zorra y las tortilleras de sus amigas. Se lo que hacen -habia empezado a levantar la voz de nuevo, por lo que eche una mirada alrededor para ver a los tres o cuatro clientes, que lo miraban boquiabiertos y llenos de curiosidad. Le aprete el brazo como para ponerlo en guardia.

– No pierda las esperanzas, Muscat -le inste finalmente, luchando por vencer la repugnancia que me producia su proximidad-. No es esta la manera de conseguir que vuelva. Recuerde que hay muchos matrimonios que pasan por momentos de duda, pero…

Se rio por lo bajo.

– ?Le parece que duda es la palabra? ?Es duda? -solto otra risita-. ?Quiere que le diga una cosa, pere? Dejeme pasar cinco minutos a solas con la zorra y vera como resuelvo el problema de una vez por todas. Vera como la hago volver, eso ni lo dude.

Sus palabras me sonaban tan agresivas como estupidas, mera secuela de su sonrisita de tiburon. Lo agarre por los hombros y pronuncie las palabras articulandolas claramente, en la esperanza de que le llegara como minimo una parte de su sentido.

– No lo hara -le dije mirandolo a la cara, pasando por alto a los clientes que nos observaban, boquiabiertos, desde la barra-. Usted se comportara como una persona decente, Muscat; usted seguira los procedimientos correctos si quiere actuar de la manera que sea y se mantendra alejado de las dos. ?Esta claro?

Mientras lo mantenia agarrado por los hombros, segui oyendo sus protestas, no paraba de soltar obscenidades con voz quejumbrosa.

– Se lo advierto, Muscat -le dije-. Le he aguantado muchas cosas, pero no pienso tolerarle este… tipo de bravuconadas. ?Me ha comprendido?

Le oi farfullar algunas frases, no se si excusas o amenazas. Aunque en aquel momento me parecio que decia que lo sentia, pensandolo mejor quiza dijo que quien lo iba a sentir seria yo, porque sus ojos tenian un brillo perverso detras de sus lagrimas de borracho mal reprimidas.

Habia alguien que lo iba a sentir. ?Quien? ?Y por que motivo?

Mientras bajaba por la ladera de la colina en direccion a Les Marauds hube de preguntarme una vez mas si habia interpretado mal los signos. ?Seria Muscat capaz de ejercer algun tipo de violencia contra si mismo? ?No seria que, en mi avidez por evitar otras complicaciones, habia pasado por alto la realidad, el hecho de que aquel hombre se encontraba al borde de la desesperacion? Al llegar al Cafe de la Republique vi que estaba cerrado, pese a que fuera del local se habia formado un pequeno corro de personas que por lo visto observaban una de las ventanas del primer piso. Reconoci entre ellas a Caro Clairmont y a Joline Drou. Tambien a Duplessis, una figura pequena y comedida con un sombrero de fieltro y el perro retozando a sus pies. Por encima del griterio crei distinguir un sonido mas agudo y estridente que no hacia mas que subir y bajar siguiendo una cadencia inestable y que de cuando en cuando se resolvia en palabras, frases y algun que otro grito…

– Pere -la voz de Caro era jadeante, tenia el rostro como la grana. Su expresion recordaba la de ciertas beldades de ojos desorbitados y jadeantes cuya foto es habitual en las revistas de papel brillante colocadas siempre en el estante mas alto, lo que hizo que me pusiera colorado.

– ?Que pasa? -le pregunte con voz tensa-. ?Muscat?

– No, Josephine -dijo Caro muy excitada-. Esta en la habitacion del piso de arriba y esta gritando, pere.

A sus palabras se impuso una nueva andanada de ruidos -una mezcla de gritos, insultos y del estrepito provocado por el lanzamiento de objetos- procedente de una ventana, unida a una lluvia de cosas que caian diseminadas sobre el empedrado. Una voz de mujer, tan estridente como para hacer anicos el cristal, resono -no a causa del terror, creo yo, sino obedeciendo a la simple y pura rabia- seguida por otro estallido de metralla casera. Libros, ropa, discos, ornamentos de las repisas… la artilleria habitual de las peleas domesticas.

Me acerque a la ventana.

– ?Muscat? ?Me oye? ?Muscat!

Salio despedida por la ventana la jaula de un canario pero sin canario.

– ?Muscat!

No llego respuesta alguna del interior de la casa. Los gritos de los dos adversarios -un gnomo y una arpia- eran inhumanos y por espacio de un momento senti una gran inquietud, como si el mundo acabase de penetrar un poco mas en el seno de las sombras y hubiese ampliado ese resquicio de tinieblas que nos mantiene separados de la luz. Si abria la puerta, ?que veria?

