Esas sencillas palabras acariciando con un murmullo su oido deshicieron su ya inestable resolucion. Una docena de senales de alarma se le encendieron en la mente, recordandole que cualquier relacion que fuera mas alla de la de una casamentera con su cliente era algo imposible con aquel hombre, advirtiendole de que tenia que desanimar de la manera que fuera el obvio interes que el sentia por ella, avisandola de que las consecuencias de esa noche podrian ser desastrosas para las reputaciones de ambos, pero su corazon se nego a escucharia. Marcharse despues del gran esfuerzo que habia puesto el en la velada seria una descortesia inexcusable, le decia su corazon. El se habia mostrado amable no solo con ella, sino tambien con Albert. Ella no podia pagar esa amabilidad con descortesia. Ademas, seguramente en la casa habria un buen numero de criados, ademas de Bakari, de manera que era como si no estuvieran realmente solos.

Y por ultimo, a pesar de que encontraba a Philip innegablemente atractivo, era ridiculo pensar que no podria ser capaz de controlarse -si la ocasion se presentaba. Su voz interior produjo un sonido que se parecia sospechosamente a un gesto de incredulidad, «?Ja!», pero que ella consiguio, con gran esfuerzo, ignorar.

El se aparto un poco y se quedo mirandola. Su oscura mirada se cruzo con la de ella, seria e irresistible. Pero en su corazon habia un inconfundible destello de preocupacion. Estaba claro que tenia miedo de que ella declinara la invitacion. El hecho de que aquel fuerte, valiente y masculino hombre pudiera demostrar sus temores toco alguna fibra profunda de la feminidad de ella.

Ofreciendole una sonrisa que denotaba inseguridad, y de la manera mas impersonal que pudo, le dijo:

– En vista del considerable esfuerzo que habeis hecho en mi honor, seria una groseria por mi parte no probar la comida.

Un innegable alivio relajo los hombros de Philip, quien sonrio. Tomandola de la mano la condujo hasta la mesa. El calor que expelia su mano se metio en ella, e involuntariamente Meredith apreto los dedos. El los apreto a su vez y su sonrisa se ensancho. Sus ojos estaban tan abiertos de excitacion que ella no pudo evitar reirse.

– ?Que es lo que te hace gracia?

– Tu. Tu expresion me recuerda la epoca en que Albert, con once anos, me sorprendio con un poema que el habia escrito en mi honor. Aunque yo era la receptora del regalo, el estaba mucho mas excitado que yo.

Sus palabras se apagaron poco a poco mientras se daba cuenta de lo que sin querer acababa de revelar: que conocia a Albert desde que era un nino. Excepto a Charlotte, ella no habia contado jamas a nadie como habia entrado Albert en su vida. No le importaba a nadie, y no tenia ganas de que le hicieran preguntas sobre ese tema, especialmente porque eso la llevaria a otros asuntos de los que se negaba a hablar. Tal vez Philip no se habria dado cuenta del desliz de su lengua. ?Se veria desde fuera su desconcierto?

Ciertamente, asi era, porque el la miro intrigado y luego dijo:

– No pasa nada, Meredith, ya sabia que Albert fue de nino deshollinador de chimeneas. Y que tu lo rescataste. Y que desde entonces ha vivido contigo.

Un frio le recorrio la espalda. Por Dios, ?como habria descubierto esas cosas? Y si sabia aquello sobre la infancia de Albert, ?era posible que tambien supiera algo sobre la suya? Inmediatamente en su mente se formo una imagen de Philip, con su naturaleza inquisitiva, investigando sobre su pasado como lo habia hecho antes en sus expediciones de anticuario. Una parte de ella no daba credito a esa idea, pero el miedo que le producia pensar que cualquiera pudiera investigar en su pasado era una preocupacion que tenia desde siempre en algun rincon de su mente, como si fuera un demonio esperando el momento de salir del infierno para vengarse.

Forzando en su tono de voz una calma que estaba lejos de sentir, dijo:

– ?Como llego a tus manos esa informacion?

– Me lo ha contado Albert -contesto el aparentemente sorprendido por la pregunta.

– ?El te lo ha contado? -dijo ella sacudiendo la cabeza, aliviada porque obviamente Philip no habia estado investigando por ahi y no sabia nada de su pasado, pero completamente aturdida. Albert nunca hablaba de los horrores de su infancia-. ?Cuando? ?Y como pudo llegar a decirte algo tan… personal?

