—Mi senora oraculo, ?como podemos agradeceros nuestra liberacion? —Su voz estaba jadeante por la emocion—. Vuestro nombre vivira en nuestros corazones durante....

Indigo interrumpio el torrente de palabras.

—No hay tiempo para eso, Tiam, y tampoco lo quiero. Esto no ha terminado aun ni mucho menos. Llevate a Yima, tan lejos como sea posible, ahora. —Y, al ver que el vacilaba, insistio—: Hazlo, Tiam. ?Por la Madre Tierra, marchaos mientras todavia existe algun destello de esperanza para vosotros!

Sus palabras, o la urgencia de su voz, le hicieron llegar el mensaje, y, con un rapido gesto de asentimiento, Tiam empezo a llevarse a Yima de alli. Las sacerdotisas se quedaron mirandolos mientras atravesaban la plaza, pero ninguna hizo el menor movimiento para detenerlos, y durante unos instantes Indigo casi creyo que la disparatada estratagema funcionaria y conseguirian irse del lugar y desaparecer en el bosque sin que se alzara una mano contra ellos. Pero no habia contado con Uluye. Las mujeres, que en realidad habian sido adiestradas para seguir las pautas marcadas por ella, podian estar demasiado aturdidas para reaccionar, pero de improviso la voz de la Suma Sacerdotisa quebro el silencio.

—Estupidas inconscientes, ?que creeis que haceis? ?Detenedlos!

El grito rompio la paralisis de las mujeres, y subitamente estallo un farfulleo de voces al salir las sacerdotisas de su ensimismamiento y comenzar a moverse. Tiam las vio y echo a correr, arrastrando a Yima con el. Uluye salio en su persecucion cruzando la arena, y otras mujeres se apresuraron para interceptarlos.

Entonces, del otro extremo de la plaza, surgio un grito agudo de incontrolado terror.

Presa y perseguidores se detuvieron en seco, confundidos, y las cabezas se volvieron a uno y otro lado en busca del punto del que habia brotado el horrible grito. Se escucho un nuevo alarido, y un tercero, y el aullido de miedo de un hombre adulto... y de repente se produjo todo un mare magnum cuando una seccion de la muchedumbre diviso las borrosas figuras que salian del bosque.

Seis de ellos..., ocho..., diez..., una docena..., arrastrando los pies, meneando la cabeza estupidamente y con los brazos extendidos al frente, los hushu rodearon a la multitud, Indigo vio como Uluye lanzaba una mirada horrorizada por encima de su hombro y supo, aun antes de volver ella misma la cabeza, que mas de aquellos horrores se acercaban por detras. Avanzaban despacio formando una linea, y la muchacha sintio una terrible sensacion de nausea en el estomago al darse cuenta de que los monstruos avanzaban en formacion como si una siniestra inteligencia se hubiera apoderado de sus cerebros muertos y los coordinara para que se convirtieran en una unica y espantosa entidad, con un proposito comun.

A su alrededor, la escena empezaba a convertirse en un caos a medida que mas espectadores advertian lo que sucedia. El aire se estremecia con sus gritos y alaridos, y grupos aterrorizados de personas corrian en todas direcciones; incluso aquellas que no conocian aun el motivo del terror luchaban violentamente con sus vecinos para abrirse paso y huir, Indigo vio a una mujer y a dos criaturas caer pisoteadas cuando la masa de gente mas cercana a la plaza, y por lo tanto al peligro, intento abrirse paso para llegar al extremo de la multitud y huir. Un hombre, enloquecido de terror, arranco una antorcha de la elevada asta que la sujetaba y se dedico a blandir la llameante tea ante el rostro de todo aquel que se interponia en su camino.

A pesar de todo, los hushu seguian llegando; pero, mientras los primeros y mas afortunados espectadores conseguian liberarse del apinamiento de gente y huir al interior del bosque, Indigo comprendio de improviso que los monstruos no estaban interesados en ellos. Lo cierto es que ahora veia perfectamente como la bamboleante masa de gente se dispersaba poco a poco a medida que mas y mas personas escapaban de la plaza. Los hushu no les prestaban la menor atencion; pudo ver incluso como uno de los horrores caia al suelo cuando un grupo aterrorizado choco contra el en su huida hacia los arboles, y sin embargo ninguno de sus companeros hizo la menor intencion de detenerse, a pesar de tener muy cerca a las figuras que corrian. Y de pronto Indigo entendio el motivo...

Como si una mano gigantesca acabara de abofetearla, su cerebro recibio una violenta sacudida que le hizo ver el terrible motivo. Junto a ella, Grimya, contagiada por el horror de las masas, ladraba y grunia enfurecida, el pelaje del lomo erizado y los ojos llameantes; Indigo giro en redondo y, agachandose junto a ella, la sujeto por el hocico y le grito a la cara:

?Grimya! ?Grimya, escuchame! Esto es cosa de la Dama Ancestral... ?Hemos de encontrar a Uluye!

