era un joven con un brillante futuro, con unos padres amantes que se habrian sentido desolados, terriblemente infelices, de haberlo sabido… Por otra parte, usted me decia con acento persuasivo que igual podria no ser un accidente. Usted decia que nunca se sabe, que tal vez Dios lo habia querido asi.
Lo crei. O hice como que lo creia. Y todavia me siento muy agradecido.
Alguien me toca el brazo. Me sobresalto, alarmado. Al penetrar con la mirada en el pozo de la memoria siento un vertigo momentaneo. Armande Voizin esta detras de mi, sus ojos negros e inteligentes fijos en mi. Duplessis se encuentra a su lado.
– ?Piensa hacer algo, Francis, o va a dejar que ese bruto de Muscat la asesine?
Su voz es tensa y glacial. Con una mano tiene agarrado el baston mientras que con la otra hace un gesto de bruja en direccion a la puerta cerrada.
– Yo no soy quien… -la voz me ha sonado estridente e infantil, no es mi voz ni de lejos-… no soy quien para preguntar…
– ?Pamplinas! -dice dandome unos golpes en los nudillos con el baston-. Voy a poner coto a esto, Francis. ?Piensa acompanarme o piensa quedarse todo el dia ahi fuera contemplando las musaranas?
Sin esperar respuesta, Armande empuja la puerta del bar.
– Esta cerrada con llave -dice con voz debil.
Se encoge de hombros y basta un golpe dado con el puno del baston para romper uno de los cristales de la puerta.
– La llave esta metida en la cerradura -anuncia con viveza-. Alcancemela, Guillaume.
La puerta se abre de par en par al hacer girar la llave. La sigo escaleras arriba. Amplificados por el hueco de la escalera, las voces y los ruidos de cristales rotos resuenan aqui con mas fuerza. Muscat esta ante la puerta que da entrada a la habitacion del piso superior, su voluminoso cuerpo bloquea el paso. La habitacion esta cerrada, aunque entre la puerta y la jamba hay una rendija que deja pasar un exiguo haz de luz que se proyecta hacia la escalera. Mientras observo, Muscat vuelve a lanzarse contra la puerta bloqueada y se oye el estruendo de la colision y del derrumbamiento, despues el entra en la habitacion con un grunido satisfecho.
Una mujer grita.
Se ha retirado contra la pared opuesta de la habitacion. Habia amontonado contra la puerta todo el mobiliario -un tocador, un armario y unas sillas-, pero Muscat ha sabido arreglarselas para abrirse paso. No habia conseguido arrimar tambien la cama porque era un pesado mueble de hierro forjado, pero sigue escudandose detras del colchon, agachada en el suelo con un monton de proyectiles a mano. Con cierta admiracion advierto que ya habia despachado toda la vajilla. Veo el rastro de su huida escaleras arriba, los fragmentos de vidrio que cubren los escalones, las marcas del instrumento con que el ha tratado de hacer palanca para forzar la puerta del dormitorio, la mesilla baja que Muscat utilizo a manera de ariete. Y cuando el se vuelve hacia mi, tambien las marcas que tiene en la cara, senales de aranazos desesperados, una herida como una media luna en la sien, la nariz tumefacta, la camisa desgarrada. Hay sangre en la escalera, una mancha, la marca de un reguero, un goteo. En la puerta ha quedado la impresion de las palmas.
– ?Muscat!
Lo he llamado gritando su nombre pero con voz temblorosa.
– ?Muscat!
Se vuelve hacia mi con mirada ausente, sus ojos son puntas de aguja en la masa de su cara.
Tengo a Armande a mi lado; sostiene el baston como si blandiera una espada. El espadachin mas viejo del mundo. Llama a Josephine.
– ?Te encuentras bien, carino?
– ?Sacadlo de aqui! ?Que se vaya!
Muscat me ensena sus manos ensangrentadas. Es evidente que esta furioso, aunque tambien confundido, agotado, como un nino pequeno a quien hubieran atrapado peleandose con chicos mucho mayores que el.
– ?Ve ahora a lo que me referia, pere? -se lamenta-. ?Ve lo que le dije? ?Ve a que me referia?
Armande me empuja para abrirse paso.
