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De alguna forma, consiguio introducir la orden por entre la furia asesina que dominaba la mente de
Mientras conseguia arrodillarse algo tambaleante, sin dejar de sujetar a la loba por el pelaje, Indigo tuvo la impresion de que ella, la loba y Uluye se habian convertido de repente en las unicas protagonistas de un sorprendente ritual cuyas reglas ninguna de ellas comprendia por completo. O quiza seria mas apropiado decir: actrices de una obra de teatro todavia por escribir. Penso que las otras sacerdotisas irian en ayuda de su lider, pero no lo hicieron; en lugar de ello, habian retrocedido aun mas, formando un apretado y asustado semicirculo a una prudente distancia. Por mucho temor que les inspirase su Suma Sacerdotisa, sentian ahora mucho mas terror del oraculo y su companera.
Uluye empezo a moverse.
—?No,
Uluye se incorporo. La loba habia hecho jirones su enorme tocado en sus esfuerzos por localizar la garganta de la sacerdotisa, y, con mano temblorosa, Uluye empujo los restos a la parte posterior de su cabeza, donde quedaron colgando de la aceitada marana de sus cabellos. Le sangraban la oreja y el hombro derechos, pero o no se dio cuenta o no le importo.
Tambien Indigo se incorporo, observando a su adversaria con atencion. Habia cometido un error de calculo, y era un error que no podia permitirse repetir. Los siguientes minutos, penso, serian trascendentales.
—Uluye —empezo a decir—, no soy tu enemiga. —La sacerdotisa emitio un desagradable sonido ahogado y gutural, e Indigo sacudio la cabeza—. Tienes que creerlo; tienes la evidencia. —Senalo a la loba, que, aunque se mostraba mas tranquila ahora, en cuanto la muchacha la solto habia ido a colocarse como un centinela entre las dos mujeres, en actitud tensa y protectora—.
Vio la respuesta a sus palabras en los ojos de Uluye, el destello de enojado resentimiento. Pero el momento de peligro habia pasado, Indigo se dijo que debia hablar ahora, antes de que el orgullo de Uluye volviera a hacerse con el dominio y perdiera la ventaja obtenida.
—Senora... —utilizo la formula ceremonial con que se habia dirigido a la Dama Ancestral, al tiempo que realizaba el gesto ritual que era una senal de profundo respeto entre iguales, y vio como los ojos de Uluye se entrecerraban en cautelosa sorpresa—, no soy vuestro oraculo. Jamas lo he sido. La Dama Ancestral intento hacerse con el control de mi mente y utilizarme tal y como os controla y utiliza a ti y a tus sacerdotisas, y a todos aquellos que le prestan fidelidad. No tuvo exito, porque no consiguio obligarme a tenerle miedo. Lo intento... —Sus ojos adquirieron de repente una expresion retraida, y los clavo en la arena bajo sus pies—. Querida Madre Tierra, lo intento... pero fracaso, porque
descubri que no tenia ningun motivo para temerla.
»Eso, Uluye —volvio a levantar la cabeza—, es tu mayor error, y tu mayor carga. Amas a tu diosa; lo se, lo he visto. Pero tu amor ha quedado pervertido y deformado por el terror que le tienes..., terror que te impulsa a sacrificarle la vida de tu propia hija en un intento desesperado de probar tu fe. ?Que clase de perfidia debe infectar a una deidad capaz de exigir tal precio? La Dama Ancestral no es malvada... Tu eres su sacerdotisa y lo sabes mejor que yo. Asi pues, ?como puedes pensar, como puedes creer ni por un momento que la prueba de tu amor por ella exija que mates a Yima?
Sintio entonces una repentina y violenta agitacion en lo mas profundo de su mente. Algo se movia, algo que le era extrano, algo que emanaba de mas alla de su conciencia..., y por encima de ello escucho la suave y angustiada voz mental de
La muchacha volvio la cabeza. A su espalda, por encima del lago, por encima de los arboles que se apinaban en la orilla, todo lo que quedaba del sol era un delgado arco de encendidas llamas. Todo el cielo empezaba a adquirir unos tonos dorados, anaranjados y escarlata; todo el firmamento se encontraba atravesado de rayos de luz, y, cuando volvio otra vez la cabeza, vio que la enorme y suave ala de la noche empezaba a penetrar por el este.
