dice que Hayley esta triste. ?Y que me dices de ese otro hombre? Ese tal Popple-no-se-que. ?Puedes soportar la idea de que otro hombre la corteje? ?Que se case con ella? ?Que le haga el amor?

Victoria alargo el brazo y acaricio delicadamente la mejilla de Stephen, aunque habria estado dispuesta a golpearle si hubiera sido necesario.

– ?Como puedes permitir que se case con otra persona cuando la deseas tan terriblemente? -le pregunto con ternura-. No te niegues la felicidad, Stephen. Creo sinceramente que, si le explicas por que te comportaste como lo hiciste, ella te perdonara. El amor es un regalo. No lo rechaces.

Luego se volvio hacia su marido.

– No creas ni por un momento que me he olvidado de lo que acabas de decir sobre mi. Ahora estoy demasiado exhausta por haberme tenido que enfrentar al patan que tengo por hermano. Necesito una reconfortante taza de te antes de enfrentarme al patan que tengo por marido. -Recogiendose la falda, salio de la habitacion cerrando silenciosamente la puerta tras de si.

Stephen miro fijamente la puerta que se acababa de cerrar.

– Me siento como si me acabara de atropellar un coche de caballos.

– Desde luego. Te ha atropellado, luego ha retrocedido y ha rematado la faena atropellandome a mi.

Stephen se volvio lentamente y se encaro a Justin.

– Tu esposa me ha llamado patan.

– Tu hermana me ha llamado canalla.

– Tambien me ha llamado imbecil.

– Lo eres -dijo Justin con expresion de absoluta seriedad.

– A esa esposa tuya le sobra impertinencia y tiempo libre. Necesita un proyecto o una aficion, algo que la mantenga ocupada y, espero, la ayude a mantener la boca cerrada. -Dirigio a Justin una mirada llena de intencion-. Tal vez un hijo serviria. Dale a Victoria algo en que ocupar el tiempo aparte de escuchar detras de las puertas.

– Una excelente sugerencia -dijo Justin, con un brillo malicioso en los ojos-. De hecho, puesto que tu ya te ibas, creo que hare una visita a mi esposa para ayudarla a reponer sus flaqueantes fuerzas de una forma algo mas interesante que tomando te. -Se encamino hacia la puerta-. Tu te ibas, ?verdad?

Stephen asintio lentamente.

– Si. Si, ya me iba. De hecho, tengo muchas cosas que hacer.

– ?Ah, si? ?Que te traes entre manos?

– Parece ser que tengo que hacer algunas compras.

Justin enarco las cejas.

– ?Compras?

– Si. Me han invitado a una fiesta de cumpleanos. Y, desde luego, no puedo presentarme con las manos vacias, ?no crees?

Justin lo miro durante un buen rato, con una gran complicidad. Stephen mantuvo una expresion fingidamente neutra.

– No -dijo al fin Justin, apoyando una mano sobre el hombro de Stephen-. Desde luego, no puedes presentarte con las manos vacias.

Capitulo 30

Al dia siguiente por la tarde, Stephen se planto delante de la casa de los Albright con un paquete en cada mano. Miro fijamente la puerta principal; tenia el estomago revuelto y el corazon en un puno. Todo lo que queria estaba dentro de aquella casa, cosas que no sabia que queria hasta que las habia experimentado y luego las habia perdido. Tras la reprimenda que le habia soltado Victoria, se habia dado cuenta de que tenia que ir alli, aunque solo fuera porque le debia a Hayley una explicacion de por que le habia mentido y una disculpa por las cosas tan horribles que le habia dicho en el jardin de Justin. Si ella le seguia odiando despues de hablar con el, se lo tenia bien merecido. Pero, en su fuero interno, el esperaba y rogaba a Dios un desenlace diferente.

Recolocandose los paquetes envueltos con colores alegres, llamo a la puerta. Al cabo de un rato, la puerta se abrio de par en par. Grimsley estaba de pie en el umbral, con los ojos entornados.

