Guillaume se encogio de hombros.

– Armande tambien tiene derecho a celebrar una fiesta -ha dicho con voz tranquila.

– Pues con tanto comer lo unico que conseguira es matarse -le replique con viveza.

– Creo que tiene edad para hacer lo que se le antoje -ha dicho Guillaume.

Le dirigi una mirada de desaprobacion. Desde que tiene tratos con esa tal Rocher, este hombre parece otro. De su rostro ha desaparecido aquel aire de sumisa humildad de otros tiempos y, en lugar de el, tiene un aspecto decidido, desafiante casi.

– No me gusta que la familia de Armande se crea con derecho a organizarle la vida -ha proseguido, testarudo.

Me encogi de hombros.

– Me sorprende que usted, precisamente usted, se ponga de parte de ella -le digo.

– La vida esta llena de sorpresas -me respondio el.

Ojala fuera verdad.

36

28 de marzo

Viernes Santo

En un determinado momento, de hecho bastante pronto, he olvidado el motivo de la fiesta y he comenzado a pasarmelo bien. Mientras Anouk estaba entretenida jugando en Les Marauds, he orquestado los preparativos de la comida mas copiosa y suculenta que he preparado en mi vida y me he extraviado en los detalles mas sabrosos. Disponia de tres cocinas: los enormes hornos de La Praline, donde he preparado los pasteles; el Cafe des Marauds, en lo alto del camino, para el marisco; y la minuscula cocina de Armande para la sopa, las verduras, las salsas y la guarnicion. Aunque Josephine se habia ofrecido a prestar a Armande la vajilla y la cuberteria que hiciera falta, esta movio negativamente la cabeza con una sonrisa.

– Ese problema esta resuelto -le replico Armande.

Y efectivamente lo estaba, porque el jueves por la manana llego una furgoneta que ostentaba el nombre de una importante empresa de Limoges, que hizo entrega de dos cajas de cristaleria y de servicio de mesa, amen de porcelana fina, todo transportado entre papeles desmenuzados. El hombre encargado del transporte se dirigio a Armande con una sonrisa al pedirle que le firmara el albaran de entrega.

– Se casa una nieta, ?verdad? -le pregunto, jovial.

Armande le respondio con una risita.

– Podria ser -replico-, podria ser.

Ha estado todo el viernes de excelente humor, haciendo como que supervisaba los preparativos, pero en realidad estorbando mas que otra cosa. Como una nina traviesa, mete los dedos en las salsas, inspecciona las bandejas que tengo tapadas y levanta las tapaderas de los peroles hasta que he acabado por pedir a Guillaume que me hiciera el favor de llevarsela a la peluqueria de Agen para que me dejara tranquila un par de horas. Cuando ha vuelto parecia otra: llevaba el cabello muy bien cortado, un sombrero nuevo y ladeado, guantes y zapatos nuevos. Los zapatos, los guantes y el sombrero eran del mismo tono rojo cereza, el color favorito de Armande.

– Voy arriba -me informo muy satisfecha, mientras se instalaba en la mecedora dispuesta a observar la marcha de los acontecimientos-. Es posible que a finales de esta misma semana me lie la manta a la cabeza y me compre un vestido rojo. ?Me imagina entrando en la iglesia con un vestido rojo? ?Yupi!

– Mire, descanse un rato -le dije muy seria-. Esta noche tiene una fiesta y no quiero que se caiga dormida al llegar a los postres.

– ?Que va! -respondio, aunque ha accedido a dormir una horita a la caida de la tarde mientras yo preparaba la mesa y los demas se iban a sus casas a descansar un rato y a cambiarse de ropa para la cena.

La mesa es larga, lo que resulta bastante absurdo teniendo en cuenta las pequenas dimensiones del comedor de Armande, pero con un poco de buena voluntad cabremos todos. Es un pesado mueble de roble negro y han sido necesarias cuatro personas para trasladarlo e instalarlo en la glorieta que ha preparado Narcisse, debajo de un baldaquin de follaje y flores. El mantel es de damasco rematado de delicada blonda y huele al espliego con el que Armande lo tenia guardado desde el dia de su boda. Fue un regalo de su suegra y todavia estaba por estrenar. Los platos de porcelana de Limoges son blancos y con una pequena cenefa de flores amarillas en el borde. Los vasos son de cristal y de tres tipos diferentes. El sol, al atravesar el cristal, proyecta sobre el blanco mantel manchas huidizas con todos los colores del arco iris. En medio de la mesa hay un centro de flores de primavera suministradas por Narcisse y junto a cada plato hay una servilleta cuidadosamente doblada. Sobre cada una de las servilletas hay una tarjeta con el nombre del comensal correspondiente: Armande Voizin, Vianne Rocher, Anouk Rocher, Caroline Clairmont, Georges Clairmont, Luc Clairmont, Guillaume Duplessis, Josephine Bonnet, Julien Narcisse, Michel Roux, Blanche Dumand, Cerisette Plancon.