—Uluye —su voz era mas apremiante ahora—, te lo vuelvo a preguntar, y te ruego que examines tu corazon antes de responder: ?realmente crees que solo la muerte de tu hija puede satisfacer ahora a tu diosa?
Uluye levanto los ojos al cielo. Luego miro en direccion a la orilla del lago y las dos estructuras de madera, y volvio a pasarse la lengua por los labios. Por ultimo su mirada se dirigio al cuadrado iluminado por las antorchas y a los dos cuerpos solitarios que yacian juntos entre las hileras protectoras de amuletos y ofrendas. Se produjo un largo silencio. Detras de ellas, las sacerdotisas continuaban con sus ritmicos cantos, pero las canciones y el golpear y repiquetear de sus instrumentos habia adquirido una nota de hueca desesperacion. Los canticos habian perdido su significado y se habian convertido tan solo en un mecanismo para aumentar la propia confianza y apaciguar a la congregacion. Pero no se interrumpieron. Las mujeres no se atrevieron a hacerlo.
Bruscamente, de manera chocante, la voz de Uluye restallo entre los cantos, resonando por toda la plaza.
—?No quiero seguir escuchando! —Realizo un salvaje gesto de negacion—. ?Se cual es la voluntad de nuestra senora! Yo soy su Suma Sacerdotisa; yo la he mirado a la cara y he recibido su bendicion de su propia mano. No me arrebataras el poder, Indigo; ?ni me convenceras para que no cumpla con lo encomendado por mi senora!
—No deseo arrebatarte el poder, Uluye —arguyo Indigo con desesperacion—.
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No soy tu rival ni tu enemiga; ?intento
—No. —La voz de Uluye sono despectiva—. No quiero tu ayuda. No
Se miraron la una a la otra, e Indigo comprendio entonces que no habia nada mas que pudiera decir. Ni palabras ni razonamientos convencerian a Uluye. La conviccion de la sacerdotisa era demasiado fuerte, su miedo demasiado grande.
Indigo volvio a percibir aquella extrana agitacion en lo mas profundo de su cerebro, acompanada de una sensacion de vago regocijo, y a renglon seguido la acometio una amarga colera. «Muy bien —penso—. Crees que has vencido. Ya lo veremos, senora..., ?ya lo veremos!»
Sabia que se trataba de una jugada peligrosa y tal vez mortal, y, si fracasaba, Yima lo pagaria con la vida. Pero no se atrevio a pensar demasiado en ello. Habia que correr el riesgo. En estos momentos era su unica esperanza.
Se llevo una mano al fajin y saco el cuchillo.
—Muy bien, Uluye —dijo con suavidad—. Tienes razon; no puedo hacerte cambiar de opinion. Lo reconozco. —Sostuvo el cuchillo por la punta—. Te ofrezco esto en senal de capitulacion. Cogelo, y haz lo que debas.
Mientras hablaba, el ultimo reborde blanco del sol se hundio tras los arboles. La muchedumbre aspiro al unisono con tanta fuerza, que se escucho por encima incluso del sonido de los tambores y los canticos, y las largas y lugubres sombras que se extendian sobre la plaza se fusionaron de repente para formar un manto de penumbra. Las antorchas adquirieron renovado brillo a medida que la ensangrentada luz del cielo empezaba a apagarse y los primeros puntos de luz de las estrellas aparecian por el este.
Uluye dio un paso al frente. Tomo el cuchillo, y por un instante Indigo percibio un destello de emociones cuando, con el rostro inescrutable a la luz de las antorchas, la Suma Sacerdotisa realizo una leve y quiza ligeramente sarcastica reverencia para demostrar que reconocia y aceptaba el significado del regalo. Luego,