La plaza parecia ahora una escena sacada de una pesadilla. Los ultimos restos de luz en el cielo habian desaparecido, y la unica iluminacion la proporcionaban las frias estrellas y las pocas antorchas que no se habian utilizado como armas ni habian sido derribadas de sus soportes y apagadas a pisotones, con lo que era casi imposible distinguir a hombres de mujeres, ni a seres humanos de muertos vivientes, en medio de la caotica penumbra. De todos modos, los gritos de los aldeanos iban disminuyendo a medida que mas de ellos conseguian escapar. Solo quedaban algunos rezagados ahora... y otros treinta o cuarenta que yacian boca abajo sobre la arena o entre la maleza, en el linde del bosque.

Las sacerdotisas se apinaban por todas panes, algunas gimiendo y llorando, otras realizando al menos algun intento de recuperar la serenidad y ayudar a sus companeras, y por fin Indigo descubrio la elevada figura de Uluye cerca del lago. Intentaba reunir a sus mujeres junto a ella, y su voz, ronca y aspera, se dejaba oir por encima del estrepito.

—?Uluye!

Indigo empezo a abrirse paso por entre la gente para llegar hasta ella, y, al acercarse, vio con sobresalto que los primeros hushu se encontraban a pocos metros de distancia. Con la ayuda de Grimya, que se dedico a mordisquear tobillos y faldas ondulantes para abrirle paso, no tardo en llegar junto a la Suma Sacerdotisa, a la que agarro por un brazo.

Uluye giro rapidamente. Por un momento parecio no reconocer a la muchacha; luego, como si su llegada hubiera actuado como catalizador, la mujer se solto con un violento gesto y se cubrio el rostro con las manos.

—?Que he hecho? —gimio—. Senora, perdonadme. ?Que desgracia he hecho caer sobre nosotras?

—?No has hecho nada! —grito Indigo—. Esto no es culpa tuya, Uluye. Es culpa de la Dama Ancestral; es su forma de intentar atemorizarnos para que perdamos la moral.

Uluye sacudio la cabeza, balanceando violentamente las aceitadas guedejas de sus cabellos. —?Estamos perdidas! —chillo— Nos mataran a todas. ?Esta es la sentencia que la Dama Ancestral ha dictado contra mi!

—?No! No es de ti de quien quiere vengarse, es de mi. ?Uluye, escucha, escucha! Tiene que existir una forma de destruir a los hushu. ?Como se puede hacer? ?Dimelo!

—«Madre Tierra», penso, «no puedo alcanzarla, no reacciona».

Entonces, en medio de aquella frenetica desesperacion, Indigo volvio a ver mentalmente los ojos ribeteados de plata, y escucho en su cerebro los ecos de una carcajada triunfal...

—?Oh, maldito demonio!

Aullo las palabras con todas las fuerzas de sus pulmones y vio que Uluye daba un respingo. Pero la mujer no importaba ahora. Esto, se dijo Indigo, esto era algo entre ella y la Dama Ancestral. ?Y no se dejaria vencer!

Se abrio paso por entre el circulo de aterradas mujeres que rodeaban a la Suma Sacerdotisa. Cuando consiguio salir, vio frente a ella, a menos de cinco metros de distancia, el cuadro maldito en el que los cuerpos de Shalune e Inuss aguardaban todavia su espantoso destino final. Aun en medio del panico, nadie se habia atrevido a tocar las cuatro teas que ardian alli, y, mas alla de su humeante resplandor, Indigo vio las siniestras figuras de los hushu, que seguian acercandose, avanzando con un aire de terrible e insensata determinacion. Las dos hileras iban aproximandose a la plaza, cercandola como una red que rodeara un banco de peces.

Los ultimos aldeanos ya habian escapado y desaparecido, pero las sacerdotisas estaban atrapadas, y su terror aumentaba mientras se arremolinaban y apinaban entre si formando un grupo compacto sobre la arena. Pero Indigo sabia que los hushu tenian el mismo interes en ellas que el que habian demostrado por los desaparecidos espectadores. Era ella su objetivo, el blanco en el que estaban fijos los ojos de este ejercito de muertos vivientes. Y sabia que esta era la prueba definitiva.

«?Grimya!», se comunico con urgencia. «?La lanza que Uluye utilizo cuando intento matarme... Encuentrala y traemela, rapido!»

Mientras la loba se alejaba corriendo, el cerebro de Indigo empezo a trabajar a toda velocidad; sentia una enorme oleada de energia alzandose en su interior, y se aferro a ella con todas sus fuerzas. «Poder... Si, senora,

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