Le doy unas palmadas en el hombro con gesto fraternal.

– No se preocupe, mon fils -su retorno al redil ha suavizado mis maneras y me hace indulgente, comprensivo-, no se preocupe.

Caroline Clairmont me coge la mano entre sus dedos enguantados.

– Una ceremonia emocionante -dice con voz calida-. ?Que maravilla!

Georges se hace eco de sus palabras. Luc esta pegado a su madre y tiene un aire taciturno. Detras de el estan los Drou con su hijo, que lleva un cuellecito de marinero y tiene una actitud sumisa. No veo a Muscat entre los que salen, pero supongo que debe de estar ahi.

Caroline Clairmont me dedica una mirada socarrona.

– Parece que lo hemos conseguido -me dice con aire satisfecho-. Ya tenemos una peticion suscrita con mas de cien firmas…

– ?Por lo del festival del chocolate? -la interrumpo en voz baja y tono displicente.

El lugar es demasiado publico para tratar el tema. Pero no parece captar la alusion.

– ?Naturalmente! -exclama en tono alto y exaltado-. Hemos distribuido doscientos folletos y hemos recogido las firmas de la mitad de los habitantes de Lansquenet. Hemos ido casa por casa… -se calla un momento para corregirse-… bueno, casi casa por casa -sonrie con afectacion-, hay algunas excepciones obvias.

– Ya comprendo -digo con voz glacial-. Bueno, tal vez podriamos discutir el asunto en otro momento.

Veo que ha captado el desaire. Se pone colorada.

– Por supuesto, pere.

Es evidente que ella esta en lo cierto. Los resultados han sido palpables. Durante los ultimos dias la chocolateria ha estado practicamente desierta. Despues de todo, la actitud condenatoria del Comite de Residentes no es moco de pavo en una comunidad tan cerrada como la nuestra, como lo es igualmente la desaprobacion tacita de la Iglesia. ?Como van a comprar, divertirse, atiborrarse de dulces ante esa mirada de desaprobacion…? Para obrar asi se necesitaria mucho mas valor, un espiritu de rebeldia mucho mas fuerte que el que pueda infundirles esa tal Rocher. Al fin y al cabo, ?cuanto tiempo lleva aqui esa mujer? La oveja descarriada acaba por volver al redil, pere. Por puro instinto. Esa mujer ha sido para ellos como un pasatiempo pasajero, solo eso. Pero al final todo acaba por volver a su cauce. No es que quiera enganarme hasta el punto de figurarme que actuan de esa manera por sentimiento de contricion o espiritualidad -es cosa sabida que las ovejas no se distinguen por sus facultades mentales-, pero sus instintos, instilados en ellos desde la cuna, son solidos. Sus pies los devuelven a casa, aunque su cabeza los haya conducido por el camino equivocado. Hoy he sentido una repentina explosion de amor hacia ellos, son mi rebano, mi gente. Quisiera tener las manos de todos entre las mias, sentir su calor, gozar de su respeto y de su confianza.

?Es esta la respuesta a mis plegarias, pere? ?Es esa la leccion que debo aprender? Vuelvo a escudrinar la multitud para ver de encontrar a Muscat. Todos los domingos viene a la iglesia y hoy, precisamente hoy, un domingo tan especial como este, no puede faltar… Sin embargo, veo que la iglesia se va vaciando y continuo sin descubrirlo. No recuerdo haberle dado la comunion. Aparte de que no se habria marchado sin intercambiar unas palabras conmigo. Me digo que a lo mejor me esta esperando en Saint-Jerome. La situacion que atraviesa en estos momentos con su mujer lo tiene muy trastornado. Quiza necesita que lo oriente un poco mas.

El monton de cruces de palma que tengo al lado va disminuyendo a ojos vistas. Las voy sumergiendo una por una en agua bendita, murmuro unas palabras de bendicion, un leve toque… Luc Clairmont evita el contacto conmigo al tiempo que farfulla unas palabras desabridas por lo bajo. Su madre intenta reprenderle debilmente y me dedica una leve sonrisa por encima de las cabezas inclinadas de los fieles. Sigo sin ver a Muscat. Inspecciono el interior de la iglesia pero, descontando a unos cuantos viejos que siguen arrodillados ante el altar, esta vacia. La puerta todavia esta custodiada por la imagen de san Francisco, extranamente alegre para ser un santo, rodeado de palomas de yeso y con mas cara de loco o de borracho que de santo. Siento que se me crispan los rasgos de la cara. Me sulfura que hayan colocado la efigie del santo en ese sitio concreto, tan cerca de la entrada. Me hago la reflexion de que mi tocayo deberia de tener mas enjundia, mas dignidad. En cambio, con ese aire de chiflado que tiene la estatua, con esa manera de reirse a lo tonto, como si estuviera burlandose de mi en mis propias barbas, avanzando una mano en un gesto vago de bendicion y acogiendo con la otra en su oronda barriga al palomo de yeso, no parece sino que suena con zamparse un pastel de paloma. Intento recordar si el santo estaba en ese mismo sitio cuando nos fuimos de Lansquenet, pere. ?Usted se acuerda? ?O quizas algun envidioso que quiso hacer mofa de mi lo habra cambiado de sitio? Saint-Jerome, bajo cuya advocacion se construyo la iglesia, tiene bastante menos preeminencia: metido en su oscura hornacina, cobijado en la ennegrecida pintura al oleo que tiene a sus espaldas, es un santo sumido en la sombra, visible apenas. El blanco marmol con que fue modelado ha adquirido una tonalidad amarillenta, como de nicotina, debido al humo de miles de cirios. San Francisco, por contra, tiene una blancura de hongo, pese a la humedad del yeso que lo va erosionando en una feliz despreocupacion frente a la desaprobacion tacita de su colega y companero. Me hago el proposito de trasladarlo cuanto antes a otro lugar mas apropiado.

