no es lo que era.
Rompe a hablar, en cambio, de todos los detalles del menu que he planeado para la fiesta, disfrutando por adelantado de todo lo que le espera. Desborda sugerencias: brandade truffee, vol-aux-vents aux trois champignons cocidos en vino, acompanados de crema con chantrelles silvestres como guarnicion, langoustines asados con ensalada de ruca, cinco tipos diferentes de pastel de chocolate, todos ellos favoritos suyos, helado de chocolate de confeccion casera… Le brillan los ojos llenos de deleite y de malicia.
– Yo no fui nunca a fiestas cuando era joven -me explica-. Ni a una sola. Una vez fui a bailar a Montauban con un chico que venia de la costa. ?Uf! -hace un gesto lascivo muy expresivo-. Moreno como la melaza el chico, e igual de dulce. Tomamos champan y sorbete de fresa y bailamos… -lanza un suspiro-. Tendria que haberme visto, Vianne. No le pareceria la misma. Para camelarme me dijo que me parecia a Greta Garbo y los dos hicimos como que nos lo tragabamos -solto una risita por lo bajo-. Por supuesto que no era de los que se casan -dijo con aire filosofico-. Esos no lo son nunca.
Ahora me paso casi todas las noches en blanco, veo bailar bombones ante mis ojos. Anouk ya duerme en su nueva habitacion del desvan y yo sueno despierta, dormito, me despierto en pleno sueno, dormito de nuevo hasta que los parpados se me iluminan con la falta de sueno y toda la habitacion empieza a dar vueltas a mi alrededor como un barco que navegase. Solo falta un dia, me digo. Un dia mas.
Anoche me levante y cogi las cartas de la caja donde prometi que las tendria guardadas. Las note frias al tacto, frias y lisas como el marfil, sus colores se desplegaban en las palmas de mis manos -azul-morado-verde-negro-, los dibujos familiares se deslizaban tan pronto entrando como saliendo de mi campo de vision, eran como flores presionadas entre dos negras hojas de vidrio. La Torre. Muerte. Los Amantes. Muerte. El Seis de Espadas. Muerte. El Ermitano. Muerte. Me digo que no significan nada. Mi madre creia en las cartas pero ?adonde la llevaron? A correr, a correr. La veleta de Saint-Jerome ahora guarda silencio, fantasmagoricamente quieta. El viento se ha calmado. Me intranquiliza mas la quietud que el chirrido del hierro oxidado. El aire es calido y suave, impregnado de los nuevos aromas del verano que ya se acerca. El verano llega rapidamente a Lansquenet siguiendo la estela de los vientos de marzo, el verano huele a circo, a serrin, a fritanga de harina pastelera, a lena verde recien cortada y a excrementos de animales. Dentro de mi, mi madre me dice en un murmullo: «Es tiempo de cambiar». La casa de Armande tiene las luces encendidas, desde aqui veo el pequeno cuadrado amarillo de la ventana proyectando su luz ajedrezada sobre el Tannes. Me pregunto que estara haciendo. No me ha expuesto abiertamente sus planes desde aquella vez. En lugar de ello me habla de recetas de cocina, de la mejor manera de esponjar el bizcocho, de la proporcion de azucar y alcohol para macerar cerezas en conac. Busco en mi diccionario medico su estado de salud. La jerga medica es una forma mas de evasion, oscura e hipotetica como los dibujos de las cartas. Parece inconcebible que puedan aplicarse esas palabras a la carne humana. Su vista va mermando de forma ostensible, en su campo de vision ya flotan islotes de oscuridad que lo motean todo, lo salpican y desdibujan. Las tinieblas acechan.
Comprendo su situacion. ?Por que debe luchar para preservar por mas tiempo una condicion condenada a lo inevitable? El temor al despilfarro -aquella idea de mi madre, nacida como resultado de anos de ahorros e incertidumbres- es aqui inapropiado, me digo. Aqui cuadra mejor el gesto estrafalario, la explosion, primero luces deslumbrantes y despues la oscuridad subita. Sin embargo, hay algo en mi que se lamenta de manera infantil -?no, no hay derecho!-, quizas esperando aun el milagro. Una vez mas, la idea de mi madre. Armande sabe mejor que yo lo que se lleva entre manos.
En las ultimas semanas -la morfina empezaba a invadir todos sus momentos y sus ojos estaban sumidos en perpetua neblina- ya comenzo a estar desconectada de la realidad durante horas, y revoloteaba entre fantasias como una mariposa entre flores. Algunas eran agradables, suenos en los que flotaba, luces, encuentros extracorporeos con actores de cine muertos y con seres de planos etereos. Algunas estaban entreveradas de paranoia. De ellas no estaba nunca lejos el Hombre Negro, siempre acechaba desde las esquinas o estaba sentado en la ventana de algun restaurante popular o detras del mostrador de una tienda de baratijas. A veces era un taxista, conducia uno de esos armatostes negros que aun se ven en Londres y llevaba una gorra de beisbol con la visera bajada sobre los ojos. Llevaba escrita en la gorra la palabra TRAMPOSOS, decia ella, debido a que iba tras aquellos que lo habian burlado en otros tiempos, aunque no de manera definitiva, no para siempre, segun decia moviendo sabiamente la cabeza, no para siempre. En el curso de uno de sus conjuros, mi madre saco una cartera de plastico amarillo y me la mostro. Estaba repleta de recortes de periodico, la mayoria fechados a finales de los sesenta o principios de los setenta. Casi todos estaban en frances, aunque habia algunos en italiano, aleman y griego. Todos trataban de raptos, desapariciones y ataques a ninos.
