– Esto es para animarte -le explique mientras me volvia para llenar un tazon de chocolate-. ?Venga, vamos! ?Mastica!

Oi que proferia un sonido leve y vi que esbozaba una media sonrisa. Le di la taza.

– ?Preparada?

– Supongo que si -dijo con voz pastosa a causa del chocolate-. Probare.

Los deje a solas. Entonces aproveche la ocasion para volver a leer el folleto que Josephine habia encontrado en la calle. «Iglesia y no chocolate.» La cosa tiene gracia. Hay que reconocer que el Hombre Negro demuestra tener un cierto sentido del humor.

A pesar del viento, en la calle hacia calor. Les Marauds refulgian al sol. Baje lentamente hacia el Tannes, disfrutando del calor del sol que me daba en la espalda. Habia llegado la primavera sin apenas preludio, tan bruscamente como cuando tras doblar un angulo rocoso uno se encuentra delante de un valle. De pronto habian florecido los jardines y los margenes y ahora eran toda una exuberancia de narcisos, lirios y tulipanes. Hasta las casas ruinosas de Les Marauds se habian tenido de vivos colores, aunque aqui los ordenados jardines habian cedido el paso a la mas desenfrenada excentricidad: en el balcon de una casa que daba al rio crecia un sauco florido, un tejado se habia cubierto de una alfombra de narcisos, por las grietas de la fachada desportillada de una casa surgian matas de violetas. Plantas que ahora se cultivaban habian retrocedido a su anterior estadio silvestre, pequenos geranios pugnaban por asomar entre umbelas de cicuta, las amapolas crecian autonomas, diseminadas al azar y bastardeaban su rojo originario transformandolo en color naranja o en lila palido. Bastan unos dias de sol para sacudirles el sueno de encima; despues de la lluvia se desperezan y yerguen sus corolas buscando la luz. Si arrancas un punado de supuestos hierbajos arrancas salvias y lirios, clavellinas y espliego, escondidos debajo de la romaza y de la hierba cana. Estuve vagando junto al rio el tiempo suficiente para que Josephine y Roux ventilasen sus diferencias y seguidamente me abri camino lentamente a traves de los callejones secundarios, subi por la Ruelle des Freres de la Revolution y por la Avenue des Poetes, con sus muros cerrados y oscuros, casi sin ventanas, engalanados tan solo por cuerdas de las que cuelga la colada, tendidas con toda naturalidad de un balcon a otro, o por algun que otro macetero aislado con las verdes guirnaldas suspendidas de los convulvulus.

Los encontre todavia en la tienda, tenian la chocolatera colocada sobre el mostrador entre los dos, ya medio vacia. Josephine tenia los ojos enrojecidos, pero daba la impresion de que se habia sacado un peso de encima, casi parecia feliz. Roux se reia de algun comentario que ella le habia hecho, sonido que a mi hubo de parecerme extrano por lo poco familiar y hasta exotico, porque rara vez se lo habia oido. Por espacio de un momento se apodero de mi un sentimiento que era casi de envidia y pense: «Son el uno para el otro».

Mas tarde hable del asunto con Roux, aprovechando que Josephine habia salido a hacer unas compras. Se mostro muy cauteloso, procurando no manifestarse al hablar de ella, pero sus ojos brillaban, como si tuviera una sonrisa a flor de labios. Al parecer, sus sospechas ya se habian centrado en Muscat.

– Hizo muy bien abandonando a aquel hijo de puta -dijo con voz que destilaba veneno-. Lo que llego a hacer… -por un momento parecio cohibido, se movio, desplazo la taza en el mostrador sin razon alguna, volvio a dejarla en su sitio-. Un hombre de esa calana no se merece una mujer -farfullo-. ?Menuda suerte la suya!

– ?Y usted que piensa hacer? -le pregunte.

Se encogio de hombros.

– No se puede hacer nada -me dijo como sin darle importancia-. Lo negara todo. Son cosas que no interesan a la policia. Ademas, prefiero que la policia no se meta en esto.

No me dio detalles. Supuse que en su pasado habia ciertas cosas que no habrian resistido un escrutinio minucioso.

