—Estoy viva. —Los labios de Indigo sonrieron bajo la elevada corona del oraculo, pero los ojos permanecieron frios y fijos—. He estado en el reino de la Dama Ancestral, Uluye, y he regresado.

El grupo de sacerdotisas apinadas alrededor de la roca a los pies de Uluye se echaron hacia atras, lloriqueando, Indigo se detuvo a cinco pasos de la roca, y Uluye bajo ligeramente la cabeza para mirarla. Los espectadores situados a ambos lados de la plaza empezaron a murmurar entre ellos. Pocos eran los que podian ver que era lo que habia interrumpido la ceremonia; de aquellos que podian hacerlo, ninguno comprendia, y su incertidumbre daba paso con rapidez a la agitacion y el miedo.

Uluye no les presto atencion. Todo su ser estaba pendiente de Indigo, y un

caotico torbellino de emociones contrapuestas se agitaba en su cerebro. Abrio y cerro la boca varias veces; su voz, cuando por fin salio, era un siseo salvaje.

—?Que eres?

De repente, Indigo consiguio penetrar la mascara que era el rostro de la Suma Sacerdotisa y ver a la desgraciada mujer, confusa y asustada, que se ocultaba debajo. Ciertamente, Uluye era una sierva de su diosa; y ambas, por su parte, eran esclavas de otro poder cuya existencia ninguna de las dos se atrevia a reconocer, y mucho menos a intentar controlar y vencer, Indigo se sintio embargada por la compasion; compasion y una feroz renovacion de su voto de que el reinado de este demonio debia tocar a su fin.

—Soy alguien que ha venido para revelaros el autentico rostro y la autentica voluntad de vuestra diosa —dijo.

Los duros ojos negros de Uluye se entrecerraron.

—?Eso es una mentira blasfema! —escupio—. No eres nuestro oraculo. ?Nuestro oraculo nos traiciono, y la Dama Ancestral ha reclamado su alma! —Se lamio los labios resecos y parecio estar intentando tragar algo que amenazaba con asfixiarla—. Te lo vuelvo a preguntar, lo exijo: ?que clase de perversidad y de demonio impio eres tu? ?Eres el hushu en el que se transformo el falso oraculo cuando la Dama Ancestral arrojo su cuerpo sin alma fuera de su reino? ?O eres el fantasma vengativo de Indigo, que intenta hacer mas estragos entre nosotras? — Apunto a Indigo con un dedo acusador—. ?Exijo una respuesta!

Indigo le devolvio la mirada, imperturbable.

—No, Uluye, no soy ni un hushu ni un fantasma ni un demonio. Yo soy Indigo. — Avanzo y, mientras las acolitas de Uluye se apartaban corriendo a su paso, alzo una mano—. Tocame. Mi piel esta caliente. Soy un ser humano, ?y estoy tan viva como tu!

Uluye no se acobardo, como habian hecho sus mujeres, pero sus labios se curvaron en una mueca despectiva.

—?Tocarte, y verme infectada por el hechizo de los no-muertos? ?Debes de pensar que soy una criatura ignorante, demonio!

—No te considero una criatura, Uluye —repuso Indigo con una fria sonrisa—. Pero creo que tienes miedo. — Extendio el brazo un poco mas, y en esta ocasion Uluye no pudo controlar el gesto instintivo que la hizo echarse atras—. ?De que tienes miedo? ?De demonios y hushu? No, no lo creo. Creo que temes las consecuencias de atreverte a reconocer la verdad que ves con tus propios ojos.

—?La verdad? —escupio Uluye, llena de veneno.

—?Si, la verdad! Que he regresado, vivita y coleando, del reino de la Dama Ancestral. Tu diosa no me mato, ni me castigo por la blasfemia de la que tan virtuosamente me acusas. No tomo venganza, Uluye... No tiene ese poder sobre mi, ?porque yo no le permito que lo tenga!

Antes de que la sacerdotisa pudiera reaccionar, Indigo dio la espalda a la roca y se encamino al centro de la plaza. El sol, hinchado y rojo, rozaba ahora las copas de los arboles, y el lago mostraba el aspecto de un enorme charco de sangre. Las mujeres situadas en la plaza retrocedieron precipitadamente, de modo que, cuando Indigo se volvio otra vez de cara a la Suma Sacerdotisa, su figura, sola sobre la arena, destacaba dramaticamente sobre el espectacular telon de fondo.

—Afirmas amar a la Dama Ancestral... —La voz de Indigo llego con toda claridad a la muchedumbre alli reunida; hileras de rostros silenciosos la miraron, y se sintio enferma ante el terror que veia en sus ojos— ... pero ?que clase de amor es este que te empuja a asesinar a tu propia hija en su nombre?

