– Casi la una -dice Guillaume.
Armande suspira.
– Hora de que me vaya a la cama -declara-. No soy tan joven como en otros tiempos, ?sabeis?
Hurga entre los pies y saca toda una brazada de regalos que habia dejado debajo de la silla. Veo que Guillaume la observa con atencion. El sabe. Ella le dirige una sonrisa de una dulzura peculiar y enigmatica.
– No vayais a figuraros que pronunciare un discurso -dice con comica brusquedad-. No soporto los discursos. Lo unico que quiero es daros las gracias a todos… a todos… y deciros que lo he pasado de maravilla. No recuerdo haberlo pasado nunca asi de bien. Creo que nunca ha habido una ocasion mejor. La gente se figura que cuando uno es viejo ya no tiene que divertirse. Pues no, no es asi.
Se oyen gritos de Roux, Georges y Zezette para manifestarle que estan de acuerdo. Armande asiente con expresion juiciosa.
– Manana no me desperteis muy temprano -aconseja haciendo una mueca-. Me parece que no habia bebido tanto desde que tenia veinte anos, necesito dormir -me dirige una mirada furtiva, casi a modo de advertencia-. Necesito dormir -repite vagamente, mientras va alejandose de la mesa.
Caro se levanta para ayudarla, pero ella la aparta con gesto perentorio.
– No fastidies, nena -le dice-. Tu siempre lo mismo, siempre fastidiando -me dirige una de sus miradas cargadas de intencion-. Que me ayude Vianne -declara-. Lo demas puede esperar a manana.
La acompano a su habitacion mientras los invitados comienzan a desfilar lentamente y desaparecen riendo y charlando. Caro da el brazo a Georges y tiene a Luc cogido del otro. Se habia dejado el cabello suelto, lo que le da un aire mas joven e infunde mas suavidad a sus rasgos. Al abrir la puerta del cuarto de Armande oigo que dice:
– … casi me ha prometido que iria a Les Mimosas… menudo peso me he sacado de encima…
Armande tambien ha oido sus palabras y se ha reido por lo bajo con aire ausente.
– Eso de tener a una madre delincuente tiene que ser muy dificil de sobrellevar -me dice-. Ponme en la cama, Vianne, antes de que me caiga.
La ayudo a desnudarse. Junto a la almohada ya tenia preparado un camison de lino. Mientras se lo ponia le he arreglado la ropa de la cama.
– Mira, Vianne -me indica-. Dejame alli los regalos para que pueda verlos -y con un gesto vago me indica la comoda-. ?Mmmmm! ?Que bien!
He obedecido sus instrucciones mecanicamente, me sentia como en trance. Quiza yo tambien he bebido mas de la cuenta porque me siento poseida de una enorme paz. He contado las ampollas de insulina de la nevera y he visto que hacia unos dias que Armande habia dejado de tomarlas. Habria querido preguntarle si estaba plenamente segura de lo que hacia, pero me he limitado a desenvolver el regalo de Luc -una combinacion de seda de un esplendido, descarado e indiscutible color rojo- que he dejado en el respaldo de la silla para que pudiera verla bien. Armande ha vuelto a soltar una de sus risitas ahogadas y ha extendido la mano para tocar la seda.
– Ya te puedes marchar, Vianne -ha dicho con voz suave pero firme-. Ha sido estupendo.
He vacilado. He tenido la vision fugaz de nuestras imagenes en el espejo del tocador. He tenido la impresion de que Armande, con el cabello recien cortado, era aquel viejo de mi vision, aunque las manos de ella eran una mancha carmesi y Armande sonreia. Tenia cerrados los ojos.
– Deja la luz encendida, Vianne -han sido sus ultimas palabras-. Buenas noches.
Le di un beso suave en la mejilla. Olia a espliego y a chocolate. Fui a la cocina a terminar de lavar los platos.
Roux se habia quedado para ayudarme. Los demas invitados ya se habian ido. Anouk estaba dormida en el sofa y tenia el pulgar metido en la boca. Lavamos los platos sin decir palabra y guardamos los vasos y la vajilla nueva en los armarios de la cocina de Armande. En una o dos ocasiones Roux intento iniciar una conversacion, pero yo no tenia ganas de hablar con el. Nuestro silencio solo estaba salpicado por los leves y secos ruidos de la porcelana y el cristal.
– ?Te encuentras bien? -me dijo finalmente Roux poniendome la mano en el hombro con un gesto suave. Sus cabellos parecian calendulas. Respondi lo primero que me vino a las mientes.
