Capitulo 2

Daisy soplo el cafe para enfriarlo un poco y se llevo la taza a los labios. El sol estaba a punto de salir y su madre aun dormia en la habitacion del fondo del pasillo. Aparte de algunos pequenos electrodomesticos nuevos, pocas cosas habian cambiado en la cocina de su madre. El suelo y las encimeras seguian teniendo el mismo tono azulado de siempre, y las campanillas azules tan tipicas de Tejas que antano se habian pintado en los muebles blancos todavia se distinguian.

Intentando hacer el menor ruido posible, Daisy se puso el chubasquero que colgaba de la puerta desde la noche anterior. Muy lentamente, metio primero un brazo y luego el otro; una vez puesto, le cubria por completo el corto pantalon del pijama que llevaba debajo. Se coloco los zuecos que su madre utilizaba para trabajar en el jardin y se sumergio en las profundas sombras de la madrugada. El aire frio le acaricio el rostro y las piernas desnudas, y la ligera brisa libero de su cola de caballo algunos mechones de pelo. El aire de Tejas lleno sus pulmones y le arranco una sonrisa. No sabia por que, ni tampoco como explicarlo, pero en esta parte del mundo el aire era diferente. Era como si lo tuviera en el interior de su pecho y desde alli irradiase hacia el exterior. Sentia como susurraba por toda su piel dando respuesta a un anhelo que, sin ni siquiera saberlo, guardaba oculto en lo mas profundo de su alma.

Estaba en casa. Aunque fuese por poco tiempo.

Vivia en Seattle, en el estado de Washington, desde hacia quince anos. Habia acabado por gustarle. Le encantaban el verde paisaje, las montanas, la bahia. Le gustaba esquiar, tanto en la nieve como en el agua, y los Mariners. Y muchas cosas mas.

Pero Daisy Lee era de Tejas. Lo llevaba grabado en el corazon y en la sangre. Formaba parte de su ADN, como el hecho de ser rubia. Era como la marca de nacimiento parecida a un chupeton que tenia en la parte superior de su pecho izquierdo. Y, al igual que esa marca, Lovett tampoco habia cambiado en esos quince anos. La poblacion habia aumentado en unos cuantos cientos de personas; habia algunas tiendas nuevas y una nueva escuela primaria. Recientemente se habia anadido al paisaje del pueblo un campo de golf de dieciocho hoyos y un club de campo, pero, al contrario de lo que sucedia en el resto del pais, o en las grandes ciudades de Tejas, Lovett seguia fiel a su ritmo pausado.

Daisy contemplo las sombras que se formaban en el jardin de su madre. La silueta de un molino de viento de metro y medio de altura, una estatua de Annie Oakley y una docena de flamencos se destacaban en la oscuridad. Durante la adolescencia, tanto a ella como a Lily, su hermana pequena, el peculiar gusto de su madre por la decoracion exterior les habia hecho subir los colores en mas de una ocasion. Ahora, al contemplar el desfile de flamencos, no pudo evitar sonreir.

Le dio un sorbo al cafe y se sento en el escalon de cemento, junto a un armadillo de piedra con varios cachorrillos pegados a la espalda. Daisy no habia dormido bien la noche anterior. Tenia los ojos hinchados y la cabeza le funcionaba mas despacio. Sintio un escalofrio y dejo reposar la taza sobre la rodilla. Antes de ver a Jack sabia muy bien lo que iba a hacer. Habia vuelto a Lovett, por un lado, para visitar a su madre y a su hermana y pasar con ellas unos dias, y, por otro, para hablar con Jack y contarle lo de Nathan. En un principio, habia pensado quedarse doce dias, y hasta que hablo con Jack la noche anterior le habia parecido tiempo de sobra.

Siempre habia sabido que no seria tarea facil, pero tenia muy claro todo lo que debia decirle. Con Steven, habia hablado de ello largo y tendido antes de su muerte. En el bolsillo seguia llevando la carta que Steven habia escrito antes de perder definitivamente la capacidad de leer y escribir. Cuando acepto que iba a morir, que su enfermedad no tenia cura, que no quedaban mas medicamentos experimentales ni operaciones por probar, quiso aclarar algunas cuestiones con las personas a las que habia hecho dano a lo largo de su vida. Una de esas personas era Jack. En un principio penso en mandar la carta por correo, pero, despues de hablarlo con Daisy, decidieron que lo mejor seria entregarsela en persona. Y que lo hiciese Daisy. Porque, al fin y al cabo, era ella la que tenia que aclarar las cosas con Jack Parrish, era ella la que mas dano le habia hecho.

Nunca habian pretendido ocultarle a Jack lo de Nathan. Su madre lo sabia. Y su hermana. Nathan tambien estaba al corriente. Siempre habia sabido que su padre biologico se llamaba Jackson y que vivia en Tejas. Se lo dijeron en cuanto consideraron que era capaz de entenderlo, pero nunca expreso el menor interes por conocerlo. A todos los efectos, Steven habia sido un padre para el.