En un primer momento no identifico los dos ultimos nombres, pero de pronto me acuerdo de Blanche y de Zezette, que siguen con sus barcas amarradas rio arriba y todavia permanecen a la espera. Me doy cuenta de que hasta ahora no habia sabido cual era el nombre de pila de Roux y hasta habia pensado que Roux era un apodo que podia hacer referencia al color de sus cabellos.

A las ocho han empezado a llegar los invitados. Yo he salido de la cocina a las siete para ducharme y cambiarme rapidamente de ropa y, al volver, me he encontrado la barca amarrada junto a la casa y a sus ocupantes en tierra. Blanche llevaba una falda acampanada de color rojo y una blusa de encaje, Zezette vestia un traje de noche antiguo de color negro que dejaba al descubierto sus brazos tatuados con henna y lucia un rubi en una ceja. Roux llevaba unos pantalones vaqueros limpios y una camiseta blanca. Todos traian regalos para Armande, envueltos en papel de regalo, papel de empapelar paredes o retales de ropa. A continuacion ha llegado Narcisse con su traje de los domingos, seguido de Guillaume, con una flor amarilla en el ojal, y acto seguido los Clairmont, con aire francamente cordial, aunque Caro observaba a la gente del rio con mirada desconfiada pese a que se habia propuesto pasarlo bien ya que se exigia de ella aquel sacrificio… Mientras dabamos cuenta de los aperitifs, pinones salados y galletitas, hemos observado a Armande abrir los regalos: un dibujo de un gato metido en un sobre rojo de parte de Anouk, una jarra de miel de parte de Blanche, unas bolsitas de espliego en las que Zezette habia bordado la letra B. «No me ha dado tiempo a bordar la inicial de su nombre -le explica con alegre despreocupacion-, pero le prometo que el ano que viene se la bordare.» Una hoja de roble tallada en madera de parte de Roux, tan bien hecha que parece de verdad, con su manojito de bellotas colgadas del tallo, una gran cesta de frutas y flores de parte de Narcisse. Los regalos mas caros son de los Clairmont: un panuelo de Caro -veo que no es un Hermes pero es de seda-, un jarron de plata para flores y de parte de Luc algo rojo y reluciente metido en un sobre de papel crujiente, que oculta a la mirada de su madre lo mejor que puede, escondiendolo debajo de un monton de envoltorios desechados… Armande sonrie y sus labios dibujan una exclamacion -«?Yupi!»- antes de taparse la boca con la mano ahuecada. Josephine le ha regalado un pequeno guardapelo de oro, que le entrega con una sonrisa como disculpandose:

– No es nuevo -dice.

Armande se lo cuelga del cuello, abraza a Josephine torpemente y se sirve un St.-Raphael con mano insegura. Oigo las conversaciones desde la cocina, la preparacion de tanta cantidad de comida es cosa peliaguda, por lo que concentro en la actividad gran parte de mi atencion, aun sin perderme nada de lo que ocurre fuera. Caro esta amable, dispuesta a pasarlo bien; Josephine guarda silencio; Roux y Narcisse han encontrado un tema de interes comun y hablan de arboles frutales exoticos. Zezette canta un fragmento de una cancion folklorica con su voz aflautada, tiene a su hijito acurrucado en sus brazos como la cosa mas natural de este mundo. Observo que el crio tambien esta pintarrajeado ceremonialmente con henna y que, con su piel moteada de oro y sus ojos verde gris, parece un meloncito gris nantais.

Se trasladan a la mesa. Armande esta muy animada y lleva el peso de la conversacion. Oigo la voz de Luc, que habla en tono bajo y comedido sobre un libro que ha leido recientemente. Noto un cierto encrespamiento en la voz de Caro y me entra la sospecha de que Armande se ha servido otro vasito de St.-Raphael.

– Maman, ya sabes que no debes… -le oigo decir, a lo que Armande se limita a responder con una carcajada.

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