apasionado encuentro con uno de sus amantes en un baile de disfraces. Un encuentro que empezaba con un vals y en el que la autora experimento una elevada sensacion de libertad a causa del anonimato…

Carolyn apreto los labios y fruncio el ceno. ?No deberia haber leido aquel libro! «No deberias haberlo leido media docena de veces», le recrimino su voz interior.

?Muy bien, de acuerdo, media docena de veces! Como minimo. El maldito libro le habia llenado la cabeza, de preguntas que nunca podria responder. Y de imagenes sensuales que no solo invadian sus suenos, sino que cruzaban por su mente con una frecuencia terrible. Esas imagenes la ponian nerviosa e irritable, haciendo que la ropa le resultara demasiado ajustada y que sintiera como si su piel fuera a resquebrajarse, como si se tratara de una fruta excesivamente madura.

Asi es como se sentia en aquel momento.

Lanzo una rapida mirada a lord Surbrooke. Se lo veia tranquilo y sereno, lo que fue como un chorro de agua fria sobre la piel recalentada de Carolyn. Sin duda, fuera lo que fuese lo que le ocurria, solo la afectaba a ella.

Nada mas salir al exterior, la brisa helada hizo que recobrara el sentido comun. El la condujo a un rincon tranquilo y recogido de la terraza que estaba rodeado por un grupo de palmitos plantados en enormes macetas de ceramica. Varias parejas paseaban por el jardin de setos bajos y tres hombres charlaban en el otro extremo de la terraza. Salvo por esas personas, estaban solos, sin duda debido al aire frio impropio de aquella estacion que, ademas, estaba tenido de un olor a lluvia.

– ?Tiene frio? -pregunto lord Surbrooke.

?Cielo santo, instalada con el en la privacidad que les proporcionaban los palmitos, se sentia como si estuviera en medio de una hoguera! Carolyn nego con una sacudida de la cabeza y su mirada busco la de lord Surbrooke.

– ?Sabe usted… quien soy?

Con toda lentitud, el recorrio el cuerpo de Carolyn con la mirada, deteniendose en sus hombros desnudos y en las curvas que, segun ella sabia, su vestido de color marfil resaltaba. Piel y curvas que su forma habitual y recatada de vestir nunca habria revelado. La mirada de franca admiracion de lord Surbrooke, que no daba muestras de haberla reconocido, volvio a inflamar el fuego que la brisa habia enfriado momentaneamente. Cuando sus miradas volvieron a encontrarse, el murmuro:

– Usted es Afrodita, la diosa del deseo.

Ella se relajo un poco. Evidentemente, el no sabia quien era ella, pues lord Surbrooke nunca habria utilizado el tono de voz ronco y grave con que habia pronunciado la palabra «deseo» al dirigirse a lady Wingate. Sin embargo, la relajacion que experimento fue breve, pues aquel tono cargado de deseo le produjo una sensacion de confusion y nerviosismo que, en parte, le advirtio de que debia abandonar la terraza de inmediato y regresar a la fiesta para seguir buscando a su hermana y sus amigas. Sin embargo, otra parte de ella, la parte que se sentia cautivada por el seductor y oscuro salteador de caminos y la proteccion del anonimato, se nego a moverse.

Ademas, el hecho de que aquella conversacion anonima le ofreciera la oportunidad de conocer mejor a lord Surbrooke, la hacia mas tentadora. A pesar de las numerosas conversaciones que habian mantenido en la casa de Matthew, lo unico que en realidad sabia de el era que era inteligente, agudo, impecablemente correcto, invariablemente encantador y que iba siempre muy bien arreglado. El nunca le habia proporcionado la menor pista sobre cual era la causa de las sombras que merodeaban por sus ojos; sin embargo, ella sabia que estaban alli y sentia una gran curiosidad por conocer su origen. Y, en aquel momento, si conseguia recordar como respirar, quiza pudiera descubrir sus secretos.

Despues de carraspear para aclarar su voz, Carolyn declaro:

– En realidad, soy Galatea.

El asintio despacio mientras recorria su cuerpo con la mirada.

– Galatea… la estatua de marfil de Afrodita esculpida por Pigmalion por el deseo que sentia hacia ella. Pero ?por que no es usted la misma Afrodita?