– ?Es tan facil! -afirmo con ojos desorbitados y mirada perdida-. Hay espacios muy dilatados donde es muy facil perder a un nino. Es tan facil perder a una nina como tu… -parpadeo como si se le nublase la vista. Yo le di unas palmadas en la mano para tranquilizarla.
– ?Esta bien, esta bien, maman! -le dije-. Pero tu siempre has estado atenta conmigo. Tu te has ocupado siempre de mi y por eso no me he perdido nunca.
Volvio a parpadear.
– ?Oh, si! Tu te perdiste una vez -me dijo con una mueca-. Tu te perdiste -su mirada vago por el espacio, en su cara habia una sonrisa o una mueca, su mano era un manojo de ramas secas que yo asia con la mia-. ?Te perdiste! -repitio con voz acongojada y seguidamente se echo a llorar. La console como pude y volvi a guardar los recortes de periodico en su escondrijo. Al hacerlo me di cuenta de que varios se ocupaban del mismo caso: la desaparicion en Paris de Sylviane Caillou, una nina de dieciocho meses. Su madre la habia dejado desatendida dos minutos en su cochecito, perfectamente sujeta con una correa, mientras ella entraba en una farmacia y, al volver, la nina habia desaparecido. Habia desaparecido igualmente la bolsa donde llevaba la ropa de repuesto y sus juguetes, un elefante de peluche de color rojo y un osito marron.
Mi madre observo que yo leia la noticia y volvio a sonreir.
– Creo que entonces tenias dos anos -dijo con voz marrullera-, o casi. Y aquella nina era mucho mas guapa que tu. No puedes ser tu, ?no te parece? Y ademas, yo era mejor madre que la suya.
– ?Claro que si! -dije-. Tu eras una buena madre, una madre maravillosa. No te preocupes. Tu jamas habrias hecho nada que me pusiera en riesgo.
Mi madre se limito a moverse con un balanceo y sonrio.
– Su madre era una descuidada -dijo con un canturreo-, una descuidada y nada mas que eso. No se merecia una nina tan guapa como aquella, ?no crees?
Le di la razon con un gesto de la cabeza y de pronto senti frio.
Con voz infantil me pregunto:
– No he sido mala contigo, ?verdad, Vianne?
Me estremeci. Los recortes de periodico eran rasposos al tacto.
– No -la tranquilice-. No fuiste mala.
– Yo te cuide, ?verdad? No te abandone nunca. Ni siquiera cuando el cura aquel dijo… dijo lo que dijo. ?Nunca!
– No, maman. Tu no me abandonaste nunca.
El frio de pronto me habia dejado paralizada, me hacia dificil pensar. No podia sacarme de la cabeza aquel nombre tan parecido al mio, ni tampoco las fechas… ?Acaso no recordaba aquel oso y aquel elefante, el peluche tan gastado que habia acabado por convertirse en una tela roja y pelada, transportados incansablemente de Paris a Roma, de Roma a Viena…?
Sin duda que podia tratarse de una mas de sus fantasias. Hubo otras, como la serpiente escondida en la ropa de la cama y la mujer de los espejos. Podia ser un engano. En la vida de mi madre habia muchas cosas asi. Y ademas, habia pasado tanto tiempo que ahora, ?importaba ya algo?
A las tres me he levantado. La cama estaba caliente y llena de bultos. El sueno vagaba a un millon de kilometros de distancia. He encendido una vela y la he llevado a la habitacion vacia de Josephine. Las cartas de mi madre volvian a estar en el antiguo sitio de siempre, metidas en su caja, y se deslizaban agiles entre mis dedos. Los Amantes. La Torre. El Ermitano. Muerte. Sentada con las piernas cruzadas en el suelo desnudo, las he barajado con algo mas que mera pereza. La Torre con la gente que cae de ella, muros que se desmoronan, cosas que entiendo. Es mi constante miedo a tener que cambiar de sitio, el miedo a los caminos, a la desposesion. El Ermitano con su capucha y su farol se parece mucho a Reynaud, su rostro taimado esta medio oculto en las sombras. A la Muerte la conozco muy bien, por lo que abro los dedos ante la carta -?fuera!- haciendo el antiguo gesto automatico. Pero, ?y los Amantes? He pensado en Roux y Josephine, tan parecidos sin saberlo, y no he