– El otro dia hablamos en el almacen. Y en cuanto a sus razones, le motivo lo mucho que se preocupa por ti. Intentaba hacerme comprender exactamente que tipo de mujer eres: amable, generosa, entregada. No un tipo de mujer con la que se pueda jugar.

– Ya… ya veo. -«Querido Albert», penso. Habia compartido algo doloroso con un hombre que era un completo extrano para el, algo que lo podia haber convertido facilmente en un objeto de ridiculo o de pena. Y todo por protegerla a ella-. Espero que no lo hayas juzgado duramente. No ha tenido la culpa de su desafortunada infancia. -«Ninguno de nosotros la tuvimos», penso.

– ?Eso es lo que piensas de mi, Meredith? ?Que soy el tipo de persona que podria mirar con desaprobacion a un joven porque de nino lo trataron brutalmente?

El inconfundible dolor que se reflejaba en sus ojos y en su voz la hizo sentirse avergonzada. Philip habia demostrado, cuando menos, ser un hombre decente y bueno. Un hombre integro.

– No. No pienso que lo hayas hecho. Pero estaras de acuerdo conmigo en que mucha gente no es tan generosa. Y yo tiendo a proteger mucho a Albert.

– Albert es un joven encantador, Meredith -dijo el apretando su mano-. Y admiro su lealtad y su valentia. Su fuerza interior. Y aunque aprecie la manera en que me intentaba dar a entender tus exquisitas cualidades, no habia necesidad de que lo hiciera. Yo ya las conocia.

Sus suaves palabras y la intensa mirada que le dirigia hicieron que sus emociones se pusieran a hervir. Antes de que ella se pudiera recuperar, el sonrio y dijo:

– ?Y que hay de ese regalo que el Albert de once anos te hizo, y que de alguna manera yo te he recordado?

Ella trago saliva para recuperar la voz.

– Cuando me encontre con Albert, el no sabia leer ni escribir. Despues de haberle ensenado, su primer esfuerzo consistio en escribir un poema en mi honor. Tenia el mismo tipo de expresion de ininterrumpida felicidad que has puesto tu cuando he dicho que me quedaba a cenar. Y me he sentido tan halagada como me senti entonces.

– Estoy seguro de que todavia recuerdas las palabras de aquel poema.

– Oh, si. Y todavia lo conservo, a buen recaudo junto con mis mas preciadas posesiones. -En su mente pudo ver cada una de aquellas palabras, escritas con cuidadoso esmero-. ?Te gustaria oirlo? -En el momento en que lo dijo se pregunto que la habia impulsado a hacerle aquella oferta sin precedentes. Nunca habia compartido con nadie el poema de Albert. Ni siquiera con Charlotte.

– Seria un honor.

Ya era demasiado tarde para echarse atras. Tomando aliento, dijo:

– Lei: «Sobre miss Merrie. Sus mejillas como fresas, sus ojos como moras. Resplandece su sonrisa como una lumbrera. Me dio un santuario. Ya no soy un solitario».

El silencio se cernio sobre ellos durante varios segundos -lo cual fue una bendicion-, mientras en la garganta de Meredith se formaba un nudo. Aquellas sencillas palabras, escritas en su honor por un muchacho roto y herido, todavia la afectaban. Y la hacian sentirse humilde.

– Un hermoso testimonio -murmuro el-. Y muy inteligente para un chico de once anos. Fue capaz de captar tu esencia mas intima, tu viveza, tu naturaleza, con solo unas pocas palabras. Entiendo que ese poema sea tan importante para ti. -El se acerco y dulcemente le acaricio una mejilla con la yema de los dedos-. Gracias por haberlo compartido conmigo.

Un calor ascendio por las mejillas de Meredith.

– No se merecen.

– Ven. Dejame que te muestre las delicias de la comida mediterranea y del Oriente proximo. Bakari es un excelente cocinero. -La condujo hasta la mesa baja que habia delante del fuego, y luego se sento sobre uno de los mullidos almohadones marrones, con sus largas piernas cruzadas. Mientras golpeaba el cojin que habia al lado del suyo, invitandola a tomar asiento, Philip la miro con aire bromista-: Si te quedas de pie acabare con torticolis.

Meredith miro hacia el cojin y le asaltaron las dudas. Si solo estar de pie al lado de aquel hombre le resultaba problematico, reclinarse cerca de el entraba directamente en la categoria de «muy imprudente». Dirigio sus ojos hacia Philip, quien la miraba con expresion divertida.

– Tienes mi palabra de que no te voy a morder, Meredith.

Sintiendose de repente ridicula por sus dudas, se arrellano lentamente en el cojin de seda de color esmeralda.

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