que tenia ante si era producto de un exceso de brandy. Pero estaba totalmente sobrio, de modo que debia de ser real. ?O no? Intentando poner sus confusas ideas en orden, atraveso la habitacion.

– ?Que esta pasando aqui? -pregunto, acercandose a su mujer, que no dejaba de sorprenderlo, y a su mayordomo, a quien al parecer no conocia en absoluto.

Elizabeth le dirigio una mirada inquisitiva, con los ojos llenos de preocupacion. Carters parecia terriblemente apurado. Austin saludo con la cabeza a Elizabeth y la miro con una expresion tranquilizadora que alivio la tension de su rostro.

– ?Excelencia! -exclamo el mayordomo, sonrojado. Intento ponerse en pie, pero Elizabeth se lo impidio con un gesto.

– Quedese sentado, Carters -le ordeno con firmeza-. Ya casi he terminado.

Carters tosio y se hundio de nuevo en el sillon. Ella le puso el pie en el suelo y le levanto el otro para aplicarle con delicadeza una ligera capa de balsamo que sacaba de un cuenco de madera. Tenia la bolsa de medicinas en el suelo, abierta, a su lado.

– ?Que demonios le estas haciendo a Carters, Elizabeth? -pregunto Austin, con los ojos clavados en el extraordinario espectaculo que ofrecia su esposa al curar con ternura los pies de su temible mayordomo.

– El pobre Carters tiene unas ampollas espantosas que le han producido sus zapatos nuevos -explico ella-. Le sangraban y era muy probable que se le infectaran, asi que le he limpiado las heridas y preparado un unguento para aliviar su incomodidad. -Acabo de colocar la venda y le desenrollo a Carters las perneras del pantalon-. ?Listo! Ya esta. Ya puede volver a ponerse los calcetines y zapatos, Carters.

El mayordomo obedecio con presteza.

– ?Como siente los pies? -le pregunto Elizabeth.

Carters se puso de pie, boto varias veces sobre los talones y dio unos pasos de ensayo. El asombro se dibujo en su enjuta cara.

– Caramba, no me duelen nada, excelencia.

Camino adelante y atras varias veces delante de ella.

– Estupendo. -Elizabeth le alargo el cuenco a Carters-. Llevese esto a su habitacion y tapelo con un panuelo mojado para mantenerlo humedo. Apliquese la crema antes de irse a dormir y luego otra vez por la manana. Sus ampollas desapareceran enseguida.

Carters tomo el cuenco de manos de Elizabeth y miro de reojo a Austin, vacilante.

– Gracias, excelencia. Habeis sido en extremo amable.

– Ha sido un placer, Carters. Si necesita ayuda para ponerse la venda, no dude en pedirmela. Y manana tendre preparado ese cataplasma para su madre.

Elizabeth le dedico una sonrisa angelical y Carters le sonrio como un colegial enamoradizo.

– Eso sera todo, Carters -lo despidio Austin, senalando la puerta con un movimiento de la cabeza.

Al oir la voz de su patron, Carters recordo de pronto cual era su sitio. Se irguio, se aliso la levita de un tiron y borro toda expresion de su semblante. Giro elegantemente sobre sus talones y salio de la habitacion con la cojera apenas perceptible.

En cuanto la puerta se hubo cerrado tras el, Elizabeth se levanto de un salto.

– ?Has descubierto algo? -pregunto.

– No. He podido confirmar que Gaspard ha estado en esa zona, en efecto, pero no lo he encontrado.

– Lo siento. -Lo observo detenidamente-. ?Estas bien?

– Si. Frustrado, pero bien. -Sintio la necesidad de tocarla, deslizo las manos en torno a su cintura y la atrajo hacia si. Era de lo mas agradable tened a entre los brazos, de modo que desterro de su mente los recuerdos de toda la inmundicia que habia visto esa tarde-. Estoy asombrado. Nunca habia visto a Carters sonreir, y tu has logrado que se riera. -Le planto un beso rapido en la nariz-. Increible.

– No es ni de lejos tan temible como lo imaginaba -comento ella, posandole las manos sobre las solapas-. De hecho, es un hombre bastante afable.

