compras se guardaban en el interior de los cestos o se echaban a la espalda y el comprador se alejaba del lugar sin que se cruzara entre vendedor y cliente mas que un ligero movimiento de cabeza a modo de saludo. Nadie cantaba, nadie silbaba; no habia ningun comerciante que proclamara a voz en grito que sus mercancias eran mejores que las de sus vecinos, ni se veian grupos de hombres conversando, mujeres de cotilleo o ninos revoltosos. Resultaba un violento y chocante contraste con los mercados de todos aquellos otros paises visitados por Indigo —los caoticos y ruidosos bazares de Huon Parita, las esplendidas ferias comerciales de Khimiz, incluso las modestas reuniones de granjeros que se celebraban en epoca de cosecha en los pueblos del continente occidental como Bruhome—, y mientras permanecia inmovil, observando, una peculiar sensacion de irrealidad la asalto, trayendo con ella un terror amorfo e ilogico.

Thia volvio el inexpresivo rostro diminuto en direccion a Indigo.

—Por favor, no te demores —dijo con gelida educacion—. Malgastar el tiempo resultaria muy improductivo.

Con un gran esfuerzo, Indigo se sacudio de encima la inercia que se habia apoderado de ella y, en cuanto la muchachita empezo a cruzar la plaza, corrio tras ella. Lanzarse al centro de aquella muchedumbre silenciosa y taciturna poseia una cierta cualidad amilanante, pero la oleada psiquica de hostilidad que Indigo preveia no se materializo. Una o dos miradas se posaron brevemente sobre la banda echada sobre su hombro, pero ni siquiera estas miradas resultaron abiertamente hostiles. Los habitantes del lugar sentian tan poco interes por la forastera como parecian sentirlo por cualquier otra cosa que no fuera algo que les atanera directamente.

Thia la condujo al extremo opuesto de la plaza, hasta una casa sobre cuya puerta sin pintar habian clavado un triangulo de madera. La adolescente golpeo la puerta con los nudillos con una seguridad que sorprendio a Indigo, y al cabo de un instante esta fue abierta por una mujer menuda y arrugada. No lucia ninguna banda, y al ver a Indigo le dedico una obsequiosa reverencia.

—Esta es la viuda del doctor Huni —dijo Thia sin saludos ni preambulos—. Ahora ya no tiene un puesto util y por lo tanto dentro de poco abandonara la casa. Ejerceras tus artes curativas en la habitacion que pertenecio al doctor Huni. —Se volvio hacia la anciana—. Agradecere nos muestres el camino.

Sin una palabra, la mujer se volvio hacia el interior de la casa, y ellas la siguieron. La anciana las hizo subir por una oscura escalera de estrechos peldanos, al final de la cual una puerta daba a una habitacion de gran tamano. Dos taburetes de madera, una mesa y una desvencijada alacena de dos puertas eran su unico mobiliario; las paredes y el suelo estaban desnudos y la solitaria lampara que ardia sobre la mesa despedia un olor malsano ademas de una tenue luz amarillenta. Habia una ventana, pero daba directamente a la pared de otra casa. Toda la atmosfera de la habitacion resultaba depresiva.

La anciana volvio a inclinarse y hablo ahora por primera vez, aunque se dirigio a Thia y no a Indigo.

—Los primeros pacientes esperan abajo.

—Envia al primero... —empezo a decir Thia, pero Indigo la interrumpio. Se sentia repentinamente furiosa; furiosa ante el comportamiento arrogante de la chiquilla para con la viuda de Huni, y furiosa tambien ante la presuncion de aquella criatura de que ella, Indigo, carecia de mente o voluntad propias.

—Gracias, Thia —dijo con aspereza—. Soy perfectamente capaz de responder por mi misma. —Sonrio a la viuda, y le dedico una inclinacion tan cortes que la anciana se mostro claramente sobresaltada.

«Necesitare cinco minutos para instalarme, senora —declaro—. Luego, si sois tan amable, recibire a mi primer paciente.

La viuda de Huni parpadeo perpleja. A lo mejor, penso Indigo, no habia esperado que una extranjera hablara tan bien su idioma. Luego, la anciana se encogio de hombros ligeramente.

—Sera como desees —respondio, y se retiro acto seguido.

Indigo deposito su bolsa de hierbas sobre la mesa. La breve llamarada de colera habia descendido ahora por debajo del punto de ebullicion, pero la actitud de Thia aun le dolia, por lo que se volvio hacia ella.

—Thia, te agradeceria que en el futuro te mostrases menos descortes con la viuda del doctor Huni.

La chiquilla se mostro tan sorprendida como se habia mostrado la mujer antes.

—?En que forma fui descortes, por favor, doctora?