Durante un terrible momento me sobrecogio un antiguo recuerdo y volvi a tener trece anos. Abri la puerta del anexo de la iglesia vieja, a la que algunos todavia hacen referencia con el nombre de cancilleria, pase de la lobrega penumbra de la iglesia a una oscuridad mas intensa; mis pies apenas levantan sonidos de las lisas tablas, aunque hasta mis oidos llega un extrano golpeteo y el grunido de un monstruo invisible. Al abrir la puerta, el corazon se me convierte en martillo que me aporrea la garganta, las manos en punos, se me desorbitan los ojos… Ante mi, en el suelo, veo agazapada la bestia palida, sus proporciones familiares a medias se me aparecen extranamente duplicadas, y tambien dos rostros que me observan con esa expresion hieratica en la que queda congelada la rabia, el horror, la desesperacion…

«Maman! Pere!»

Se que es absurdo. No hay conexion posible. Sin embargo, al observar esa predisposicion llorosa y febril de Caro Clairmont, me pregunto si quiza tambien ella siente ese estremecimiento erotico en el vientre que desemboca en violencia, ese momento de potencia que se produce cuando se inicia el combate, se descarga el golpe, prende el petroleo…

No fue solo la traicion de usted, pere, lo que helo la sangre en mis venas y me tenso las sienes como la piel de un tambor. Yo sabia del pecado -sabia de los pecados de la carne- y lo tenia por algo repugnante, como la copula con animales. Que ese tipo de cosas pudieran causar placer era para mi casi incomprensible. Y sin embargo, usted y mi madre, calenturientos, excitados, abocados a la faena de una manera tan mecanica, lubrificados con el movimiento, restregando los cuerpos uno contra otro como pistones, no totalmente desnudos, eso no, ni hablar, pero mas motivados si cabe por los vestigios de vestimenta, la blusa, la falda arremangada, la sotana levantada… No, no fue la carne lo que mas me repugno, ya que contemple la escena con un desinteres distante del que no estaba ajeno el asco. Lo que mas me repugno fue que yo me hubiera comprometido por usted, pere, no hacia ni dos semanas siquiera. Lo que mas me repugno fue que en aquello me hubiera jugado el alma: el petroleo que me resbalaba por la palma de la mano, la exaltacion del que se siente poseedor de la verdad, el suspiro de embeleso que se exhala cuando la botella hiende el aire y prende el fuego al estrellarse contra la cubierta de la miserable embarcacion levantando una deslumbrante oleada de llamas hambrientas que aletean, aletean, aletean hasta alcanzar la tela alquitranada y reseca, se estrellan contra la madera crujiente y agrietada y la lamen con apetencia lasciva… Se sospecho que el incendio hubiera sido intencionado, pere, pero nunca que el autor pudiera ser el bueno, el tranquilo Reynaud, jamas Francis, el que cantaba en el coro de la iglesia, el que estaba sentado tan palido el, tan buen nino el, escuchando los sermones que usted pronunciaba. Jamas se habria sospechado del palido Francis, que ni siquiera habia roto una ventana en su vida. ?De Muscat, quiza? El viejo Muscat y aquel hijo suyo tan de rompe y rasga podian ser los autores. Al hecho siguio un tiempo en que se les mostro un trato frio, se les opuso una actitud de enemistad concentrada. Esta vez las cosas habian llegado demasiado lejos. Ellos, sin embargo, lo negaron de plano y, ademas, no habia pruebas. Las victimas no eran de los nuestros. No hubo nadie que estableciera conexion alguna entre el incendio y los cambios que se operaron en la situacion de Reynaud, la separacion de sus padres, el ingreso del chico en una selecta escuela del norte… Yo lo hice por usted, pere. Lo hice por amor a usted. La embarcacion incendiada en los resecos marjales puebla de luminarias la oscuridad de la noche, la gente huye a la desbandada, gritando, arrastrandose por las orillas de tierra requemada del arido Tannes, algunos incluso intentando desesperadamente sacar del lecho del rio los pocos cubos de barro que aun quedaban en el para arrojarlos sobre la barca en llamas mientras yo aguardaba entre los matorrales con la boca seca pero con una ardorosa alegria en el vientre.

?Como iba a saber que en la embarcacion habia alguien que estaba durmiendo, hube de decirme? Tan fuertemente arropados en la embriagadora oscuridad que ni el fuego consiguio despertarlos. Mas tarde pense en ellos, calcinados hasta fusionarse el uno en el otro, amalgamados como amantes perfectos… Pase meses oyendolos gritar por la noche, viendo aquellos brazos que se tendian llenos de ansiedad hacia mi, oyendo sus voces -halito de ceniza- que pronunciaban mi nombre con sus labios descoloridos.

Pero usted me absolvio, pere. Usted me dijo que no eran mas que un borracho y la arpia que estaba con el. Pecio sin valor en el rio inmundo. Veinte patery otras tantas avea cambio de sus vidas. No eran mas que ladrones que habian profanado nuestra iglesia, insultado a nuestro sacerdote y, por consiguiente, no merecian otra cosa. Yo

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