Vianello tenia que estar enterado de la agresion.
– Esta manana he hablado con la
– ?Del museo? -pregunto Vianello.
– Si.
Vianello penso un momento.
– ?Asi que no fue robo?
– No; parece que no. Alguien los interrumpio.
– ?La
El secreto bancario suizo no duraria en Venecia ni veinticuatro horas.
– Si; los puso en fuga. Pero no parece que tuvieran intencion de llevarse algo.
– Pues demostraron tener poca vista. Alli no faltan cosas que robar.
Brunetti, al oir esto, no pudo contenerse.
– ?Y usted como lo sabe, Vianello?
– La asistenta es vecina de mi cunada, la vecina de al lado. Va tres veces a la semana a limpiar y cuida de la casa cuando ella esta en China. Dice que lo que hay en esa casa vale una fortuna.
– No es prudente ir diciendo esas cosas de una casa que esta vacia tanto tiempo -comento Brunetti con acento severo.
– Eso mismo le dije yo.
– Confio en que le haga caso.
– Si, senor, yo tambien.
Despues de ver como el sargento eludia su reprimenda indirecta, Brunetti volvio a los gorilas:
– Vuelva a preguntar en los hospitales si han atendido al que ella hirio. Al parecer, la herida fue profunda. ?Y las huellas del sobre?
Vianello levanto la mirada de la libreta.
– Las mande a Roma por si podian identificarlas. -Los dos sabian cuanto podia tardar esta identificacion.
– Mandelas tambien a la Interpol.
Vianello asintio y tomo nota.
– ?Y que hay de Semenzato? -pregunto Vianello-. ?De que se iba a tratar en la reunion?
– No lo se. De piezas de ceramica, creo. Pero estaba bajo los efectos de los calmantes y no podia explicarse con claridad. ?Sabe usted algo de el?
– No mas de lo que pueda saber cualquiera de la ciudad. Esta en el museo desde hace siete anos. Casado, la mujer es de Messina, me parece. De Sicilia, en todo caso. No tienen hijos. Es de buena familia y en el museo tiene buena reputacion.
Brunetti no se molesto en preguntar a Vianello de donde habia sacado esta informacion. Ya no le sorprendia comprobar la cantidad de datos personales que el sargento habia acumulado en sus anos de servicio. De modo que se limito a decir:
– Vea si puede averiguar algo mas. Donde trabajaba antes de venir a Venecia, por que se fue, donde estudio.
– ?Va usted a interrogarlo, comisario?
Brunetti reflexiono.
– No. Si quienquiera que envio a esos hombres queria intimidarla, prefiero que piense que lo ha conseguido. Pero quiero saber todo lo que pueda averiguarse de el. Y tambien todo lo que haya sobre esos hombres de Mestre.
– Si, senor -dijo Vianello volviendo a escribir-. ?Le pregunto si tenian acento?
Brunetti ya lo habia pensado, pero su conversacion con Brett fue muy breve para entrar en detalles. De todos modos, ella conocia el italiano a la perfeccion, por lo que quiza pudo identificar el acento y deducir de que parte del pais eran.
– Manana se lo preguntare.
– Mientras tanto, vere que hay sobre gorilas de Mestre -dijo Vianello. Con un grunido, se puso en pie y salio del despacho.
Brunetti echo la silla hacia atras, abrio el cajon de abajo de la mesa con la puntera del zapato y apoyo en el los pies cruzados. Haciendo bascular la silla sobre las patas de atras cruzo los dedos en la nuca y se volvio a mirar por la ventana. Desde este angulo, no era visible la fachada de San Lorenzo, pero se veia un trozo de cielo invernal y nublado de una monotonia propicia a la reflexion.
Ella habia hablado de las ceramicas de la exposicion, y esta solo podia ser la exposicion que ella habia ayudado a organizar cuatro o cinco anos antes, la primera vez que el publico occidental habia podido contemplar las maravillas que se estaban excavando en China. Por cierto, el la creia todavia en China.
Le sorprendio ver su nombre en el parte de la policia aquella manana y le horrorizo encontrarla en el hospital en aquel estado. ?Cuanto hacia que habia vuelto? ?Cuanto pensaba quedarse? ?Y que la habia traido a Venecia? Flavia Petrelli podria responder a algunas de estas preguntas; quiza la propia Flavia fuera la respuesta a una de ellas. Pero estas preguntas podian esperar; por el momento, estaba mas interesado en el
Dejo caer la silla hacia adelante con un golpe seco, alargo la mano hacia el telefono y marco un numero de memoria.
–
–
–
– ?Como esta?
– Bien, muy bien. ?Y Paola?
– Perfectamente, lo mismo que los ninos. Oye, Lele, ?tienes un rato libre esta tarde? Me gustaria hablar contigo.
– Hablar hablar o hablar de policia.
– Hablar de policia, me temo. O asi lo creo.
– Estare en la galeria desde las tres hasta eso de las cinco, pasate por alli, si quieres. -Brunetti oyo un siseo de fondo y luego-:
Si alguien sabia algo acerca de Semenzato, ese tenia que ser Lele. Gabriele Cossato, pintor, anticuario y amante de la belleza, era parte tan intrinseca de Venecia como los cuatro moros plasmados en eterna confabulacion a la derecha de la basilica de San Marcos. Que Brunetti recordara, Lele habia existido siempre, y Lele siempre habia pintado. Cuando Brunetti evocaba su ninez, alli estaba Lele, amigo de su padre, y las historias que se contaban de Lele, incluso a el, porque siendo chico se suponia que tenia que comprender estas cosas, historias de Lele y sus mujeres, la inacabable serie de
Brunetti decidio almorzar en casa y desde alli ir directamente a ver a Lele. Pero entonces recordo que era martes y que, por consiguiente, Paola almorzaria con los miembros de su departamento de la universidad y, por consiguiente, los ninos estarian en casa de los abuelos, lo que significaba que el tendria que prepararse el almuerzo y comerlo solo. Para evitarlo, fue a una
Poco despues de las tres, cruzo el puente de Accademia y corto por la izquierda hacia