– Estaba pensando en mi madre -por extrano que parezca, habia dicho la verdad-. A ella le hubiera gustado esto. Le gustaban… los fuegos artificiales.
Me miro. Sus extranos ojos brillantes se oscurecieron hasta volverse casi morados en la difusa luz amarillenta de la cocina. Me han entrado ganas de hablarle de Armande.
– No sabia que te llamabas Michel -le dije finalmente.
Se encogio de hombros.
– ?Que importan los nombres!
– Estas perdiendo el acento -le digo no sin sorpresa-. Antes tenias un acento marselles muy fuerte, pero ahora…
Me parecio que su sonrisa era extranamente dulce.
– Los acentos tampoco importan -dice.
Me coge la cara entre sus manos. Son suaves para ser las manos de un obrero, palidas y suaves como manos de mujer. Me pregunto si habra algo de verdad en lo que me ha contado. Pero de momento eso importa poco. Lo he besado. Huele a pintura, a jabon y a chocolate. He saboreado el chocolate en su boca y he pensado en Armande. Estoy convencida de que a Roux le gusta Josephine. Incluso mientras lo estoy besando, pienso que Roux la ama a ella, pero esta es la unica magia que tenemos a nuestro alcance para combatir la noche. Es la magia mas sencilla, el fuego que bajamos por la ladera de la montana en Beltane, este ano un poco antes. Modestos consuelos para desafiar la oscuridad. Sus manos buscan mis pechos debajo del jersey.
Vacilo un momento. He encontrado a muchos como el en mi camino, hombres como este, hombres buenos que me importaban pero que no amaba. Aunque yo estuviera en lo cierto y el y Josephine se quisieran, ?que dano podria hacerles esto? ?O a mi? Su boca es leve, su contacto sencillo. De las flores del exterior me llega un aroma de lilas que ha entrado en la casa con el aire caliente de los braseros.
– Vamos fuera -le digo-. Al jardin.
Roux mira a Anouk, que seguia dormida en el sofa, y asiente. Salimos lentamente al exterior, el cielo era morado y estaba cuajado de estrellas. El jardin conservaba el calor de los braseros, que seguian despidiendo su fulgor. Las siringas y las lilas emparradas en la celosia de Narcisse nos envolvian desde arriba con su perfume. Como ninos, nos tumbamos en la hierba. No nos hemos hecho promesas, no nos hemos dicho palabras de amor, aunque el se ha mostrado carinoso conmigo; casi sin pasion, aunque se ha movido lenta y dulcemente en mi cuerpo y me ha lamido la piel con rapidos movimientos de la lengua. Sobre su cabeza el cielo, como sus ojos, era morado, negro casi, y yo contemplaba la amplia franja de la Via Lactea como un camino que rodeara el mundo. Sabia que a lo mejor esa seria la unica vez entre los dos, un pensamiento que me producia una dulce melancolia. Lo que me llenaba en cambio era una sensacion creciente de su presencia, de plenitud, algo que superaba mi soledad y hasta la pena que me habia producido Armande. Ya habria tiempo para entristecerse. De momento lo unico que sentia era pura fascinacion al verme tumbada desnuda en la hierba, al ver a aquel hombre que estaba en silencio a mi lado, al ver aquella inmensidad sobre mi y dentro de mi. Roux y yo nos quedamos largo rato tumbados en la hierba hasta que el sudor de nuestros cuerpos se fue enfriando y sentimos como los recorrian pequenos insectos y desde los pies nos envolvia el olor a espliego y tomillo que subia de un lecho de flores. Mientras, nosotros, con las manos enlazadas, contemplabamos el insoportable y lento rodar del cielo.
Roux cantaba por lo bajo una cancioncilla:
V’la l’bon vent, v’la l’joli vent,
V’la l’bon vent, ma mie m’appelle…
Despues he sentido el viento dentro de mi y como me abrazaba con su fuerza implacable. En su mismo centro habia un minusculo espacio quieto, milagrosamente tranquilo, y una sensacion casi familiar de que alli estaba ocurriendo algo nuevo… Tambien esto es magia, una magia que mi madre no llego a entender nunca; sin embargo, estoy mas segura de esto -de este nuevo, milagroso y vivo calor dentro de mi- que de todo lo que he hecho en mi vida. Por fin he entendido por que me salieron los Amantes aquella noche. Guardando celosamente esta certidumbre, cerre los ojos e intente sonar en ella, como en aquellos meses que precedieron al nacimiento de Anouk, una desconocida de hermosas mejillas y vivos ojos negros.