mas minima perturbacion en la superficie mientras nadaba paralelamente a la costa.

En la distancia, el Dora Mae semejaba una enorme ballena embarrancada, un desecho triste, patetico. Cuanto mas se acercaba, mas se parecia esa silueta a un yate, pero no por ello resultaba menos triste o patetico. La planeadora se encontraba fondeada unos seis metros a la izquierda del yate, pero sobresalia tan poco del agua que Max no la habria visto si no hubiera sabido donde se encontraba.

La lancha se mecia suavemente sobre las olas cuando Max la alcanzo y subio a ella. Se saco el cuchillo de la boca y espero unos momentos a que la vista se le acostumbrara a la luz del interior del casco. Habia tres barriles de plastico en el lado de estribor, junto a la que parecia ser una caja de municiones del ejercito. Max echo un vistazo a la playa y diviso a los cuatro hombres. Entonces levanto la tapa.

Bingo. Un alijo de todo tipo de armas. A la luz de la luna, Max distinguio varias ametralladoras MP4, pero no encontro municion. Habia aproximadamente una docena de cartuchos de dinamita y de cabezas detonadoras, pero sonrio cuando su mano topo con algo.

«Hola», susurro mientras sacaba una de sus armas favoritas: un rifle calibre 50 con mira telescopica. En cuanto termino el entrenamiento en las Fuerzas Especiales de la Marina y obtuvo su titulo, lo enviaron a entrenarse como francotirador en Fort Bragg.

Max habia pasado meses escondido entre las malas hierbas de Carolina del Norte disparando a blancos de papel y vehiculos de mentira mientras las pulgas se cebaban en sus pantorrillas y munecas. Unos cuantos anos despues habia puesto en practica ese entrenamiento en la operacion Tormenta del Desierto, donde abatio objetivos necesarios y aprendio muchas cosas sobre la vida y la muerte.

Entonces era solo un nino.

Era imposible adivinar para que querian esos chicos de la playa un arma capaz de abrir un boquete considerable desde una distancia de dos kilometros y medio. Max hizo un rapido inventario de la que tenia y de lo que no tenia. No tenia municion para las MP4, y se imagino que esos hombres la habian gastado toda disparando contra los arboles. No tenia detonante para la dinamita, pero en la caja encontro balas del calibre 50.

Despues de echar un rapido vistazo a la playa, se deslizo por la borda de la lancha y, sosteniendo el rifle y la municion por encima de su cabeza, nado hasta el Dora Mae. El interior del yate estaba oscuro como una tumba, excepto por los pocos rayos de luz que se filtraban por las ventanas. El hecho de que el barco hubiese sido saqueado y que todo se encontrara desparramado por todas partes no mejoraba precisamente las cosas. Se encamino al camarote y, en el trayecto, noto que sus botas pisaban cristales. Tardo menos de un minuto en encontrar lo que estaba buscando. Se guardo media docena de condones en el bolsillo, abrio varios de ellos y cubrio el rifle con el latex. Luego metio las balas en el ultimo condon y lo ato. De nuevo, abandono el yate.

Mientras se sumergia en el mar y se dirigia de nuevo hacia la lancha rapida, Max sintio alivio. De nuevo, se encontraba en territorio familiar. Las cosas, definitivamente, empezaban a mejorar. Todo lo que le quedaba por hacer era arrancar a Baby Doll Carlyle de debajo de una silla vigilada por un traficante de drogas inconsciente, llevar a Lola y al perro a la lancha sin que los malos se dieran cuenta y poner rumbo a las Bahamas. Seria un juego de ninos.

CAPITULO 10

Lola veia poca cosa mas alla de la luz del fuego en la playa. Tenia los ojos doloridos, pero no queria dejar los prismaticos. Hacia por lo menos una hora que Max se habia ido. Debia de encontrarse por alli, en algun lugar, pero ella no habia logrado verlo. Unas cuantas veces le habia parecido vislumbrarlo, pero en realidad lo unico que habia visto eran olas. Bajo la mirada hacia la playa. Tampoco habia podido ver a Baby, aunque sabia donde se encontraba.

