imaginacion. Cualquiera puede acudir a un joyero y elegir una pieza. Para mi, el valor de un regalo reside en cuanto interes ha puesto uno en elegirlo en contraposicion a cuanto le ha costado.
– Comprendo -declaro el, aunque todavia parecia sorprendido-. Entonces, ?que le habria gustado que Pigmalion le regalara?
Carolyn reflexiono y contesto:
– Algo que le recordara a mi.
Lord Surbrooke sonrio.
– Quiza los diamantes y las perlas le recordaran a usted.
Carolyn nego con la cabeza.
– Algo mas… personal. Yo preferiria unas flores que hubiera cogido de su propio jardin, un libro suyo que le hubiera gustado leer, una carta o un poema que hubiera escrito expresamente para mi…
– Debo admitir que nunca crei que llegaria a oir a una mujer decir que preferia una carta a unos diamantes. No solo es usted bellisima, sino tambien…
– ?Una candidata a una casa de locos? -bromeo ella-. ?Sumamente rara?
Los dientes de lord Surbrooke, perfectamente alineados y blancos, brillaron acompanados de una risita grave y profunda.
– Yo iba a decir sumamente extraordinaria. Una bocanada de aire fresco.
Su mirada descendio hasta los labios de Carolyn, que temblaron y se separaron de una forma involuntaria al ser observados. Un musculo se agito en la mandibula de lord Surbrooke y, de repente, el aire que los rodeaba parecio crepitar debido a la tension.
El volvio a fijar la mirada en la de Carolyn y el hecho de que la luz fuera muy tenue no consiguio ocultar la pasion que ardia en sus ojos.
– Hablando de cartas -declaro el-, ?ha oido hablar de esa ultima moda que consiste en que las damas reciban notas que solo especifican una hora de un dia determinado y un lugar?
Carolyn arqueo las cejas de golpe. Era evidente que lord Surbrooke habia oido hablar de aquella practica. Una imagen cruzo por su mente, la imagen de el y una mujer quien, ?cielo santo!, era exactamente igual a ella en una de aquellas citas, con sus extremidades desnudas entrelazadas…
Carolyn cerro brevemente los ojos para borrar aquella inquietante imagen de su mente y declaro:
– Si, he oido hablar de esas notas.
– ?Ha recibido usted alguna?
– No. ?Ha enviado usted alguna?
– No, aunque me intriga la idea. Digame, si recibiera una, ?acudiria a la cita?
Carolyn abrio la boca para manifestar un rotundo «desde luego que no», pero, para su sorpresa y disgusto, no consiguio pronunciar esas palabras. Sin embargo, se descubrio a si misma diciendo:
– Yo… no estoy segura.
Y, con una claridad que le resulto sorprendente y desconcertante, se dio cuenta de que era cierto. ?Como podia ser? Era como si hubiera adoptado el papel de su disfraz de diosa y se hubiera convertido en una persona diferente. Una persona que contemplaria la posibilidad de acudir a una cita secreta con un admirador desconocido. ?Que le estaba sucediendo? ?Y por que le sucedia con aquel hombre?, aquel encantador y experimentado aristocrata que era igual que tantos y tantos de sus contemporaneos, a los que solo les interesaban sus propios placeres.
Sin duda, la culpa la tenian las Memorias, por llenarle la cabeza de aquellos pensamientos ridiculos e imagenes perturbadoras. En cuanto regresara a su casa, echaria el libro al fuego y asi se libraria de el.
Tras levantar la barbilla, pregunto:
– ?Usted acudiria?
En lugar de responder enseguida afirmativamente, como ella esperaba, lord Surbrooke reflexiono durante varios segundos antes de responder.
– Supongo que dependeria de quien me hubiera enviado la nota.
– Pero, precisamente, la cuestion es que uno no lo sabe.
El sacudio la cabeza.
– Creo que, como minimo, uno tendria un presentimiento sobre la identidad del remitente. Uno sospecharia quien lo deseaba tanto. -Cogio las manos de Carolyn con dulzura. Su calor atraveso los guantes de ella, quien, sorprendida, deseo que ninguna barrera separara su piel de la de el-. Un deseo tan intenso seguro que no pasaria desapercibido.
Una respuesta… Necesitaba pensar en algo, cualquier cosa que pudiera decir en aquel momento, pero en lo unico que conseguia centrarse era en la palabra que el acababa de pronunciar, la cual seguia reverberando en su mente.
«Deseo.»
Antes de que Carolyn pudiera recuperar su aplomo habitual, el declaro con voz suave:
– Respondiendo a su pregunta, si usted me enviara una nota asi, yo acudiria.
El silencio los envolvio. Los segundos pasaron, latidos del tiempo que cayeron sobre ella cargados de tension y de una percepcion casi dolorosa de la presencia de lord Surbrooke; de todo lo relacionado con el: su imponente altura, la anchura de sus hombros, la cautivadora intensidad de su mirada, su olor, que parecia embriagarla, el contacto de sus manos en las de ella…
El deslizo la mirada a la garganta de Carolyn y, despues, volvio a dirigirla a sus ojos. La pasion y la picardia brillaban en sus ojos.
– Veo que no lleva joyas caras. Eso representa un dilema para un salteador de caminos como yo.
Ella trago saliva y consiguio recuperar la voz, lo que no fue una tarea facil, con los dedos de el todavia rodeandole las manos con calidez.
– ?Acaso me robaria?
– Me temo que debo ser fiel a mi disfraz.
– Me habia dicho que no era un ladron.
– Normalmente no, pero en este caso me temo que es inevitable. -Miro su negro atuendo y exhalo un dramatico suspiro-. ?Aqui estoy, vestido con mi mascara y mi capa y sin un diamante a la vista!
Carolyn, divertida a su pesar, contesto:
– Debo confesar que no me gustan mucho los diamantes.
– Yo debo confesar que eso es algo que no habia oido decir nunca a una mujer. -Esbozo una mueca picara-. ?Se da cuenta de que acabamos de intercambiar unas confesiones a media noche? ?Y sabe lo que dicen de esas confesiones?
– Me temo que no.
El se inclino un poco mas hacia ella y el pulso de Carolyn dio un brinco.
– Dicen que son peligrosas. Pero en el mejor de los sentidos.
Carolyn se dio cuenta, de repente, de que aquel encuentro era un ejemplo perfecto de algo peligroso en el mejor de los sentidos.
– Las mujeres de la fiesta van adornadas con mas joyas de las que usted podria llevarse -senalo Carolyn.
– Yo no estoy interesado en ninguna mujer aparte de usted, milady.
Susurro sus palabras junto a ella y Carolyn se sintio acalorada y excitada, lo que, a su vez, la hizo sentirse consternada y secretamente emocionada.
– Yo no llevo joyas -susurro ella.
– Usted es la joya. De modo que, a falta de diamantes y perlas, me veo obligado a improvisar, asi que le robare… -Avanzo un paso hacia ella y despues otro, hasta que solo los separo una distancia de dos dedos-… un beso.
Antes de que ella pudiera reaccionar, antes siquiera de que pudiera pestanear o realizar una respiracion completa, lord Surbrooke inclino la cabeza y rozo con lentitud sus labios con los de ella.
Exteriormente, el cuerpo de Carolyn permanecio totalmente inmovil, pero en el interior… En el interior parecio que todo cambiaba de lugar y de velocidad. Su estomago cayo en picado, su corazon dio un vuelco y se acelero, y su sangre parecio espesarse, aunque, de algun modo corrio a mas velocidad por sus venas. Y su pulso… Carolyn lo sintio por todas partes: en las sienes, en la base del cuello, entre los muslos…