Se volvio para contemplar los desagradables contornos de los dos armazones de madera situados a la orilla del lago. Desde donde se encontraba, las indefensas figuras de Yima y Tiam no eran mas que dos siluetas imprecisas, pero los agudizados sentidos de Indigo percibian su sufrimiento y desesperacion de la misma forma tangible en que Grimya podia captar un olor en la brisa. Se sintio embargada por la colera y se aferro a ella.

—?Que crimenes han cometido Yima y Tiam, Uluye? —exigio enfurecida—. ?Han quebrantado tus leyes? ?Han robado, estafado, o asesinado? ?No! ?Su unico pecado ha sido desafiar tu voluntad..., no la de la Dama Ancestral: la tuya!

El rostro de Uluye se contrajo con expresion ultrajada, y la mujer se irguio en toda su estatura. Todo su cuerpo temblaba poseido por una colera creciente, y su voz resono chillona al tiempo que extendia un brazo acusador para senalar en direccion al cuadrado iluminado por las antorchas, donde yacian los cadaveres de Shalune e Inuss.

—La Dama Ancestral ejecuto con su propia mano a esas miserables conspiradoras, y ha enviado sus cuerpos de vuelta a nosotras para que los entreguemos a los hushu: ?su voluntad esta clara, demonio! ?Y el castigo para los que la insultan es la destruccion!

—?No! —la contradijo Indigo—. Tu afirmas ser su Suma Sacerdotisa, tu afirmas conocer su voluntad, pero estas equivocada. La Dama Ancestral no mato a Shalune y a Inuss... Fuiste tu, Uluye. ?Tu lo hiciste!

La sacerdotisa miro a Indigo, y por un momento —tan solo un instante— su virulencia titubeo y en su rostro aparecio un atisbo de indecision. Pero boca y mandibula no tardaron en endurecerse otra vez, y siseo amenazadora:

—Como osas afirmar...

—?Si, me atrevo! —la interrumpio Indigo con calor—. Tu provocaste sus muertes, con la misma seguridad que si les hubieras hundido un punal en el corazon. ?Sabes que las mato, Uluye? ?Lo sabes? Te lo dire. Fue un demonio, ?y este demonio se llama miedo! El mismo demonio que tu, y tu madre antes que tu... (si, he oido historias sobre esa mujer monstruosa) y todas las Sumas Sacerdotisas que han reinado aqui en siglos pasados, han utilizado como arma contra sus propios seguidores. Gobernais por medio del terror, Uluye; se ha convertido en vuestra contrasena. Sin embargo, tu y la Dama Ancestral en cuyo nombre gobiernas sois esclavas de un terror mucho mayor que aquel con el que quereis imbuir los corazones de vuestra gente.

»Tanto tu como ella teneis miedo de perder vuestro puesto en el mundo. Temeis que llegue un dia en el que vuestros seguidores dejen de amaros. Y quereis que os amen, quereis que os respeten, quereis que os veneren. Pero ?que autentica veneracion puede existir para una diosa cruel y su dura e inflexible Suma Sacerdotisa? ?Que amor real puede sentir tu gente por alguien dispuesto a matar a su propia hija, o por una deidad que exige la realizacion de un sacrificio tan monstruoso en su nombre? Desde luego que te respetan, Uluye. Puede que incluso admiren tu fortaleza y tu fe. Pero ?te aman? ?O no estaran simplemente demasiado aterrorizados para admitir la verdad: que tu y la Dama Ancestral no sois mas que unas tiranas que los mantienen miserablemente esclavizados?

Durante unos cinco segundos se produjo un perplejo silencio. Luego, apenas audible al principio, aumentando con rapidez de murmullo a refunfuno y de alli a un rugido ahogado, empezaron a alzarse voces entre la muchedumbre como una ventisca acercandose por el bosque. Uluye permanecio inmovil como una estatua mientras el ruido crecia a su alrededor, y sus agudos oidos captaron palabras sueltas que flotaban como objetos a la deriva en una marea.

Uluye... la diosa... oraculo... hushu... sacrificio...

Con un violento gesto, la sacerdotisa giro en redondo de cara a la muchedumbre. Abrio los brazos en ademan autoritario, y el torrente de energia psiquica que surgio de improviso de su interior hizo que las mujeres mas proximas a la roca retrocedieran sobresaltadas. Su voz se elevo chillona por encima de los murmullos exigiendo silencio a gritos, y al instante quinientas voces se acallaron y quinientos rostros se volvieron para mirarla con anonadado temor. Con el pecho jadeante y las piernas temblorosas bajo la tunica, Uluye escudrino a los reunidos con mirada brillante y aterradora. Por un momento los tuvo a todos bajo su control; sentian mas miedo de ella

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