Una musica de mariachis llegaba hasta Lola con tanta claridad como si una banda de ellos se encontrara tocando en la playa. No era una gran amante de ese tipo de musica, y tuvo claro que, a partir de ese momento, la odiaria. Tenia el pelo sucio y picaduras de mosquitos en los brazos, y su unico consuelo era que nadie le disparaba en esos momentos. Y que nadie le disparaba a Max, tampoco. Todavia no, por lo menos.

Al final, se le cansaron los brazos y bajo los prismaticos. Se habia envuelto las piernas con el chal, pero los mosquitos de la isla eran fastidiosos y le habian picado a traves de la tela. Estaba cansada y dolorida, y tenia tanta hambre que habria vendido su alma por un plato de macarrones con queso y una barrita de chocolate. En lugar de eso, mato a un mosquito que se estaba dando un banquete en su cuello. Si Max no regresaba pronto, Lola acabaria perdiendo tanta sangre que no podria ni andar.

El mero hecho de pensar en el le provocaba una sonrisa. No era logico. No tenia ningun sentido. Pero claro, el sindrome de Estocolmo no tenia sentido. En todo ese torbellino, Max habia sido lo unico constante. Lo unico estable. Real.

Como si el mero hecho de pensar en el fuera una invocacion, Max aparecio de repente a su lado. Llevaba a Baby debajo del brazo, y Lola nunca habia visto nada tan maravilloso. Deseaba estampar un enorme beso en los labios de Max y, despues, besarle todo el cuerpo. El perro gimio con emocion cuando Lola se puso de pie, pero no pudo ladrar porque la mano de Max le tapaba el hocico.

– Necesito la cinta adhesiva -le dijo Max en voz apenas audible-. Esta en la bolsa de lona.

Cuando Lola la encontro, Max le pidio que cortara un trozo, con el que le envolvio el morro al pobre perro.

Aunque sabia que era necesario, Lola sintio lastima por el.

– ?Puede respirar?

– Si, senora -contesto Max, con voz de hombre ocupado en su trabajo, mientras le daba el perro-. Solo que no puede ladrar.

Aunque Baby Doll intentaba quitarse la cinta adhesiva con la pata delantera, su cuerpo tembloroso expresaba su alegria.

– No sabes lo cerca que has estado de convertirte en ciudadano mexicano -le dijo Lola mientras lo apretaba contra sus pechos.

– Colombiano -la corrigio Max.

Se arrodillo delante del saco de lona y Lola se dio cuenta de que llevaba un rifle a la espalda. Del bolsillo trasero le sobresalia una gorra de beisbol gris. Y, aunque no estaba segura, le parecio que el canon del rifle estaba recubierto con algun tipo de goma.

– ?Vas a matar a esos tipos? -le pregunto Lola.

– ?Tienes alguna objecion?

Max saco de la bolsa los dos trozos de espuma de poliestireno y se puso de pie.

?Tenia alguna objecion? No, si no quedaba otra solucion.

– No -contesto.

Lola sujeto a Baby mientras Max volvia a colocarle las alas acuaticas.

– ?Has matado alguna vez a alguien?

En lugar de contestar, Max le pregunto:

– ?Crees que podras nadar sin hiperventilar y sin hacer ruido?

Con tal de salir de la isla, ella podia hacer cualquier cosa.

– Si.

– Bien, porque de eso depende que podamos largarnos de aqui.

Max se arrodillo otra vez delante de la bolsa. Saco la linterna y un mapa, para a continuacion guardar el chal dentro. Acto seguido, lleno el saco el bolso de Lola con piedras grandes.

– ?Que estas haciendo?

– Esto va a ir a parar al fondo del lago. No quiero dejar nada que pueda identificarnos.

– Ahi tengo el cepillo de dientes. Lo voy a necesitar.

– Tendras uno nuevo manana por la manana.

Pero lo que Max no le dijo era que tambien podia estar muerta manana por la manana.

– Necesitare mi monedero. -Al oir el elocuente grunido de desesperacion de Max, agrego-: Vale, pero necesito la American Express.

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