Desde entonces, sin embargo, Josephine y el han hablado muchas veces. Ella le sirve chocolate y bizcochos cuando el interrumpe su trabajo y a menudo los oigo reir. Josephine ya no tiene aquella mirada asustada y ausente. Me he dado cuenta de que ahora pone mas atencion en su aspecto. Esta manana, sin ir mas lejos, me ha anunciado que queria ir al bar a recoger algunas de sus pertenencias.

– Te acompanare -le digo.

Pero Josephine movio negativamente la cabeza.

– Puedo ir sola -parecia feliz, satisfecha de haber hecho acopio de tanta decision-. Ademas, Roux dice que si no me enfrento con Paul… -se ha interrumpido como si se sintiera cohibida-. En fin, que he decidido ir, eso es todo - declara, muy colorada pero muy decidida-. Tengo que recoger libros, ropa… antes de que Paul lo tire todo, quiero llevarme lo que es mio.

Asenti.

– ?Y cuando piensas ir?

Y ya, sin vacilacion alguna, dice:

– El domingo. Cuando el este en la iglesia. Con un poco de suerte podre entrar y salir del cafe sin encontrarmelo. No necesito mucho tiempo.

La miro.

– ?Seguro que no quieres que te acompane?

Vuelve a decirme que no con un gesto.

– Ademas, no estaria bien.

Aquella expresion decorosa suya me ha hecho sonreir, pese a lo cual sabia a que se referia. Aquel era su territorio, un territorio que pertenecia a ella y a su marido, marcado de forma indeleble por el rastro de la vida que habian compartido. Yo alli no tenia nada que hacer.

– Todo ira bien -dice con una sonrisa-. Se como hay que manejarlo, Vianne. No es la primera vez.

– Espero que no haya necesidad de manejarlo.

– No la habra -con un gesto que tenia algo de absurdo, tiende la mano y roza la mia, como si quisiera tranquilizarme-. Te prometo que no sera necesario.

33

23 de marzo

Domingo de Ramos

Dobla la campana y su tanido rebota contra las paredes encaladas de casas y tiendas. Tambien resuena en el empedrado, noto su zumbido sordo a traves de las suelas de los zapatos. Narcisse nos ha provisto de rameaux, cruces de palma que distribuire al final de la ceremonia y que los feligreses llevaran toda la Semana Santa en la solapa, dejaran en alguna repisa de su casa o prenderan en la cabecera de la cama. A usted tambien le llevare una, pere, y un cirio para que lo tenga encendido junto a la cama. No hay razon para negarle esta tradicion. Las enfermeras me observan con aire divertido y mal disimulado. Solo el temor y el respeto al habito que visto les impide dar rienda suelta a sus risas. Sus rostros sonrosados y aninados se animan con secreto regocijo. En el pasillo, sus voces jovenes suben y bajan pronunciando frases que la distancia y la acustica del hospital hacen ininteligibles:

«Se figura que lo puede oir… oh si… se cree que va a despertar… no, ?en serio?… ?no!… habla con el… una vez lo oi… rezaba… -despues se oyen risas como de colegialas- ?ji ji ji ji ji ji ji!…», es como si acabara de romperse el hilo de un collar y todos los abalorios rodaran por las baldosas.

Como es logico, no se atreven a reirse en mis narices. Parecen monjas con sus blancos y pulcros uniformes, los cabellos sujetos a la nuca bajo las cofias almidonadas, los ojos bajos. Ninas de convento que murmuran formulas de respeto -«oui, mon pere, non, mon pere»- pero con el corazon rebosante de jubilo secreto. Tambien mi congregacion tiene ese mismo espiritu taimado -la mirada vivaracha durante el sermon, pero una prisa inusitada por ir a la chocolaterieasi que se termina-, si bien hoy todo esta en orden. Me saludan con respeto, casi con miedo. Narcisse se disculpa porque los rameaux no son palmas propiamente dichas, sino cedro retorcido y trenzado para simular aproximadamente la hoja mas tradicional.

– No es un arbol autoctono, pere -se justifica con voz gutural-. Aqui no creceria bien. Las heladas la queman.

Вы читаете Chocolat
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату