encuentro.
– ?Por que?
«Porque ese bastardo amenaza con destruir todo lo que me importa -penso-. Podria acarrear la ruina a mi familia…, de la que ahora formas parte.» Pese a su renuencia a mentir, sabia que tendria que hacerlo.
– Tengo motivos para creer que le robo varias cosas a William, y quiero recuperarlas.
– ?Por que no dejas que tu investigador lo encuentre?
– Deseo seguir su rastro mientras aun este caliente.
Ella clavo la mirada en sus ojos, que estaban muy serios.
– Quiero acompanarte.
– De eso ni hablar.
– ?No entiendes que podria ayudarte? ?Por que no intentas al menos creer en esa posibilidad? Podria percibir algo que te facilitase esa busqueda. Si toco algo que el haya tocado o a alguna persona con quien haya hablado, tal vez podria adivinar su paradero.
– Diablos, ya se que quieres ayudarme, y aunque no puedo negar que posees una intuicion muy aguda, no eres maga. Sencillamente no hay manera de que puedas ayudarme en esto. Ademas, por nada del mundo voy a llevarte a los barrios bajos de Londres. Agradezco tu interes, pero…
– Pero no permitiras que vaya contigo.
– No. El barrio de la ribera es peligroso. Si sufrieras algun dano nunca me lo perdonaria.
– Y sin embargo pones tu propia vida en peligro.
– El riesgo es mucho menor para un hombre.
Una expresion de frustracion asomo a los ojos de Elizabeth.
– ?Que debo hacer para probarte que puedo ayudarte?
?Probar que sus supuestas visiones podrian conducirlo hasta Gaspard, un hombre a quien el mejor alguacil de Bow Street no habia sido capaz de localizar? Deseaba con toda su alma poder creer eso, pero habia dejado de creer en cuentos de hadas hacia mucho tiempo.
– No hay nada que puedas hacer -respondio en voz baja, y se sintio mal al ver el dolor que denotaba la mirada de ella, pero no tenia alternativa.
Elizabeth no iba a ayudarlo. De eso estaba seguro.
Elizabeth bajo las escaleras con un ejemplar de
En medio del vestibulo recubierto de marmol, miro con indecision a derecha e izquierda. Tal vez intentaria encontrar la cocina para hurtar un vaso de sidra.
– ?Puedo ayudaros, excelencia? -pregunto una voz profunda.
– ?Ah! -Se llevo la mano al pecho-. ?Carters! Menudo susto me ha dado.
– Os ruego que me perdoneis, excelencia.
Hizo una reverencia y luego se irguio con la espalda tan recta que ella se pregunto si alguien le habria metido una tabla por la parte de atras de los pantalones.
– No se preocupe, Carters -dijo con una sonrisa que no fue correspondida-. ?Podria indicarme por donde queda la cocina?
Carters se quedo mirandola con el rostro desprovisto de toda expresion.
– ?La cocina, excelencia?
El desaliento se apodero de ella al oir el tono intimidatorio del mayordomo. Ella se puso recta tambien y le sonrio de nuevo.
– Si. Quisiera un poco de sidra.
– No hay necesidad de que entreis jamas en la cocina, excelencia. Me encargare enseguida de que un criado os traiga algo de sidra.
Giro sobre sus talones y echo a andar, presumiblemente para llamar a un criado. Ella reparo de inmediato en su cojera.
Estaba segura de que no lo habia visto cojear cuando Austin se lo presento. Durante un momento lo observo alejarse con su andar irregular.
– Carters.
El mayordomo se detuvo y se volvio hacia ella.
– ?Si, excelencia?
– No quiero que me tome por grosera, pero no he podido evitar fijarme en su cojera.
Por un segundo el se quedo estupefacto. Despues recupero su mascara inexpresiva.
– No es nada, excelencia.
– Tonterias. Obviamente si es algo. -Se acerco a el y, cuando se encontraba justo enfrente, tuvo que contener la risa. La parte superior de su calva apenas le llegaba a la nariz-. ?Ha sufrido un accidente de algun tipo?
– No, excelencia. Se trata solo de mi calzado. El cuero esta demasiado rigido y no he conseguido domado todavia.
– Entiendo. -Bajo la vista hacia sus lustrosos zapatos negros y asintio con la cabeza, comprensiva-. ?Se le han levantado ampollas?
– Si, excelencia. Varias. -Alzo la barbilla-. Pero no impediran que cumpla con mis obligaciones.
– Cielo santo, esa posibilidad ni siquiera me ha pasado por la cabeza. Salta a la vista que es usted la eficiencia personificada. Solo me preocupa que este sufriendo. -Le sonrio a aquel hombre de semblante adusto-. ?Le ha examinado alguien esas ampollas? ?Un medico, quiza?
– Desde luego que no, excelencia -replico enfurrunado, y echo los hombros hacia atras de tal manera que Elizabeth se maravillo de que no se cayera de espaldas.
– Ya veo. ?Donde esta la biblioteca, Carters?
– Es la tercera puerta a la izquierda por este pasillo, excelencia -senalo el mayordomo.
– Muy bien. Quiero verle ahi dentro de cinco minutos, por favor.
Se dio la vuelta para encaminarse a las escaleras.
– ?En la biblioteca, excelencia?
– Si. Dentro de cinco minutos.
Dicho esto, subio a toda prisa.
– ?Sabes que ha sido de la duquesa? -pregunto Austin al ayudante del mayordomo cuando salio al vestibulo dando grandes zancadas. Habia regresado del barrio ribereno y llevaba un cuarto de hora buscando a Elizabeth, sin exito.
– Esta en la biblioteca, excelencia.
Austin recorrio con la mirada el recibidor, que estaba vacio salvo por ellos dos.
– ?Donde esta Carters?
– Creo que en la biblioteca con la duquesa, excelencia.
Poco despues Austin irrumpio en la biblioteca y se detuvo en seco. Su esposa estaba arrodillada frente al mayordomo, que le encontraba sentado en su sillon favorito. Estaba descalzo, y tenia las perneras enrolladas y las pantorrillas delgadas y velludas al descubierto.
Austin, estupefacto, observo con incredulidad desde la puerta como Elizabeth se ponia habilmente el pie descalzo de Carters sobre el regazo y le friccionaba el talon y la planta con una especie de crema. Justo cuando Austin creia que habia llegado ni limite de su asombro, ocurrio algo que lo dejo boquiabierto.
Vio a Carters sonreir. ?Sonreir!
No habia en toda Inglaterra un mayordomo mas retraido, adusto y glacialmente correcto que Carters. Durante todos los anos en que Carters habia servido a su familia, Austin nunca habia visto al hombre esbozar una media sonrisa. Jamas le habian temblado siquiera los labios. Hasta ahora.
Pero lo que sucedio a continuacion dejo a Austin aun mas pasmado. Una carcajada broto de la garganta de Carters. El hombre se estaba riendo, ?por el amor de Dios!
Austin sacudio la cabeza para despejarsela. De no ser porque no habia bebido, habria jurado que la escena