– No te saldras con la tuya, Muscat -parece mas joven y mas fuerte que yo, tengo que recordar que no es mas que una vieja y que esta enferma-. No vas a conseguir que las cosas vuelvan a ser como antes. No insistas, dejala en paz de una vez.
Muscat le lanza un escupitajo pero se queda estupefacto cuando ella, con la celeridad y la punteria de una cobra, se lo devuelve a su vez. El hombre se limpia la cara, furioso.
– ?Vieja! -le grita.
Sin embargo, Guillaume da un paso adelante y se coloca delante de ella amparandola absurdamente con gesto protector. El perro emite un grunido discordante, pero Armande avanza y suelta una carcajada.
– ?Dejate de bravuconadas, Paul-Marie Muscat! -le suelta Armande-. Todavia me acuerdo de cuando eras un mocoso y venias a Les Marauds para huir del borracho de tu padre. No has cambiado tanto como eso, salvo que ahora abultas mas y eres mas feo. ?Venga, dejala ya!
Muscat se ha quedado descolocado y no se mueve de su sitio. Tengo la impresion de que quiere recurrir a mi.
– Pere, digaselo -tiene los ojos que parece que se los ha frotado con sal-. Usted sabe a que me refiero, ?verdad?
Hago como que no lo he oido. Entre este hombre y yo no hay nada. ?Como vamos a compararnos? Percibo su hedor, ese olor rancio a ropa sucia que desprende su camisa, el aliento que apesta a cerveza. Me agarra del brazo.
– Usted me entiende, pere -repite con desesperacion-. Yo le ayude en lo de los gitanos, ?no recuerda? Le ayude…
Esa mujer sera medio ciega, maldita sea, pero la verdad es que lo ve todo. ?Todo! Veo que sus ojos se fijan rapidamente en mi.
– Conque, ?fue usted? -suelta una sonrisita por lo bajo-. Los dos de la misma calana, ?verdad, cure?
– No se de que me habla -digo con voz tajante-. Este hombre esta como una cuba.
– Pero, pere… -lucha por encontrar las palabras adecuadas, tiene el rostro contraido, rojo como un pimiento-, pere, usted mismo dijo que…
Y yo como una piedra:
– Yo no dije nada.
Se queda con la boca abierta como esos pobres pececillos que, en verano, quedan atrapados en el barro de los marjales del Tannes.
– ?Nada!
Armande y Guillaume se llevan del lugar a Josephine, uno a cada lado y rodeandole los hombros con gesto protector. Josephine me dirige una mirada extrana y tan cargada de intencion que casi llega a asustarme. Pese a que tiene la cara sucia y las manos manchadas de sangre, en aquel momento me parece hermosa, turbadora. Me ha mirado como si me atravesara el cuerpo con la mirada. Intento decirle que no debe culparme, que yo no soy como el, que yo en realidad no soy un hombre sino un sacerdote, pertenezco a una especie diferente… una idea tan absurda, sin embargo, casi una herejia.
Pero entonces Armande se la lleva y me quedo solo con Muscat, sus lagrimas me mojan el cuello, me echa sus brazos calientes al cuello. Por un momento me siento desorientado, me ahogo con el en el mar de mis recuerdos. Pero me aparto, primero intento ser amable pero acabo mostrandome violento y arremeto contra su flaccida barriga con las palmas de las manos y ya despues con los punos y los codos… Y entretanto grito para acallar sus lamentaciones y me oigo una voz que no me parece la mia, una voz estentorea pero prenada de amargura…
– Apartese de mi, imbecil, lo ha estropeado todo, lo ha…
– Francis, lo siento, yo… pere!
– Lo ha estropeado todo… todo… ?dejeme! -la voz se me enronquece por el esfuerzo y por fin logro deshacerme de su abrazo agobiante y ferreo y me libro de el con subita y desesperada alegria. ?Por fin libre!, y despues ya me voy corriendo escaleras hacia abajo, la alfombra arrugada me roza el tobillo, ya solo me van siguiendo sus lagrimas, su estupido gimoteo, como el de un nino importuno…
Mas adelante ya habra tiempo para conversar con Caro y Georges. No pienso hablar con Muscat. Ademas, circulan rumores de que se ha ido, ha metido todas sus cosas en su vetusto coche y se ha largado. El bar esta