en lo que parecia una masa de espagueti y eran cables electricos alojados detras de un panel de madera, encima de la puerta que conducia al almacen. Brunetti estaba tan acostumbrado a ver a Lele con sus trajes de rayitas estilo diplomatico, que ni en lo alto de una escalera le parecio una figura incongruente. Lele, mirandolo desde las alturas, saludo:
–
Brunetti, obediente, entro en el gran almacen de la derecha y se quedo un momento en la puerta, mientras sus ojos se habituaban a la oscuridad del interior.
– A la izquierda -grito Lele.
Alli, en la pared, estaba el gran cuadro electrico. Brunetti bajo la palanca del interruptor principal y el almacen se inundo de luz. Volvio a esperar, ahora para que sus ojos se habituaran a la claridad, y salio a la sala principal de la galeria.
Lele ya habia bajado de la escalera y el panel estaba cerrado.
– Sujeta la puerta -dijo, yendo hacia Brunetti con la escalera. La dejo en el almacen y salio sacudiendose el polvo de las manos.
–
– ?Por que no les pones veneno?
– Bah -resoplo Lele-. Les gusta mas el veneno que el plastico. Las engorda. Ya no puedo tener cuadros en el almacen. Se comen la tela. O la madera.
Brunetti miro automaticamente las pinturas colgadas en la galeria, vividas escenas de la ciudad, llenas de luz y de la energia de Lele.
– No; esos estan seguros. Demasiado altos. Pero a veces pienso que un dia al llegar me encontrare con que las muy cerdas han traido la escalera y se los han comido todos. -A pesar de que Lele se reia al decirlo era evidente que estaba preocupado. Dejo las pinzas y la cinta en un cajon y se volvio hacia Brunetti-: Bueno, ?hablamos ya de esas cosas que quiza sean cosas de policias?
– Semenzato, el director del museo y la exposicion que se celebro hace anos -explico Brunetti.
Lele se dio por enterado con un grunido y cruzo la sala hasta situarse debajo de un candelabro de hierro forjado clavado en la pared. Levanto la mano y doblo ligeramente hacia la izquierda uno de los extremos en forma de hoja, dio un paso atras para ver el efecto y se inclino hacia adelante para doblarlo un poco mas. Ya satisfecho, volvio junto a Brunetti.
– Semenzato lleva en el museo unos ocho anos y ha conseguido organizar varias exposiciones internacionales. Eso significa que tiene buenas relaciones con los museos de distintos paises, o con sus directores, que conoce a mucha gente en muchos sitios.
– ?Algo mas? -pregunto Brunetti con voz neutra.
– Es un buen administrador. Ha contratado y traido a Venecia a excelentes elementos. Practicamente robo dos restauradores a Courtauld y ha cambiado el sistema de dar publicidad a las exposiciones.
– Si, eso ya lo he notado. -A veces, a Brunetti le parecia que Venecia habia sido convertida en una prostituta a la que se obligaba a elegir entre distintos clientes: primeramente, se dio a la ciudad la imagen de un pendiente de cristal fenicio, cartel que fue reproducido mil veces y que al poco era sustituido por un retrato del Tiziano que, a su vez, cedio el puesto a Andy Warhol, desbancado este por un ciervo de plata celta. Y era que los museos cubrian con sus carteles todas las superficies disponibles de la ciudad disputandose la atencion y el dinero de los turistas. Brunetti se preguntaba que vendria despues, ?camisetas de Leonardo? No; esas ya las tenian en Florencia. Habia visto suficientes carteles anunciadores de exposiciones de arte como para que el empacho le durase toda una vida.
– ?Lo conoces? -pregunto Brunetti, pensando que quiza esta fuera la razon de la insolita objetividad de Lele.
– Nos habremos visto unas cuantas veces.
– ?Donde?
– El museo me ha consultado de vez en cuando sobre la autenticidad de piezas de mayolica que les ofrecian.
– ?Y entonces lo has visto?
– Si.
– ?Que opinion personal tienes de el?
– Me parecio un hombre agradable y competente.
Brunetti ya se habia cansado.
– Venga, Lele, esto es extraoficial. Soy yo, Guido, quien pregunta, no el comisario Brunetti. Quiero saber que piensas de el.
Lele contemplo la superficie del escritorio que tenia al lado, retiro un jarro de ceramica unos milimetros a la izquierda, levanto la mirada hacia Brunetti y dijo:
– Creo que sus ojos estan en venta.
– ?Como? -pregunto Brunetti, sin entender nada.
– Lo mismo que Berenson. Mira, cuando te conviertes en un especialista en algo, la gente viene a preguntarte si una pieza es o no es autentica. Y como te has pasado anos o quiza toda la vida estudiando la obra de un pintor o de un escultor, si tu dices que una pieza es autentica, te creen. O que no lo es.
Brunetti asintio. Italia estaba llena de especialistas; algunos de ellos hasta sabian de lo que hablaban.
– ?Y que tiene que ver Berenson?
– Parece ser que se vendio. Los galeristas y los coleccionistas particulares le consultaban acerca de la autenticidad de determinadas piezas y a veces las piezas que el habia dado por buenas resultaban falsas. -Brunetti fue a preguntar algo, pero Lele lo atajo con un ademan-. No; no hay ni siquiera que preguntar si podia tratarse de errores cometidos de buena fe. Hay pruebas de que cobraba, de que se beneficiaba, sobre todo, de Duveen. Duveen tenia clientes norteamericanos ricos, ya sabes a que clase de compradores me refiero, personas que no se molestan en documentarse y probablemente ni siquiera tienen gran aficion al arte, pero les gusta poseer objetos. Asi que Duveen conjugaba la vanidad y el dinero de unos con la reputacion de entendido del otro y todos quedaban contentos: los americanos, con unos cuadros de autenticidad presuntamente garantizada; Duveen, con el beneficio de las ventas, y Berenson, con la fama y la comision.
Brunetti tardo un momento en preguntar:
– ?Y Semenzato hace eso?
– No estoy seguro. Pero de las cuatro piezas que me trajeron para que les echara una mirada, dos eran imitaciones. -Se quedo pensativo y agrego, a reganadientes-: Eran buenas imitaciones, pero imitaciones.
– ?Como lo supiste?
Lele miro a Brunetti como si este le hubiera preguntado como sabia que una determinada flor era una rosa y no un lirio.
– Mirandolas -dijo simplemente.
– ?Les convenciste?
Lele sopeso si debia ofenderse por la pregunta o no, pero luego recordo que, al fin y al cabo, Brunetti no era mas que un policia.
– Los conservadores decidieron no adquirir las piezas.
– ?Quien habia propuesto la compra? -Pero Brunetti ya conocia la respuesta.
– Semenzato.
– ?Y quien las vendia?
– Eso no llegamos a saberlo. Semenzato dijo que se trataba de una venta de un particular, que se habia dirigido a el un comerciante particular que queria vender las piezas, dos platos supuestamente florentinos del siglo XIV y dos venecianos. Estos eran autenticos.
– ?Todos de la misma procedencia?