– ?Si? ?Quien es? -pregunto el anciano, tocandose nerviosamente la chaqueta y frunciendo el ceno-. ?Rayos y centellas! ?Donde diablos he puesto las gafas?

– Las lleva en la cabeza, Grimsley -dijo Stephen, incapaz de contener una sonrisa. «Dios, como me gusta estar de vuelta.»

Grimsley se palpo la cabeza, encontro las gafas y se las puso sobre la nariz. Cuando vio a Stephen, su rostro arrugado se desencajo en una expresion que solo podia describirse como de repugnancia. Abrio la boca para hablar, pero le acallo un vozarron que retumbo en los oidos de Stephen.

– ?Quien diablos es y que diablos quiere? -Winston se asomo al umbral y sus ojos se achinaron hasta convertirse en meras ranuras en cuanto vio a Stephen-. ?Que me saquen del nido del cuervo y me tiren como carnaza a los peces! ?No es su asquerosa y santisima senoria?

Stephen noto que se estaba sonrojando ante las duras miradas de ambos sirvientes. Parecia como si todo el mundo con quien se topaba tuviera que darle un fuerte rapapolvo.

– ?Como esta, Grimsley? ?Y usted, Winston?

– Estabamos bastante bien hasta que le hemos visto ahi de pie -dijo Grimsley con evidente desden.

– ?Por que ha venido? -pregunto Winston-. ?No le ha hecho ya suficiente dano a la pobre?

A pesar de que Stephen entendia su enfado, no tenia ninguna intencion de hablar sobre sus errores alli fuera.

– ?Puedo entrar?

Grimsley fruncio los labios como si acabara de probar algo acido.

– Lo cierto es que no puede. Estamos preparando una fiesta que esta a punto de empezar y todo el mundo esta muy ocupado. -Empezo a cerrar la puerta.

Stephen introdujo el pie en la abertura.

– Tengo muchas faltas que expiar y no creo que pueda hacerlo si me obligan a quedarme aqui fuera.

Grimsley resoplo.

– ?Ha dicho «expiar»?

Winston cruzo sus musculosos brazos llenos de tatuajes sobre el pecho.

– Me gustaria ver como lo intenta.

– A mi tambien me gustaria -dijo Stephen sin alterarse-. ?Me dejan entrar? -Stephen estaba dispuesto a abrirse paso a empujones si era necesario, pero esperaba fervientemente que eso no fuera necesario. Dudaba mucho que pudiera esquivar a Winston, quien le miraba como si tuviera ganas de masticarlo vivo, escupirlo y enterrarlo en un profundo hoyo.

– No, no puede entrar -dijo Grimsley echando chispas por los ojos-. La senorita Hayley por fin ha dejado de llorar. Ella cree que nadie se ha enterado de lo mal que lo ha pasado, pero conozco a esa chiquilla desde que nacio. Ella salvo su despreciable vida, no una, sino dos veces. Le ofrecio todo cuanto tenia, pero a usted no le bastaba, ?verdad? -Los labios de Grimsley se deformaron en una mueca de repugnancia-. Pues bien, ahora tiene un pretendiente como Dios manda. No permitire que vuelva a hacerla sufrir.

– No tengo ninguna intencion de hacerla sufrir -dijo Stephen intentando mantener la calma y haciendo un esfuerzo por ignorar la alusion a «un pretendiente como Dios manda»-. Solo quiero hablar con ella.

Winston fruncio todavia mas el ceno.

– ?Sobre mi cadaver! Si hace falta, le sacare las tripas con mis propias manos. De hecho…

– Ella me quiere -le interrumpio Stephen, esperando que sus tripas no acabaran en las manos de Winston.

– Lo superara.

– Y yo la quiero a ella.

Grimsley contesto a aquella declaracion con un elocuente resoplido.

– Tiene una forma de lo mas extrana de demostrarlo, mi senoria.

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