– Mira, esta fiesta es en mi honor -declara alegremente-. No quiero que nadie este triste. Y yo menos que nadie.
A partir de ese momento ya no se vuelve a hablar del asunto. Veo que Zezette esta coqueteando con Georges. Roux y Narcisse hablan de ciruelas.
– Belle du Languedoc -declara el ultimo con pasion-. Para mi gusto, la mejor. Es dulce y pequena y tiene un boton encima que parece el ala de una mariposa.
Pero a Roux no hay quien lo convenza.
– Mirabelle -insiste con firmeza-. Es la unica ciruela amarilla que vale la pena cultivar: mirabelle.
Vuelvo a los fogones y me quedo un rato sin oir nada.
Se trata de una habilidad que he aprendido sola, nace de una obsesion. A mi nadie me ha ensenado a cocinar. Mi madre preparaba hechizos y filtros, pero yo sublime sus habilidades convirtiendolas en una alquimia mas sabrosa. Mi madre y yo no nos parecimos nunca. Ella sonaba que volaba, perseguia encuentros astrales y esencias secretas; yo estudiaba las recetas y las cartas que afanaba en restaurantes en los que nuestros posibles no nos permitian comer. Ella se burlaba con aire bonachon de mis preocupaciones carnales.
– Tenemos suerte de no poder ir a esos sitios -solia decirme-. De otro modo te pondrias como una vaca.
?Pobre madre! Cuando el cancer se comio lo mejor de ella todavia se vanagloriaba de haber perdido peso. Y mientras se dedicaba a echarse las cartas y a farfullar no se que cosas en voz baja, yo revisaba mi coleccion de fichas de cocina y salmodiaba nombres de platos que no habia probado en mi vida como quien entona mantras, igual que si fueran formulas secretas de vida eterna. Boeuf en Daube. Champignons farcis a la greque. Escalopes a la Reine. Creme caramel. Schokoladentorte. Tiramisu. En la cocina secreta de mi imaginacion los preparaba todos, los ensayaba, los cataba, iba ampliando la coleccion de recetas dondequiera que fueramos, las pegaba en un album como fotografias de viejos amigos. Aquellas recetas daban sentido a mis vagabundeos, los brillantes recortes relucian en las paginas manchadas como senales de trafico que jalonasen nuestro viajar errabundo.
Ahora vuelvo a revisarlas como amigos largo tiempo olvidados. Soupe de tomates a la gasconne, servida con albahaca fresca y una tajadita de tartelette meridionale, hecha con pate brisee de bizcocho y aderezada con aceite de oliva, anchoas y sabrosos tomates locales, guarnecida con aceitunas y cocida lentamente hasta que los sabores se concentran y alcanzan un nivel casi imposible. Vierto el Chablis del ochenta y cinco en vasos altos. Anouk bebe limonada del suyo con un aire exagerado de mundanidad. Narcisse se interesa por los ingredientes que he empleado en la tartaleta y ensalza las virtudes del grotesco tomate Roussette frente a la insulsa uniformidad del Moneyspinner europeo. Roux enciende los braseros colocados a ambos lados de la mesa y los rocia con limoncillo para ahuyentar a los insectos. Descubro a Caro observando a Armande con mirada de desaprobacion. Como poco. Saturada de los aromas de la comida en los que he estado inmersa todo el dia, esta noche me siento mareada, aunque excitada y extranamente sensible, hasta el punto de que al notar el roce de la mano de Josephine en el muslo durante la cena me sobresalto y estoy a punto de gritar. El Chablis esta fresco y acido y tomo mas del que debiera. Los colores comienzan a parecer mas vivos, los sonidos adquieren una claridad cristalina. Oigo a Armande alabando la cocina. Sirvo una ensalada verde para limpiar el paladar y seguidamente foie gras con tostadas calientes. Advierto que Guillaume ha traido a su perro y que lo obsequia subrepticiamente con migajas de comida por debajo del impoluto mantel. Pasamos a hablar de la situacion politica y desembocamos en la cuestion de los separatistas vascos y de la moda femenina, sin olvidarnos de cual es la mejor manera de cultivar oruga ni de debatir la superior calidad de la lechuga silvestre sobre la cultivada. El Chablis pasa muy bien. Sigue despues el vol-aux-vents, leve como un soplo de brisa veraniega, a continuacion viene el sorbete de flor de sauco seguido del plateau de fruits de mer con cigalas a la parrilla, gambas grises, camarones, ostras, berniques, centollos y los grandes tourteaux, capaces de cercenar los dedos de un hombre con la misma facilidad con que yo corto una rama de romero, ademas de caracoles marinos, palourdes y, como remate de todo, una gigantesca langosta negra, presentada en un lecho regio de algas marinas. La enorme bandeja centellea de colores: rojo, rosa, verde mar, blanco perlaceo y morado, tesoro de las exquisiteces que puede guardar la gruta de una sirena y que nos devuelve a todos ese nostalgico olor a sal, que nos retrotrae a los dias de la infancia pasados junto a la orilla del mar. Distribuimos tenacillas para las patas del centollo, minusculos tenedores