—Las he traido. Comida y bebida. Mira, aqui las tengo. Pero me han costado muy caras; tendre que pasar hambre ahora, pues mi asesino marido me ha dejado sin nada. Ten piedad de mi, Uluye; ?ten piedad de mi!

Uluye clavo sus ojos en ella durante un buen rato. Luego, con deliberada lentitud, extendio los brazos y arranco las ofrendas de las manos de la mujer. Desenvolvio el pan, abrio el odre. Comio. Bebio.

El rostro de la suplicante se arrugo en una desagradable expresion infantil. No intento discutir, pero, mientras sus tres acompanantes —Indigo sospecho que «guardianes» debia de ser una palabra mas apropiada— la conducian a reunirse con los otros postulantes, sus manos y pies empezaron a agitarse en mudo pero incontrolable terror.

Uluye escudrino con la mirada a los congregados e inquirio con enganosa suavidad:

—?Quien es el siguiente?

Mientras el octavo candidato se adelantaba, Indigo dirigio una veloz mirada a Shalune. La gorda sacerdotisa la observaba con disimulo, Indigo le hizo una senal sin ser vista, y Shalune se alejo despacio de su companera para acercarse furtivamente a la litera, hasta quedar lo bastante cerca como para poder conversar en susurros.

—No deberias hablar.

El tono de su voz recordo a Indigo el susurro de los cazadores de las Islas Meridionales; Shalune habia aprendido el truco de suprimir los tonos sibilantes de su voz. Indigo sonrio levemente y contesto en forma parecida.

—Lo se. Pero hay mucho que no comprendo. ?Quien era esa mujer?

—?Ella? Una asesina de ninos. Degollo a tres de sus hijos y afirma que fue su marido quien lo hizo. El ha desaparecido; lo mas probable es que tambien lo haya matado, aunque todavia no se ha encontrado su cadaver. Todos los habitantes de su pueblo saben que es culpable, pero! no tienen pruebas. Asi pues la han obligado a venir aqui,! a descubrir la verdad.

—?Como pueden descubrirla?

Shalune la miro a los ojos, con cierta sorpresa.

—Por los ninos, claro. Ellos conoceran a su asesino.

—Pero...

Sin proponerselo, Indigo levanto la voz, y Uluye le dedico una mirada malevola por encima del hombro. Al instante, Indigo transformo la exclamacion en un carraspeo, pero, cuando Uluye desvio la mirada otra vez, Shalune hizo un gesto silenciador.

—No mas charla —musito—. Espera y observa. No necesitas hacer nada mas. —Dedico una mueca a la espalda de Uluye y retrocedio para reunirse con su joven companera.

Indigo se recosto en su sillon, perpleja, mientras el despreocupado comentario de Shalune resonaba en su cerebro: «Por los ninos, claro». Seguia sin poder convencerse de que era posible. No queria creerlo, porque, si fuera cierto, si esta noche los espiritus de los muertos iban a levantarse y andar de nuevo por el mundo de los vivos, entonces..., entonces...

—Nnn...

El sonido broto involuntariamente de su garganta; no pudo acallar la lengua a tiempo. Uluye volvio a girarse con rapidez, pero esta vez expectante mas que enojada, como si esperara ver algun cambio en ella.

Indigo cerro los ojos ante la intensa mirada de la sacerdotisa, al tiempo que pensaba: «No, Uluye, no se trata del oraculo. ?Soy yo!». Algo centelleo por un instante en su mente: unos ojos aureolados de plata, pero desaparecieron con tal rapidez que no arraigaron en su memoria. «Controlate —se dijo furiosa—. No pierdas la lucidez.»

Era el incienso que la afectaba..., este repentino aturdimiento que parecia provenir de la nada, como si se alzara de la litera para flotar sobre ella. Humo narcotico en el aire. Empezaba a padecer alucinaciones; le parecio que una neblina se alzaba del lago y empanaba su superficie, difuminando los reflejos de la luz de las antorchas, convirtiendo Las aguas en un enorme espejo dorado. ?Cuanto tiempo duraria aun esta ceremonia? Ansiaba que terminara. Tenia sed. Tambien hambre. Deseaba regresar al familiar refugio de la cueva, dormir...

Sacudio la cabeza, y el miasma se disipo. Parpadeando, descubrio que ahora habia quince personas apinadas a un lado del redondel y que no habia ningun nuevo demandante frente a Uluye en la roja arena. ?Quince postulantes? Quiza se habia dormido despues de todo. Y Grimya se habia ido. ?Donde estaba Grimya?

«?Grimya?» Envio su llamada y se sintio aliviada cuando la voz mental de la loba le respondio de inmediato.

«Estoy aqui, Indigo. Detras de tu sillon.» Una pausa,,! luego: «Na.., no me gusta lo que percibo. Huelo algo, lo reconozco, pero me hace sentir inquieta».

Los tambores volvieron a repicar entonces. En un principio el sonido era tan sutil que Indigo solo se percato el a un nivel inconsciente, pero se hizo mas fuerte, sonoro, mas rapido, hasta que parecio como si el mismo aire estuviera impregnado de los vibrantes ritmos; ritmos trastornantes e inquietantes que se cruzaban y entrecruzaban chocando unos con otros, y estremecian a indigo hasta los huesos. La muchacha miro al lago y vio que , neblina habia regresado. No se trataba de una alucie esta vez, sino de algo real, que se alzaba del agua en silenciosas columnas parecidas a humo y formaba un manto como de vapor sobre la superficie. Las sacerdotisas habia empezado a cantar acompanando el insoportable redoblante de los tambores; sonidos aullantes, agudos, ululantes cor el estruendo de aves enloquecidas.

Shalune se habia ido, y Yima tambien; se habian ido con las otras, una hilera de mujeres que descendian a la orilla del lago golpeando el suelo con los pies y liando, y con ellas iban los suplicantes, dando traspies, gritando de alegria o de terror, Indigo oyo como la viuda pronunciaba el nombre de su esposo muerto, oyo aguda protesta de la asesina mientras la arrastraban la arena dos mujeres que empunaban sendos machetes, por un terrible momento le parecio como si se hubiera convertido a la vez en ambas desdichadas criaturas, desconsolada y la culpable. Llorando por los seres queridos perdidos, pero a la vez llevando consigo la certeza de ser una asesina y de que, para ella, no podia existir redencion.

«?Indigo!»

El grito telepatico de Grimya resono en su cerebro el mismo instante en que se ponia en pie, pero no le presto atencion. Se encontraba de pie ahora, temblorosa, pesada corona del oraculo haciendo que se balanceara con un arbol en una tormenta. Algo intentaba abrirse a traves de su alma, de su corazon, de sus costillas. Una palabra, un nombre, intentaba formarse en sus labios, intentaba obligarla a pronunciarlo, a gritarlo, proclamarlo en voz alta. Los tambores estaban en su interior y formaban parte de ella, de su propio pulso, del caotico latir de su propio corazon. Las voces de las mujeres la enardecian... y algo empezaba a formarse en la neblina que cubria el lago. Las aguas de la superficie se movian, se agitaban; amplias ondas se desplegaban hacia las orillas y las lamian en forma de diminutas olas.

—Fe...

Algo ahogo la palabra en su garganta antes de que pudiera pronunciarla. Los canticos se interrumpieron, los tambores callaron, y el silencio se produjo de una forma tan repentina que Indigo apenas pudo comprender lo que habia sucedido. Pero no, no era exactamente un silencio total. Escuchaba el batir de las olas en la orilla del lago, lamiendo la arena rojiza. Y un gemido, bruscamente aparecido. Sabia de donde habia surgido: la asesina; solo podia ser ella, Indigo parpadeo, volvio a mirar al lago y vio lo que habia surgido de la neblina y ahora vadeaba por los bajios en direccion a tierra firme.

Una mujer sola fue la primera en salir. Era muy anciana, y mostraba la terrible sonrisa de la locura incurable. Sus ojos ardian como dos frias estrellas muertas, y extendia unas manos parecidas a garras en direccion a dos hombres jovenes que permanecian abrazados en la orilla, la expresion de su rostro llena de inefable pero totalmente insensato amor, Indigo escucho sus desgarrados gritos de «?Madre! ?Madre!» y tuvo que desviar la mirada cuando lomaron las manos del

cadaver y empezaron a llenarlas de besos.

El siguiente en aparecer fue un hombre joven, desmielo, Indigo contemplo su rostro, las llagas que deformaban lo que habian sido unos labios hermosos en una parodia purulenta, la lengua negra e hinchada, el velo que empanaba sus ojos de mirada fija. Su cuerpo brillaba, pegajoso por el sudor de la fiebre, y se estremecia, se

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