– La verdad es que considere que disfrazarme de Afrodita seria una… inmodestia por mi parte. De hecho, habia planeado disfrazarme de pastora, pero mi hermana, de algun modo, consiguio convencerme de que me vistiera de Galatea. -Carolyn solto una risita-. Creo que me aporreo la cabeza mientras dormia.

– Hiciera lo que hiciese, deberia ser aplaudida por su empeno. Esta usted… bellisima. Mas que la misma Afrodita.

Su voz grave se extendio, cual miel tibia, por el cuerpo de Carolyn, quien, a pesar de todo, no pudo evitar bromear.

– Ha hablado un ladron cuya vision esta disminuida por la oscuridad.

– En realidad, no soy un ladron. Y mi vision es perfecta. En cuanto a Afrodita, era una mujer digna de envidia. Ella tenia una unica tarea divina: la de hacer el amor e inspirar a los demas para que lo hicieran.

Sus palabras, pronunciadas con aquel timbre de voz profundo e hipnotico, junto con la fijeza de su mirada, hicieron que el calor subiera por el interior de Carolyn de una forma vertiginosa dejandola sin habla. Ademas, confirmaron su idea de que el no sabia quien era ella. Nunca, durante las conversaciones que habia mantenido con lord Surbrooke, el le habia hablado a ella, Carolyn, de nada tan sugerente. Y Carolyn tampoco podia imaginarselo hablandole de aquella forma. Ella no era el tipo de mujer deslumbrante que despertara la pasion de los hombres, al menos no la de un hombre de su posicion, quien podia tener a la mujer que quisiera y, conforme a los rumores, asi era.

Animada por las palabras de lord Surbrooke y el secreto de su propia identidad, Carolyn declaro:

– A Afrodita la deseaban todos los hombres y ella podia elegir a los amantes que quisiera.

– Si, y uno de sus favoritos era Ares.

Lord Surbrooke levanto una mano y Carolyn se dio cuenta de que se habia quitado los guantes negros. El le rozo el hombro con la yema de uno de sus dedos. A Carolyn se le corto la respiracion al sentir aquel leve contacto y dejo de respirar del todo cuando el deslizo el dedo a lo largo de su clavicula.

– Desearia haberme disfrazado del dios de la guerra en lugar de salteador de caminos.

Lord Surbrooke dejo caer la mano a un lado y Carolyn tuvo que apretar los labios para contener el inesperado gemido de protesta que crecio en su garganta por la repentina ausencia de su contacto. A continuacion, afianzo las piernas en el suelo, sorprendida de que sus rodillas se hubieran debilitado a causa de aquella breve y suave caricia, y trago saliva para aclarar su voz.

– Afrodita descubrio a Ares con otra mujer.

– Ares era un loco. Cualquier hombre que tuviera la suerte de tenerla a usted, no querria a ninguna otra mujer.

– Querra decir a Afrodita.

– Usted es Afrodita.

– En realidad, soy Galatea -le recordo Carolyn.

– ?Ah, si! La estatua de la que Pigmalion se enamoro tan locamente y que parecia tan viva que el la tocaba con frecuencia para comprobar si lo estaba o no. -Entonces rodeo el desnudo brazo de Carolyn con sus calidos dedos, justo por encima de donde terminaba su largo guante de saten de color marfil-. A diferencia de Galatea, usted es muy real.

El sentido comun de Carolyn volvio a la vida y le exigio que se apartara de el, pero sus pies rehusaron obedecerla. En lugar de huir, Carolyn absorbio la emocionante sensacion de su roce, la paralizante sensacion de intimidad que experimento cuando el deslizo un dedo por dentro del guante… El calor se extendio por su interior enmudeciendola.

– El la colmaba de regalos, ?sabe? -explico el mientras la examinaba con ojos resplandecientes.

Carolyn consiguio asentir con la cabeza.

– Si, conchas de brillantes colores y flores recien cogidas.

– Y tambien joyas. Anillos, collares y ristras de perlas.

– Yo preferiria las conchas y las flores.

– ?A las joyas? -Sin lugar a dudas, la voz de lord Surbrooke reflejo sorpresa. Aparto la mano del brazo de Carolyn y ella apreto el puno para evitar cogerle la mano y volver a colocarla sobre su brazo-. Debe de estar bromeando. A todas las mujeres les encantan las joyas.

Parecia tan seguro de su afirmacion que Carolyn no pudo evitar echarse a reir.

– Las joyas son maravillosas, es cierto, pero, para mi, constituyen un regalo impersonal y carente de

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