—?En que forma? —repitio Indigo con incredulidad—

Hablarle a ella como si se tratara de una criada, hablarme a mi de ella como si ella no se encontrara presente, y no molestarte siquiera en presentarnos; ?a eso me refiero, Thia!

La expresion de Thia no se altero un apice, y de improviso Indigo comprendio que su desconcierto era genuino.

—Pero —protesto la chiquilla— ?que funcion puede desempenar la viuda del doctor Huni? Es demasiado vieja para realizar un trabajo util.

«Madre Tierra de mi vida —penso Indigo—. De modo que ese es el quid de la cuestion: funcion, utilidad, valor practico... » Recordo algunas de las palabras utilizadas por tio Choai, primero cuando se encontraron en la carretera y luego en casa de Hollend; se habia referido a «una profesion util y valiosa» y habia prometido «una estimacion de su utilidad». Un realista sentido practico que era casi una religion entre estas gentes; en realidad, penso, esto podria ser literalmente cierto, ya que no parecian venerar a ningun dios o poder espiritual. Asi pues la desdichada viuda del doctor Huni, demasiado vieja —como habia dicho Thia— para poder realizar un trabajo, habia sido degradada a la muerte de su esposo a la categoria de una molestia superflua y potencialmente onerosa. Y, lo que era peor, la anciana parecia aceptarlo sin dudas ni objeciones. Este era el motivo de que se hubiera mostrado tan estupefacta ante la cortesia con que se le habia dirigido Indigo.

—Creo —dijo Indigo en voz alta y con una sonrisa glacial— que tengo mucho que aprender sobre Alegre Labor.

Thia inclino la cabeza.

—Esto les sucede a todos los extranjeros, doctora. Pero tio Choai ya ha dicho con gran sabiduria que los usos correctos se aprenden con el tiempo.

Indigo enarco una ceja ante la clara implicacion de que Choai habia hablado de ella con Thia. Podria ser una adolescente, pero estaba claro que la muchacha poseia suficientes atributos «utiles» como para que se le otorgara mucha mas categoria que a una simple extranjera. No obstante, le abstuvo de hacer comentarios y se volvio hacia la alacena. No estaba cerrada pero su contenido resulto una decepcion: solo dos vendas arrolladas, sin lavar desde la ultima vez que se utilizaron, y una coleccion de pequenos tarros de barro y botellas que contenian los restos de no se sabe que extranisimos curalotodos a base de hierbas. Indigo volvio a cerrar la alacena apresuradamente. Tendria que arreglarselas lo mejor que pudiera con sus propias provisiones; al menos, se dijo con ironia, parecia que no tendria que

preocuparse demasiado por mantenerse al nivel del doctor Huni.

Bien, no habia motivos para posponer lo inevitable mas de lo necesario. Habia llegado el momento de pagar a tio Choai por el bastoncillo de madera y demostrar su valia.

Abrio la bolsa y se sento en el mas cercano de los dos taburetes.

—Muy bien, Thia —anuncio—. Estoy lista. Ve a buscar a mi primer paciente, por favor.

Cuando por fin anochecio aquel dia, Indigo se encontraba completamente agotada. Treinta pacientes, habia dicho Choai, pero la verdad es que habian sido unos cincuenta. La mayoria no padecian mas que indisposiciones o lesiones menores; fiebres poco severas, toses persistentes, o pequenas heridas recibidas en los campos que necesitaban atencion si se queria evitar que se infectaran y robaran al paciente valioso tiempo laborable. A pesar de ello, Indigo se sentia totalmente exhausta, no por el trabajo en si, ni tampoco por el numero de pacientes que habian desfilado por su consulta, sino por la carga de tension que suponia tener que tratar con las gentes de Alegre Labor.

Para empezar, estaba claro que desconfiaban de ella. Lo percibia en sus miradas, en la repentina reserva que aparecia en sus rostros cuando se daban cuenta de que debian explicar sus enfermedades a una forastera y no a uno de los suyos. Sin embargo, esta involuntaria actitud de atrincheramiento chocaba frontalmente con la deferencia —casi de orden reverencial— que el protocolo exigia que se demostrase a un medico como una cuestion de principios. Asi pues uno tras otro se sentaban tiesos y silenciosos, o removiendose nerviosos y en actitud evasiva, al otro lado de la mesa, mientras Indigo recurria a toda la paciencia que podia reunir para convencerlos de que le revelasen cual era su problema. Pero resulto que, en contra de lo que esperaba, tuvo motivos para sentirse agradecida por la presencia de Thia; pues aquellos pacientes —y hubo unos cuantos— que se negaron en redondo a hablar directamente con la curandera extranjera estaban dispuestos a describir sus sintomas a la muchacha, y se

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