para los caracoles, platos con rodajas de limon y mayonesa. Imposible mantenerse a distancia ante un plato como este, exige atencion, ausencia de formalismo. Los vasos y la cuberteria relucen a la luz de los faroles colgados de la celosia que tenemos sobre nuestras cabezas. La noche huele a flores y a rio. Los dedos de Armande se mueven agiles como los de una encajera con los bolillos y el contenido de la bandeja que tiene delante, en la que va arrojando los desechos, esta creciendo a ojos vistas. Voy a buscar mas Chablis. Los ojos centellean, las caras se han puesto sonrosadas con el esfuerzo de extraer la evasiva carne de los caracoles de mar. Son manjares que exigen esfuerzo, tiempo. Josephine ha empezado a distenderse un poco, incluso habla con Caro mientras se pelea con una pata de cangrejo. A Caro se le escapa la mano y un chorreton de agua salada le inunda un ojo. Josephine se echa a reir. Un momento despues Caro se suma a la risa. Tambien yo rompo a hablar. El vino es palido y enganoso, en su aparente levedad se esconde la embriaguez. Caro esta un poco borracha, tiene la cara arrebolada y del cabello se le sueltan mechones que parecen zarcillos. Georges me oprime el muslo por debajo del mantel y me hace un guino salaz. Blanche habla de viajes, tenemos algunas ciudades en comun: Niza, Viena, Turin. El chiquitin de Zezette empieza a quejarse y ella moja un dedo en el Chablis y se lo mete en la boca para que lo chupe. Armande habla de Musset con Luc, que cuanto mas bebe menos tartamudea. Finalmente retiro el saqueado plateau, reducido ahora a montanas de cascajo perlado distribuido en doce platos. Circulan cuencos de agua con limon y ensalada de menta para lavar los dedos y el paladar. Retiro los vasos y los sustituyo por coupes a champagne. Caro vuelve a parecer alarmada. Cuando vuelvo a la cocina la oigo hablar con Armande en voz baja pero perentoria.
Armande la hace callar.
– Ya hablaremos despues. Ahora quiero celebrarlo.
Armande saluda el champan con una exclamacion de satisfaccion.
El postre es una fondue de chocolate. Es una fondue que hay que preparar en un dia despejado porque, si esta nublado, el brillo del chocolate fundido se empana. Se confecciona con un setenta por ciento de chocolate negro, mantequilla, un poco de aceite de almendras, una crema doble incorporada en el ultimo momento y despues se calienta suavemente la mezcla a la llama de un quemador. Despues se ensartan en un espeton unos trozos de pastel o de fruta y se sumergen en la mezcla de chocolate. Esta noche he traido toda su reposteria favorita, pero lo unico apropiado para mojar en el chocolate es el gateau de Savoie. Caro alega que no puede comer ni un bocado mas, pese a lo cual se sirve dos tajadas de roulade bicolore a base de chocolate blanco y negro. Armande lo prueba todo, esta roja como la grana y mas expansiva tras cada minuto que pasa. Josephine cuenta a Blanche por que abandono a su marido. Georges me sonrie lascivamente por detras de sus dedos emporcados de chocolate. Luc bromea con Anouk, que esta medio dormida en la silla. El perro mordisquea, feliz, la pata de la mesa. Zezette, como la cosa mas natural del mundo, se saca un pecho y le da de mamar a su hijito. Parece que Caro esta a punto de hacer un comentario pero, como pensandolo mejor, se encoge de hombros y no dice nada. Entonces abro otra botella de champan.
– ?Seguro que estas bien? -pregunta Luc con voz tranquila a Armande-. Quiero decir que no te encuentras mal ni nada, ?verdad? ?Te has tomado el medicamento?
Armande se echa a reir.
– Te preocupas demasiado para un nino de tu edad -le dice ella-. Lo que tendrias que hacer seria poner el mundo patas arriba y hacer sufrir a tu madre en lugar de querer ensenar a tu abuela como se hacen los ninos.
Armande sigue con su buen humor, aunque ahora parece un poco cansada. Hace casi cuatro horas que estamos sentados a la mesa. Faltan diez minutos para la medianoche.
– Ya lo se -dice Luc con una sonrisa-, pe-pero es que no tengo prisa pa-para heredar.
Armande le da una palmada en la mano y le llena otra vez el vaso. Como no tiene la mano muy firme, derrama un poco de vino sobre el mantel.
– No te preocupes -le dice con viveza-, hay mas.
Rematamos el banquete con mis helados de chocolate, unas trufas y el cafe servido en minusculas tacitas, acompanado de un calvados servido en un cuenco caliente y que es como una explosion de flores. Anouk reclama su canard, un terroncillo de azucar mojado con unas gotas de licor, y despues pide otro para Pantoufle. Se apuran las tazas y se retiran los platos. Los braseros queman a fuego lento. Miro a Armande, que sigue hablando y riendo pero que ahora parece menos animada que unos momentos antes, ya que se le entrecierran los ojos aunque, debajo de la mesa, tiene asida una mano de Luc.
– ?Que hora es? -pregunta al poco rato.