– ?Carters afable? Dios santo, lo que me faltaba por oir. -Volvio los ojos al cielo y ella se rio-. Debo decir que verte arrodillada ante mi mayordomo, curandole los pies, me ha sorprendido.

– ?Y eso por que?

– No es algo que suelan hacer las duquesas, Elizabeth. No deberias tratar a los sirvientes con tanta familiaridad. Y, desde luego, no deberias ponerte sus pies descalzos sobre el regazo.

Sonrio para quitar algo de hierro a su reprimenda, pero ella se ofendio de inmediato.

– Carters estaba sufriendo, Austin. No puedes esperar que deje que alguien lo pase mal solo porque soy una duquesa y resulta inapropiado que le ayude. -Alzo la barbilla, desafiante, con los ojos echando chispas-. Me temo que estoy profundamente convencida de esto.

Austin sintio una mezcla de respeto e irritacion. No estaba acostumbrado a la derrota, pero era evidente que desde el momento en que se conocieron, a Elizabeth no le habia importado un pimiento su rango elevado ni su posicion social. El hecho de que se encarase a el con los ojos centelleantes, sin pestanear ni amedrentarse ante su posible ira, lo lleno de orgullo y respeto hacia ella. Su esposa sabia curar a la gente y estaba decidida a hacerlo, con o sin su aprobacion.

?Y quien diablos se creia el que era para tachar de indecoroso el comportamiento de ella? Dios sabia que el habia vulnerado las conveniencias sociales en muchas ocasiones, ultimamente al convertir a una americana en su duquesa. Maldita sea, tenia ganas de abrazarla, aunque por supuesto no era preciso que ella lo supiese. Por el contrario, adopto una expresion seria, que era lo adecuado.

– Bueno, supongo que si ayudar a los que sufren es tan importante para ti…

– Te aseguro que lo es.

– ?Y te gustaria contar con mi aprobacion y mi bendicion?

– Si, mucho.

– ?Y si me niego a dartelas?

Ella no vacilo ni por un instante.

– Entonces me vere obligada a ayudar a la gente sin tu aprobacion ni tu bendicion.

– Entiendo. -Le parecia tan generosa que queria aplaudida por su valor y su temple a pesar de su actitud desafiante.

– Por favor, comprendeme, Austin -dijo ella, poniendole la mano en el rostro con suavidad-. No tengo el menor deseo de desafiarte o hacerte enfadar, pero no soporto ver sufrir a la gente. Tu tampoco, ?sabes? Eres demasiado bondadoso y noble para permitir que otros sufran.

Austin la estrecho con mas fuerza, tremendamente complacido de que su esposa lo considerase bondadoso y noble.

– Me alegro tanto de que estes en casa -le susurro ella al oido. Su aliento calido le hizo cosquillas y una oleada de escalofrios deliciosos le recorrio la espalda-. Estaba tan preocupada…

El «efecto Elizabeth» lo inundo como si alguien hubiese abierto las compuertas. Ella se preocupaba por el. Y si esa mujer tan extraordinaria se preocupaba por el, quiza no fuese tan malo despues de todo.

La emocion le hizo un nudo en la garganta. Se inclino hacia atras, tomo el rostro de ella entre sus manos y le acaricio las tersas mejillas con los pulgares.

– Estoy bien, Elizabeth. -Una sonrisa traviesa le curvo los labios-. Quiza no sea tan robusto como tu, pero estoy bien. Y te doy mi aprobacion y mi bendicion para que cures a quien te plazca. Con una sola condicion.

– ?A saber?

Austin bajo la cara hasta que su boca se encontro justo encima de la de ella.

– Quiero ser el principal objeto de tus atenciones.

Ella le echo los brazos al cuello.

– Por supuesto, excelencia. -Se arrimo mas a el, apretandose contra su evidente ereccion-. Oh, cielos - musito-. Al parecer necesitas esas atenciones ahora mismo. Creo que deberiamos empezar. En el acto.

– Excelente sugerencia -convino el con voz ronca mientras fundia sus labios con los de ella.

Elizabeth pronuncio su nombre en un suspiro, y el sentimiento de culpa lo estrujo como una soga anudada.

Sabia que ella no se pondria muy contenta cuando le dijese que se veia obligado a regresar al barrio de la ribera esa noche.

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