nino.

– ?Quien eres y que haces aqui? -exigio saber el nino-. Si crees que dejare que les robes a la senorita Alex y a la senorita Emmie, estas muy equivocado.

Colin arranco su mirada de la repugnante vision del cardenal que rodeaba el ojo de la criatura y se encontro mirando el bulto redondo que habia en el bolsillo del nino.

– ?Te refieres a robarles una naranja, como haces tu?

El nino se ruborizo bajo la suciedad y las contusiones.

– No robo. Las dejan para mi. Ademas, solo he cogido una -dijo el nino, mirando las manos de Colin, que lo agarraban de los brazos. En sus ojos oscuros se dibujo un miedo innegable y trago saliva-. Yo tengo permiso para estar aqui. Tu no.

Aquella oscilacion de miedo conmovio a Colin.

– No voy a hacerte dano -dijo en tono suave.

– ?Por que no lo demuestras quitandome las manos de encima? -dijo el nino, con un desprecio que Colin no pudo evitar admirar.

– Si lo hago, tendras que responder unas cuantas preguntas.

– ?Por que deberia hacerlo?

– Porque aqui hay un chelin para ti si lo haces.

Los ojos del nino se ensancharon un instante, antes de adoptar una expresion astuta. Su mirada se deslizo por la ropa de Colin, hecha a medida.

– Un tipo como tu puede pagar mas.

Colin lo solto con una mano y se saco del bolsillo del chaleco una moneda de oro. El nino abrio mucho los ojos.

– Muy bien -accedio el, sujetando la moneda entre los dedos-. Un soberano por tus respuestas.

– ?Solo por respuestas? ?Nada mas? -pregunto el chaval, mirando la moneda.

A Colin se le encogio el estomago ante las horrendas implicaciones de la pregunta suspicaz del nino.

– Solo por respuestas. Tienes mi palabra.

Estaba claro que la palabra de un hombre significaba poco para aquella criatura.

– No dejare que hagas dano a la senorita Alex o a la senorita Emmie.

– No tengo ninguna intencion de hacerles dano. Otra vez te doy mi palabra.

El nino reflexiono durante unos segundos. A continuacion sacudio la cabeza y tendio su mano mugrienta.

– Primero la moneda.

– Primero una pregunta, como muestra de buena fe, y luego te dare la moneda.

El nino apreto los labios y luego asintio.

– ?De que conoces a la senorita Alex?

– Es mi amiga -contesto, tendiendo la mano otra vez-. Mi moneda.

Colin echo hacia arriba la pieza de oro. El nino la cogio en el aire y luego, como un rayo, se lanzo hacia la puerta. Colin lo miro marcharse sin perseguirlo. Muy trastornado, se acerco despacio a la puerta, la cerro y corrio el cerrojo, rechazando las docenas de preguntas que le bombardeaban acerca de la criatura y «la senorita Alex y la senorita Emmie». Mas tarde. Ya tendria tiempo de meditar mas tarde.

Regreso a la habitacion detras de la cortina de terciopelo. Despues de levantar la trampilla, descendio despacio por una tosca escalera de madera. Hacia frio, estaba oscuro y olia a humedad. Cuando alcanzo el extremo de la escalera, hubo de avanzar a tientas por un estrecho pasillo, guiado solo por una debil luz procedente de un agujero situado unos diez metros delante de el. Cuando alcanzo la luz, se dio cuenta de que provenia de una puerta que parecia tapada. Acerco el ojo a la rendija y vio lo que parecia ser un callejon desierto. Trato de abrir la puerta, pero fracaso. Estaba claro que era una entrada, lo que significaba que tenia que haber una salida.

Tanteo con cuidado a su alrededor y al cabo de unos minutos localizo un trozo de cuerda cerca de la parte superior de la puerta. Al tirar de el oyo un chirrido ahogado, como si algo se estuviese levantando al otro lado de la puerta, y observo que habia entrado un poco mas de luz en el pasillo, cerca del suelo. Se agacho y vio una abertura. Bajo un poco la cuerda y la abertura quedo cubierta. Era una abertura del tamano suficiente para que pasase por ella una criatura, pero no un hombre.

Solto la cuerda despacio, observando como el rayo de luz exterior menguaba hasta casi desaparecer, y a continuacion regreso por el pasillo y volvio a subir la escalera. Despues de atisbar prudentemente a traves de la trampilla para asegurarse de que nadie habia entrado en el piso, salio enseguida, y luego hizo uso de las habilidades que tan utiles le resultaron en sus tiempos de espia para cerrar la puerta desde el exterior. Menos de un minuto despues, salio a la calle y empezo a caminar a buen paso hacia Hyde Park.