Ya empezaba a ser hora de que se conocieran. Tal vez despues de contarle a Jack que tenia un hijo. Daisy dejo escapar un leve gemido y se llevo la taza de cafe a los labios. Un hijo de quince anos con una cresta tenida de verde, un piercing en el labio y un monton de cadenas en su vestuario, tantas que parecia haber asaltado la perrera municipal.

Nathan no lo habia pasado nada bien los ultimos dos anos y medio. Cuando le diagnosticaron la enfermedad a Steven, aseguraron que le quedaban tan solo cinco meses de vida. No murio hasta al cabo de dos anos, pero no fueron dos anos faciles. A Daisy le resulto muy duro ser testigo de la lucha de Steven por seguir vivo, pero para Nathan fue un autentico calvario. Ademas, aunque no le gustaba admitirlo, tenia que reconocer que en ciertos momentos no se habia mostrado muy considerada con su hijo. Hubo incluso noches en las que no se dio cuenta de que el muchacho no estaba en casa hasta que regreso. En cuento le vio entrar por la puerta, le echo una soberana bronca por no haberle dicho adonde habia ido. El la miro con esos ojos azul claro y le dijo: «Te pregunte si podia ir a casa de Pete y me dijiste que si.» Y ella no tuvo mas remedio que admitir que posiblemente habian hablado del asunto y, como estaba totalmente centrada en el cuidado de Steven, lo habia olvidado: puede que estuviese pendiente de sus medicinas, o de la siguiente operacion, o quiza se trataba del dia en que Steven habia perdido la capacidad de usar la calculadora, de conducir o de atarse los zapatos. Observar los esfuerzos de su marido por mantener su dignidad al tiempo que intentaba recordar como hacer cosas que llevaba haciendo desde los cuatro o cinco anos resultaba descorazonador. En muchas ocasiones, Daisy se olvidada por completo de conversaciones que habia mantenido con Nathan.

El dia en que Nathan se presento en casa con aquella cresta, Daisy se dijo que las cosas se le estaban escapando de las manos. De repente comprendio que su hijo ya no era un nino dispuesto a jugar a futbol y ver el canal de dibujos animados tumbado en el sofa agarrado a su manta preferida. Aunque no fue el color de su pelo lo que mas le llamo la atencion, sino la mirada perdida que encerraban sus ojos. El vacio de esa mirada la obligo a salir del estado de depresion y dolor en el que habia estado sumida durante los siete meses posteriores a la muerte de Steven.

Steven murio. Nathan y ella lamentarian siempre su perdida, la sentirian como si les hubiesen cortado un pedazo de sus almas. Steven habia sido el mejor amigo de Daisy y un buen hombre. Habia sido un refugio para ella, un apoyo, alguien que habia hecho que su vida fuese mejor. Mas facil. Habia sido un marido y un padre estupendo.

Nathan y ella jamas le olvidarian, pero Daisy no podia seguir viviendo en el pasado. Tenia que vivir en el presente y empezar a mirar hacia el futuro. Por Nathan y por ella misma. Sin embargo, era consciente de que para seguir adelante con su propia vida tenia que revisar algunas cosas de su pasado. Tenia que desvelar el secreto.

Los rayos del sol comenzaron a esparcirse por el cesped y las gotas de rocio que cubrian el jardin empezaron a brillar. El sol de esa hora temprana se proyectaba sobre alargadas franjas de hierba humeda, trepaba por el molino de viento, arrancaba destellos del rifle plateado de Annie Oakley. Daisy echo de menos su camara Nikon con gran angular. La tenia en su habitacion, pero sabia muy bien que si iba en su busca, aunque fuera a todo correr, se perderia definitivamente aquel espectaculo de luz. En pocos segundos el sol llego hasta sus pies, se paseo por sus piernas y le ilumino el rostro; Daisy cerro los ojos y dejo que la banara con su calor.

Despues de vivir tantos anos en el norte Daisy habia perdido el acento, pero seguia teniendo debilidad por los espacios abiertos y la vision del amplisimo cielo azul sobre el horizonte. Abrio los ojos y lamento que Steven no estuviese alli para verlo. El habia amado aquella tierra tanto como ella. Bajo la vista y observo los zuecos que cubrian sus pies. Deseo que las cosas hubieran sido de otra manera. Le habria gustado, por ejemplo, disponer de algo mas de tiempo antes de tener que enfrentarse a Jack. No le apetecia en absoluto volver a ver el desden en su rostro. Siempre habia sabido que no iba a recibirla con los brazos abiertos, pero aun asi le sorprendio que despues de todos esos anos siguiese odiandola tanto como la ultima vez que se habian visto.

«?Te parezco desagradable? -le habia dicho-. Esto no es nada, florecita. Si te quedas un rato mas vas a ver lo

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