observaba por encima del borde. Alex se obligo a sostenerle la mirada. Le parecia que estaban unidos en una silenciosa batalla de voluntades que ella se negaba a perder siendo la primera en apartar la mirada. Tras apoyar la taza en el platillo, Colin se levanto y se acerco al escritorio de caoba, junto a la ventana. Abrio el cajon superior, saco una bolsita de piel y dejo caer varias monedas en la palma de su mano. Tras contar el importe que queria, retiro otra bolsita mas pequena y metio en ella las monedas. A continuacion devolvio la bolsita mas grande al cajon y regreso junto a la joven.

– Creo que este es el importe que acordamos -dijo.

Ella cogio la bolsa que el le tendia y luego dejo su taza en la mesa.

– Si no le importa, lo contare, solo para asegurarme.

Colin volvio a su asiento y cogio una de sus pastas. Alex sentia el peso de su mirada mientras contaba rapidamente las monedas.

– ?Esta todo correcto? -pregunto el cuando termino la joven.

– Si.

– No es usted muy confiada.

Ella lo miro a los ojos.

– No pretendia ofenderle, lord Sutton. Simplemente pienso que es mejor no dejar nada al azar.

– No me he ofendido, se lo aseguro. Solo hacia una observacion. Lo cierto es que admiro su prudencia, en especial tratandose de dinero. Como usted sabe, por nuestra querida ciudad vagan muchisimos ladrones.

– Soy consciente de ello, por desgracia -dijo la muchacha, con voz serena a pesar de sus latidos acelerados.

Alex trato de leer la expresion de Colin, pero sus rasgos no revelaban nada en absoluto. De nuevo, se sintio como un raton entre las zarpas de un gato.

– ?Ah, si? Espero que no haya sido victima de algun rufian.

– Recientemente, no, pero me referia a que es imposible vivir en Londres y no ser consciente de la triste situacion de pobreza en la que viven tantos ciudadanos. Por desgracia, la necesidad puede empujar a las buenas personas a hacer cosas malas y desesperadas.

– Como por ejemplo robar.

– Si.

Los ojos verdes del hombre la miraron con fijeza.

– Pero algunas personas, madame Larchmont, son sencillamente malas.

– Si, lo se.

Desde luego, lo sabia muy bien. Con la intencion de cambiar de tema, Alex indico con la barbilla el gran retrato colgado sobre la chimenea.

– ?Su madre?

Los ojos de el se fijaron en el cuadro, y Alex se volvio para mirar la imagen de una preciosa mujer con un vestido de color marfil. Estaba de pie en un jardin lleno de flores de tonos pastel, y una brisa invisible le agitaba con suavidad las faldas y el brillante cabello oscuro. Tenia en los labios una suave sonrisa, y en sus ojos verdes brillaba una expresion traviesa. Cuando Alex dirigio su atencion de nuevo hacia lord Sutton, vio que un musculo se le movia en la mandibula y que tragaba saliva.

– Si -dijo el en voz baja-. Es mi madre.

– Es muy guapa.

De la forma en que siempre habia imaginado a su propia madre. Feliz. Sana. Bien vestida. Querida. Desde luego, querida por alguien que no fuese una nina sucia, hambrienta y asustada que no supo como cuidarla cuando la enfermedad cayo sobre ella.

El apreto los labios durante varios segundos y luego asintio.

– Muy guapa… Si, lo era. Tambien por dentro. Terminaron el retrato justo antes de que muriese.

En su voz se percibia una honda pena y, cuando miro a Alex, la joven se sintio conmovida al ver la tristeza en sus ojos.

– Lo siento -dijo ella sin saber que responder, aunque comprendia de sobras el dolor de perder a una madre-. Era joven.

Colin fruncio el ceno.

– Tenia la misma edad que tengo yo ahora.

– Tiene usted sus mismos ojos.

La mirada del hombre se dirigio de nuevo hacia el cuadro.

– Si. Tambien herede su amor por los dulces.

Se produjo un largo silencio, y luego sus ojos adoptaron una expresion ausente.

– Nos llevaba a mi hermano y a mi a la pasteleria Maximillian, en Bond Street -continuo-. Nos pasabamos mucho rato eligiendo, muy serios y correctos. Pero en cuanto entrabamos en el carruaje para volver a casa - anadio con una leve sonrisa-, acometiamos los paquetes y comiamos y reiamos hasta que nos dolian las costillas. Su risa era magica. Contagiosa…

Alex se quedo inmovil, conmovida por el tono intimo y melancolico del hombre, que habia pronunciado la ultima frase como quien piensa en voz alta. Era evidente que habia querido mucho a su madre y que esta lo habia amado tambien mucho. La joven sintio una punzada de envidia. Que bonito seria tener recuerdos de salidas felices. La invadio un dolor extrano y perturbador que no pudo calificar. ?Lastima por la perdida de el? ?Autocompasion por su propia perdida? ?Como podia anorar algo que nunca habia conocido?

– ?Y su padre? -pregunto ella.

El parpadeo como si despertase y dirigio de nuevo su atencion hacia la joven.

– Tal como mencione anoche, volvio a casarse hace poco. Su esposa es tia de la esposa de mi hermano. Es una lastima que lady Victoria, la mujer de mi hermano, no tenga una hermana. Si la tuviese, me casaria con ella asi -dijo, chasqueando los dedos- y no tendria que perder el tiempo buscando una prometida adecuada.

– Creo que mas le valdria guardarse para si la frase «perder el tiempo buscando una prometida adecuada». Hasta la mas practica de las mujeres aprecia un poco de romanticismo.

– ?Y usted se considera practica?

– Por supuesto.

La mirada del hombre clavada en la suya le dio la impresion de estar sentada demasiado cerca del fuego.

– Y sin embargo aprecia el romanticismo.

– Por supuesto. Pero no hablaba de mi misma, lord Sutton. Hablaba de las senoritas de la alta sociedad entre las que buscara a su futura esposa.

– ?Asi se gano su afecto monsieur Larchmont? ?Con romanticismo?

– Naturalmente -respondio ella, cogiendo su taza de te y observandolo por encima del borde-. Con eso y con su natural reserva.

– Ah, es hombre de pocas palabras.

– Muy pocas.

– Es mas un hombre de… accion.

– Eso lo describe a la perfeccion, si.

– ?No posee el habito que, segun usted, tienen los hombres de decir una cosa y querer decir otra?

– No. Cuando dice «tengo hambre» quiere decir «tengo hambre».

– Ya veo -contesto lord Sutton. Su mirada se deslizo hasta los labios de ella, donde permanecio varios segundos. Alex se detuvo en el acto de alargar la mano para coger una pasta de te-. Y por lo tanto supongo que cuando dice «tengo hambre» se refiere solo a la comida… y no a cualquier otra clase de hambre que inspire su esposa.

La muchacha se sofoco de pronto, consciente a su pesar del misterioso atractivo de su anfitrion. Se obligo a continuar alargando la mano para coger la pasta y observo incomoda como sus movimientos resultaban bruscos.

– Si, da gusto lo sincero que es -respondio mientras forzaba una sonrisa-. El y yo somos muy parecidos.

– ?Se considera usted directa?

En absoluto.

– Mucho.

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