Sin dejar de caminar, consulto su reloj de bolsillo. Madame Larchmont tenia que llegar a casa de el a esa misma hora. Aunque el breve vistazo que habia echado a la vida de la joven le habia proporcionado la respuesta a algunas de sus preguntas, por otra parte habia engendrado docenas de dudas mas. ?Quien era ese nino? Habia dicho que la senorita Alex era su amiga. ?Vivia alli? Al margen del propio nino, no habia encontrado indicio alguno de la presencia de un nino, ni ropa ni juguetes. Como tampoco habia encontrado indicio alguno de la presencia de un hombre. ?Quien era aquella «senorita Emmie» que habia mencionado el nino? Otra pieza mas del misterioso rompecabezas que componia a madame Larchmont.

Llego a casa veinte minutos despues y fue recibido por Ellis.

– ?Esta aqui? -pregunto Colin.

– Si, senor. Ha llegado a las cuatro en punto. Tal como usted ordeno, le he pedido disculpas de su parte por no estar disponible enseguida y le he servido te en el salon. Le espera alli.

– Gracias.

Colin echo a andar a grandes zancadas por el corredor revestido de madera mientras se arreglaba los punos y la chaqueta. Se detuvo un momento en el umbral del salon y, al verla, se quedo inmovil.

Estaba de pie ante el hogar, mirando el retrato que colgaba sobre la chimenea de marmol blanco. Un alegre fuego calentaba la habitacion, disipando el tenebroso gris que entraba por las ventanas situadas a espaldas de la joven. Al observar su perfil, Colin se fijo en la ligera inclinacion de la nariz y en el gracioso arco que formaba su cuello al mirar hacia arriba. A diferencia de la noche anterior, llevaba el cabello sujeto en un sencillo mono, con un par de rizos sueltos, brillantes y oscuros, que reposaban sobre su hombro. Su vestido de dia, de color verde claro, resaltaba la textura cremosa de su piel, y cubrian sus manos unos guantes de encaje similares a los que llevaba la vispera. Todo en ella tenia un aspecto suave y femenino, y los dedos de Colin se crisparon con el vivo deseo de tocarla para descubrir si era tan suave como parecia.

La mirada de Colin recorrio la silueta de ella y, aunque el vestido era recatado, su imaginacion evoco unas exuberantes curvas femeninas. La muchacha cambio de posicion, inclinando la cabeza hacia la izquierda, y eso atrajo la atencion de el mas arriba. La joven se humedecio los labios con la lengua, y el cuerpo de Colin se tenso con un deseo inconfundible. Como si estuviese en trance, se encontro imitando la accion. Su imaginacion encendida ardia con la imagen mental de su propia lengua rozando el grueso labio inferior de ella mientras sus manos exploraban las exuberantes curvas que insinuaban el vestido.

Una pequena parte de objetividad volvio a la vida y le advirtio que semejantes pensamientos acerca de aquella mujer -una mujer que en el mejor de los casos era una ladrona, y que probablemente lo seguia siendo- eran del todo inadecuados, pero no habia forma de detener las imagenes sensuales que lo bombardeaban.

Justo entonces, ella se volvio y sus miradas se encontraron. Colin trato de disimular, aunque al ver que la joven abria un poco los ojos supuso que debia de quedar en su expresion algun resto de sus pensamientos. Como en cada ocasion en que sus miradas se unian, se sintio ligeramente desestabilizado, un fenomeno misterioso que ni entendia ni le gustaba.

La expresion de la muchacha se suavizo y, con aire imperturbable, inclino la cabeza.

– Buenas tardes, lord Sutton.

Cuando Colin fue a abrir la boca para hablar, observo con fastidio que su boca ya estaba abierta y que contenia el aliento. Diablos. El efecto que aquella mujer tenia en el era sencillamente… imposible. Nunca habia permitido que sus pasiones lo esclavizasen -el las controlaba a ellas, y no al reves-, y no iba a empezar ahora. Apreto los labios, adopto una expresion de pesar y se acerco a ella.

– Madame Larchmont, disculpeme por hacerla esperar. Me han entretenido sin que pudiera evitarlo.

Se detuvo ante ella y se inclino en un gesto formal, irracionalmente decepcionado al ver que ella no le ofrecia

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