Muscat no esta en la iglesia. Escruto los rincones, convencido aun de que me esta esperando en algun lugar, pero ni rastro. Quizas este enfermo, me digo. Pero pienso que solo una enfermedad muy seria impediria que un feligres tan asiduo como el asistiera a la ceremonia del Domingo de Ramos. Me cambio la impoluta casulla por la sotana que llevo a diario y guardo en la sacristia las vestiduras ceremoniales. Como medida de seguridad, encierro bajo llave el caliz y la patena. En los tiempos de usted, pere, no eran precisas estas precauciones, pero dada la inseguridad de los tiempos que corren es mejor no confiarse demasiado. Vagabundos y gitanos, por no hablar de los propios habitantes del pueblo, podrian tomarse mas en serio la perspectiva de conseguir un buen dinero que la posibilidad de la condenacion eterna.

Me encamino a Les Marauds con paso rapido. Desde la semana pasada, Muscat no se ha mostrado muy comunicativo y, a pesar de que lo he visto solo de paso, he podido fijarme en que parece abotargado, enfermo, camina encorvado como un penitente arrepentido y tiene los parpados hinchados y entrecerrados, apenas se le ven los ojos. Ha perdido clientela, quiza por ese gesto avieso de Muscat y por su mal genio. Me persone, pues, el viernes en el bar de Muscat. Estaba practicamente vacio. No habia barrido el suelo desde que su mujer, Josephine, lo abandono, por lo que pise todas las colillas y envoltorios de las golosinas que vende y que estan desparramados por el suelo. No habia superficie que no estuviera cubierta de vasos sucios acumulados. Debajo del vidrio del expositor habia algunos bocadillos y una cosa rojiza y alabeada que igual podia ser una porcion de pizza. Al lado, un monton de folletos de Caroline debajo de una jarra sucia de cerveza. La fetidez de los Gauloises no cubria el hedor a vomitos y a moho.

Muscat estaba borracho.

– ?Ah, usted! -dijo con tono moroso y ligeramente beligerante-. Espera que le ofrezca la otra mejilla, ?verdad? -aspiro una profunda bocanada del cigarrillo humedecido de saliva que tenia encajado entre los dientes-. Estara contento de mi. Hace dias que no me acerco a la zorra de mi mujer.

Hice un gesto negativo con la cabeza.

– No se amargue de esa manera -le dije.

– En mi bar hago lo que me da la gana -me respondio Muscat arrastrando las palabras y en su tono agresivo habitual-. ?No es mi bar, pere? Me refiero a que, encima, no pensara usted entregarselo a ella en bandeja, digo yo.

Le dije que comprendia lo que sentia y por toda contestacion volvio a dar otra calada al cigarrillo, me lanzo en la cara una vaharada rancia de cerveza y solto una carcajada sacudida por un acceso de tos.

– Muy bien, pere -su aliento era apestoso y caliente como el de los animales-, muy bien. Claro que lo comprende, no faltaria mas. Tambien la Iglesia comprendio todas sus cojonadas cuando usted tomo los votos o lo que cono hagan ustedes. No veo por que usted ahora no va a comprender las mias.

– Esta borracho, Muscat -le solte en la cara.

– Ha dado en el clavo, pere -me escupio-. Usted no falla una, ?verdad? -hizo un gesto ampuloso con la mano que sostenia el cigarrillo-. Lo unico que falta es que ella sepa como esta la casa -dijo con aspereza-. Es lo unico que le falta para ser feliz del todo. Saber que me ha arruinado… -ahora estaba al borde de las lagrimas y en sus ojos brillaba esa autoconmiseracion tan propia del borracho-… saber que ha expuesto nuestro matrimonio a las burlas de todos… -profirio un ruido repugnante, a medio camino entre un sollozo y un regueldo-. ?Saber que me ha partido mi maldito corazon!

Se seco la nariz humeda con el dorso de la mano.

– No se vaya a figurar que no se lo que se llevan entre manos alli dentro -dijo bajando la voz-. Lo que hace la

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